JULIO SAGUIER

Julio Saguier fue un gran intendente. Pero por sobre todo fue una persona maravillosa. Tuve el honor de acompañarlo como Secretario de Cultura desde el primero hasta el último día de su gestión al frente de lo que entonces se llamaba la Municipalidad de la Ciudad de buenos Aires.

Fue el primero luego del ominoso Proceso de Reorganización Nacional, que no sólo cometió gravísimos atentados contra los derechos humanos, sino que también devastó económica y socialmente a la Argentina. Buenos Aires no fue una excepción y Saguier comenzó su gestión con las arcas municipales vacías y con el peso de un endeudamiento estratosférico. La situación era desesperante y hubo que apelar al ingenio para, habiendo asumido en diciembre de 1983,  pagar los sueldos y el aguinaldo .

Saguier fue un funcionario de acerada y jamás cuestionada honestidad, lo que lamentablemente lo instituye como una excepción en el panorama argentino de las últimas décadas. Demócrata de convicciones republicanas, una de sus primeras acciones fue restituir en sus cargos a todos aquellos que habían sido cesanteados por la dictadura. También, en el área cultural, levantamos la censura impuesta a libros y obras de teatro, haciéndolo uno por uno y no masivamente.

Hubo que enfrentar cerca de 9.000 juicios dejados por las gestiones previas, la mayoría de ellos fraudulentos, los que fueron reducidos a menos de 3.000 al cabo de vigorosas y pacientes negociaciones y presentaciones ante la justicia, que protegieron el patrimonio de porteñas y porteños.

Entre las obras de aquellos tres años de gestión, sin pretender ser exhaustivo, nombraremos el Premetro hasta Lugano y conectado con la línea E de subterráneos; el plan de subterráneos y su financiación; la primera estación de la línea “D” (“ministro Carranza”); el Puente sobre la avenida San Martín; la iniciación de la autopista 9 de Julio Sur; la puesta en marcha del Mercado Central; la construcción y equipamiento del Hospital de Pediatría “Juan Garrahan”, inaugurado oficialmente seis meses después de su muerte. 

También, movido por su espíritu solidario, se llevó a cabo un plan de mejoramiento de infraestructura en varias “villas”; en lo educativo se creó la Comunidad Educativa que promovió la interacción de padres, maestros y alumnos; se puso énfasis en el desarrollo de los comedores escolares en la convicción de que los establecimientos educativos debían también atender a las necesidades primarias de una población empobrecida por la dictadura cívico-militar; en esa línea, se enfatizó en salud la importancia de la atención primaria, preventiva, con la inauguración de centros de salud y la ampliación de la acción de médicos, enfermeras, psicólogos y asistentes sociales fuera de los hospitales hacia la comunidad. Recuerdo una frase que reiteraba en las reuniones de gabinete semanales: “Debemos hacer lo que la gente necesita y no aquello que satisface a los que opinan en los medios”.  

Saguier le dio importancia al área cultural no sólo porque era un hombre inclinado hacia el arte y el pensamiento sino también porque comprendió que era esa la mejor vía para lograr que la gente saliera de las catacumbas a las que había sido condenada por el terror de los años oscuros. De allí los memorables espectáculos al aire libre, poco emparentados con los megaespectáculos de hoy presentados en lugares “bacanes”de la ciudad. Aquellos se hacían en escenarios montados en los barrios y servían para que ciudadanas y ciudadanos recuperaran el placer de estar juntos, de volver a sentir que las calles y las plazas eran también suyos, de reencontrarse emotivamente con artistas que habían estado exiliados o silenciados por las “listas negras”. Ese mismo espíritu democrático fue lo que nos alentó a desarrollar el Programa Cultural en Barrios que, ante la falta de centros culturales en las barriadas periféricas, por decisión de Saguier ocuparon las escuelas municipales en los horarios en que no se dictaban clases. 

A propósito: hace algunos días recibí en mi domicilio una bella publicación del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA)

en la que se pretende detallar su historia. Con un olvido esencial y sorprendente: el magnífico edificio que ocupa, que perteneciera a la tabacalera Piccardo, le fue adjudicado por una disposición del intendente Saguier a fines de 1986. La decisión fue tomada por mi consejo a pesar de que el edificio ya estaba adjudicado a otra repartición municipal. Como anécdota contaré que firmamos el decreto, entre risas, sobre el capot de un auto, frente a la futura sede del MAMBA, inaugurada formalmente, luego de refaccionada, en 1988. Ese estilo jovial, poco afecto a las formalidades, capaz de una broma en momentos protocolares, era uno de sus atributos.  

Las dificultades de la gestión no fueron sólo las apuntadas: algunos se propusieron identificar democracia con libertinaje y entonces elevaron su voz  reclamando medidas de censura a publicaciones y películas por un supuesto desborde pornográfico.  Saguier nunca consintió con ello y alguna vez le escuché decir “se comienza prohibiendo una teta y se termina censurando un libro”.

Tampoco le fue fácil lidiar con el internismo de su partido, la Unión Cívica Radical, en el que encabezaba  el Movimiento de Renovación y Cambio. Debió soportar los embates de otros sectores que reclamaban compartir las mieles del  poder pero no las hieles de sus exigencias y compromisos. 

Otra dificultad, que Saguier supo transformarlo en conmovedora virtud: su grave enfermedad, la que terminaría llevándolo a la muerte durante el ejercicio de su función y de la que se cumplen veinte años. El conocía perfectamente cuál era su diagnóstico  y no ignoraba que la evolución de su mal no era favorable. Eso le daba una sabiduría, un peso específico de dignidad,  aún mayor que la que naturalmente tenía. Debo confesar que yo aguardaba con ansiedad las veces en que me recibía en su despacho y luego de atender a los asuntos urgentes nos quedábamos charlando sobre los temas que le interesaban: principalmente la política, pero también la religión, la filosofía, el deporte. Me conmovía y me sigue conmoviendo el cariño con que hablaba de su familia, de esa gran compañera en las buenas y en las malas que era Matilde, de esos hijos en quienes tenía cifradas esperanzas de padre orgulloso, familia que, además de la voluntad de servir a su patria, es lo que dio sentido a su vida y a su lucha.

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