MARÍA REMEDIOS DEL VALLE
La historia oficial denigra el papel de las mujeres en las guerras de nuestra independencia. Por ello la exaltación de la ahora generala Juana Azurduy emprendida por nuestra Señora Presidenta viene a llenar esa injusticia y a homenajear a todos las mujeres que jugaron sus felicidades y sus vidas por nuestra Patria.
Una de ellas fue María Remedios del Valle, afrodescendiente, quien en Ayohuma, terrible derrota para las fuerzas patriotas conducidas por Belgrano en 1813, demostró tal decisión y coraje que la hicieron merecedora de que el general Aráoz de Lamadrid la bautizase como “la Madre de la Patria”.
María Remedios del Valle se enlistó en el Ejército del Norte partiendo en la primera expedición destinada al Alto Perú al mando de Ortiz de Ocampo. Acompañaba a su marido y a dos hijos, uno de ellos adoptivo, los tres muertos en acciones de guerra.
La “parda” María, como se la menciona en algunos partes militares, combatió en Huaqui, julio de 1811, viviendo las tristes jornadas de la retirada del Alto Perú y también las gloriosas peripecias del “éxodo jujeño”. Volvió a combatir en las victorias de Tucumán y Salta y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, junto a su admirado general Belgrano quien la correspondió nombrándola capitana.
Siempre con una voz de aliento para los combatientes, también curando heridos con los precarios medios de la época, afanándose todos los días hasta la extenuación, sacando fuerzas de donde ya no había. Con el alma desgarrada pero seguramente encendida de cólera por la pérdida de su marido y sus hijos.
En Ayohuma fue tomada prisionera por los realistas conducidos por sus jefes Pezuela y Tacón, siendo condenada a la ignominia de ser azotada públicamente a lo largo de nueve días. Pero María logró fugarse de sus verdugos y se reintegró a la lucha contra el enemigo en las fuerzas de Güemes y de Arenales, operando como correo en el peligroso territorio ocupado por los invasores.
Terminada la guerra se trasladó a Buenos Aires y subsistía penosamente mendigando en el atrio de las iglesias de Santo Domingo y San Francisco, también alimentándose con las sobras de los conventos.
En agosto de 1827, mientras pedía limosna en la plaza de la Recova, provocando la burla de los transeúntes porque insistía en llamarse “la capitana”, el general Juan José Viamonte, de destacada actuación en las guerras de nuestra independencia y entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, pasó a su lado y la reconoció: «¡Usted es la Capitana, la Madre de la Patria, la que nos acompañó en el Alto Perú!. ¡Usted es una heroína!». María Remedios le contó a Viamonte que muchas veces había golpeado la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal siempre la había espantado como pordiosera.
Viamonte tomó debida nota y el 11 de octubre de ese mismo año presentó ante la Junta un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria Pero no pocos de los representantes se expresaron en contra por diversos motivos a pesar de que su expediente señalaba, entre otras cosas, que estuvo siete veces en capilla, o sea a punto de ser fusilada, y que a lo largo de su carrera militar había recibido seis heridas graves de bala.
La Comisión de Peticiones de la Junta de Representantes dijo haber «examinado la solicitud de doña María Remedios del Valle por los importantes servicios rendidos a la Patria, pues no tiene absolutamente de que subsistir» y recomendó adoptar la decisión de que «por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo al Poder Ejecutivo, tenga esta resolución su debido cumplimiento». Pero la Junta decidió que tenían temas más importantes que atender, eran tiempos de la guerra con Brasil, y el expediente quedó en comisión.
Pero algunos insistieron, como fue el caso de Tomás Anchorena, primo de Rosas y quizás impulsado por éste: “Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de Secretario del General Belgrano cuando esta mujer estaba en el Ejército, y no había acción en que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente: admiraba al general, a los Oficiales y a todos cuantos acompañaban al Ejército; y en medio de este valor tenía una virtud a prueba […]. Yo los he oído a todos a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedan los hombres después de una acción de guerra, sin piernas unos y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer […] y que una mujer tan singular como ésta en nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano de todas estas provincias; y adonde quiera que vaya de ellas debiera ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un General”.
Finalmente los diputados votaron el otorgamiento de una pensión de 30 pesos, desde el mismo día que María Remedios del Valle la había pedido (sin pagarle retroactivos por todos los meses en que no había cobrado nada). Para tener una idea de la escasa generosidad para con una heroína revolucionaria, vale precisar que una lavandera ganaba 20 pesos al mes, mientras que el gobernador cobraba 666 pesos. La libra de aceite rondaba 1,45 pesos, la libra de carne 2 pesos y la libra de yerba 0,70 pesos. A María Remedios le otorgaron 1 peso al día lo que no le evitó la mendicidad sobre todo porque tiempo después dejó de pagársele.
Cuando Juan Manuel de Rosas llegó al gobierno, sensible al infortunio de lo sectores populares, la integró al ejército de la Confederación con el grado de sargento mayor, lo que implicaba un aumento del 600 % en su mensualidad, por lo que María Remedios adoptó un nuevo nombre: Remedios Rosas.
En la lista del 8 de noviembre de 1847, una nota indica que «el mayor de caballería Dña. Remedios Rosas falleció».