Italianos en Argentina

La rica presencia italiana en la gesta descubridora y colonizadora de América arranca con Cristóbal Colón, se concentra en el cartógrafo florentino Américo Vespucio que bautiza indeleblemente al continente en su correspondencia con su coterráneo Lorenzo de Médicis, se lee en los comentarios sobre los americanos y sus costumbres de Pedro Mártir de Anglería, y en los relatos de Antonio Pigafetta, integrante de la expedición magallánica, quien testimoniará y bautizará a los habitantes de nuestra Patagonia.

La Boca del Riachuelo, adonde llegó Don Pedro de Mendoza en su primera fundación de Buenos Aires, fue el asiento  bautismal de un buen puerto de entrada a las tierras del Plata y allí pululó un enjambre de embarcaciones mayoritariamente genovesas y sardas desde fines del siglo XVIII (comentario sobre Sta. María de …). El padre de Manuel Belgrano fue uno de esos comerciantes genoveses, y su primo, Juan José Castelli,  es hijo de un médico y farmacéutico también italiano. En ese puerto recala la expedición de Alejandro Malaspina (1789-1794) y Fernando Brambila, un italiano, dibuja  los primeros grabados que reflejan la ciudad de Buenos Aires.

Pasada la primera década revolucionaria, Bernardino Rivadavia, decide introducir mejoras en la educación superior como clave de desarrollo futuro y para ello contrata en Italia matemáticos, físicos, cartógrafos, naturalistas, de primera línea: Pedro Carta Molina, Octavio Fabricio Mossotti, los arquitectos Pablo Caccianiga y Carlos Zucchi, éste último el primer arquitecto contratado por el gobierno para edificios y realizaciones públicas.
El ingeniero saboyardo Carlos Enrique Pellegrini llegará poco después al Plata proyectando obras como el puente para atravesar el Riachuelo, el trazado del puerto, las aguas corrientes; también era un destacado artista plástico y será padre de uno de los mejores presidentes argentinos a quien cariñosamente se lo apodaba  “el tano” Pellegrini.

Los hermanos Descalzi son un ejemplo notable de la labor que irradiaron los italianos que llegaron en la época rivadaviana. Nicolás Descalzi, nacido en 1801, fue recomendado por el comandante del puerto de Buenos Aires, el célebre Azopardo, a la Sociedad Argentina de Navegación para abrir una vía de comunicación con Bolivia a través de los ríos Bermejo, Paraguay y Paraná. Es hecho prisionero por el gobierno paraguayo, que recién lo devuelve en 1831, y en ese mismo año publica la carta de navegación del Bermejo. Enseguida será el gobierno de Rosas el que lo comisione para reconocer ambas márgenes del Río Negro, hasta la confluencia del Neuquén con el Limay, integrando la expedición al desierto que comanda el propio Restaurador. Su hermano Cayetano era pintor y grabador, retratista excelente, profesor de dibujo y pintura; lo fue nada menos que de Cándido López. El tercer Descalzi, Pedro, fue el primer farmacéutico en la ciudad.

Otro italiano destacable es Pedro de Angelis, próximo a Rosas, a quien es deudora la historiografía científica argentina, pues le corresponden las primeras orientaciones en el tema que luego recoge Bartolomé Mitre y son semilla de la Academia de Historia y Numismática.

Luego vendrá lo de  Juan Bautista Alberdi, “gobernar es poblar”, y la admisión de inmigrantes europeos, que hasta allí no estaba legalizada. Las cifras estadísticas suministran datos cuantitativos sobre la llegada aluvional de tanto europeo, alimentada en un 70% por italianos durante las primeras décadas. Italianos que no sólo se radicarán en las urbes sino que también pasarán a cubrir las tareas de “la pampa gringa”, sud santafesino con centro en Rosario y nordeste de Córdoba.

Encontramos a los italianos también en la Patagonia,   siguiendo la ruta del padre Mascardi, en el primer siglo del descubrimiento, el padre Agostini, de la cofradía salesiana que llega en seguimiento del sueño de Don Bosco, realiza un gran trabajo antropológico y deja testimonios fotográficos únicos sobre los últimos onas del ámbito.

La Universidad sigue nutriéndose de expertos peninsulares, entre ellos Paolo Mantegazza, matemático y hombre de ciencia , y otros profesores de las universidades de Parma, Turín y Pavía, como Bernardino Speluzzi, Emilio Rosetti, Pelegrino Strobel, Juan Ramorino quien en una visita a Mercedes, Prov. de Buenos Aires, estimula el quehacer de Florentino Ameghino con la paleontología pampeana. De ello se ocupó otro italiano relevante, José Ingenieros, quien se graduó como médico en Argentina, y da a conocer su tesis de doctorado en un congreso de

Guido Jacobacci dio entidad a un sitio patagónico que hoy lleva su nombre a través de una proeza constructiva que permitió hacer frente al desierto. A él se deben tres ferrocarriles patagónicos: en Bariloche, en Comodoro Rivadavia y en Puerto Deseado. Juan Bautista Médici, que llega en l870, concluye labores interrumpidas en relación con la provisión de agua a la ciudad y construye el Palacio de Aguas Corrientes sito en Córdoba y Riobamba. Hubo muchos otros ingenieros italianos en el trazado de ferrocarriles, área en la que Argentina ocupaba el primer lugar en América entonces, Víctor Penna entre otros, y también se ocupaban de la irrigación de los valles del Río Negro y Colorado, como el ingeniero Cesar Cipolletti, o el trazado de puertos militares como el de puerto Belgrano y Punta Alta a cargo del Ing. Luis Luiggi, que también extendió su tarea a los puertos de Rosario, de Santa Fe y Montevideo.

Simultáneamente estarán viéndose obras portentosas e irradiantes de poderío. Francisco Tamburini, que llega en 1881 a la Argentina, para dirigir el Departamento de Arquitectura de la Nación encara entonces la reforma de la Casa Rosada, el antiguo Hospital Militar Central, la escuela de profesores, el Arsenal de Guerra, el Teatro Colón. A su muerte, se encargará de finalizar algunas obras el arquitecto Víctor Meano, graduado en Turín, quien termina el teatro Colón, comenzado por Tamburini, y se hace cargo de la erección del palacio del Congreso Nacional, que gana por concurso. Ello es sintomático del lugar ganado por el arte arquitectónico italiano, que rematará la Avenida de Mayo creada para glorificar esa presencia, y a cuyo lucimiento contribuirá la Plaza y las esculturas que Lola Mora ideará, encarnando en su cincel la escuela escultórica italiana.

Una mención a los pintores y escultores que despuntan en la postrimeria de este período que encuentran en el área de La Boca expresiones genuinas de un área de inmigración italiana a lo largo de su historia. Maestros como P. Lazzari, iniciarán la escuela, que contará con excepcionales figuras como Fortunato Lacámera, o Quinquela Martín y su generoso legado que conserva la vivencia más genuina y expresiva del medio  martinero.

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