El Renacimiento
El Renacimiento fue un movimiento esencialmente cultural de los siglos XV y XVI, iniciado en Italia y propagado por otras regiones europeas, que puede ser considerado una reacción contra el oscurantismo religioso de la Edad Media. El triunfo del Renacimiento, como el de la Reforma religiosa (ver recuadro), tuvo como condición indispensable el decaimiento de la Iglesia católica que se acentuó sin interrupción desde principios del siglo XIV. Ello hizo posible la liberación del pensamiento y la renovación de la fe, aunque el movimiento de renovación se dio en muchos campos. Al mismo tiempo que los pensadores se sacuden el yugo de la escolástica y los artistas el del estilo gótico, se advierte cómo, a su vez, los industriales, los capitalistas y los políticos protestan y se sublevan contra el régimen restrictivo de las corporaciones de oficios, las limitaciones económicas, las tradiciones y los prejuicios que dificultan la libre expansión de su actividad.
El mundo intelectual y el mundo económico se transforman al unísono. El capitalismo moderno nace aproximadamente al mismo tiempo que los primeros trabajos científicos y colabora con ellos en el descubrimiento de las Indias orientales y de América. La constitución de los Estados sufre, por su parte, la influencia de las ideas, de las necesidades, de los apetitos y de las ambiciones que se desarrollan en el cuerpo social. A decir verdad, resulta inadecuado limitar el sentido del vocablo “Renacimiento” a la nueva orientación del pensamiento y del arte; es preciso extenderla a todo el campo de la actividad humana tal y como se revela en sus más distintas manifestaciones desde mediados del siglo XV.
La reorganización política se había iniciado en Italia a fi¬nes del siglo XIII con su desvinculación del poder imperial y su fragmentación en diversas ciudades¬-estado que pasaron de un régimen comunal o municipal a otro señorial, ejercida por ciertas fami¬lias nobles como los Sforza o los Medici. Dichas ciudades se convirtieron con el tiempo en el núcleo de los actuales estados italianos (las repúblicas de Venecia y de Florencia, el ducado de Milán, el reino de Nápoles, los Estados Pontifi¬cios), que mantuvieron entre sí constantes y sangrientos con¬flictos para imponer su hegemonía. La gran figura del pensamiento político de la época fue el floren¬tino Nicolás Maquiavelo (ver recuadro II).
Aunque la base de la eco¬nomía seguía siendo la agricultura cobraron un gran impulso la industria textil, la minería y, so¬bre todo, las actividades comerciales gracias al auge de las ciudades mediterráneas (Venecia, Mar¬sella, Nápoles) y del norte de Europa (Amberes, Amsterdam, Hamburgo). El descubrimiento de América supuso un hecho trascendental para la vida económica del Renacimiento pues se abrieron nuevos mercadas, florecieron ciudades de la costa atlántica como Sevilla y Lisboa, y fluyeron los metales y las riquezas que proporcionaron grandes beneficios a burgueses y banqueros y sirvieron a España para llevar a cabo una vasta política de intervención en gran parte de Europa y el Mediterráneo.
La estructura social estaba encabezada por la nobleza, que se había instalado en las grandes ciudades en lujosos palacios o mansiones, seguida por las altas burguesías, enriquecida con el comercio y los negocios financieros. El estrato inferior lo ocupaban los campesinos, que vivían en la precariedad económica y social y recurrieron a menudo a las revueltas, creando un clima de inestabilidad política.
El espíritu renacentista se expresó tempranamente a través del humanismo, movimiento intelectual que se inició y alcanzó su apogeo primeramente en Italia, protagonizado por Gianozzo Manetti, Marsilio Ficino y Lorenzo Valla entre otros. Los humanistas recurrieron tanto al cristianismo como a la filosofía grecolatina, creando así un sistema intelectual caracterizado por la supremacía del hombre sobre la naturaleza y el rechazo de las estructuras mentales impuestas por la religión medieval. La intención del humanismo era desarrollar en el hombre el espíritu critico y la plena confianza en sus propias posibilidades, rasgos que le habían sido vetados durante el Medioevo.
Las obras de arte dejan de ser anónimas y se alejan de los temas exclusivamente religiosos para pasar a manos de la burguesía laica y progresista que se ha adueñado del poder económico, mercantil y financiero. Desde Italia el humanismo se difundió por casi toda Europa gracias a la invención de la imprenta, que facilitó la divulgación de los textos clásicos y las nuevas ideas con gran rapidez. El más destacado humanista del norte de Europa fue Erasmo de Rótterdam, autor de “El elogio de la locura”, un alegato en defensa de la tolerancia y la libertad de pensamiento que resumía la esencia moral del humanismo.
Los tiempos del Renacimiento estuvieron fuertemente influidos por los avances en la navegación, el conocimiento de la brújula, la desaparición de las rutas comerciales ha¬cia el oriente cerradas por los turcos oto¬manos y el espíritu aventurero y guerrero de quienes regresaban de las Cruzadas en Medio Oriente, que hicieron posibles los grandes descubrimientos geográficas de los siglos XV y XVI a cargo, principalmente, de España y Portugal.
El espíritu renacentista alcanzó su máxima expresión en las artes plásticas, basadas en la observación del mundo visible y en la investigación y exposición de principios matemáticos y ra¬cionales como equilibrio, armonía y perspectiva. Poco a poco se fueron sustituyendo las formas ex¬presivas góticas, heredadas del Medioevo, por otras nuevas acordes a Ios modelos de la antigüedad clásica, cuyo objetivo final no fue sólo una forma de plasmar la belleza sino también un medio para explorar la naturaleza y dejar constancia de los descu¬brimientos.
El origen del arte renacentista estuvo en Italia y se vio precedido por una fase protorrenacentista, “el Trecento”, desde fines del siglo XIII hasta fines del siglo XIV, animada por el ejemplo de San Francisco que impulsó a artistas italianos a valorar la natu¬raleza. Las obras del más destacado pintor trecen¬tista, il Giotto, revelan un nuevo estilo pictórico preocupado por el espacio, la perspectiva, los volúmenes y la penetración psicológica de los personajes que significó un corte con el hieratismo y el decorativismo de predecesores como Cimabue, Duc¬cio di Buaninsegna y Simone Martini.
Fue en en siglo XV, el “Quatrocento”, y en Florencia cuando el arte renacentista comenzó a manifestarse plenamente, a favor de la floreciente situación económica, social y cultu¬ral de dicha ciudad. Surgieron entonces las estatuas de los santos patronos encargados a Donatello, Lorenzo Ghiberti y otros, así como la majestuosa cúpula catedralicia del Brunelleschi, quien impuso el cálculo matemático basado en las leyes de la armonía asociado con el matemático Toscanelli. El costo de dichas obras escultóricas y arquitectónicas y la decoración de los palacios, iglesias y monasterios corrió a cargo de ricas familias de comer-ciantes y dignatarios, los mecenas, entre los que sobresalió la de los Medici (ver recuadro III).
Quien puede considerarse el iniciador de la pintura renacentista fue Ma¬saccio, pintor monumental y naturalista, como puede apreciarse en los frescos de la capilla Brancacci. Otros destacados artistas de la primera mitad del “Quatrocento” fueron fra Angelico, Filipo Lippi, y Paolo Uc¬cello. En la segunda mitad del XV aparecerán Piero della Francesca, Ghirlandaio, Pollaiuolo y Sandro Botticelli.
El alto Renacimiento o “Cinquecento” floreció en¬tre 1490 y 1527 en Roma, que había sus¬tituido a Florencia como centro artístico, y contó con tres figuras de primera magnitud: Leo¬nardo da Vinci, Miguel Angel y Rafael (ver recuadro). El creador del Cinquecento arquitectónico fue Donato Bramante, elegido por el papa Julio II para edificar la nueva basílica de San Pedro, de gigantescas proporciones, que de¬bía sustituir a la iglesia paleocristiana del siglo IV.
En Venecia, donde Antonello da Messina había introducido el óleo, técnica propia del norte de Europa durante el siglo XV, se fundó la escuela veneciana con brillantes pintores como Giorgione, Tiziano, Tintoretto, Veronés, caracteri¬zada por el colorido, la luz vaporosa, la sensuali¬dad y los temas paganos.
En el norte de Euro¬pa destacaron el grabador y pintor alemán Alberto Durero y el flamenco Pieter Brueghel el Viejo, mientras que en España el Renacimiento alcanzó su mayor brillantez con la aus¬tera y mística arquitectura de El Escorial, obra de Juan de Herrera, y con el espiritualismo de el Greco.
Al igual que las artes plásticas, la li¬teratura italiana vivió una época protorrenacentis¬ta personificada por Dante Alighieri, coetáneo de Giotto, cuya obra más representativa, la Divina Comedia, evidencia un espíritu sub¬jetivo y una poderosa expresividad que la acercaban al Re¬nacimiento. Petrarca y Bocaccio también son antecedentes de la literatura renacen¬tista, que estuvo representada en Europa por insignes individualidades como el francés Franςois Rabelais, el portugués Luis de Camões, el italiano Ludovico Ariosto y el británico Christopher Marlowe.
Recuadro I
LA REFORMA RELIGIOSA
El humanismo renacentista contribuyó a la aparición de “La Reforma”, rebelión contra la Iglesia Católica encabezado por el alemán Martín Lutero, quien en 1517 clavó en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg sus famosas 95 tesis en las que atacaba la venta papal de indulgencias, la conducta licenciosa de los prelados, la existencia de ejércitos papales y otros desvíos. La Reforma coincidió con una época de crisis económica, el desprestigio de la jerarquía eclesiástica, la propagación de corrientes místicas, los continuos enfrentamientos bélicos y una deso¬rientación espiritual generalizada. El luteranismo, que rechazaba la autoridad del Papa, la mayoría de los sacramentos y el culto a la Virgen, y que defendía la libre interpretación de la Biblia y la prioridad de la fe sobre los actos como medio de salvación, no tardó en propagarse por todo el norte y centro de Europa, sobre todo entre la nobleza.
Hasta el Renacimiento la historia intelectual de Europa no es más que un capítulo de la historia de la Iglesia. El pensamiento laico significa tan poca cosa que incluso los que luchan contra la Iglesia están enteramente dominados por ella, no son librepensadores sino herejes. Con el Renacimiento el dominio de la Iglesia sobre el pensamiento vacila y se pone a prueba. El clérigo pierde el monopolio de la ciencia mientras la vida espiritual va haciéndose laica; la filosofía deja de ser sierva de la teología y el arte y la literatura se emancipan de la tutela secular que se impuso a ellos desde el siglo VIII. El ideal ascético se sustituye con un ideal puramente humano y de este ideal se encuentra la más lata expresión en la Antigüedad. El humanista ocupa el sitio del clérigo, como la virtud el de la piedad. Puede decirse con bastante exactitud que el Renacimiento sustituye al religioso por el hombre no sólo para los humanistas italianos sino también para cristianos tan convencidos como un Erasmo o un Tomás Moro, para quienes la pretensión que sustentaban los teólogos de dirigir la ciencia, las letras e incluso la moral es tan ridícula como perniciosa. Sin embargo puede decirse que hay poco de común entre el Renacimiento y la Reforma.
Después de la primera efervescencia popular, caracterizada por la sublevación de los campesinos alemanes y la insurrección de los anabaptistas, el luteranismo se somete dócilmente a la dirección de los príncipes. Abandona la Iglesia al poder laico, hasta tal punto que cuando Carlos V decide a actuar contra él, es contra los príncipes con quienes tiene que combatir y la lucha que se empeña es más política que religiosa. Es que el protestantismo conviene a la fundación de iglesias nacionales, independientes de los intereses papales por entonces tan terrenales como los de los demás príncipes. Los reinos del norte adoptaron la nueva confesión. Enrique VIII funda en Inglaterra una Iglesia de Estado, semicismática, semiherética, que es, sobre todo, una iglesia nacional. También llegará el tiempo del calvinismo que va más allá del protestantismo pues la fe que inspira a los “elegidos” los impulsa a la acción política y con él se inaugura la época trágica de las guerras de religión.
La reacción católica tuvo su primer protagonis¬ta en el emperador Carlos V (I de España), obse¬sionado por luchar contra los protestantes y con¬seguir la unidad religiosa por la fuerza. Pero a pesar de su victoria en la batalla de Mühlberg en 1547 debió firmar la paz de Augsburgo en 1555 que confirmó la ruptura entre católicos y protestantes. Además la iglesia católica intentó contrarrestar la expansión de la Reforma mediante la llamada “Contrarreforma” formulada en el concilio de Trento, que reafirmó los dogmas católicos atacados por Lutero, fortaleció las jerarquías eclesiásticas y estimuló la enseñanza de la religión.
Recuadro II
MAQUIAVELO
Su verdadero nombre fue Niccoló Macchiavelli, nacido en Florencia el 3 de mayo de 1469. Asistió en su ciudad natal al accionar de Savonarola, el sacerdote dominico que predicó en contra de la tiranía de la nobleza, la corrupción del clero y la paganización de las costumbres, ganándose el favor popular. Fue excomulgado y posteriormente condenado a morir en la hoguera por el papa Alejandro VI, miembro de la familia de los Borgia y de conducta libertina, corrupta y tiránica, aunque hábil diplomático. Seguramente ello fue una de las experiencias que influyeron en el joven Maquiavelo para hacer de él un representante de la ideología renacentista ya que se esforzó por teorizar sobre los mecanismos terrenales del ejercicio del poder, hasta entonces considerado delegación divina.
Maquiavelo se declaró admirador de César Borgia, hijo de Alejandro VI y cruel gobernante, pues consideró que era el único capaz de imponer orden en la anarquía de los estados italianos enfrascados en interminables luchas entre sí. Cuando los Borgia cayeron bajo la presión del papa Julio II, Maquiavelo abjuró de su lealtad y se hizo colaborador preferido del nuevo gobernante, Piero Soderini. Cuanto la Santa Liga destituyó a éste fue encarcelado y torturado.
Libre, escarmentado ya de la práctica activa de la política, se recluyó para escribir su célebre “El príncipe”, primer ensayo de ciencia política. Allí recomendaba la utilización de los medios más eficientes, aunque fuesen moralmente reprobables, con el fin de consolidar el poder de un gobernante capaz de acabar con la corrupción y las disensiones.
Algunas de sus frases son:”Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso. El gastar lo de los otros no te quita consideración, por el contrario la aumenta”. Otra: “De ciertas cualidades que el príncipe pudiera tener, incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero sí aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria”.
“El príncipe” fue publicado después de l;a muerte de Maquiavelo, ocurrida en Florencia el 21 de junio de 1527. Según el Diccionario de la Real Academia Española, “maquiavélico” es aquel que procede con “astucia, doblez y perfidia”.
Recuadro III
LOS MEDICI
Fue una familia de comerciantes y banqueros que gobernaron Florencia desde el siglo XV al XVIII con breves intervalos. Representantes de la burguesía ascendente en las ciudades del norte de Italia en la época de expansión del capitalismo mercantil y financiero, dejaron su impronta en el arte del Renacimiento ejerciendo abundantemente el mecenazgo.
Cosme, el Viejo (1389-1464), tras vencer al partido del patriciado tradicional instauró desde 1434 un poder dictatorial en Florencia, aunque respetó la forma republicana de las instituciones y se mantuvo alejado personalmente de los cargos principales, encomendándolos a parientes suyos. Duplicó la fortuna de la familia, entre otras razones por su alianza con la Iglesia, y la empleó para fomentar las artes y el pensamiento haciendo de Florencia un gran foco de cultura renacentista. Brunelleschi, Donatello y Filippo Lippi, entre otros, se beneficiaron de su mecenazgo.
Su nieto, Lorenzo el Magnífico (1449-92), aumentó su riqueza y poder al emparentarse con la familia aristocrática de los Orsini, y encarnó el ideal del Renacimiento siendo hábil político, filósofo y mecenas. Consiguió resistir los intentos de arrebatarle el poder por parte del patriciado, que se alió con el papa Sixto IV, aunque perdió a su hermano Julián durante la rebelión de los Pazzi en 1478. Lorenzo fue un típico príncipe renacentista, protector de escritores, sabios y artistas, impulsor de las primeras imprentas italianas y organizador de legendarias bacanales. Su prodigalidad puso en peligro la fortuna de los Médicis y despertó las iras de Savonarola. Su hijo Juan (1475-1521) recuperó el poder perdido por su hermano Pedro II en 1512 gracias a la ayuda del papa Julio II, de manera que Florencia quedó subordinada a Roma en los años siguientes.
Su hermano menor, Julián (1478-1516), que era cardenal desde los 13 años, fue elegido Papa en 1513, tomando el nombre de León X. Durante su pontificado (1513-21) apenas se ocupó de temas religiosos, comportándose como un príncipe italiano dedicado a conservar y ampliar sus dominios por medio de la diplomacia y de la guerra. Fue él quien encargó a Rafael Sanzio construir la basílica de San Pedro, cuyo costo le obligó a recabar fondos intensificando la venta de bulas de indulgencia, que encargó a la banca Fugger. La denuncia contra la inmoralidad de este tráfico mercantil sería uno de los detonantes que llevaría a Lutero romper con la Iglesia católica, dando origen a la reforma protestante (1517-21).
Se presta a reflexión la circunstancia de que habiendo sido los Medici enormemente ricos y poderosos, habiendo sido ungidos papas y reyes, habiendo librado batallas decisivas, su lugar en la Historia se debe a haber favorecido con migajas de sus fortunas a algunos geniales artistas para realizar sus obras. Ello debería ser aleccionador para la mayoría de nuestros ricos, convencidos de que el sentido de sus vidas está en acumular autos, casas y cuentas bancarias.
Recuadro IV
Leonardo, Miguel Angel y Rafael
Les cabe con justicia el apelativo de “genios”, pues respondieron a la definición de Napoleón: “El genio es un meteoro destinado a arder para dar luz a su siglo”. Cada uno de ellos personificó un aspecto peculiar del arte de su época: Leonardo fue el arquetipo del hombre re¬nacentista, un genio solitario que abarcó múltiples facetas del conocimiento; Miguel Ángel encarnó el poder creador y se ins¬piró en el cuerpo humano como vehículo esencial para la expresión de emociones y sentimientos; Rafael ejemplificó el espíritu clásico de la armonía, la belleza y la serenidad.
Leonardo da Vinci fue un genial pintor, escultor, arquitecto y literato, quizás el más excelso representante del espíritu renacentista, que se anticipó a muchos de los avances del conocimiento humano en sus distintas ramas. Nació en Vinci, Italia, el 15 de bril de 1452 y murió en Cloux, Francia, el 2 de mayo de 1519. Acostumbraba firmar sus trabajos como “Leonardo” o “Io, Leonardo” (yo Leonardo), por lo que supone que fue hijo ilegítimo.
A los quince años, precoz, ingresó en el taller de Andrea del Verrocchio. Entre 1482 y 1499 trabajó para Ludovico Sforza, duque de Milán, y fue allí donde, entre otras obras, pintó la célebre “Ultima cena” en el refectorio de la iglesia de Santa Maria delle Grazie. Allí invirtió algunos años planeando y realizando modelos de una monumental estatua ecuestre cuyo caballo mediría 8 metros. A causa de la guerra con Francia el bronce destinado a su proyecto se utilizó para fabricar cañones. Por iniciativa privada en 1999, en Nueva York, se construyó dicha estatua según los planos de Leonardo y fue donada a la ciudad de Milán.
Cuando los franceses invadieron esta ciudad, retornó a Florencia para entrar como ingeniero y arquitecto al servicio de César Borgia, comandante en jefe del ejército de su padre, el papa Alejandro VI. Sí, en aquellos tiempos los papas tenían hijos y ejércitos….Allí, en 1503, en Florencia, pintó “La Gioconda”, el cuadro más célebre del mundo, que ha dado pie a infinitos ensayos y obras artísticas, entre ellas obras literarias como la reciente ganadora de un Premio Planeta argentino enturbiado por acusaciones de plagio. Posteriormente pasó solitarios tres años (1513-1516) en Roma, casi ignorado por el papa León XI, a cuyo servicio trabajaban Rafael y Miguel Ángel. Sus contactos con dichos artistas fueron escasos y conflictivos.
Sus detallados estudios de la anatomía, cuyo mejor ejemplo es el archirreproducido “Hombre de Vitruvio”, son tan impresionantes como sus trabajos artísticos, y aún sorprenden sus trabajos sobre armas, puentes, submarinos, helicópteros, máquinas voladoras y otras áreas que suscitaron su insaciable curiosidad. Sus elucubraciones sobre temas técnicos y científicos eran registrados con talentosa minuciosidad combinando el arte con la ciencia para así representar de la mejor manera posible la materialización de sus ideas. En 1994 Bill Gates adquirió uno de esos manuscritos por 25 millones de dólares.
Leonardo, según parece, no mantuvo relaciones íntimas con ninguna mujer a lo largo de su vida. En 1476, fue acusado, junto con otros tres jóvenes, de haber mantenido relaciones homosexuales con un joven modelo de 17 años llamado Jacobo Saltarelli, y hubo de soportar durante un tiempo la vigilancia de los Serenos, una especie de policía anti-vicio renacentista.
Miguel Angel, apellidado Buonarroti, nació el 6 de marzo de 1475, en Caprese, Italia, y murió el 18 de febrero de 1564, en Roma. Fue pintor, escultor y arquitecto. A pesar de la oposición de su familia entró en abril de 1488 en el taller del Ghirlandaio. Sus primeras obras artísticas suscitaron la admiración de Lorenzo de Medicis, “el Magnífico’, que lo acogió en su Palacio de la Vía Larga, donde se puso en contacto con las teorías idealistas de Platón, plasmadas luego tanto en sus obras artísticas como en su producción poética.
Tras la muerte de Lorenzo, en 1494, Miguel Ángel huye de Florencia y llega a Roma, iniciando una década de intensísima actividad, esculpiendo La Piedad del Vaticano, y el David, conservado en la Academia de Bellas Artes florentina. De la misma época es La batalla de Cascina, fresco monumental luego destruido, generador de una agria rivalidad con Leonardo que en la pared de enfrente se empeñaba con La batalla de Anghiari, abandonada sin concluir.
En marzo de 1505, el papa Julio II convoca al ya famoso artista y le encarga la realización de su monumento fúnebre, con más de cuarenta figuras de tamaño natural. Miguel Ángel, entusiasmado, permanece en Carrara durante ocho meses para ocuparse personalmente de la elección y de la extracción de los mármoles necesarios, pero al volver a Roma el Pontífice, absorbido por los planos de Bramante para la reconstrucción de San Pedro, había archivado los planos del mausoleo. Queda como maravillosa secuela de la frustración la estatua de Moisés. Para compensar el enojo de Miguel Angel, también a instancias de los celosos rivales que dudaban de su talento como pintor, el papa, en mayo de 1508, le encarga la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina.
A lo largo de cuatro años de tarea ciclópea Miguel Angel, en base a vigorosas figuras, escultóricas, desnudas y de potentes musculaturas, elabora una casi herética interpretación neoplatónica del Génesis, creando imágenes que se van a convertir en el símbolo mismo del arte del Renacimiento.
Después del saqueo de Roma en 1527 y la expulsión de los Médicis en Florencia, Miguel Ángel formó parte del gobierno de esta República como “gobernador y procurador general de la fabricación y fortificación de las murallas”, participando en la defensa de la ciudad asediada por las tropas papales. Con la caída de la República en 1530, a disgusto con la nueva situación política de Florencia, regresa a Roma, donde acepta el encargo de Clemente VIII para el altar de la Capilla Sixtina, donde realiza el maravilloso Juicio Final entre 1536 y 1541.
Durante los últimos veinte años de su vida Miguel Ángel se dedica a trabajos de arquitectura, sobre todo la finalización de la Basílica de San Pedro del Vaticano con su cúpula majestuosa
Rafael Santi o Sanzio nació en Urbino, Italia, en 1483, muriendo en Roma, en 1520. Se destacó entre sus talentosos contemporáneos por su clasicismo equilibrado y sereno basado en la perfección de la perspectiva, la composición y la luz. A los diecisiete años era aprendiz en el taller del Perusino, al que pronto superó.
Desde 1504 hasta 1508 trabajó en Florencia influenciado por Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. De entre sus obras de este período se destacan sus variaciones sobre el tema de La Virgen y la Sagrada Familia. Sus personajes, dotados de gracia, nobleza y ternura, están situados en un marco de paisajes sencillos y tranquilos, intemporales.
En 1508 el papa Julio II lo llamó a Roma para que decorara sus aposentos en el Vaticano pues, a pesar de su juventud, era ya un pintor de enorme reputación. En las habitaciones papales, conocidas en la actualidad como “Estancias del Vaticano”, Rafael pintó algunos de los frescos más famosos de la historia de la pintura. Entre 1509 y 1511 decoró la Estancia de la Signatura, donde pintó las figuras de la Teología, la Filosofía, la Poesía y la Justicia en los cuatro medallones de la bóveda, para desarrollar de forma alegórica estos mismos temas en cinco grandes composiciones sobre las paredes, obras de revolucionario rigor compositivo y de un uso magistral de la perspectiva lineal.
A partir de 1518, Rafael se ocupó de la decoración de las Logias del Vaticano con pequeñas escenas del Antiguo Testamento envueltas en paneles de grutescos. La Transfiguración, última obra del artista, es considerada por algunos el compendio perfecto de su arte. Sus trabajos arquitectónicos, de menor importancia que los pictóricos, incluyeron la dirección de las obras de la Plaza de San Pedro, frente a la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Murió el mismo día de su 37o. cumpleaños, tan admirado por la aristocracia y el clero romano que estaba próximo a ser nombrado cardenal