AL RESCATE DE “PEPE” ROSA

Acaban de publicarse dos libros que hacen justicia a la memoria de José María Rosa, eje vertebral del revisionismo histórico de orientación nacional y popular, corriente que surgió a raíz de la crisis del año 30 que puso en evidencia el entramado cómplice del imperialismo británico con la dirigencia oligárquica, y cuyo objetivo fue rescatar una visión de nuestra historia “desde lo nuestro”(no es casual que la reciente crisis del 2001 haya potenciado el resurgimiento de dicha corriente “agiornada”). 

Enrique Manson dedicó varios años a escribir una amena y fundamentada biografía de “Pepe” Rosa, como todos lo llamábamos (“José María Rosa, el historiador del pueblo”, Ediciones Ciccus). Y tiene pergaminos para hacerlo porque  fue uno de sus más estrechos discípulos y colaboradores.   

Rosa no fue un estudioso de escritorio sino que se comprometió con sus convicciones. Fue peronista aún antes de que el general Perón fundara su movimiento pues el revisionismo histórico que también integraban Irazusta, Cooke, Doll y otros, y el FORJA de Jauretche, Scalabrini Ortiz, Manzi y otros, con su prédica impregnada de raíces nacionales y de reivindicaciones sociales prepararon su advenimiento. 

Como sucedería  también con Jauretche, el mayor compromiso militante de Rosa con el peronismo, a contramano de la mayoría, se dio luego del golpe de septiembre de 1955. Su activismo en la resistencia peronista lo llevó a participar en la trágica intentona del general Valle, a duras penas esquivó el pelotón de fusilamiento y debió exiliarse en Uruguay y luego en España. Con Perón otra vez en el gobierno fue designado embajador en Paraguay y en Grecia. No bajó los brazos durante la dictadura del Proceso y publicó una revista, “Línea”, que se animaba a decir lo que los demás callaban.

El otro libro es la reedición de una obra clave de Rosa a pesar de su brevedad (“El cóndor ciego”, Ediciones Fabro). Su título remite a una cruel tradición de nuestro noroeste: a un cóndor se lo priva de visión y entonces, en una anhelante búsqueda de luz, vuela en línea vertical hacia el cielo hasta que, agotado e impotente, se deja caer hacia tierra en una muerte suicida. 

Rosa nos demuestra en estas páginas que la investigación histórica no tiene por qué ser árida y presuntuosa y nos regala un relato apasionante (como lo son todos sus textos) con la intensidad del mejor “thriller”. El cóndor ciego es aquí Juan Lavalle, el valiente oficial de nuestra independencia que en los años siguientes fue protagonista de dos de las mayores atrocidades de nuestra Historia: el fusilamiento de Dorrego y la jefatura del ejército cipayo que pretendió defenestrar a Juan Manuel de Rosas con la complicidad de la armada francesa que en 1849 bloqueaba el puerto de Buenos Aires. 

Nuestra historia oficial aceptó y consagró la versión de que Lavalle murió por una bala azarosa de un gaucho federal que atravesó la cerradura de la puerta de la casa de Jujuy donde había buscado refugio en su huida hacia Bolivia escapando de la furia de Rosas. Y Sábato, errando la puntería, se ocupó de celebrar el salvataje de sus restos…

“Pepe” Rosa, en forma magistral,  demostraría que las cosas no eran tan claras: la tercerola que portaba la partida federal era un arma de chispa, de avancarga, de limitado alcance y escasa fuerza de penetración. Es imposible que un proyectil de tercerola pudiera atravesar una puerta de macizo cedro tucumano como la de la casa de Zenarruza.  Por otra parte también es imposible que una bala haya pasado a través de la cerradura pues una bala de tercerola tiene un diámetro de 17 mm.  a lo menos y el ojo de llave no debió ser mayor de 18 mm. La bala debió entonces recorrer todo el ojo de la cerradura en una extensión mayor de 50 mm., el grosor de la puerta,  sin desviarse un milímetro de su línea. Aún suponiendo que tal milagro pudiera haberse dado, siempre según Rosa,  la dirección de ese disparo no habría podido herir a Lavalle en el cuello porque la cerradura se alza a 1m20 del suelo, es decir que el jefe unitario debió estar “rodilla en tierra” para recibirlo en el “pescuezo”.

Lo que trasunta el texto de Rosa es que las traiciones a la patria no quedan impunes: acosado por la culpa de sus desvíos Lavalle fue cayendo en un profundo estado depresivo. Pesaba sobre su alma el fusilamiento de aquel a quien la gente humilde, la plebe, amaba, tanto que en el parte que él mismo redactó de puño y letra se refirió a “un pueblo enlutado por él”; también el haber conducido un ejército y matado compatriotas al servicio de un imperio extranjero con el pretexto de luchar por la “libertad”, en ambos casos al servicio de los intereses de los “notables” de Buenos Aires.   

A Lamadrid, que lo encontró en Córdoba,  es tal la impresión que le produce la depresión de Lavalle que “lo compadecía en extremo en mi interior, pues acabé de convencerme de que estaba agobiado por el peso de sus desgracias, siendo esta causa la que lo había reducido a dicho estado”. Finalmente, en la jujeña casa de Zenarruza,  el cóndor ciego plegó las alas y se dejó caer hacia la muerte… 

Los dos libros que aquí comento, que se suman a la reciente reedición de “Conversaciones con José María Rosa”de Pablo Hernández (Ediciones Fabro), cumplen con una premisa impostergable: rescatar y jerarquizar la memoria y la obra de uno de nuestros mayores intelectuales del campo popular. Que tuvo el coraje, en nombre de la verdad en la que creía, de oponerse a la academia y el oficialismo historiográfico, lo que lo condenó a un ostracismo que hace casi imposible encontrar sus publicaciones en librerías. Y lo que es imperdonable y vergonzoso es que sus textos y los de otros revisionistas no se estudian en las universidades argentinas, exclusión que, afortunadamente, por el empuje del interés de la gente que quiere conocer una historia argentina menos tendenciosa, comienza a resquebrajarse.

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