SABINO O’DONNELL

Hoy me ocuparé de mi bisabuelo, Sabino O’Donnell. Era hijo de Santiago O’Donnell, quien llegó a las Provincias Unidas del Río de la Plata en el año 1801 como parte de la diáspora obligada por la represión británica. Descendía directamente del prócer irlandés “Red Hugh” O’Donnell, asesinado por los ingleses en Valladolid, a donde había acudido a solicitar ayuda del rey de España, aliado natural de los patriotas irlandeses por su condición de católico.

Santiago había sido contratado por el Deán Funes para la Universidad de Córdoba, para dictar matemáticas. Trajo consigo un teodolito, entonces un instrumento de elevada tecnología. Se radica en Buenos Aires y casa con Francisca Mansilla, hermana del héroe de la ‘Vuelta de Obligado”, Lucio N. Mansilla, quien a su vez tomó por esposa a Agustina Ezcurra, hermana de  Encarnación, consorte de Juan Manuel de Rosas. Por ello, en sus “Memorias”, Lucio V. Mansilla, hijo de Lucio N. y autor de “Una excursión a los indios ranqueles”, se referirá a sus “tíos Rosas y O’Donnell”. De este último dirá que era “hombre de mucho saber, matemático consumado (no le conocí sino por referencias de mi padre, que lo estimaba en alto grado)”. Sí conoció a Sabino, su primo hermano, de quien escribirá que fue “sobrino predilecto d mi padre”, el general Lucio N. Mansilla. “Tenía muchísimo espíritu, era instruído, hermoso hombre y en extremo afable y agraciado”. 

Al día siguiente de graduarse de médico, Sabino O’Donnell dirigió una carta al gobierno agradeciendo “el especial beneficio de una educación gratuita durante todo el tiempo de mis estudios”. Probó suerte en Tucumán donde provocó no pocos escándalos en la alta sociedad por sus aventuras amorosas a las que era afecto, a favor de su galanura y de su agraciada presencia que no pasó desapercibida a Lucio V. Mansilla: “Se reía con una buena gana particular y, al hacerlo, abriendo mucho la boca, hacía ver dos hileras de dientes blancos, pulidos, maravillosos. Mi padre le decía: ‘Más lindos que los míos, pero no doblan un patacón’”.

La irrupción de Sabino en la historia argentina se producirá en la “Vuelta de Obligado”, en 1845, cuando las armadas inglesa y francesa coaligadas bloquearon el puerto de Buenos Aires y se internaron en los ríos interiores. La poderosa armada de las dos mayores potencias bélicas de su época venían de conquistar China y no esperaron encontrar la resistencia heroica que le opusieron en nuestro suelo. Un hecho que nuestra historia oficial oscurece por haber tenido lugar durante el gobierno de Rosas, pero que conmovió a nuestro prócer máximo, José de San Martín, hasta el extremo de haber legado testamentariamente a Rosas su glorioso sable corvo por “la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que querían humillarla”. 

El 20 de noviembre de 1845 el general Mansilla arengaría a sus tropas antes del encarnizado y sangriento combate: “¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes de verlo bajar de dónde flamea!”.

Herido en la acción, Mansilla fue atendido por su sobrino, el doctor Sabino O´Donnell, quien escribirá un exaltado relato de lo vivido, lo que para algunos lo convierte en el primer cronista de guerra argentino:  “Hoy he visto lo que es un valiente. Empezó el fuego a las 9 y ½ y duró hasta las 5 y ½ del la tarde en las baterías, y continúa hasta ahora entre el monte de Obligado el fuego de fusil (son las 11 de la noche). Mi tío ha permanecido entre los merlones de las baterías y entre las lluvias de la bala y la metralla de 120 cañones enemigos. Desmontada ya nuestra artillería, apagados completamente sus fuegos, el enemigo hizo señal de desembarcar; entonces mi tío se puso personalmente al frente de la infantería y marchaba a impedir el desembarco cuando cayó herido por el golpe de metralla; sin embargo se disputó el terreno con honor, y se salvó toda la artillería votante. Nuestra pérdida puede aproximarse a trescientos valientes entre muertos, heridos y contusos; la del enemigo puede decirse que es doblemente mayor; han echado al agua montones de cadáveres (…) Esta es una batalla muy gloriosa para nuestro país. Nos hemos defendido con bizarría y heroicidad”.

Al día siguiente de la batalla O´Donnell sostendrá una junta médica con otros colegas médicos, el doctor Mariano Marenco y el profesor  Cornelio Romero, cuyo informe será el siguiente: “El doctor D. Sabino O´Donnell,  que había asistido al Sr. General desde los primeros momentos, nos hizo la historia de los accidentes que había sufrido y los medios que había empleado para evitar perniciosas consecuencias. El Sr. General Mansilla recibió en la tarde del 20 un golpe a metralla (la que hemos visto y pesa más de una libra) en el lado izquierdo del estómago, sobre las distintas costillas y, según hemos reconocido, ha sido fracturada una de éstas. Cayó sin sentido, sufrió por muchas horas desmayos, vómitos, y otros molestos accidentes que fueron calmando gradualmente, se le ha aplicado un vendaje apropiado para remediar la fractura de la costilla, y se emplean los medios que aconseja el arte”.

Luego, en tiempos de paz, Sabino volvería a alternar su profesión médica con su espíritu romántico y aventurero que le era festejado por su familia. Cuenta Lucio V. Mansilla sobre “las cartas chispeantes que le escribía a mi hermana Eduardita (N. del A.: otra gran escritora a quien la historiadora Lucía Gálvez ha dedicado un libro), quien las mostraba con ufanía cuando alguno de los tertulianos de mi madre preguntaba: ‘¿Han sabido ustedes de Sabino?’ ”.

En los años por venir desempeñaría varios cargos públicos en las provincias del noroeste, siendo ministro en el gobierno jujeño del general Roque Alvarado. Radicado en Santiago del Estero, movido por su amor al arte, fundó una compañía de teatro y a pesar de dificultades logró erigir una pequeña sala teatral. Ya anciano y enfermo se trasladó a Buenos Aires donde murió en 1879. Casó con Josefa Pérez y tuvo varios hijos, entre ellos mi abuelo, el teniente general Carlos O’Donnell, que tuvo protagónica actuación en la Conquista del Desierto junto al general Roca y que ha dado su nombre a varias calles en nuestro país. Pero ésa es otra historia. 

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