UNA BUENA NOTICIA RELIGIOSA

Entre tantas malas noticias por fin una buena: sacerdotes que cumplían con su misión en barriadas marginales fueron amenazados por narcotraficantes. Y es reconfortante porque, más allá de su dramatismo, se contrapone a las noticias de índole religiosa que últimamente han infectado nuestros medios: sacerdotes acusados de  pedofilia, ex obispos que mientras lo fueron engendraron hijos ilegítimos, críticas irreverentes al Papa, de católicos y no católicos, como si se tratase un político más.

Lo de los curas amenazados pone en superficie la realidad de que la mayoría de nuestros religiosos cumplen cabalmente con su apostolado, frecuentemente con riesgo de sus vidas como en el caso que nos ocupa.

La Iglesia Católica ha pasado por circunstancias difíciles desde que Cristo la fundó sobre Pedro: herejías, disidencias, apostasías, guerras, desvíos, etc. Su solidez interior, su plenitud de sentido, su comunión con las necesidades de la gente ha hecho que sobreviviese a todas ellas.

A raíz  del advenimiento de la sociedad industrial y urbana en el siglo XVIII, el avance de la ciencia y la expansión de ideas seculares de libertad en el orden personal, político y cultural fueron ganado terreno y desplazando lo religioso de la vida pública relegándolo cada vez más a la esfera de lo privado. Ese repliegue hizo que algunos sectores de la Iglesia se hicieran conservadores en el anhelo de no perder lo conquistado luego de tantos siglos de martirios y luchas. Ello sólo ayudó a fomentar la emigración de feligreses seducidos por el racionalismo y el cientificismo de la modernidad que parecían capaces de dar cuenta de los misterios de la condición humana. 

El progreso prometía un futuro con avances tecnológicos que disminuirían la necesidad de trabajar, prolongarían la vida y terminarían con la amenaza de guerras. Ese mundo esperanzado consideró que lo espiritual y la religión eran prescindibles, innecesarias, remanentes de la ignorancia y la superstición.

 Pero a la larga dicho positivismo cientificista tiñó al futuro con el terror de la guerra nuclear, con la propagación de enfermedades provocadas por el hombre, con una intolerable asimetría entre la riqueza y la pobreza, y provocó el desplome de la era de la modernidad. Ello, en primera instancia, no significó el renacimiento de la religiosidad sino, por el contrario, la elevación de la pagana  deidad de nuestros tiempos: la economía al servicio del consumismo exacerbado y la especulación financiera. Ante el altar del nuevo becerro de oro se sacrificaron las propias convicciones y se las remplazó por aquellas conductas y creencias que el sistema imperante requiere para su expansión y crecimiento. Ya no se trata de ser virtuoso y abnegado como lo impone la religión, tampoco sabio y laborioso como fuera el ideal del racionalismo, sino que hoy la búsqueda de la realización personal, del sentido vital, se dirige hacia el tener, ya no el ser. De lo que se trata es de acumular posesiones, mientras más sofisticadas mejor, por la vía que fuese, trabajo, estafa, robo, secuestro, narcotráfico.

Para ello fue necesario dar el tiro de gracia a los valores que ordenaron la vida en común. El miedo al castigo divino ya no sirve como freno para las ambiciones desbocadas,  para el imperio de los deseos individuales atropellando al prójimo. La honestidad y el esfuerzo son recursos perdedores ante la eficacia de la inescrupulosidad,  lo espiritual es un lastre en la despiadada carrera por la obtención de las conquistas materiales. Dentro de las especies en extinción se encuentra el sentimiento de culpa, ordenador por excelencia de la vida colectiva a través del mecanismo de la responsabilidad individual ante el destino colectivo.

El obispo Gianfranco Girotti, director del Penitenciario Apostólico en el Vaticano, expresó la alarma: “Uno no ofende a Dios sólo al robar, blasfemar o desear la mujer del prójimo, sino también cuando uno daña el medio ambiente, participa en experimentos científicos dudosos y manipulación genética, acumula excesivas riquezas, consume y trafica con drogas y ocasiona pobreza, injusticia y desigualdad social”

Lo religión católica tal como fuera concebida por Jesús, sus discípulos y sus representantes en la tierra es antitético a esta orientación porque se basa en el amor, la humildad y el desapego de las cosas del mundo. Por ello se trata de remplazarlo por otras manifestaciones seudorreligiosas, marketineras, mediáticas, superficiales, funcionales a la sociedad de la apariencia. 

Se comprende entonces que  la versión corrupta y degradada que se pretende arrojar sobre la Iglesia, más allá de los lamentables pero inevitables desvíos de algunos de sus miembros, no es más que la imagen especular que lo que en realidad refleja son los pecados de la sociedad. 

Pero afortunadamente son ya evidentes signos de revitalización del espíritu cristiano, como reacción ante tanto desquicio, como fue evidente en la conmovedora reacción que provocó el caso de los curas amenazados. También el crecimiento de acciones solidarias en la juventud, que cada vez más sustituye los viajes de egresados de borrachera y desmán por la ayuda a comunidades desamparadas. Asimismo se expande en sectores cada vez más amplios la comprensión de que los horarios de juveniles salidas nocturnas no son sino operaciones de los traficantes de drogas porque, ¿quién puede mantenerse insomne  y activo a las siete de la mañana sin la “ayuda” de algún estimulante?. Fue notorio en la última Feria del Libro la búsqueda de textos de orientación espiritual. Por otra parte cada vez es más vigoroso el reclamo ciudadano por honestidad y republicanismo en nuestras dirigencias públicas y privadas. También por un rescate de los medios masivos de la exaltación de la decadente frivolidad y de su urgente puesta al servicio de la recuperación de los valores indispensables para hacer vivible una sociedad.  

Es tiempo de reaccionar, de saber que el cambio que nuestra sociedad requiere está en cada uno de nosotros, en los grandes compromisos pero también en las pequeñas acciones, impregnadas de sentido, que provoquen respuestas positivas como en mi versión libre de un hermoso cuento del sacerdote benedictino Mamerto Menapace: “Un joven ingeniero agrónomo, con las ínfulas de todo recién graduado, dueño de algunas hectáreas en el Chaco, decide comentar sus proyectos con un vecino, el viejo don Laureano. 

Luego de los saludos de rigor, y una vez que se aquietaron los perros, el joven le dijo, ufano:

-¿Ha visto don Laureano mi campito?

-Sí, ¿cómo no lo voy a ver? Lindo es, patroncito.

-Bueno, don Laureano, yo le quería preguntar qué opina usted sobre la posibilidad de que ese terreno me dé buen algodón…

-¿Algodón, dijo, patroncito? -respondió dudando el paisano- No, mire, no creo que este campo le pueda dar algodón. Fíjese, no. Los años que hace que yo vivo aquí y nunca vi que este campo diera algodón.

La respuesta desanimó un poco al joven ingeniero que,  tomando en serio esa opinión basada seguramente en una experiencia tan respetable como la de don Laureano, lo llevó a deducir que aquella tierra padecería de algún problema de pH o de carencia de cierto oligomineral.

Consultó por otro cultivo:

-¿Maíz, dijo, patroncito? No, mire. No creo que este campito le pueda dar maíz. Por lo que yo sé este campito lo que le puede dar es algo de pasto, un poco de leña, sombra pa’ las vacas, y con suerte alguna frutita de monte. Pero maíz, tampoco creo que le dé.

Ya algo amoscado, el joven insistió:

-¿Y soja, don Laureano? ¿Me podrá dar soja el campito?

– Mire, no le quiero macaniar, patroncito. Yo nunca vi soja allí, no creo que este campito le pueda dar soja. Ya le digo: lo que le puede dar es algo de pasto, un poco de leña, sombra pa’ las vacas y con suerte alguna frutita del monte.

Esta vez el ingeniero, despechado, llegó a una  conclusión: ese paisano no podía aportarle nada interesante, sumido en la desidia e ignorancia de quien no tenía estudios. Pero como era respetuoso y no quería irse de una manera que lo ofendiera, le dijo a modo de despedida:

-Bueno, don Laureano, yo le agradezco todo lo que usted me ha dicho. Pero ¿sabe una cosa? Lo mismo me gustaría hacer una prueba. Voy a sembrar algodón en el campito y vamos a ver lo que resulta. Lo voy a sembrar lo mismo a pesar de lo que usted me ha dicho.

Entonces don Laureano se revolvió en su silla de paja y dejando a un lado el mate, comentó:

-Bueno, bueno, patroncito. Si usted siembra… si usted siembra es otra cosa”.

Si se siembra, claro, es otra cosa. De eso se trata, de sembrar valores. Comenzando por nuestro propio campito interior.

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