INVASIONES INGLESAS

En 1805, la flota británica derrotó a las escuadras unidas de España y Francia en la batalla de Trafalgar pero meses más tarde Napoleón venció en la batalla de Austerlitz por lo que el mundo quedó así dividido: el mar para Gran Bretaña, el continente europeo para Francia. La consiguiente pérdida de mercados y la presión productiva de su Revolución Industrial hicieron que Inglaterra necesitase con urgencia ampliar sus dominios comerciales.

Así surgió el plan de invadir a las colonias españolas en América del Sur, lo que luego la historia argentina llamó “Invasiones Inglesas”.

Antecedentes

Desde 1701 se discutía en Inglaterra diversos planes para conquistar a las colonias de América con el objeto de destruir al imperio español. En 1803, el Reino Unido de Gran Bretaña –como se llamaba oficialmente Inglaterra desde 1800- declaró la guerra a Francia que, bajo el mando de Napoleón, procuraba el dominio mundial. Al año siguiente, Napoleón se designó emperador e invadió España.

Con anterioridad, varios americanos habían establecido comunicación con Inglaterra en busca de apoyo a los proyectos emancipadores de España que no prosperaron.

En 1781, el ex jesuita Juan José Godoy viajó a Inglaterra para interesar a ese gobierno en sus planes para emancipar al Río de la Plata y Chile. En 1797, el venezolano Francisco de Miranda presentó ante los ingleses un proyecto para la independencia de Venezuela que proponía fomentar la insurrección americana desde Trinidad, en poder británico. En 1799, el abate Juan Pablo Viscardo, natural de Arequipa, Perú, publicó en Londres una “Carta a los españoles americanos” instándolos a liberarse del yugo español. En 1803, sir Home Popham propuso realizar una expedición al Río de la Plata, y dos años más tarde, el espía británico, Burke, luego de recorrer la zona y establecer amistad con Juan José Castelli, presentó planes coincidentes con el de Popham.

Los errores del plan

Derrotadas en Trafalgar las escuadras unidas de España y Francia, la marina inglesa quedó en libertad de acción.

En 1805, Gran Bretaña invadió Colonia El Cabo, posesión holandesa en Sudáfrica sometida al poder de Napoleón. La facilidad de esta conquista los impulsó a repetir la maniobra en el Río de la Plata donde evaluaron que las ciudades estaban mal defendidas y su población enemistada con el gobierno español.

Pero los ingleses se equivocaron al suponer que la división entre criollos y españoles era tan marcada que serían recibidos como libertadores.

El segundo error fue actuar como conquistadores y exigir el juramento de fidelidad al monarca inglés. Los criollos estaban disgustados con las autoridades españolas que les impedían acceder a los cargos públicos y el libre comercio, y no iban a aceptar cambiar una dominación por otra.

La primera invasión

El 14 de abril de 1806 partió de la ciudad del Cabo hacia el Río de la Plata la Armada de Popham, llevando fuerzas militares al mando de Sir William Carr Beresford. Transportaban 1040 hombres. De ellos, 32 oficiales y 870 soldados pertenecían al regimiento 71 “Highland Light Infantry” y estaban bajo el mando del teniente coronel Dennos Pack. Viajaban en los transportes: “Ocean”, “Melandhton”, “Triton”, “Ambulant” y “wellington”, que eran escoltados por los navíos de guerra: “Raisonable”, “Diadem”, “Narcissus” y “Encounger”. En la isla de Santa Elena se le sumaron las tropas de la Compañía de las Indias Orientales que aportaron 286 hombres al mando del teniente coronel Lane.

El 9 de junio, a pesar de la neblina, el vigía de Maldonado, José de Acosta y Lara, comunicó la presencia de 8 navíos o fragatas de guerra inglesas. El gobernador de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro, al recibir el informe lo pasó sin demora al virrey Rafael de Sobremonte quien estaba convencido de que los ingleses no atacarían Buenos Aires “por no permitir el poco fondo del río su introducción” y, de acuerdo con esta convicción, el 17 de junio envió a Montevideo 500 hombres de los mejores veteranos de Buenos Aires para reforzar la defensa de esa ciudad.

Por su parte, la flota inglesa se reunió el 13 de junio en Junta de Guerra, y la mayoría decidió atacar Buenos Aires y no a Montevideo. Beresford y Gillespi votaron en contra de esta decisión. Una vez tomada la resolución, fueron trasladadas las tropas y la infantería de marina desde los barcos de guerra a los transportes. El “Diadem” fue destinado a bloquear Montevideo.

Sobremonte no convocó a las armas en la cantidad necesaria en ambas milicias (campaña y ciudad), y a los convocados no se les entrenó ni se les entregó armas ni caballos suficientes.

El grado de incapacidad del virrey quedó demostrado cuando asistió, junto a su familia, en la noche del 24, a la Casa de la Comedia para presenciar la función. Ahí estaba cuando recibió un parte de Liniers que le informaba que había rechazado con sus cañones un intento de invasión. Sobremonte abandonó el teatro y se dirigió a la Real Fortaleza, desde donde ordenó al subdelegado de marina, José Laguna, que cubriera la boca del Riachuelo con naves ancladas.

El 25, las naves inglesas se acercaron hasta ubicarse a 8 millas de la costa de Quilmes. Desde la Real Fortaleza fueron disparados 3 tiros de cañón para avisar al pueblo. Los vecinos acudieron en masa a pedir armas y municiones. Sumaban alrededor de 1500 personas entre jóvenes, viejos y niños. Pocos las obtuvieron. El subinspector,Pedro de Arze, al frente de 400 milicianos urbanos de caballería, muy mal armados, y 100 Blandengues, se dirigió a Quilmes. Al mismo tiempo, el teniente coronel Manuel Gutiérrez con 200 Blandengues y milicianos fue a reforzar las defensas de Ensenada.

Mientras tanto, desde las 11 hasta el anochecer, en 20 botes, los ingleses desembarcaron en Quilmes 1.635 hombres.  El 27 de junio las tropas de Beresford lograron cruzar el Riachuelo.

Sobremonte designó Jefe de la Plaza al brigadier José Ignacio de la Quintana, a quien ordenó que no la entregara, y se alejó de Buenos Aires llevándose el oro disponible por la ‘Calle de las Torres’ (actual Rivadavia) con importante escolta.

Beresford envió al alférez Gordon para exigir la rendición, es decir la entrega de la Ciudad .En la mañana del día siguiente, 28 de junio de 1806, fue izada la bandera británica en el Fuerte y saludada con salvas de los cañones locales y de la flota inglesa, en donde se hallaba el comodoro Popham. Beresford asumió, entonces, como Comandante en Jefe y Gobernador de Buenos Aires.           

LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES     

Sólo había pasado un día de hallarse los invasores instalados en el Fuerte de Buenos Aires, cuando en diversas reuniones privadas de vecinos se debatía la mejor manera de expulsarlos o destruirlos. En una de ellas, don José Fornaguera propuso al Alcalde de segundo voto del Cabildo, don Anselmo Sáenz Valiente y al rico comerciante don Martín de Alzaga, que reunieran alrededor de 750 hombres armados con pistolas y puñales para atacar por sorpresa a los invasores donde se hallaban acuartelados o apostados (Cuartel de la Ranchería, Plaza del Retiro, Muelle y la Cárcel del Cabildo). De cumplirse satisfactoriamente el objetivo, a los 400 ingleses ubicados en el Fuerte sólo les cabría rendirse. Sáenz Valiente y Álzaga expresaron que aceptaban el plan de Fornaguera, y además que lo financiarían con sus dineros personales.

Independientemente  y casi al mismo tiempo, Felipe Sentenach  y  Gerardo Esteve y Llac tramaban un plan que acabaría con los invasores contando con la ayuda militar de Montevideo.

Por otra parte, Santiago de Liniers ingresó a la ciudad el 29 de junio. Para entrar, permanecer y salir de ella necesitaba un pasaporte de difícil obtención por ser militar. Para lograrlo,  tuvo la idea de recurrir a su amiga y amante, doña Ana Perichon, (abuela de Camila O´Gorman) casada con Edmundo O’Gorman, ciudadano de origen inglés vinculado con los invasores. O’Gorman cumpliendo con lo que le solicitó su mujer, le pidió el pasaporte a Beresford y lo obtuvo.

Mientras tant,o el plan conspirativo de Sentenach y Esteve y Llac continuaba. A ellos se unieron don Tomás Valencia , don José Franchi, don Miguel Esquiaga y don Juan de Dios Dozo, escribiente del comercio de Martín de Álzaga, quien recurrió a su patrón en busca de fondos para financiar la rebelión armada.

Álzaga prometió financiar el operativo y pidió a los complotados que se pusieran en contacto con sus hombres de confianza, el sargento retirado Juan Trigo , y el cadete de milicias Juan Vázquez, quienes ya reclutaban gente para la lucha.

Liniers estaba en contacto con Álzaga, quien lo vinculó con Sentenach y su grupo.
Éstos comenzaron, con grandes precauciones, a reclutar los 500 hombres necesarios.

El 16 de julio, los que actuaban en Buenos Aires alquilaron la quinta de Perdriel, propiedad de la sucesión de Domingo Belgrano Pérez, padre de Manuel Belgrano, para establecer el punto atrincherado fuera de la ciudad previsto en el plan inicial. Tenía ventajas defensivas y además, por  estar próxima a la costa de Olivos, podía servir como lugar de desembarco de las fuerzas que llegarían desde Montevideo.

Liniers viajó a la Banda Oriental para revistar al pequeño ejército recientemente
formado por Gutiérrez de la Concha y arribó a Montevideo el 17 de julio.

Las tropas en Montevideo que seguían a Liniers estaban integradas por: 70 Granaderos (compañía de infantería);  100 Catalanes (Migueletes); 250 Dragones; 150 Granaderos Fusileros (Voluntarios de las Milicias de Montevideo); 50 Blandengues de Buenos Aires; un tren volante de artillería.

El  22 de julio, la expedición de Liniers partió desde Montevideo hacia Colonia, a donde llegaron el 28.

En tanto en Buenos Aires, además de los 500 hombres acampados en Perdriel, se habían formado otros grupos: a Pedro Casanoval le respondían 13, a Tomás Castellón otros  5  a caballo, al alférez Juan Terrada lo seguían 600.

Por otro lado, el comandante Antonio Olavaria y Juan Martín de Pueyrredón, cumpliendo órdenes de Liniers, reunieron paisanos en la campaña.  Pronto , Pueyrredón consiguió que se le sumaran  don José Lino de Gamboa, Alcalde de Lujan; Valentín de Olivares y el sargento mayor Julián de Cañas, cada uno seguido por los suyos, con lo que se formó una columna de 300 hombres, que se dirigió a Perdriel, portando el Real Estandarte del Cabildo de Lujan.

En Perdriel necesitaban caballos y armas. Los caballos los proveyó el tropero Juan Tomás Martínez. Fornaguera empaquetó las armas con cuero, y Esquiaga las transportó. A su vez, Anzoátegui recogió 4 obuses de la barraca de Francisco Beláustegui, y 2 cañones livianos en la barraca de Necochea.

El combate de Perdríel     

El 1° de agosto, Esquiaga y Anzoátegui llegaron con las armas y 60 hombres a la chacra de Perdriel y encontraron un gran desorden y sólo 25 hombres. Vázquez estaba en Buenos Aires como la mayoría de los reclutados a quienes les había, imprudentemente, dado franco. Cuando aquellos descargaban el armamento que habían trasportado, vieron acercarse una columna inglesa cuyo jefe era el capitán Ogilvie, enviado por Beresford quien poco antes había sido informado de lo que ocurría en Perdriel por un traidor de apellido González.

El combate fue iniciado por la artillería inglesa, y fue respondida por la de los patriotas. Pueyrredón avanzó, a la cabeza de los suyos, contra el grueso del enemigo con  el propósito de sacarles la artillería. Consiguió quitarles un carro de municiones, pero una bala de cañón mató a su caballo, por lo que huyó a pie con su presa. En tanto,  los defensores de la quinta continuaron combatiendo con valentía. Tuvieron tres muertos y cinco heridos, mientras que los ingleses sufrieron 20 muertos entre oficiales y soldados y diez heridos.

Esquiaga y Anzoátegui concluyeron que sería imposible mantenerse, ordenando la retirada que fue hecha en el mayor orden. Por la diferencia en número de las fuerzas que combatieron, Beresford aceptó que la batalla no le fue favorable y redobló las esperanzas de Liniers de que sus hombres terminarían triunfando.

Pueyrredón fue hasta Colonia, donde conferenció con Liniers. Este le encargó que se ocupara de organizar en Buenos Aires y alrededores, los servicios de aprovisionamiento, las viviendas para alojar la tropa, y las comunicaciones.                                                                               

Liniers desembarca en San Isidro

El 5 de agosto Liniers desembarcó en San Isidro, y cuatro días después inició su avance sobre la ciudad.  A su fuerza se sumaron los 600 vecinos reunidos y armados por Fornaguera, Sentenach, Esteve y Llac, Dios Dozo y Valencia. Al llegar a los corrales de Miserere,  Liniers envió a Hilarión de la Quintana al Fuerte a fin de que entregase la intimación para que se rindieran. Beresford la rechazó. 

Inmediatamente después de terminar de leer la respuesta de Beresford,  Liniers marchó hacia El Retiro, su primer objetivo militar.     

La toma del Retiro

Al llegar Liniers al Retiro, los Miñones atacaron a los ingleses, apoyados por la artillería mandada por el alférez Joaquín Toledo y el capitán Francisco Agustini, que con sus disparos impidieron que la columna de Beresford pudiera unirse a los ingleses del Retiro. Los criollos no tuvieron una sola baja, en cambio, los ingleses, tuvieron 60 entre muertos, heridos y prisioneros.

Beresford avanzó hacia la Plaza Mayor, pero mientras se acercaba, los soldados y los vecinos los atacaron con balas, piedras y agua hirviendo derramada desde los techos de las casas.

En pocas horas, más de 160 soldados ingleses perdieron la vida, y el 12 de agosto de 1806, Beresford se vio obligado a firmar la rendición. El Cabildo se reunió dos días después y, por pedido del pueblo, destituyó al virrey Sobremonte y nombró en su lugar a Liniers quien, desde entonces, recibió el título de “el héroe de la Reconquista”.

Rendición de Beresford

Liniers exigió a Beresford la rendición incondicional y le exigió que izara la bandera española en el Fuerte. Asistieron como testigos de la rendición los comandantes Martínez, Murguiondo, García, los oficiales Quintana, Córdova, Rondeau, Villalba y los vecinos Arenas, Casamayor, Raymond y Anzoátegui.

Pasó poco tiempo hasta que Beresford  salió del Fuerte.  Las tropas patriotas formaron en ala y los ingleses depositaron sus armas ante Liniers. Las pérdidas inglesas sumaron 412 soldados entre muertos y heridos, y 5 oficiales entre muertos y heridos. Las fuerzas de Liniers tuvieron 180 muertos y heridos. El alférez Miranda fue herido en una mano y el edecán de Liniers,  Juan Bautista Fantín, sufrió la fractura de una pierna.

Los 1.135 prisioneros, que incluían a 41 mujeres y 28 niños, fueron internados en distintas ciudades del país (Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, La Carlota, San Luis, San Juan y Mendoza). Muchos de ellos se radicaron definitivamente en el país. Con algunos de los que estaban prisioneros en Mendoza, San Martín organizó, años después, la Compañía ‘Cazadores ingleses’ de su ejército de Los Andes.

El invasor había sido vencido. Terminada la guerra, los criollos comezaron a pensar.. Prioritariamente estaba el hecho irrefutable que el solo llamado de la patria los convocó a exponer sus vidas frente al insulto invasor. ¡Y habían triunfado…! Cuando analizaron lo ocurrido concluyeron que fueron guiados al triunfo por nuevos líderes, inteligentes, valientes, decididos, surgidos del puñado de los principales vecinos, convertidos en militares y estrategas improvisados. Tal línea de razonamientos debía llevarlos hacia la otra cara de la moneda de la verdad. La máxima autoridad, el Virrey, los había abandonado a su suerte, huyendo con los caudales públicos al interior, pero peor aún, quedó al desnudo que el régimen vigente no había previsto el necesario sistema de seguridad que los protegiera. Sólo el Cabildo había permanecido en pie en defensa de los vecinos.

Ya en las primeras horas del día siguiente, mientras la gente continuaba celebrando la victoria, enterrando sus muertos, reparando los daños materiales causados por el fragor de la batalla, la lucidez de los nuevos líderes estaban concentradas en organizar un ejército propio que diera seguridad al pueblo ante cualquier acechanza exterior, y donde el elemento criollo tuviera destacada presencia.

Esas fueron las iniciales consecuencias de la primera  invasión inglesa. La segunda invasión y el nuevo triunfo las ampliarían.                        

Segunda Invasión Inglesa

Casi al mismo tiempo de que las autoridades inglesas recibieron la noticia de la derrota, las tropas que habían enviado como refuerzo llegaron otra vez al Río de la Plata, esta vez al mando del general John Whitelocke, quien disponía del un total de 12.577 hombres. Para que los criollos no se armaran en Montevideo como en la invasión anterior, tomaron primero esta ciudad y, el 21 de junio de 1807, zarparon hacia Buenos Aires con 9 mil hombres.

El 28 de junio de 1807, comenzó la segunda invasión inglesa a Buenos Aires.

Liniers  los esperaba con más 8.500 hombres, reunidos en diversos escuadrones como el de Húsares y el de Patricios, entre otros, que fueron el origen del ejército nacional.

Whitelocke intentó entrar en la ciudad en columnas y sin causar daños, con la ilusión de ser bien recibido por los vecinos.

El 2 de julio las tropas se enfrentaron en un combate en el Miserere en el que Liniers salió casi vencido, pero tres días después, los soldados apoyados por los habitantes los derrotaron definitivamente, provocándole a los ingleses la pérdida de mil hombres entre muertos y heridos y casi 2 mil prisioneros.

La capitulación de Whitelocke    

El 7 de julio de 1807, Whitelocke  firmó la capitulación. El 13 de julio, con lo que quedaba de las tropas británicas, partieron de Buenos Aires las naves inglesas, dejando como rehenes a los capitanes Hamiíton y Carrol. Llegaron a Montevideo, donde permanecieron hasta el día 7 de septiembre, cuando se alejaron definitivamente rumbo a Londres.

Ante los pedidos llegados desde el Río de la Plata, la metrópoli designó, el 3 de diciembre de 1807, a Liniers como Virrey interino, quien juró el 16 de mayo de 1808.

Consecuencias

Después del triunfo sobre los ingleses, los habitantes de Buenos Aires se dieron cuenta de que no necesitaban de España para defenderse. Habían formado su propio ejército y hasta habían logrado destituir al virrey Sobremonte y designar a Liniers en su lugar.

Por su parte, la Corte española celebró la expulsión de los ingleses, pero se puso en guardia ante la actitud de los criollos que se habían atrevido a destituir a las autoridades y elegir a quienes las reemplazaran, en un gesto que nada tenía que ver con la monarquía que regía a España y a sus colonias y que se parecía más a un sistema republicano de gobierno.

En España quedó claro que los americanos, por primera vez, comenzaban a pensar en la libertad.

Protagonistas

Durante las Invasiones Inglesas actuaron muchos de los hombres que luego serían protagonistas en la revolución de Mayo en las luchas por la independencia.

Se reunían en dos agrupaciones políticas: el Partido de la Independencia y el Partido Republicano.

El Partido de la Independencia se formó en 1806 con el propósito de lograr la independencia del Río de la Plata y el fin de la discriminación por la que España impedía a los americanos ocupar cargos políticos. Estaba conducido por Juan José Castelli e integrado por Nicolás Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Domingo French, Antonio Berutti, Saturnino Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Manuel A. Padilla, Juan Martín de Pueyrredón, Juan José Paso.

El Partido Republicano tenía el centro de su poder en el Cabildo de Buenos Aires. Esta agrupación fue la que destituyó al virrey Sobremonte en 1807, y también perseguía la independencia del Río de la Plata, pero pretendía formar un nuevo gobierno con los españoles europeos, con exclusión de los americanos, bajo la forma de un sistema republicano. Lo dirigía Martín de Alzaga y lo integraban Juan Larrea, Domingo Matheu, Esteban Villanueva, Antonio de Santa Coloma, Francisco de Neyra, Mariano Moreno y Julián de Leyva.

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