FRANCISCO RAMÍREZ

La trayectoria político –militar de Francisco Ramírez duró apenas tres años, pero intensos y decisivos en tiempos en que nuestra patria buscaba su forma de organizarse y las diferencias se dirimían armas en mano. Hijo de un comerciante paraguayo y de una dama de apellido Jordán, fue tío de otro caudillo importante, Ricardo López Jordán, primero subalterno y luego verdugo de Justo J. de Urquiza. Transcurrió su infancia en Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, y recibió una educación parcial como era costumbre en la época y en la región.

Entre Ríos, tal como su nombre lo indica, es una región limitada y surcada por ríos, Paraná, Uruguay, Guayquiraró, Mocoretá. Llanura pantanosa y con deltas, su suelo es rico y apto para la ganadería y la agricultura. En tiempos de nuestra independencia predominaba el cultivo del lino y el algodón. Cuando llegan los españoles al Río de la Plata el territorio entrerriano estaba habitado por indígenas, charrúas  y guaraníes especialmente. En 1750 el gobernador de Buenos Aires, José de  Andonaegui llevó adelante una expedición contra los guaraníes  para cumplimentar con el tratado entre España y Portugal que determinó el traspaso de los habitantes originarios a los odiados tratantes de esclavos brasileros. La sujeción de los indígenas permitió la instalación de colonias, la más antigua de las cuales era La Bajada, hoy Paraná. El virrey Juan José de Vértiz fundó dos ciudades: Gualeguay Grande y Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay) cuyo cabildo fue el primero en adherir a la revolución de Mayo, fundadas para favorecer la concentración de pobladores. La rivalidad secular de Entre Ríos con Buenos Aires se debió a las trabas que ésta le impuso para impedir que compitiera con el comercio de su puerto. 

Ramírez, a quien se le dio el apodo de “Pancho” se alistó en la insurgencia contra España a las órdenes del caudillo  oriental Artigas, quien lo envió a su provincia natal como delegado. Estallada la guerra civil combatió y triunfó a las órdenes de su comprovinciano Eusebio Hereñú cuando el Directorio porteño atacó  Entre Ríos enviando un ejército a las órdenes del Barón de Holmberg, el artillero austríaco que había llegado al Río de la Plata a bordo de la “George Canning” junto a San Martín y Alvear y ahora andaba mezclado en las contiendas fratricidas. Cuando Hereñú traicionó a Artigas pasándose al servicio  de Buenos Aires, Pancho Ramírez lo enfrentó con éxito haciendo gala de un arrojo y una astucia que cobraría fama en todo el territorio de las Provincias Unidas. 

Desde entonces sostuvo en soledad una guerra contra la prepotencia porteña, cubriendo el flanco del caudillo oriental que debía vérselas con la invasión portuguesa apañada por Buenos Aires. Entre sus triunfos resonantes, que le ganaron el apodo de “Supremo Entrerriano”, se contó el obtenido frente a una flotilla porteña al mando del coronel Luciano Montes de Oca. Dejó que se confiaran y una vez desembarcados cayó sobre ellos y los destrozó. En marzo de 1818 vuelve a vencer a las fuerzas porteñas, esta vez dirigidas por el experimentado general Juan Ramón Balcarce que había desembarcado en La Bajada del Paraná. También debería combatir contra los portugueses  que desde la Banda Oriental avanzaban en incursiones aisladas sobre la margen derecha del río Uruguay.      

Ramírez era ya el amo de Entre Ríos y cumpliendo instrucciones de Artigas invade Corrientes para aplastar a los directoriales, es decir partidarios del Directorio Supremo con sede en Buenos Aires,  que habían derrocado al gobernador adicto a los Pueblos Libres, como se llamaban las provincias que se cobijaban bajo el oriental, Misiones, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, parte de Córdoba  y la Banda Oriental. Pero el acoso de Buenos Aires es incesante y deberá enviar a su hermanastro López Jordán en auxilio del santafesino Estanislao López, también artiguista, quien enfrentaba otra invasión porteña al mando de Marcos Balcarce. 

Tanta prepotencia llegaría a ser intolerable, sumada a la sanción de la Constitución de 1819 centralista y monarquista que indignó a los provinciales y entonces  Santa Fe y Entre Ríos unieron sus fuerzas para atacar a Buenos Aires con el aval de Artigas. José Miguel Carreras, chileno, y el general Carlos de Alvear se unieron a la marcha. En octubre de 1819 Ramírez y López, en Coronda, lanzan una proclama declarando la guerra al Directorio e invitando a incorporarse a la insurrección, restablecer la igualdad civil entre los pueblos aplastando la soberbia porteña, expulsar a los portugueses de la Banda Oriental y terminar con los intentos monarquistas que alentaban en Buenos Aires. 

El más avanzado de éstos últimos, el que colmó el  vaso del espíritu nacional que anidaba en el gauchaje federal, fue el iniciado por el Director Supremo  Pueyrredón con la corona francesa. “V.E., que sabe calcular las probabilidades, no trepidará en mover el real ánimo de S.M. Cristianísima (el Rey de Francia) para aprovechar las disposiciones favorables que han conservado siempre estos habitantes por los nacionales  franceses, y que pudiera ser en lo sucesivo el fundamento de relaciones sumamente provechosas a ambas naciones”. Así escribía el Director Supremo de las Provincias Unidas, el 16 de junio de 1818, al hombre fuerte de la Corona francesa,  Richelieu, pariente del célebre cardenal.

En respuesta, a mediados de agosto llegó a Buenos Aires  el coronel francés Le Moyne, caballero de San Luis y de la Legión de Honor, para seguir por encargo de Richelieu las tratativas iniciadas por Henri Grandsire, nombre seguramente ficticio de un eficaz agente secreto galo. El 2 de setiembre Le Moyne daba a Richelieu seguridades sobre Pueyrredón: “A pesar de que ha recibido otras proposiciones, tengo la garantía del señor Pueyrredón de que se entregará a Francia. Pueyrredón, francés, está animado de los mejores sentimientos  hacia su país”. 

El Director Supremo reorganizaba la logia Lautaro buscando eliminar, o al menos disminuir, el alvearismo anglófilo. Además Buenos Aires apelaba a cualquier recurso, por poco patriótico que fuese, con tal de contrarrestar algún intento español de recuperar su rica colonia insurrecta, y también hacerse de un aliado poderoso para  fortalecer y conservar su poderío político y económico amenazado por las provincias que se habían confederado bajo el carisma de Artigas, el Protector de los Pueblo Libres. 

“Desean que las consecuencias no tarden – continuaba Le Moyne en su comunicación a Paris-.Desean al duque de Orleáns y todas las tropas serán puestas a nuestra disposición”. Más adelante: “Pueyrredón y sus colegas que trabajan en estos momentos en la Constitución la hacen tan monárquica como lo permiten las circunstancias”. Efectivamente la constitución unitaria de 1819, que tantas reacciones provocó en las provincias, fue elaborada de manera de poder sin esfuerzo transformarse en la carta de una monarquía constitucional. 

Francia había propuesto la coronación de Luis Felipe de Orleans. La respuesta no se hace esperar: “Puede V.S. estar seguro y contar con que el proyecto relativo a los intereses de este país que ha propuesto V.S. tendrá los resultados favorables que debemos prometernos”. En secreto se elige al comisionado argentino que debía concluir con el gabinete francés los detalles de la coronación del duque de Orleáns: el canónigo masón Valentín Gómez . 

Las tratativas secretas parecen ir sobre ruedas. En carta a Richelieu del 27 de abril de 1819 el enviado francés le comunica lo que Pueyrredón había dicho en su presencia: “Soy de la patria de Enrique IV, recibí mi educación en Francia, conozco el carácter nacional y sé que es el único que puede convenir a Sudamérica”. Le cuenta que las principales familias de Buenos Aires, anoticiadas de lo que se planeaba,  se disputaban ya los maestros de francés para recibir mejor al futuro soberano del Río de la Plata. Pueyrredón había tomado uno para su mujer y otro para una de sus hermanas. Los diputados del Congreso recibirían la noticia de la coronación de Luis Felipe I, duque de Orleáns, “con un entusiasmo difícil de describir”. El optimismo de Le Moyne se justificaba ya que el Director Supremo había llegado a confiarle: “Si Francia nos concede el príncipe que deseamos, le entregaremos no sólo la soberanía de estas Provincias del Sud de América, sino que haremos todos los sacrificios posibles para asegurarle su pacífica posesión” (en la misma carta del 27-4-1819). 

Pero al llegar a París el enviado Valentín Gómez se entera de que había cambiado el gabinete francés y Richelieu fue sustituido en la jefatura del gobierno por el duque de Decazes. Luis Felipe, que llegaría a ser Rey de Francia, estaba descartado como soberano del Plata. En su lugar se enviaría a Carlos Luis de Borbón, joven príncipe de Lucca, con dominio sobre el ducado de Parma. 

Tal candidatura no agradó a Gómez. Su misión era poner las Provincias Unidas bajo la protección de una gran potencia como Francia y no de un pequeño ducado italiano. Pero el marqués de Dessolle, canciller, en una entrevista que tuvo lugar el 1° de junio, le aseguró que el príncipe, sobrino lejano del rey Luis XVIII y pariente más cercano de Fernando VII de España, sería bien recibido por Inglaterra y Rusia, y sobre todo que un ejército francés lo acompañaría hasta Buenos Aires para “hacer respetable el trono”ante una posible reacción de los caudillos federales. 

El 18 de junio Gómez se dirige al congreso y a Rondeau, flamante Director Supremo en reemplazo de Pueyrredón, instando a que, si bien no era exactamente lo esperado, “no podía dejarse pasar ocasión tan favorable y ventajosa” . El mismo Congreso que el 9 de julio de 1816 había declarado en Tucumán nuestra independencia del imperio hispánico, ahora en Buenos Aires, poco más de dos años después, el 12 de noviembre de 1818, votaba secretamente las cláusulas del acuerdo con Francia por el cual nuestro país pasaría a depender del pequeño ducado de Parma. 

“Que S.M. cristianísima* tome a su cargo allanar el consentimiento de las altas cinco potencias de la Europa, y aún de la misma España”. Fue aprobado con la adición de que “se exigiera especialmente el de Inglaterra”. 

“Que conseguido este allanamiento sea también del cargo del Rey Cristianísimo facilitar el enlace del duque de Lucca con una princesa del Brasil, debiendo este enlace tener por resultado la renuncia por parte de S.M. Fidelísima (el Emperador de Portugal con sede en Brasil)  de todas sus pretensiones a los territorios que poseía la España conforme a la última demarcación, y a las indemnizaciones que pudiera tal vez solicitar en razón de los gastos invertidos en su actual empresa contra los habitantes de la Banda Oriental.” 

“Que la Francia se obligue a prestar al duque de Lucca una asistencia entera de cuanto necesite para afianzar la monarquía en estas Provincias y hacerla respetable, debiendo comprenderse en ella cuando menos todo el territorio de la antigua demarcación del Virreinato del Río de la Plata, y quedar por lo mismo dentro de sus límites las provincias de Montevideo con toda la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y el Paraguay”. 

“Que estas Provincias reconocerán por su monarca al duque de Lucca bajo la constitución política que tienen jurada, a  excepción de aquellos artículos que no sean adaptables a una forma de gobierno monárquico hereditaria, los cuales se reformarán del modo constitucional que ella provee”. 

“Que estando convenidas las principales potencias de la Europa en la coronación del duque de Lucca, deberá realizarse el proyecto aun cuando la España insista en un empeño de reconquistar estas provincias”. 

“Que en dicho caso hará la Francia que se anticipe la venida del duque de Lucca con toda la fuerza que demanda la empresa, o pondrá a este gobierno en estado de hacer frente a los esfuerzos de la España auxiliándolo con las tropas, armas, buques de guerra, y un préstamo de tres a cuatro millones de pesos pagaderos luego que se haya concluido la guerra y tranquilizado el país”. Se modificó “tres o cuatro” por “tres o más”. 

“Que de ningún modo tendrá efecto este proyecto siempre que se tema con fundamento que mirando la Inglaterra con inquietud la elevación del duque de Lucca pueda empeñarse en resistirle y frustrarlo por la fuerza”. 

“Que a este fin se procurará a nuestro Enviado el tiempo que considere necesario, para que pueda volver de aquí despachado este asunto de tan alta importancia, conduciéndolo con toda la circunspección, reserva y precaución que impone su naturaleza delicada, así por que no aborte el proyecto como para impedir las funestas consecuencias que ocasionarán, si llega a transpirarse prematuramente, las glosas malignas que sabrán darle los enemigos de la felicidad de nuestra Patria”(J.M. Rosa). 

La mayoría de las cláusulas fueron aprobadas por unanimidad. Pero afortunadamente las tratativas “se transpiraron prematuramente” y el pueblo de las Provincias Unidas, enterado, rugió de indignación. Fue ese uno de los motivos del avance de los caudillos litoraleños sobre Buenos Aires, intérpretes del hartazgo de las provincias por las maquinaciones de la burguesía comercial a orillas del  Plata.

Amenazado, el nuevo Director Supremo, José Rondeau, llamó en su auxilio a los ejércitos del Norte y de los Andes ordenándoles regresar a Buenos Aires. El primero, a las órdenes del general de la Cruz, en quien Belgrano ha delegado el mando por estar ya limitado por su enfermedad, obedece pero sufre una sublevación en Arequito liderada por los oficiales Bustos, Paz y Heredia, futuros caudillos. De ello nos ocupamos con mayor detalle en otro capítulo. 

Bartolomé Mitre hace un comentario muy interesante respecto del “Acta”: se trató de un acto revolucionario que sancionaba por el voto de un consenso militar una desobediencia declarada, ligando un ejército con la persona y con los designios de su general, levantados sobre el escudo de sus soldados como un imperator romano. El ejército se hacía solidario de su desobediencia y de su gloria, por una adhesión entusiasta y llena de confianza hacia él, y el general a su vez reconoció en principio que su autoridad emanaba del voto de sus soldados. 

El Libertador, el resto de sus días, pagaría muy caro ésta y otras desobediencias. Que eran encubiertas desobediencias a la sociedad secreta a la que había jurado acatamiento eterno. Fue ése uno de los motivos del desamparo que sufriera como Protector del Perú y que lo habría llevado a abdicar ante Bolívar en Guayaquil , y meses más tarde a tomar el camino del exilio del que nunca regresó. 

López y Ramírez unieron sus fuerzas y avanzaron sobre Buenos Aires. Representaban  la indignación provincial ante el despotismo de la burguesía comercial porteña que había remplazado como nueva metrópoli al poder virreinal  haciendo del interior del país su propia colonia. Arbitrariedad que era más evidente para las provincias mesopotámicas que contaban también con feraces pampas agrícola-ganaderas y ríos navegables que les hubieran  permitido el fácil acceso al mar para comerciar con el resto del mundo de no haber sido por el cepo legal y militar de Buenos Aires.

Eran las provincias y su furia, hartas también de soportar las expediciones militares porteñas que les imponían autoridades sumisas a los intereses del puerto, también de las disposiciones aduaneras que llevaban a la ruina las artesanías e industrias provinciales.

Las fuerzas se toparon en Cepeda con resultado favorable a los provinciales. Se destacó especialmente la caballería entrerriana que ya gozaba de fama de invencible y que años más tarde heredaría y perfeccionaría Urquiza. “El 4 de febrero de 1820 entró en esta capital el señor director don José Rondeau, quien sin haber sido visto se dirigió a su casa en donde se halla; cuyo señor no da razón cómo ha sido la dispersión de nuestra caballería, ni aun la causa de su fuga tan precipitada, que no paró     hasta llegar a su casa, y meterse en la cama; tal fue el susto pánico que recibió, mayormente, cuando fue perseguido por los santafecinos sobre seis leguas, que a uñas de su buen caballo, no le dio alcance la partida enemiga; esto cuentan, la verdad no sé, pero la fuga sin orden es cierta” (Juan Manuel Beruti, “ Memorias curiosas”). 

Los vencedores, Estanislao López y Francisco Ramírez, exigieron la desaparición del poder central de Buenos Aires, la disolución del congreso heredero del de Tucumán pero que al trasladarse a Buenos Aires era dócil a sus intereses, y la plena autonomía de las provincias. Bustos acababa de asegurársela a Córdoba, Ibarra lo imitó en Santiago del Estero, Aráoz en Tucumán, y entre tanto se desintegró la intendencia de Cuyo dando origen a tres provincias Mendoza, San Juan y San Luis.

Luego de la victoria, el mismo día, el Supremo Entrerriano envía el parte de la victoria al gobierno de su provincia:

“Gloria a la patria y honor a los libres (artiguistas). Triunfaron los libres en la inmediación de Pergamino contra el Tirano Porteño el día 1° de Febrero. El 31 de Enero marché sobre el enemigo que se halla en dicho punto. A las  doce del día fue descubierta su fuerza que sería como de 1.000 hombres. En el momento se emprendieron fuertes guerrillas en que se les mataron algunos, sin desgracia para nuestra parte. A las doce de la noche mudé de posición en circunstancias que encontré al enemigo en marcha. En el momento hice cargar una columna sobre ellos, y le quité la caballada y ganado y se replegaron al lugar; hoy al ser de día dispuse atacarlos haciendo cargar una división por retaguardia y dos por los flancos, en menos de un minuto fue dispersada toda su caballería, quedando en el campo más de 300 cadáveres entre ellos más de veinte oficiales entre ellos Don Diego Beláustegui. Hasta ese momento no aparece el comandante Piris que va persiguiéndolos. El resto de enemigos se halla atrincherado en sus carretas pero todos a pie; pienso que no tienen otro remedio sino rendirse a discreción, de lo contrario voy a pasar a degüello a todos. De nuestra parte no ha habido más desgracias que el Comandante Don José María Rema, herido, y el Comandante Don Manuel Carrosa herido, e igualmente el Alférez Don Cirilo Grance.

El director me aseguran ha quedado en las trincheras, no escapará. Es cuanto tengo que comunicar a V. E.  

Salud, Gloria y Libertad”.

Luego de su firma, en una postdata, agregaba que había muerto Juan Ramon Balcarce, lo que no era cierto.

Al día siguiente de la batalla escribió al comandante Aniceto Gómez una interesante carta que revela su pensamiento antimonarquista y federalista, que desmiente lo pregonado por historiadores que acusan a los caudillos de obrar por mecanismos instintivos y no racionales: 

“Son infructuosos todos los esfuerzos que haga la Administración de Buenos Aires para que la revolución refluya a favor de los enemigos de la libertad de los Pueblos; la Providencia dirige nuestros pasos y vela por nuestra conservación.

El año 20, decían los aristócratas, era el que debía marcar el fin de la revolución, estableciendo el poder absoluto para consumar nuestro exterminio repartiéndose entre sí los empleos y riqueza del país a la sombra de un niño coronado que ni por sí ni por la impotente familia a la que pertenece podía oponerse a la regencia intrigante establecida y sostenida por ellos mismos. Llenos de orgullo y de confianza en sus combinaciones, acercaba 8.000 hombres de las mejores tropas de la Nación para imponer obediencia y terror a los Libres, cuando acontecimientos extraordinarios han vuelto en nuestro favor casi todas aquellas bayonetas, que protegidas por la general decisión de los pueblos presentan una barrera impenetrable a la tiranía y la ambición.

El Jefe Oriental castiga por aquella parte a los portugueses (Ramírez no estaba aún enterado del desastre artiguista en Tacuarembó) mientras que por ésta se dan repetidos golpes a los tiranuelos de su Patria; el día de ayer no se borrará de la memoria de los tiranos que pretenden oprimirnos. Ellos han sido escarmentados y difícilmente volverán a aparecer delante de nuestros heroicos soldados; un puñado de ellos basta para castigar al Supremo Director de la Nación, que había reunido cuantos recursos ofrece la rica Provincia que aún manda. A la primera carga huyó despavorido, confiando su salvación a la ligereza de sus caballos. 

Después de este suceso y en circunstancias de estar todas las provincias en Libertad decididas para sostener sus derechos sacrosantos, no queda otro recurso al pueblo de Buenos Aires que el de hacer la reforma que no ha podido ejecutar antes por temor al castigo. Entonces desaparecerán las vanas esperanzas de los desnaturalizados de la ciudad y campaña de Montevideo, que estoy seguro encontrarán en el coronel Rivera un constante perseguidor de sus crímenes.

Activamos nuestras disposiciones para aumentar las fuerzas de nuestro mando a fin de no retardar el día grande de nuestra paz interior. Casi me atrevo a pronosticar a V. que hemos de celebrarlo muy en breve tiempo. Hoy oficio desde este campo de batalla al Cabildo de Buenos Aires y espero con fundamento felices resultados.

Dios guarde a V. muchos años.

Campamento General en la Cañada de Cepeda, febrero 2 de 1820”.

Días más tarde ambos caudillos emitirían otro comunicado para desalentar propósitos de reagrupar fuerzas para enfrentarlos, en el que se repite el concepto de que la acción no ha sido contra el ejército ni contra el pueblo porteños sino contra los gobernantes directoriales, a los que califica de “tiranos” : 

“Marchamos sobre la capital, no para talar vuestra campaña, multar vuestras personas ni para mezclarnos en vuestras deliberaciones; sí, para castigar a los tiranos cuando fuesen tan necios que os hagan pretender el mando con que casi os han vuelto a la esclavitud. Apenas nos anunciéis que os gobernáis libremente, nos retiraremos a nuestras provincias a celebrar los triunfos de la nación y a tocar todos los resortes de nuestro poder para que no se dilate el día grande en que reunidos los pueblos bajo la dirección de un gobierno paternal establecido por la voluntad general, podamos asegurar que hemos concluido la difícil obra de nuestra regeneración política. Habitantes de la campaña: no abandonéis vuestros hogares ni los restos de vuestras fortunas por huir de nosotros; volved tranquilos a vuestras casas, seguros de que seréis protegidos por las armas de los libres y de ningún modo obligados a aumentar nuestras líneas victoriosas. Soldados y oficiales de milicias: no corráis creyéndoos comprometidos por haber ejecutado las órdenes de vuestros jefes; vosotros no podíais resistir las bayonetas que os rodeaban ni debíais desobedecer mientras ignorabais los delitos de vuestro gobierno. Venid a nosotros y conoceréis que estamos penetrados de vuestra inocencia. Jefes y oficiales de la fuerza veterana: vuestras desgracias arrancan nuestras lágrimas; nuestra conducta en los campos de Cepeda os prueba esta verdad; ya que sabéis con evidencia el voto de los pueblos, no querráis oponeros a sus justos decretos, sosteniendo los caprichos y fomentando la ambición de los malos americanos. Temed nuestra justicia si queréis insistir en vuestros locos proyectos; o imitando el ejemplo de nuestros virtuosos compañeros de Córdoba, Tucumán, San Juan, etc., seguid los consejos de vuestros camaradas para que podáis merecer el dulce título de Soldados de la Patria. Habitantes de toda clase, no desaprovechéis los momentos felices que os prestamos, teñidos con la sangre de nuestros hermanos para que no se repitan estos actos de horror. Reuníos de buena fe y haced cuanto conduzca a la felicidad nacional .Cuartel Federal, febrero 8 de 1820”. Firmaban Ramírez y López

A la derrotada Buenos Aires no le quedó otra alternativa que también constituirse como provincia independiente, y su primer gobernador fue el sagaz Sarratea, el que había conspirado en el Ayuí contra Artigas, el que había intentado sobornar a Otorgués para que lo asesinara, el que consideraba a los caudillos federales una plaga satánica que debía ser extirpada de la faz de la tierra. Para negociar con los vencedores contaba con tres cartas de triunfo: su astucia,  el empaque y la verba europeizada de un “decente” porteño que cohibía a los provincianos y, sobre todo, una bolsa llena de oro. 

El 23 de febrero de 1820 se firmó el tratado del Pilar, en el que se garantizaba la libre navegación de los ríos interiores con lo que se terminaba con la exclusividad comercial del puerto de Buenos Aires impuesto por la fuerza de su flota que así condenaba a la inactividad a los puertos litorales; se admitía la necesidad de organizar un nuevo gobierno central, de características federales, caducando el centralista, unitario, que hasta entonces regía en las Provincias Unidas; también, en su artículo 10º, se comprometían los caudillos a consultar con Artigas los términos del Tratado, “aunque las partes contratantes están convencidas de que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del señor capitán general de la Banda Oriental, don José Artigas, según lo ha expuesto el señor gobernador de Entre Ríos, que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Señor Excelentísimo.”

Este es el texto completo del Tratado:

“Convención hecha y concluida entre los Gobernadores don Manuel Sarratea de la provincia de Buenos Aires, de la de Santa Fe don Estanislao López y de Entre Ríos don Francisco Ramírez (es ésta la primera vez en que Ramírez es designado como “Gobernador de Entre Ríos, lo que le debe de haber sonado muy halagueño. Hasta ese momento era sólo delegado de Artigas), el día 23 de febrero del año del Señor 1820, con el fin de poner término a la guerra suscitada entre dichas provincias, de proveer la seguridad ulterior de ellas y de concentrar sus fuerzas y recursos en un gobierno federal, a cuyo efecto han convenido los artículos siguientes:

Artículo 1º – Protestan las altas partes contratantes, que el voto de la nación y muy en particular en las provincias de su mando, respecto al sistema de gobierno que debía regirlas, se ha pronunciado a favor de la federación, que de hecho admiten; pero que debiendo declararse por diputados nombrados por la libre elección de los pueblos, se someten a sus deliberaciones. A este fin, elegido que sea por cada provincia popularmente su representantes, deberán los tres reunirse en el Convento de San Lorenzo, de la provincia de Santa Fe, a los sesenta días contados desde la ratificación de esta convención. Y como están persuadidos de que todas las provincias de la Nación aspiran a la organización de un gobierno central, se comprometen cada una de por sí de dichas partes contratantes a invitarlas y suplicarlas que concurran con sus respectivos diputados para que acuerden cuanto pudiere convenirles y convenga al bien general.

Art. 2º – Allanados como han sido todos los obstáculos que entorpecían la amistad y la buena armonía entre las Provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe en  una guerra cruel y sangrienta, por la ambición y criminalidad de unos hombres que habían usurpado el mando de la nación o burlado las instrucciones de los pueblos que representaban en el Congreso, cesarán las hostilidades desde hoy, retirándose las divisiones beligerantes de Santa Fe y Entre Ríos a sus respectivas provincias.

Art. 3º – Los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos, por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la Nación, el estado difícil y peligroso a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos por la invasión con que los amenaza una potencia extranjera, que con respetable fuerza oprime la Provincia aliada de la Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la independencia y felicidad nacional, el calcular los sacrificios que costará a los de aquellas Provincias, si fueran atacadas, el resistir un ejército importante careciendo de recursos; y aguardan de su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a la orden de la empresa, ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible.

Art. 4º – En los ríos Paraná y Uruguay navegarán únicamente los buques de las Provincias amigas, cuyas costas sean bañadas por dichos ríos. El comercio continuará en los mismos términos que hasta aquí, reservándose a la decisión de los diputados en Congreso cualesquiera reforma que sobre el particular solicitasen las partes contratantes.

Art. 5º – Podrán volver a sus respectivas provincias aquellos individuos que por diferencia de opiniones políticas hayan pasado a las de Buenos Aires o de ésta a aquellas, aun cuando hayan tomado armas y peleado en contra de sus compatriotas, serán repuestos al goce de sus propiedades en el estado en que se encuentren y se echará un velo a todo lo pasado.

Art. 6º – El deslinde del territorio entre las provincias se remitirá en caso de dudas a la resolución del Congreso General de Diputados.

Art. 7º – La deposición de la antecedente administración ha sido obra de la voluntad general por la repetición de crímenes con que se comprometía la libertad de la Nación, con otros excesos de una magnitud enorme; ella debe responder en juicio público ante el tribunal que al efecto se nombre; esta medida es muy particularmente del interés de los jefes del ejército federal, que quieren justificarse de los motivos poderosos que les impelieron a declarar la guerra contra Buenos Aires, en noviembre del año próximo pasado, y a conseguir con la libertad de la provincia de Buenos Aires la garantía más segura de las demás unidas esta cláusula significaba la justificación del ataque de lo caudillos).

Art. 8º – Será libre el comercio de armas y municiones de guerra de todas clases en las Provincias Federales.

Art. 9º – Los prisioneros de guerra de una y otra parte serán puestos en libertad después de ratificar esta convención, para que se restituyan a sus respectivos ejércitos o provincias.

Art. 10º – Aunque las partes contratantes estén convencidas que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del excelentísimo señor Capitán General de la Banda Oriental, don José Artigas, según lo ha expuesto el señor Gobernador de Entre Ríos, que dice estar autorizado por dicho señor excelentísimo para este caso, no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta acta para que, siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que pueda convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federales se miraría como un dichoso acontecimiento.

Art. 11º – A las 48 horas de ratificados estos tratados por la junta de electores, dará principio a su retirada el ejército federal hasta pasar el Arroyo del Medio; pero atendiendo al estado de devastación a que ha quedado reducida la provincia de Buenos Aires por el continuo paso de diferentes tropas, verificará dicha retirada por divisiones de doscientos hombres, para que así sean mejor atendidos de víveres y cabalgaduras y para que los vecinos experimenten menos gravámenes. Queriendo que los señores Generales no encuentren inconvenientes ni escaseces en su tránsito para sí o para sus tropas, el Gobernador de Buenos Aires nombrará un individuo que con ese objeto les acompañe hasta la línea divisoria.

Art. 12º – En el término de dos días o antes, si fuera posible, será ratificada esta convención por la muy Honorable Junta de representantes”.

El documento estaba fechado en la Capilla del Pilar, a 23 de Febrero de 1820 y firmaron Manuel de Sarratea, Francisco Ramírez, Estanislao López. 

Al día siguiente la Junta de Representantes Electorales de Buenos Aires  “aprueba y ratifica el precedente tratado”. Firmaban Tomás Manuel de Anchorena, Antonio José de Escalada, Manuel Luis de Oliden, Juan José C. de Anchorena, Vicente López, Victorio García Zúñiga, Sebastián de Léxica”.

Una de las estipulaciones secretas del tratado del Pilar permite la entrada triunfal de los federales en Buenos Aires. Lo narra, con indisimulable repugnancia, Vicente Fidel López: “Sarratea (quien había suplido al renunciado Rondeau ya no como Director Supremo sino como simple gobernador), cortesano y lisonjero, no tuvo bastante energía o previsión para estorbar que los jefes montoneros viniesen a ofender, más de lo que ya estaba, el orgullo local de la ciudad. El día 25 regresó a ella acompañado de Ramírez y de López, cuyas numerosas escoltas compuestas de indios sucios y mal trajeados a término de dar asco, ataron sus caballos en los postes y cadenas de la pirámide de Mayo, mientras los jefes se solazaban en el salón del ayuntamiento”.

Nada de lo que preveían los aterrados “decentes” de la ciudad sucedió. Ni saqueos, ni violaciones, ni desmanes. Los supuestos “bárbaros” se comportaron con una corrección que no tuvieron las fuerzas porteñas cuando  arrasaron a sangre y fuego con el gauchaje federal después del asesinato de Dorrego. 

Un Juan B. Alberdi en el ocaso, arrepentido de sus ideas oligárquicas y extranjerizantes de antaño, se enojará con quienes descalificaban la vocación democrática de los “bárbaros”, es decir de los federales: “Distinguir la democracia en democracia bárbara y en democracia inteligente es dividir la democracia; dividirla en clases es destruirla, es matar su esencia que consiste en lo contrario a toda distinción de clases. Democracia bárbara quiere decir soberanía bárbara, autoridad bárbara, pueblo bárbaro. Que den ese título a la mayoría de un pueblo los que se dicen “amigos del pueblo”, “republicanos” o “demócratas”, es propio de gentes sin cabeza, de monarquistas sin saberlo, de verdaderos enemigos de la democracia”. 

Ramírez había llegado a las conversaciones con tajantes instrucciones de su hasta entonces jefe, Artigas: “No admitirá otra paz que la que tenga como base la declaración de guerra al rey D. Juan (Emperador de Portugal con sede en Río de Janeiro, invasor de la Banda Oriental) como V. E. quiere y manifiesta en su último oficio”, le  había escrito en diciembre de 1819. Por su parte Estanislao López también escribirá a Ramírez el 13 de noviembre de ese año al ponerse a sus órdenes conforme a las instrucciones del Protector:  “S. E. el general Artigas, por el clamor de los pueblos, nos manda exigir al Directorio, antes de entrar en avenimiento alguno, la declaratoria de guerra  contra los portugueses que ocupan la Banda Oriental, y el establecimiento de un gobierno elegido por la voluntad de las Provincias que administre con base al sistema de  federación por el que han suspirado todos los pueblos desde el principio de revolución”.

Pero días antes de la firma del Tratado, el 22 de enero a la madrugada, los portugueses habían caído sobre el  raleado  ejército artiguista en Tacuarembó y acuchillado a mansalva a sus hombres sin darles tiempo ni a enfrenar los caballos. Los que sobreviven llegan a Mataojo, donde el caudillo recibe con estoicismo la noticia. Para colmo de males se entera de que sus lugartenientes, los  indomables y hasta entonces leales jefes guerrilleros Rivera y Otorgués, se han pasado a los invasores, finalmente seducidos por sus insistentes promesas.

Sus aliados, López y Ramírez, enterados de la catástrofe sufrida por el Protector de los Pueblos Libres, fueron  enredados por  Sarratea que, sabedor de la pobreza a que el autoritarismo porteño había sumido a las provincias bajo su mando y, como siniestra paradoja sacando  provecho de ello, les ofreció el oro y el moro para que consolidasen su poder en sus territorios, aval que Artigas nunca podría ofrecerles desde la debilidad de su posición. Con promesas de respeto y no agresión recíprocas se firmó el tratado apenas un día después de iniciadas las deliberaciones, dejando de lado la cláusula que más importaba a don Gervasio y a tono con los deseos de Buenos Aires.  

Al enterarse de lo firmado en Pilar por sus delegados, que no habían respetado la prioridad de la guerra contra Portugal, la indignación de Artigas sería grande y escribiría a Ramírez: “El objeto y los finales de la Convención del Pilar celebrada por V.S. sin mi autorización ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los Pueblos Libres para destruir su obra y atacar al Jefe Supremo que ellos han se han dado para que los protegiese. (…) Y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal, y entregase fuerzas suficientes y recursos bastantes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres (es decir él mismo) pudiese llevar a cabo esta guerra y arrojar del país al enemigo aborrecible que trata de conquistarlo. Esta es la peor y más horrorosa de las traiciones de V.S.” 

El “Supremo Entrerriano” no demora su desaprensiva réplica: “La Provincia de Entrerríos no necesita su defensa ni corre riesgo de ser invadida por los portugueses, desde que ellos tienen el mayor interés en dejarla intacta para acabar la ocupación de la Provincia Oriental a la que debió V.S. dirigir sus esfuerzos (…) ¿Por qué extraña que no se declarase la guerra a Portugal? ¿Qué interés hay en hacer esta guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente? ¿Cuáles son los fondos de los Pueblos, cuáles sus recursos?”.

El entrerriano no desconocía que, aún derrotado y sus fuerzas diezmadas, el oriental podía ser un enemigo de riesgo. Mientras dudaba entre  ser leal o traicionar a Artigas le había escrito a su aliado, el chileno Miguel Carrera, quien apostaba a Buenos Aires: “En estos momentos sin tener recursos ningunos, cómo quiere V. que yo me oponga al parecer de Artigas cuando estoy solo y que él ya debe haber ganado la provincia de Corrientes. Como estoy cierto que la lleva adonde él quiere. Nada digo de Misiones porque son con él”.   

Es posible que no sólo lo crematístico haya jugado en las tratativas. Artigas hacía de la guerra contra los portugueses una cuestión fundamental de exaltado patriotismo; Ramírez en cambio quizás  pensaba que ese problema exigía condiciones previas para su solución, que la lucha contra el imperio suponía la constitución de una nueva autoridad nacional, asistida por la confianza de los pueblos y apta para enfrentar el poder de los invasores y esto requería tiempo y poder. También diplomacia para ganarse a los jefes unitarios, como el brigadier Soler, ahora al frente del ejército porteño, a quien escribe: 

“Amigo muy querido:

“Con la paz más honrosa para el heroico pueblo en que vio V. la luz, doy a V. un abrazo de amistad, tan verdadera que jamás se borrará de mi corazón. Suena el cañón; los nuevos amigos parecen locos de placer; yo, fuera de mí. Creo que llega el día dichoso de nuestra patria y me lleno de un honesto orgullo cuando considero la pequeña parte que he tenido en la consecución de tanto bien. Permitan los cielos que la libertad civil de nuestras provincias sea acompañada de completa felicidad”.

 

No se le ocultaba a los firmantes del Tratado que Artigas reaccionaría militarmente contra lo convenido en Pilar, un indudable logro de los porteños que con sus “fondos” y sus “recursos” a los que se refirió el entrerriano en su respuesta al oriental cambiaron la derrota militar por el triunfo diplomático pues lograron introducir la discordia y la división en la imbatible alianza de caudillos populares. Nuevamente habían primado los ingresos de la aduana y del puerto que servirían para equipar a López y especialmente a Ramírez para enfrentar la reacción de quien acababa de cruzar vencido el Uruguay con sólo dieciséis compañeros de infortunio, pero cuyo prestigio entre las masas litorales seguía indisputable. Su grito de guerra contra los traidores vendidos a los porteños sería escuchado por  miles de entrerrianos, correntinos y misioneros que corrieron a formar bajo la vieja y gloriosa bandera que tantas derrotas había infringido  a españoles y portugueses. 

Fue tanta la preocupación de los firmantes del Tratado por la ira del oriental que en un “convenio secreto” o “solemne compromiso” que no se llevó a la ratificación de la Junta porteña dispusieron la entrega de tropas, armas y la escuadrilla fluvial al entrerriano. Vicente López habla de 1.500 fusiles, otros tantos sables, tercerolas, y además municiones, artillería, cuerpos estables y 200.000 duros; entre los destacados oficiales porteños que pasaron a servir a las órdenes de Ramírez estuvo Lucio N. Mansilla, años mas tarde héroe de la Vuelta de Obligado. La cifra de los suministros, o del soborno, según otros autores fue mayor: el 4 de marzo Sarratea habría ordenado la entrega a Ramírez de 25 quintales de pólvora, otros tantos de plomo, 800 fusiles y 800 sables; el 13  el insaciable Ramírez pidió por nota al gobernador porteño en virtud “de lo acordado secretamente por separado” se completase el armamento “teniendo en consideración para este suplemento el interés propio de esta ciudad, como de todas las demás provincias de la Federación en mantener la libertad de Entre Ríos (…) debemos abrir una campaña en el rigor del invierno contra enemigos comunes (Artigas) que a todos nos interesa destruir (…) Yo quedaría satisfecho en que se doblase el número de armas y municiones”.

Ramírez no ignoraba que del monto de la ayuda porteña dependía también la posibilidad de hacerse disculpar por los suyos de la traición al oriental y el abandono de la confrontación con los portugueses. A eso se referiría en la citada carta a Carrera, exhumada por D. Molinari:

“¿Cómo podré persuadir a los paisanos ni convencerlos en ninguna manera?  Cuando los elementos precisos para la empresa fuesen en algún tanto proporcionados al número que yo solicité podría convencerlos; por lo contrario seré (rechazado) con el voto general de aquellos que solo se conforman con la declaratoria de guerra a los portugueses”. 

Ramírez se adelanta con sus montoneras a recuperar su villa natal, Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay), pero Artigas lo derrota en Arroyo Grande primero, luego en las Cuachas el resultado será incierto. El poder porteño jugó un papel decisivo en la derrota final del Protector en Las Tunas el 24 de junio de 1820, a favor de los Dragones,  célebre caballería entrerriana, y de un poder de fuego del que sólo podía disponer Buenos Aires: un piquete de artillería de seis piezas y un batallón de trescientos veinte hombres bien entrenados y armados al mando de Mansilla 

Luego del combate el entrerriano daría a conocer un parte en el que es imposible reconocer la alianza que hasta hacía pocos meses parecía unir a ambos caudillos indisolublemente:

“¡Gloria a la Patria en Federación!

En este día acabo de escarmentar con la intrepidez de los Dragones al tirano Artigas en este campo, a presencia de ese heroico pueblo que no admite el despotismo de ese monstruo.

El Ejército enemigo era compuesto de mil y trescientos mercenarios arrastrados a la fuerza de su ambición y el federal de Entre Ríos, a pesar de su inferioridad, lo dispersó, corriéndolo vergonzosamente a sable en mano sobre ocho leguas, hasta que la noche impidió su persecución. Artigas debe haber conocido que la justicia ha favorecido nuestras armas. Los entrerrianos no toleran por más tiempo ser subyugados por tiranos. Aman en tanto grado su libertad, que prefieren la muerte antes que perderla. Creo ya la provincia libre de opresores. Sin embargo, sigo mi marcha sobre ese camino de los pueblos federados. Ese hombre se ha decidido por asolar y aniquilar las provincias. Los habitantes de ésta corren presurosos a las armas para vengar las atroces iniquidades que cometen con los indefensos vecinos. No se oye más grito que la venganza eterna contra el protector inocuo de los desórdenes, don José de Artigas. Parece que se ha propuesto eternizar la guerra civil, desentendiéndose de la paz y general armonía de las provincias en federación” (A. S. Vázquez)

Después ambos se trenzan como jaguares, y en Sauce de Luna, Yaquerí, Abalos y el combate naval del río de Corrientes, Ramírez arrastra a Artigas hacia el norte para arrojarlo finalmente, con su caballo y un solo ordenanza, en territorio del Paraguay, de donde el antes poderoso Protector de los Pueblos Libres no habría de salir jamás, quizás por las presiones de los gobiernos porteños sobre el dictador paraguayo Gaspar Francia.

Dueño de la situación “El Supremo Entrerriano”, que sólo tiene 34 años,  se propone organizar la región que ha quedado bajo su dominio. El 30 de noviembre de 1820, en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, en la localidad de El Tala, proclama el nacimiento de la República Federal de Entre Ríos que comprendía las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones. Ordenó una bandera propia y un escudo cuyo signo heráldico era una pluma de avestruz, distintivo los montoneros llevaban en su sombrero.

Montó las bases de una administración pública que duraría muchos años y fue prolijo y reglamentarista en el manejo de las cosas oficiales. Tuvo rudimentarias pero clara concepciones económicas, tendientes a defender el patrimonio de sus gobernados. Sancionó sendos reglamentos para el orden militar, político, económico y tributario. Declaró abolidos los derechos a la introducción de efectos del interior del país, se realizó el primer censo del territorio, promovió la cría de ganado y prohibió la matanza de vacunos, estimuló la plantación de árboles, dividió el territorio en secciones a cargo de comandantes elegidos en comicios generales con atribuciones administrativas y militares, creó la        administración judicial y el servicio de correos. 

Siendo uno de los caudillos de menor formación intelectual Ramírez dio gran importancia a la educación durante su breve gobierno, imponiendo la enseñanza obligatoria hasta “saber leer, escribir y contar”. En una comunicación con  su firma dirigida a las autoridades correntinas incitándolas a concluir con el edificio de una escuela que funcionaría en una antigua sede de los jesuitas es evidente su preocupación por lo educativo: 

“Ella es una obra pública que interesa demasiado a la ciudad de Corrientes. Es por lo mismo que me empeño en que se active. V. debe ser interesado. Por lo mismo no debe V. esperar que los recursos se le vengan a la mano; es preciso que los faciliten esos señores de Corrientes, en el convencimiento de la utilidad y del empeño en que todos deben prestarse a realizar este edificio público. El Estado no puede hacer parte; pero el tesoro más pingüe no bastaría, si no hay actividad en la ejecución. Brazos sobran: hay presos, hay holgazanes, que merecen mejor ganar allí la comida que pordiosear en las cocinas” (J. Newton).

En pocos meses, esos territorios selváticos y despoblados parecen adquirir una nueva vida. En noviembre de 1820 convocó a elecciones generales para elegir al Jefe Supremo de la República de Entrerríos, que seguramente no cumplieron con los preceptos de las democracias modernas pero que revelaban un propósito de legitimación popular infrecuente en aquellos tiempos. Así rezaba la circular a las autoridades responsables de la convocatoria: 

“Nada me será más dulce y glorioso que oír el voto libre de esos beneméritos habitantes; mi interés es el suyo y de ninguna otra cosa he sido tan celoso como de sus derechos naturales.

Por estas imperiosas razones tengo a bien ordenar a V. S. que a la mayor brevedad mande a todos los pueblos de la comprensión de su mando, que reuniendo su vecindario libremente y precedido por el Comandante de cada pueblo, alcalde ordinario y oficial de más graduación que allí hubiese, puesta una mesa en la plaza con toda la formalidad debida, se proceda a la elección de Jefe Supremo que debe regir esta República, de cuyo sufragio se formará un acta que debe guardarse archivada en los Registros Públicos, mandando copia a esta Supremacía para los fines que son consiguientes”.

El entrerriano, en una identificación quizás del orden psicológico, tenía las mismas aspiraciones que Artigas: expulsar a los portugueses de la Banda Oriental y reintegrar al Paraguay al territorio nacional. Estaba convencido de que con el aporte de los 30.000 soldados paraguayos sumados a los propios podría vencer a los invasores. 

Concentró sus fuerzas en Corrientes y desde allí le escribiría  a Estanislao López, su aliado en el Tratado de Pilar,  para pedirle ayuda. Lo mismo hizo con Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires, invocando el Tratado para pedirle un refuerzo de 2.000 hombres. Confiaba también en la ayuda del cordobés Bustos, quine no podría negárselo por su condición de  aliado federal. Pero muchas cosas habían sucedido sin que Ramírez se enterase y todos ellos estaban ahora aliados en su contra. El Pacto de Benegas, del que nos ocuparemos en el capítulo dedicado a Estanislao López,  había remplazado al Tratado del Pilar. Buenos Aires y Santa Fe eran ahora aliados y desconfiaban del poderío acumulado por Ramírez. Bustos, por su parte, convencido de la necesidad de organizar constitucionalmente el país, considera que el autonomismo armdo del entrerriano es disolvente, atenta contra la indispensable unidad de las provincias federalistas, y es un obstáculo a eliminar. 

Este al ponerse en marcha lana una proclama:

“El General y Jefe Supremo de la República a las tropas y compatriotas:

Entrerrianos: Un día grande estaba reservado para demarcar nuestras glorias. El presente es consagrado a tan noble empeño. El pabellón de la República se ha enarbolado, anunciando al mundo que ha llegado al Entre Ríos la época de su grandeza.

Soldados: Esa bandera tricolor es el distintivo de vuestra heroicidad; servidle con amor y sostenedla con firmeza; ella descifra el mérito de vuestros sudores, de vuestros afanes, de tanta sangre y hasta de los últimos sacrificios. Jurad perecer antes que verla abatida por ningún tirano. Yo os aseguro por mi honor y os prometo por el nombre sagrado de la Patria, sostenerla con el último suspiro.

Compatriotas: Imitad tan noble entusiasmo para entrar con nosotros al templo del honor, de la gloria, de la inmortalidad. La señal está dada, yo marcharé al frente de vosotros y dirigiré vuestros pasos a un feliz destino. Marchemos al Sud, que es llegado el día glorioso de su felicidad. 

Llenos de coraje intimidaremos a los tiranos y anunciaremos al Sud que es llegado el día glorioso de su felicidad. Por tan digno objeto os exhorta, os anima y os proclama vuestro jefe”(A. S. Vázquez).

A principio de mayo los entrerrianos rompen el bloqueo de la escuadra porteña y el coronel Anacleto Medina roba la caballada de López, dejándolo desmontado. Ramírez cruza el Paraná y avanza hacia Rosario venciendo a la columna porteña del coronel Aráoz de Lamadrid que acudía a reforzar al santafesino. Emprende luego la marcha hacia el norte como había acordado con el coronel Lucio V. Mansilla, porteño, quien servía a sus órdenes de acuerdo a lo estipulado originariamente en el acuerdo firmado en Pilar y cuya participación había sido decisiva en los combates contra Artigas. Mansilla debía desembarcar frente al puerto de Santa Fe y tomar la ciudad, lo que aseguraba la retaguardia del Supremo Entrerriano. Pero el porteño traiciona y si bien desembarcó parte de su tropa ordenó el reembarco horas después y regresó incumpliendo las órdenes de su jefe. Eso fue lapidario para Ramírez porque su flotilla quedó a merced de la escuadra porteña y porque sus comunicaciones con Entre Ríos quedaron cortadas. Mansilla, quien años más tarde sería el héroe de la épica defensa criolla contra los invasores europeas en la Vuelta de Obligado, se justificaría aduciendo en sus memorias que al iniciarse la campaña contra Buenos Aires había advertido al caudillo entrerriano que no deseaba combatir contra los porteños porque él lo era. Su actitud se vuelve aún más sospechosa porque luego de la derrota y muerte de Ramírez fue premiado con la gobernación de Entre Ríos. 

La situación del entrerriano se había tornado muy comprometida . Apenas contaba con 700 hombres y no podía  recibir refuerzos de su provincia. Lamadrid, deseoso de venganza, avanza a su encuentro con un ejército dos veces superior en número, excelente artillería y caballada selecta, además de 38.000 pesos fuertes que el gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, manda a Estanislao López. El jefe porteño, de carácter impulsivo y poco propenso a la reflexión,  ataca sin obedecer las instrucciones de reunirse antes con las tropas santafesinas para hacerlo en mejores condiciones. En Caracarañá, en 24 de vmayo de 1821, vuelve a triunfar Ramírez quedándose con la artillería, caballada y hasta los pesos fuertes destinados a López. Pero no hubo tiempo para festejos porque dos días después debió enfrentar a su antiguo aliado con hombres cansados de la jornada anterior. Después de una feroz batalla de resultado incierto Ramírez prefirió retirarse y salvar los restos de su fuerza, que no pasaban de los 400 soldados. La única posibilidad de salvación radicaba en regresar a su república cruzando el Paraná a la altura de Corrientes, aunque para ello debía atravesar el Chaco.

Inicia entonces su marcha rumbo a Córdoba donde recibe, por fin una buena noticia:  Carrera, con setecientos hombres en armas, desistiendo de cruzar a Chile se había apresurado a buscarlo y encontrarlo para unir sus destinos. Sin embargo esto no será posible pues sus proyectos, pero sobre todo sus caracteres, son incompatibles. El chileno insiste en que podrían fortalecerse del otro lado de la cordillera para más tarde regresar a continuar su guerra contra los directoriales del puerto y sus aliados. El Supremo Entrerriano es de opinión que lo mejor sería buscar refugio y apoyo en su Entre Ríos, que aún se mantiene leal. La separación fue inevitable y cada uno tomó su rumbo. 

Carreras fue apresado en Mendoza y pasado por las armas luego de ser bárbaramente torturado por los defensores de la “civilización” propugnada desde Buenos Aires. El gobernador Tomás Godoy Cruz, estrecho colaborador de San Martín,  ordenó despedazar su cadáver y repartir sus despojos en distintos lugares de la provincia como escarmiento. 

La suerte del entrerriano, rodeado por las fuerzas porteñas de Lamadrid y Martín Rodríguez, las cordobesas de Bustos y las santafesinas de su antiguo aliado López no podía ser otra. El 10 de julio, cerca de Río Seco, una partida cordobesa lo embosca cuando sólo la Delfina, la bella riograndense con la que convivía,  y una docena de hombres lo acompañan. Al volver grupas de su caballo para escapar se apercibe que su amada ha quedado atrás y ha sido apresado por los perseguidores quienes se divierten desnudándola con la punta de sus facones. Ramírez vuelve grupas y se lanza contra ellos dando oportunidad  a que la bella gaúcha fuera rescatada por el leal Anacleto Medina. Un trabucazo certero terminaría con la vida del caudillo que supo tener una muerte romántica que algunos quisieron confundir con leyenda.        

Las versiones de historiadores que nunca simpatizaron con los “anarquistas y bárbaros” como calificaron despectivamente a los caudillos no pudieron dejar de reconocer la veracidad del postrer gesto caballeresco. “El 10 de julio a las 7 de la mañana, fue alcanzado Ramírez en San Francisco, a inmediación del Río Seco y completamente destrozado, se puso en precipitada fuga, acompañado de su querida doña Delfina, y de cinco o seis soldados que no le abandonaron en aquel trance. Una partida santafecina lo seguía de cerca, y consiguió apoderarse de doña Delfina, a la que despojaron de su casaquilla y su sombrero. A los gritos que daba su querida, volvió caras el caudillo al frente de dos de sus soldados, y consiguió rescatarla; pero al mismo tiempo que ella se ponía a salvo, un pistoletazo le atravesó el corazón. Se abrazó al pescuezo del caballo, que asustado tomó el galope, y a poca distancia cayó muerto, con la cabeza envuelta en su poncho colorado. Así murió este famoso caudillo, al cual no pueden negarse los instintos del genio guerrero, y cierta amplitud de ideas políticas, en que el patriotismo y las selváticas tendencias democráticas se subordinaban a una estéril ambición personal” (B. Mitre)

 “Pero los hábitos de la galantería gaucha, aquello de pelear a tajos y cuchilladas –por la hembra- que venía como segunda naturaleza incorporada a sus primeros pasos en la vida de tenorio y terne, ofuscaron a Ramírez. Doña Delfina, la hechicera muchacha que lo seguía (‘mi china’, como él la llamaba) corría también entre el grupo de fugitivos, con el desorden que era consiguiente. Pero a poco habíase ido quedando algo retrasada, por poca pericia en el manejo del caballo o por defecto del animal. El hecho fue que en uno de los recodos del escabroso camino fue alcanzada por jinetes enemigos, que al sablear a los fugitivos dieron con ella en tierra; y al ver que era una mujer joven y bonita se armó una gritería de burlas y rechiflas en que dominaban los lamentos y los ruegos de socorro que la infeliz lanzaba. Conoció Ramírez que algo grave sucedía por detrás, preguntó por la señora, apercibióse que quedaba a retaguardia, y decidido a salvarla o a morir como lo habría hecho cuando no era sino ‘Pancho Ramírez’, volvióse sable en mano y cayó con la furia de un león entre los aprehensores de su ‘china’. Rodeado allí y lanzado fuera del caballo fue mal herido: y un indio santafesino se echó sobre él y le cortó la cabeza” (V.F.López).

También uno de sus más enconados enemigos reconoció la muerte digna del Supremo Entrerriano: “El gobernador López había dado alcance al caudillo Ramírez antes de llegar al fuerte del Tío, batiéndolo, en cuyo choque murió por defender o salvar a una mujer que llevaba y que había caído en manos de los soldados de López que lo perseguían; sin este incidente habríase salvado” (G. Aráoz de Lamadrid).

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