EN EL NOMBRE DEL PADRE

En no pocos casos se ha pagado caro ser hijo de alguien reconocido. Un caso extremo es el de Hipólito Tupac Amaru,  hijo del célebre líder indígena que en 1780 se rebeló contra el opresor español en tierras peruanas, y quien,  como es bien sabido, pagó su osadía descuartizado por cuatro caballos que cincharon hasta desmembrarlo. Pero antes, junto a su esposa Micaela Bastidas,  debió presenciar el tormento de su hijo Hipólito, de diez años de edad. Así lo relataría el informe oficial de los ajusticiadores; “Todos salieron a un tiempo, unos tras otros. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de  los sacerdotes que los auxiliaban y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron a pie de la horca, y se le dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes: a Verdejo, Castelo, al zambo y a Bastidas (colaboradores del insurrecto) se les ahorcó llanamente. A Francisco Tupac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la horca (…)”. Luego, en otro documento titulado “Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza del Cuzco, el 18 de mayo de 1781” se dejará constancia del destino de los pedazos del niño Hipólito: su cabeza fue enviada para ser exhibida en Tungasuca, una de sus piernas a Quiquijano, la otra a Azangaro, un brazo a Iyabirí, el otro a Santo Tomás. Para escarmiento, para que nadie osara volver a levantarse contra la autoridad como lo había hecho su padre.

En otros casos los hijos deberán sobrellevar la arbitrariedad paterna, como fue el caso de “Dominguito” Sarmiento, hijo de Domingo Faustino, quien  tuvo una borrascosa relación con su padre luego de que éste se separase de su madre, Benita Martínez Pastoriza, para relacionarse apasionadamente con Aurelia Vélez Sarsfield.    En cartas rabiosas lo acusaba de haberse quedado con la fortuna materna condenándolos luego a la miseria. “Dominguito” moriría heroicamente en la Guerra de la Triple Alianza provocando un lacerante sentimiento de dolor mezclado con culpa en su padre. Se cuenta que por las noches se lo veía vagando taciturno y con ojos inundados por las cercanías de la Recoleta. También en ello puede buscarse el motivo profundo de su insólita elección del Paraguay para morir.

Otros hijos tendrán la oportunidad de vengarse del desamor. Juan era el hijo varón de Juan Manuel de Rosas y debió soportar que su padre lo ignorase mientras su hermana Manuelita ocupaba un lugar protagónico en la vida del Restaurador, sobretodo luego de la muerte de su madre Encarnación Ezcurra. Durante los largos años de gobierno rosista Juan permaneció en la oscuridad, apenas nombrado en las crónicas de la época, mientras Manuelita, “la princesa federal”, era el centro de las tertulias palermitanas y  hacía las veces de intermediaria o “ángel bueno”que pedía por la libertad o por la vida de los opositores. Luego de Caseros llegó la vindicta de Juan, quien se negó a acompañar a su padre al exilio. Como si eso fuera poco se cambió el apellido, regresando al tradicional de su familia, Ortiz de Rosas. Además, a pesar de haberse labrado una buena posición económica en Buenos Aires, se negó a ayudar económicamente a su padre que pasaba miseria en Southampton.

Otros hijos se montarán sobre el prestigio y relaciones paternales para asentar sus propias trayectorias. Tal el caso de “Julito”Roca, hijo de Julio Argentino, el ‘zorro”. Astuto y esmerado fue elegido senador por la provincia de Córdoba en 1916 y luego ocupó distintos cargos públicos  hasta, portador de un apellido que convocaba votos, ser vicepresidente en fórmula con Agustín P. Justo. Como tal fue enviado a Londres donde firmó el controvertido pacto Roca-Runciman, que los historiadores de orientación nacional consideran emblemático en cuanto a la sujeción entreguista a la potencia de entonces, Inglaterra.

Una saga estremecedora es la de los Lugones. Leopoldo fue sin duda un gran poeta, admirado por Borges, entre cuyos muchos méritos literarios estuvo el de reivindicar al “Martín Fierro”como

gran literatura, contrariando la opinión de la “intelligentzia” europeizada de su época. Pero sus ideas, en un principio socialistas, fueron derivando hacia lo reaccionario y antipopular, lo que se manifestó en su apoyo al golpe militar del 30 que preanunció en un discurso donde invocó  “¡Ha llegado la hora de la espada!”. Años más tarde se suicidaría  en el recreo “El tropezón” del Tigre. Su hijo homónimo, apodado “Polo”, no heredaría de su padre el talento artístico sino su veta antipopular y violenta, lo que lo llevaría a ser el inventor de la picana eléctrica, que aplicó personalmente a detenidos por razones políticas durante la dictadura del general Uriburu. Finalmente su hija “Piri”, quizás presa de una pendularidad brutal, comprometida con la causa popular fue secuestrada y asesinada en diciembre de 1977 por el terrorismo de estado durante el Proceso.

No faltan las familias cuyas particularidades se transmiten sin mayores variaciones de padres a hijos a lo largo de las generaciones. Es el caso de los Martínez de Hoz. El fundador de la estirpe, José, madrileño,  llegó al río de la Plata a fines del siglo XVIII. Fue miembro del Consulado español en Buenos Aires y a él y a otros como él se refería Belgrano cuando escribió en su autobiografía recordando su impresión al hacerse cargo del secretariado de dicho organismo cuya supuesta función era velar por los intereses de los habitantes de la colonia: “No puedo decir bastante mi sorpresa  cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey (…).Todos eran comerciantes españoles , exceptuando uno que otro, y nada sabían más que sobre su comercio monopolista, a saber; comprar por cuatro para vender por ocho”. Otro José sería fundador y primer presidente de la Sociedad Rural. Hasta llegar al impune José Martínez de Hoz, “Joe”, principal figura civil de la horrenda dictadura del Proceso de Reorganización Nacional, quien, aprovechando el terror, instaló en nuestro país el neoliberalismo globalizado preconizado por el Consenso de Washington y custodiado por los organismos financieros internacionales, que perdura hasta nuestros días generando miseria, violencia y exclusión.

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