LA EDUCACIÓN EN LA ARGENTINA: Belgrano

Manuel Belgrano fue designado secretario del Consulado en  1794 y cada año presentaba al organismo informes, conocidos como Memorias, en los que realizaba un diagnóstico sobre l funcionamiento del comercio y la economía. En ellas aplicaba las ideas que había abrevado en la Universidad de Salamanca, donde se había graduado un año antes y donde había entrado en contacto con las ideas políticas y económicas vigentes en Europa. Entre todas esas ideas, la educación ocupaba un lugar especial, y trascendía la enseñanza a leer y a escribir.

A poco de llegar a Buenos Aires se daría cuenta de las dificultades que debía afrontar y cómo sus ilusiones de realizar una obra provechosa para la colonia le producirían una gran decepción al conocer a las personas que el Rey había nombrado para integrar el organismo cuya secretaría a perpetuidad venía a ejercer.

De la impresión que le produjeron aquellos hombres ha dejado constancia en su autobiografía cuando expresa: “No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para la Junta, que había de tratar la agricultura, industria y comercio y propender a la felicidad de las provincias que componían el virreinato de Buenos Aires; todos eran comerciantes españoles; exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber; comprar por cuatro para vender por ocho, con toda seguridad”.

La nómina de los primeros integrantes era: Juan Esteban de Anchorena, Juan Antonio de Léxica, Gaspar de Santa Coloma, Pedro Díaz de Vivar, Joaquín de Arana, Diego Agüero, Francisco de Escalada y Bernardo de Las Heras. Manuel Belgrano como secretario y José María del Castillo, también de Buenos Aires, como contador.

En cuanto a su sorpresa respecto de las autoridades españolas en cuanto a su proceder en sus colonias, nos lo señalan los siguientes conceptos expuestos: “Cuando supe, que tales cuerpos en sus juntas, no tenían otro objeto que suplir a las sociedades económicas tratando de agricultura, industria y comercio se abrió un vasto campo a mi imaginación, como se ignoraba el manejo de la España respecto a sus colonias, y solo había oído el rumor sordo a los americanos de quejas y disgustos, que atribuía yo a no haber conseguido sus pretensiones, y nunca a las intenciones perversas de los metropolitanos, que por sistema conservaban desde el tiempo de la conquista”.

Ese Consulado, constituido por comerciantes, en su amplia mayoría españoles,  preocupados tan sólo por atender las medidas que pudieran beneficiarlos mal podría preocuparse del fomento de la producción agraria, como lo establecían las disposiciones que conformaban la fundación del cuerpo. Fue así como el Rey resolvió el 31 de marzo de 1797, en base a la información y acción desplegadas por Belgrano, equilibrar su número dando cabida en el Consulado a los hacendados.

La labor paciente, al par que decidida del joven Secretario beneficiaría grandemente a la economía de Buenos Aires, asentando el predominio de los hacendados criollos frente a los comerciantes españoles e iniciando el arduo proceso que culminaría en 1809 con la apretura del puerto de Buenos Aires al comercio internacional.

Fue una lucha en la  que  comenzó solo, ante la incomprensión de los monopolistas aferrados a sus privilegios, y hasta con la indiferencia de sus paisanos que no alcanzaban a mensurar lo que esa libertad podría significarles. Pero bien pronto, mediante una prédica intensa y la demostración razonada de su significado y sus consecuencias, pudo despertar el interés de un grupo de jóvenes, criollos como él, estudiosos como él y decididos como él.

También se le escuchaba en las esferas hispánicas, y con mucha atención, pero al tiempo de resolver en nada eran considerabas sus ideas, propuestas y argumentaciones. Belgrano expondrá con sencillez y humildad sus derrotas cuando manifiesta: “Diré yo, por lo que hace a mi propósito, que desde el principio de 1794, hasta julio de 1806, pasé mi tiempo en igual destino, haciendo esfuerzos impotentes a favor del bien público, pues todos, o escollaban en el gobierno de Buenos Aires o en la Corte, o entre los mismos comerciantes, individuos que componían este cuerpo, para quienes no había más razón, ni más justicia, ni más utilidad, ni más necesidad que su interés mercantil”.

Una de sus grandes pasiones fue la educación. Comprendía que el estado de su gente era la consecuencia de la ignorancia que las propias autoridades mantenían a los fines de un más fácil dominio. Buscando resquicios para introducir esta idea, y aprovechando el interés que podía despertar entre  los propios comerciantes, propuso y logró instalar una escuela de matemáticas, condicionada a la aprobación de la Corte, pero ésta la desaprobó y debió cerrarse. Al respecto nos deja el siguiente comentario: “Porque aún los españoles, sin embargo de que conociesen la justicia y utilidad de estos establecimientos en América, francamente se oponían a ellos, errados, a mi entender, en los medios de conservar las colonias”.

Igual negativa sufrió en su pretensión de crear una escuela dedicada a la formación de pilotos, que denominó de Náutica. No sería la última de las decepciones: “No menos me sucedió con otra de diseño, que también logré establecer, sin que costase medio real al maestro”.

“Ellos es que ni ésta ni otras propuestas a la Corte, con el objeto de fomentar los tres importantes ramos de agricultura, industria y comercio, de que estaba encargada la corporación consular, merecieron la aprobación; no se quería más que el dinero que produjese el ramo destinado a ella; se decía que todos estos establecimientos eran de lujo y que Buenos Aires todavía no se hallaban en estado de sostenerlos”.

Cuando el miembro del Consulado, Francisco de Escalada, compartiendo los principios que Belgrano sostenía, interviene en la redacción de un documento que firma, se exponen cosas como estas: “Que sólo un gobierno indolente pudiera despreciar estas ganancias, que resultarían de la exportación de nuestros productos a las colonias extranjeras”, sosteniendo la necesidad por parte del mundo, por cuanto proceder en otra forma sería “echar a puerta ajena el bien con que se nos convida, trastorna el orden inalterable de la caridad y de la naturaleza que no dar lugar a preferencias”.

Todo esto no sólo evidencia que las ideas de Belgrano no habían caído en saco roto, sino también que el tono de tales escritos  denotaban ya una firme decisión en los hombres de Buenos aires y hasta una cierta rebeldía que se manifiesta ya sin ambages, con calificativos tales como “titánico estanco mercantil a que aspira Cádiz, habituado a la dominación y a conseguir cuanto ha querido” refiriéndose al monopolio.

 No será el único acólito de don Manuel. Tomás Fernández, al designarse a la comisión que habría de encargarse de peticionar al Rey contra la abolición del comercio libre, manifiesta que de lo que se trataba era “de informar al soberano” que de establecer la prohibición y consecuentemente continuar manteniendo el monopolio, lo único que se conseguiría sería “estancar las fecundas producciones con que la naturaleza liberal ha enriquecido esta provincia, la de aminorar su población con el atraso de su agricultura e industria, y hacer por un contraste, lo mas extraño, que en el seno mismo de la fertilidad y la abundancia reine la pobreza y la miseria”.

Más si la obra de Belgrano fue inútil en lo relativo al comercio externo, resultó en cambio benéfica en cuanto a educación, agricultura y obras de utilidad al comercio interior. En eso contó con el apoyo y la cooperación de la Junta por cuanto no afectaba los intereses de los monopolistas.

Se negaron monopolios para comunicaciones, se introdujeron máquinas para mejorar los primarios procesos industriales, se abrieron puertos, se instalaron faros, se fomentaron las ciencias, las artes, la cultura, todo ello realizado por el Consulado bajo la inspiración y labor permanente de Belgrano, cuya influencia, diligencia y actividad fueron notorias.

La agricultura fue objeto de la preocupación de Belgrano y, a su decir, era la clase “más útil al Estado” y por lo tanto había que eliminar los obstáculos que se opusieran a su desarrollo o lo impidiesen. El principal era la ignorancia del labrador, para combatir lo cual propuso la creación de escuelas agrícola, la intensificación de un comercio activo y las buenas comunicaciones.

En 1796, leyó la Memoria titulada “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la Industria y proteger el Comercio, en un País Agricultor”. En ella afirmaba: “Una de las causas a que atribuyo el poco producto de las tierras y por consiguiente el ningún adelantamiento del Labrador es porque no se mira la Agricultura como un arte que tenga necesidad de estudio, de reflexiones o de reglas. ¿Y de qué modo manifestar estos misterios y corregir la ignorancia? Estableciendo una escuela de Agricultura, donde a los jóvenes labradores se les hiciesen conocer los principios generals de la vegetación y desenvoltura de las Plantas; donde se les enseñase a distinguir cada especie de tierra por sus producciones naturales, y el cultivo conveniente a cada una; los diferentes Arados que hay, y las razones de preferencia de alguno según la calidad del terreno; los Abonos y el tiempo y sazón para aplicarlos, el modo de formar sangrías en los terrenos pantanosos; la calidad y cantidad de simientes que convengan a ésta o aquella tierra; el modo y la necesidad de prepararlas, para darlas a la tierra, el verdadero tiempo se sembrar; el cuidado que se debe poner en las tierras sembradas, el modo de hacer y recoger una Cosecha; los medios de conservar sin riesgo y sin gastos los granos…” (y así sigue describiendo cada una de las actividades agrícolas).

Juan Bautista Alberdi, más cerca de Belgrano promovía la educación técnica, y cuestionaba el sistema de Sarmiento acusándolo de  lo que hoy llamamos “clientelismo político”. Hacía además, una clara distinción entre instrucción y educación.

En sus “Estudios Económicos” publicados en 1876, durante la crisis económica que debió enfrentar la administración de Nicolás Avellaneda, Alberdi sostiene: “La América del Sur es, a la vez, rica y miserable. Es rica por la manera de ser de su suelo. Es pobre por la manera de ser de su pueblo. Enseñar al pueblo a crear la riqueza es enseñarle a ser fuerte y libre. La riqueza es poder y libertad, y el autor de la riqueza es uno mismo. En esa enseñanza consiste la parte principal de su educación en el presente. Esta es la educación que el pueblo de Sudamérica necesita y no recibe. En lugar de educación, recibe instrucción. Pero instruir al pueblo no es educarlo. Educarlo es formarlo en la costumbre de la vida que lo hace capaz de llenar su destino social. Esa capacidad no se adquiere con sólo aprender a leer y escribir”.

Y sobre la obra de Sarmiento señala: “El gobierno de Sarmiento ha llenado el país de escuelas, de maestros, de libros, de impresos, de librerías y bibliotecas, de universidades, en proporción superior al número de escolares. ¿Por qué? Porque en la moral de esa administración, el maestro valía más que el discípulo como instrumento electoral. El niño que por su edad no es elector, valía menos que el maestro. Y aumentar las escuelas era aumentar los maestros, es decir, los electores, los votantes y los votos favorables. El que cambia su voto por un empleo no es un modelo de moral. El Estado de la instrucción se ha medido por las cifras de la estadística. Lo que no se ha medido por los números es el estado de la educación moral”.

Abordó por el cultivo del lino y el cáñamo, como base para la fabricación de aceites, cuerdas y cordeles. Se preocupó por  crear conciencia en cuanto al establecimiento de curtiembres y la búsqueda de solución para el exterminio de la polilla que atacaba los cueros apilados, produciendo enormes destrozos y no menores pérdidas.

Asimismo se refiere a la necesidad de poblar las tierras con árboles, sobre todo si son llanas, por restar por lo tanto propensas a la sequedad, pues la sombra de sus follajes mantendrá la humedad del suelo pudiendo también plantarse de manera de cercar las heredades, defendiendo así los cultivos de los vientos, además de aprovecharlos como leña. Sus maderas, según las especies, pueden ser utilizadas en edificios y otros usos, como la construcción de buques, por ejemplo. Con gran previsión se refiere así a la necesidad de una atenta reforestación.

La agricultura, manifiesta, no es arañar un poco la tierra como generalmente se hacía, sin principios, sin técnica, sin conocimientos.

La agricultura ya existía en la época de Belgrano, mas en estado embrionario. Se sembraba trigo y otros granos en los alrededores de Buenos Aires, pero además de faltar otros muchos, era preciso acrecentar sus producciones y rendimientos. Con su incremento tomaría auge la industria y habría más actividad manufacturera.

Y después agrega: “Premiando a cuantos en sus exámenes diesen pruebas de sus adelantamientos, franqueándoles instrumentos para el cultivo y animándolos por cuantos medios fueses posibles, haciéndoles los adelantamientos primitivos para que comprasen un terreno proporcionado en que pudiesen establecer su Granja, y las semillas que necesitasen para sus primeras siembras, sin otra obligación que volver igual cantidad que la que se había expendido para su establecimiento en el término que se considerase fuese suficiente, para que sin causarles extorsión ni incomodidad lo pudiesen ejecutar”.

Sabía que por su idiosincrasia, el hombre de la campaña y el país mismo eran ganaderos, pero en razón de sus estudios y la experiencia hecha en su paso por Europa advertía que la riqueza estaba no sólo en la ganadería, sino también en la agricultura.

En poyo de su opinión agregaba: “La república romana jamás fue más feliz y respetada, como en el tiempo de Cincinato”.

En su deseo de citar ejemplos que sirvieran de tales, recurre a la historia de los primitivos pueblos, señalando cómo los egipcios honraban a Osiris, protector de la agricultura, y los griegos a Ceres.

“Grave error -sostiene Belgrano- que se suponga que se trata de una actividad simple, que pasa por costumbre de padres a hijos. El que así opera no puede progresar, no saldrá nunca de la miseria.

“La agricultura, afirma, requiere conocimientos, y muchos; es necesario conocer el clima de la región, el régimen de lluvias, la calidad de las tierras, las épocas de labranza, el momento de la cosecha, pero además –nos dice Belgrano- la tierra requiere ser amada, gustar de ella, gozar con las tareas que exige; en una palabra sentirla.

Su acción agrícola es dinámica, pues los procedimientos cambian con el avance de la tecnología. No es cuestión de volcar la semilla y esperar; es preciso hacer mejoras, realizar inversiones… Todo ello está señalando la necesidad de estudio, de escuelas técnicas, de capacitación.

En su propósito de educar y despertar de su inercia al incipiente agricultor, se formula preguntas que en realidad  son indicaciones. Cómo plantar un árbol, cómo injertarlo, cómo diferenciar las especies, cuáles son los implementos de labranza a utilizar y así sucesivamente respecto de la preparación de la tierra; de los granos, insectos, desmontes, mejoras en las praderas. Observe el lector que estas indicaciones las hacía Belgrano en 1796, y todavía tienen vigencia para muchos de nuestros actuales chacareros.

Estos párrafos sintetizan con exactitud el concepto de educación de Belgrano, ligado a la producción de la tierra a la que consideraba la principal riqueza del Río de la Plata.

En la Memoria de 1798 dice: “Desde la primera vez que cumpliendo con el encargo de mi empleo, leí ante este Cuerpo la Memoria que se me manda escriba anualmente, he clamado siempre por la escuela y el premio, como medios para la prosperidad del Estado”.

Y en esa misma Memoria hace referencia a la educación de la mujer, en la que Belgrano es pionero y alude a los premios que el Consulado había destinado “a la Niñas Huérfanas del Colegio de esta Capital; uno a la de 16 años para arriba, que obtuviese el segundo lugar en el hilado de una libra de algodón, y otro a la Niña de 16 para abajo, que tuviese el primer lugar en esta misma operación para contribuir a la aplicación y amor al trabajo de unas niñas que con el tiempo pueden llegar a ser útiles al Estado”.

Como podrá apreciarse por lo dicho, fue el primero que en estas regiones del Plata luchó a favor de la educación, es especial en lo referido a la de masas.

Tal era el estado en materia educativa que Vieytes, en su periódico, no trepida en calificar a los maestros de entonces como “ignorantes, y que apenas sabían leer y escribir”.

Fue Belgrano un verdadero promotor de la enseñanza, el primero que la encara con más títulos que Sarmiento, o por lo menos con igual preocupación, mucho antes que el gran sanjuanino emprendiera su gran cruzada educativa.

Belgrano se ocupa hasta de los emolumentos de los docentes. Desea jerarquizarlos para que puedan vivir con dignidad y decoro y los honra estableciendo el 1º de enero como el día del Maestro.

Su prédica constante, sin desmayos, por veces emotiva, dio sus frutos, pues hasta 1804 sólo había dos escuelas en el radio céntrico y en ese año se crearon tres más en barrios por entonces alejados como El Socorro, La Piedad y Concepción, pero no obstante se queja; desea más para estar en consonancia con la población que había aumentado.

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