MARADONA Y LA INDIGNACIÓN PATRIÓTICA

A Maradona lo había visto en una sola oportunidad fuera de la cancha cuando, como Secretario de Cultura de Buenos Aires, al regreso del Mundial de Méjico en 1986 le otorgué la distinción de Ciudadano Ilustre. Entonces me pareció una persona desafiante y desconfiada, quizás porque interpretó, con o sin razón, que yo era  uno más de los que pretendíamos capitalizar algo de su enorme fama.

Pero a Maradona lo “conocí” realmente como espectador de la final del Mundial de 1990 en Roma contra Alemania.

Las circunstancias fueron épicas: todo el enorme y repleto estadio bramaba en contra de nuestro equipo y especialmente destilaba odio hacia Diego. Los motivos eran varios: Maradona se había constituido en la gran figura del modesto equipo del Nápoles llevándolo a obtener títulos que siempre habían estado en poder de los clubes ricos del centro y del norte de Italia: Milan, Inter, Roma, Lazio. Además Maradona se erigió en el vocero de la reivindicación de la Italia meridional ante su secular postergación económica y social. Como si fuera poco Diego había sido el principal “culpable”de la eliminación del buen equipo de Italia cuando  estaban convencidos de ser  campeones.

Hacía poco tiempo que se habían inaugurado las megapantallas sobre las tribunas futboleras, yo era la primera vez que las veía, y fue muy impresionante ver la enormizada cabeza de Diego puteando a diestra y siniestra a los miles y miles de espectadores que silbaban nuestro himno. Era muy claro que lo que le indignaba no era que lo maltrataran a él sino que agredieran a su Patria. Porque si hay algo que se destaca en él es que es muy patriota. Nadie canta el himno como Maradona, con la mirada vuelta hacia el cielo, haciendo contacto con San Martín y con el Che, sus próceres favoritos. Ese mismo fervor se transmitió luego a su heroico desempeño a pesar de jugar con un tobillo tan hinchado que hubo que cortar su botín para poder calzarlo. Como es sabido hizo falta la venalidad del mejicano Codesal para que perdiéramos ante Alemania y otra vez las megapantallas reflejaron las lágrimas de Diego, que no eran de tristeza por la derrota  sino de rabia e impotencia por la injusticia.

Ese sentimiento nacional y esa indignación ante el atropello contra el más débil son dos de las razones por las que argentinas y argentinos, sobre todo lo sectores populares que vibran con ese mismo diapasón, lo aman hasta la idolatría y lo seguirán haciendo cualquiera sea nuestro destino en Sudáfrica. Porque ha quedado demostrado que Diego, en cuerpo y alma, es incombustible

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