LA PREPARACIÓN DE MAYO

Mayo fue la consecuencia de un proceso preparatorio que, contrariamente a lo afirmado por alguna corriente historiográfica que argumenta sólo motivaciones económicas y políticas circunstanciales,  tuvo entre sus protagonistas a jóvenes criollos movidos por una intencionalidad independista que buscaba desde tiempo atrás la oportunidad de concretarse. 

Saturnino Rodríguez Peña era uno de los jóvenes “alumbrados” de Buenos Aires, así llamados porque se sentían iluminados por las luces de las nuevas ideas europeas sobre libertad, igualdad y fraternidad. Devoraban los textos de Voltaire, de Rousseau, del barón de Montesquieu, de la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert. Asistían  a las reuniones conspirativas de la jabonería de Vieytes, entre ellos Castelli, Belgrano, Paso, Saavedra, Donado, Martín Rodríguez, los hermanos Rodríguez Peña y otros que maquinaban  estrategias para cortar la dependencia de España. 

Saturnino  fue comisionado para  hablar con el general Beresford, prisionero en Luján, y convencerlo, y por su intermedio convencer al Foreign Office inglés, de no insistir en la ocupación militar por parte de la nueva excursión. Una nueva invasión de los europeos era inminente e inevitable y la heroica resistencia criolla quizás los convenciera de que lo más conveniente, tanto para la Corona inglesa como para los “alumbrados” rioplatenses era promover la independencia del Río de la Plata a cambio de garantizar el absoluto dominio británico de su comercio. Es decir no conquistar sino liberar.  

Beresford, escaldado por su experiencia, se mostró favorable a esa propuesta y se ofreció a hacerla conocer al jefe de las tropas británicas acantonadas en Montevideo, general Auchmuty, y al gobierno de Londres. Para ello era necesario que el jefe inglés fugara.

Saturnino se encargó de esgrimir una supuesta orden de Liniers ante la custodia del jefe inglés y luego, amparados en la oscuridad de la noche, cruzaron el río. 

La tramitación, si existió, fue inútil pues a los pocos meses tendría lugar otra invasión ya que la Corona británica, que había hecho desfilar por las calles de Londres los cuantiosos caudales incautados  durante la primera incursión, consideró inaceptable la “insurrección” de la que ya consideraba una de sus colonias. 

Otro antecedente de gran importancia en la libertad e independencia de nuestra patria fue la Universidad de Chuquisaca (hoy Sucre), donde se formaron algunos de los hombres que promovieron y protagonizaron nuestros hechos de Mayo, entre ellos Mariano y Manuel Moreno, Monteagudo, Paso, Castelli, Darregueyra, Sánchez de Bustamante, Valentín Gómez, los hermanos Rodríguez Peña, y otros. Allí tomaron contacto con las ideas de la Ilustración francesa y también con los neoescolásticos hispánicos, que cuestionaban el origen divino de la autoridad real y a cambio postulaban que su poder era una concesión del pueblo a quien asistía el derecho de recuperarlo cuando el monarca lo ejerciera tiránicamente o cuando estuviera imposibilitado de hacerlo, como fue el caso de Fernando VII preso de Napoleón. 

Una comprobación de que antes de Mayo existió una vocación emancipadora lo dio también Bernardo de Monteagudo, quien, cuando sólo tenía 19 años escribió el libelo “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos” que circuló profusamente en los claustros chuquisaqueños. Era un dialéctico intercambio de ideas entre las almas de Fernando VII, Rey de España, y la de Atahualpa, el infortunado Inca sacrificado por Pizarro 300 años atrás, quien convence a tal punto al monarca que termina por afirmar: “Si aún viviera, yo mismo movería a los americanos a la libertad y a la independencia más bien que vivir sujetos a una nación extranjera”. 

Otro hecho que intentó ser aprovechado por los criollos conspiradores  se produjo en 1808 cuando la esposa de Juan VI, emperador de Portugal radicado en Brasil, la princesa Carlota, hermana del rey Fernando VII, vio la oportunidad de reivindicar sus derechos, como Borbón, a las colonias americanas. El cabildo porteño, fiel al monarca preso, rechazó airadamente la “reclamación”. En cambio no fue ésa la reacción de los complotados de la jabonería de Vieytes quienes vislumbraron una vía de independencia de España aunque se cayese en otra servitud europea, y se declararon sus partidarios y avalaron los derechos de doña Carlota. Manuel Belgrano le escribiría: “No es comparable la representación de la Junta de Sevilla (que entonces regía simbólicamente en España) con las de Vuestra Alteza Real ni pueden ponerse entrambas en paralelo; aquélla es de mero hecho y ésta de conocido derecho”. Otro complotado, Cornelio Saavedra, en su carta declararía que se “postra  en el más sumiso acatamiento ante Vuestra Alteza Real suplicándole digne mandar impartir las órdenes que fueren de su Real agrado”..

El astuto agente portugués Felipe Contucci se había ganado la amistad de los conspiradores criollos, ‘carlotistas’ por conveniencia, pintándoles un panorama acorde con sus proyectos de cambio: si apoyaban la regencia de Carlota, dado que la misma, argumentaba, habría de establecerse de cualquier manera, pacíficamente o por la fuerza, con o sin el apoyo de las autoridades virreinales, ellos tendrían preferencia en el nuevo gobierno sostenido por Portugal y, sobretodo, por Gran Bretaña.

Es que los futuros próceres de Mayo vislumbraban que una regencia de la Infanta los incorporaría a la influencia de la hermana mayor de Portugal, Gran Bretaña, que también durante los años por venir sería por ellos considerada la única potencia capaz de garantizarles el no regreso a la dependencia de España. Por otra parte aquellos jóvenes criollos, captados por el iluminismo, estaban seducidos por el liberalismo económico, cuyo reflejo en lo intelectual y en lo social les resultaba mucho más atractivo que el hispanismo ultrarreligioso y estancado en el tiempo. 

Pero finalmente sería el embajador británico, lord Strangford, quien  frenaría las aspiraciones expansivas de Coutinho, ya que Inglaterra no tenía interés en aumentar el poderío de Portugal ni en fomentar la independencia de las colonias de su aliada contra Napoleón, que significaba la mejor y única playa de desembarco en el continente europeo para sus ejércitos. Además toda rebelión colonial era un mal ejemplo que podía extenderse a las propias posesiones ultramarinas.

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