El sable
La acción transcurre en Southampton, Inglaterra, en el interior de una vivienda típicamente rural casi despojada de adornos, en la que se mezcla lo criollo con lo británico.
Juan Manuel de Rosas muestra resabios de su energía y orgullo de antaño pero con algún deterioro mental, con fallas de memoria, sorderas y distracciones. Con mucha frecuencia confundirá el pasado con el presente.
Francisca es su sirvienta por horas, una adolescente andaluza pícara e irreverente.
La obra transcurre en el salón de la casa, donde hay un escritorio cubierto de papeles y una biblioteca. Tres puertas: una a la cocina, otra al exterior y otra al interior de la casa.
Al comenzar la obra sólo se ve iluminada una vitrina en cuyo interior está el reconocible sable corvo que el general San Martín legase testamentariamente a Juan Manuel de Rosas “en reconocimiento a su defensa de la soberanía nacional”. También un voluminoso espejo de pie.
Afuera llueve y hace frío.
R. entra desde el exterior dando muestras, aunque trata de disimularlo, de sentir frío. Su ropa y su cabeza están mojadas. Se quita el capote y lo deja caer. Tose.
Aparece la Madre)
R (enternecido) Madre, oh Madre…
M (severa) De rodillas
R (se arrodilla ante el espejo) Me siento mal
M (exigente) Usted es un flojo
R (lloriqueante) No soy un flojo, me siento mal
M Un Ortiz de Rozas nunca se enferma y si se enferma nadie debe darse cuenta
R Quiero quedarme en la cama y que me acompañes
M (dura) ¿Hizo lo que le ordené? (R niega con la cabeza, cohibido) A veces parece olvidarse que usted es el mayor de mis hijos y está obligado a ser el mejor, el más fuerte, más fuerte que su padre… Los indios lo dejaron inservible, usted bien lo sabe
R (implorante) Hace frío, Madre
M ¿Frío? Mire cómo estoy vestida yo. Bueno, basta de tonterías y vaya a juntar las ovejas
R Estoy cansado
M La tormenta dispersó el rebaño
R ¿Qué tormenta? No hubo…
M Siempre hay tormenta, siempre
R (gimoteante) Madre
M (lo toma de una oreja y lo zamarrea conduciéndolo hacia la puerta) Tiene que ser bravo, ¿entiende?,
(R se dirige hacia el exterior. Entra Francisca.)
F (disgustada) Pero… ¿a dónde va?
M Yo necesito que usted sea fuerte, despiadado
R ( en voz baja) A trabajar. Mi madre…(M. se esfuma)
F A trabajar ¿en qué? Si hace años que su campito no da ni una patata (lo conduce al sillón y lo arropa)¿Quién se va a ocupar de usted si coge un resfriado? ¿Eh? Yo, quién va a ser, como si no me diera mucho trabajo, todo el día atrás suyo. Un día de éstos… (se interrumpe)
R (preocupado) Un día de éstos ¿qué?
F (le arroja una toalla) Séquese la cabeza, no hay nada peor que tener la cabeza mojada.
R ( sigue aterido de frío, disimula un estornudo) ¿Te vas a ir, eso quisiste decir?.
F Deje de hablar tonterías y siéntese cerca del fuego
R: ¿Fuiste al correo?
F: Jum (señala un sobre encima del escritorio)
R (ansioso): Dámela
F : No es la que usted espera. La que yo también espero así me paga.
R (la abre y la lee con avidez): Esta es de … ¿no hay otra? (F. niega con la cabeza. R. intenta leer pero su visión gastada se lo impiode) Tomá lee vos
F (lee con la dificultad de la semianalfabeta) “La colecta entre parientes y amigos otra vez fue un fra … fra…
R Fracaso
F “… muchos ingratos ya no quieren escuchar de quien tanto los ayudó …”
R (anhelante) ¿Dice algo de mis estancias?
F (recorre la carta) Espere don Rosa, no me apure…Nada, ni una palabra
R (mira en un calendario) La última fue hace tres meses y tampoco decía nada.
F “ Los inf…inf…”
R: Informes
F No, “infun…”
R (rabioso) ¡Infundios!
F “…sobre usted no ce…cejan”…(se señala una ceja) La ceja, ¿no es esto?
R: Goberné con la suma del poder público y no me quedé ni con un patacón, dicen de todo de mí,… de todo, pero nadie puede decir que soy un ladrón
F: Usted es un zonzo, los alcaldes de mi pueblo cuando terminan se van a vivir a Madrid como unos señoritos, a gastar todo lo que robaron… “sigue de presidente Sarmiento”… “la fiebre amarilla hace estragos”…basta, me aburrí
R ¿Estás segura de que no había otra carta?
F ¿Usted cree que yo soy tan tonta de que se me caen las cartas por el camino? ¿Hasta cuándo va a esperar la carta de esos Anchorena? En todo el tiempo que llevo aquí nunca le escribieron y me parece que no le van a escribir nunca (R. tose y tiene un escalofrío. A lo largo de la pieza su salud irá desmejorando) Ve, yo se la había dicho, se va a enfermar por terco, un viejo como usted no puede salir con un día como hoy
R (obedece y guarda silencio, ensimismado en sus pensamientos. Así sucederá en distintos momentos de la obra.
Entra Terrero, su yerno, y se dirige hacia R.)
T: Brigadier…
R (sobresaltado) ¿Otra vez usted, Terrero?
T Necesito, le exijo…
R (enojado): ¿No puede dejarme tranquilo?¿Qué quiere?
T (entre ansioso y enojado) Que me diga la verdad
R ¿Qué verdad, de qué me habla?
T: Si es cierto lo que todos dicen
R: Parece mentira que usted se deje llevar por los infundios, sí, infundios que corren sobre mí
T: Júreme que son mentiras
R. Las Tablas de Sangre las escribió el traidor de… (no recuerda)
T: Escribió lo que todos comentan
R: Los gringos y los franchutes necesitaban un pretexto para invadirnos (despectivo) Venían a “liberarnos” de mí, del tirano sangriento que hacía porquerías con su hija
T Si es cierto, estoy seguro de que Dios lo va a castigar y yo nunca lo voy a perdonar
R: Usted no merece ser mi yerno, Terrero, es demasiado incauto
F (muestra una medalla a R.)Déjese de hablar solo, don Rosa, y dígame qué es esto
R (enérgico, a T.) ¡Váyase, Terrero, váyase! (T. se esfuma)
F Parece un loco así
R Tengo frío
F ¡Cómo no va a tener frío…! Seguro que se enferma. Le pregunté qué es esto.
R A ver leéme qué dice, antes a una legua de distancia te distinguía un caballo de una yegua.
F: (lee con dificultad por su semianalfabetismo) “A los vencedores de… “Que…bracho Herrado”.
R: ¡Quebracho Herrado! (se entusiasma) Ahí los corrimos a los salvajes, una de las tantas veces … Hicimos un montón de prisioneros, muchísimos, y sólo salvaron su vida los prisioneros que a mí se me dio la gana, éste al pelotón y éste se salva porque sí. La arbitrariedad es un gran aliado del terror (F. se guarda la medalla en el bolsillo cuidando que R. no lo advierta) ¿Cómo dijiste que se llamaba?
F: (la saca con disimulo de su bolsillo y vuelve leer con dificultad) “Que…bra…cho…”
R: ¿Es Lavalle o …? ¿cómo se llamaba el oriental? (se pierde) Si mandé a acuñar medallas es porque ganamos, nadie manda acuñar medallas cuando pierde
F: ¿Es de plata?
R: Seguro que es de plata
F: ¿Cuántas libras puede costar?
R: En lo único que pensás es en dinero… Parecés unitaria ¿De dónde sos vos?
F: ¿Otra vez? De Estepona, allá en Andalucía. Siempre me pregunta lo mismo.
R: Viniste con un aceitunero rico que…(se pierde) ¿Hace negocios con Urquiza? Contrabandista… No hay bloqueo que valga si todo entra y sale por Entre Ríos
F: Ahora me va a preguntar qué es lo que hago aquí, junto dinero para volver a mi tierra, y usted hace meses que no me da la paga
R: Quieren sustituir a la aduana de Buenos Aires
F: Voy a llegar sin avisarles, una sorpresa, se van a alegrar mucho.
R: ¿Qué andás murmurando?
F: Nada, don Rosa.
R: (amoscado, busca entre sus papeles y le muestra el membrete de uno ya amarillento por el tiempo ) Cuántas veces debo repetírtelo, Brigadier don Juan Manuel de Rosasss, con ese al final, Restaurador de las Leyes, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina.
F: (riendo) Es cómico (lo imita, burlona) “Don Juan Manuel de Rosa, gobernador de no sé cuánto y encargado de los interiores de no sé qué”.
R: No me faltés el respeto, niña, nadie se anima a faltarme el respeto, y cuando pasa mi retrato en las procesiones todos se sacan el sombrero y agachan la cabeza… ¡Y guay del que no lo haga!…
F : A mí no me asusta, don Rosa, porque yo sé que esas son mentiras
R:¿Sabés cuál es la razón de la peste amarilla?
F: ¿Hay peste azul, también? ¿Cómo es la peste amarilla, la gente se pone amarilla y después se pudre como un limón?
R: Es el castigo de Dios por declararle la guerra a un país pequeño pero digno como Paraguay
F: ¿Qué cosas dice? Usted tiene mucha imaginación, ese país no existe, es otro invento suyo
R: Y si la guerra dura y dura, no termina nunca, es porque mis gauchos sirven para pelear contra los imperios que nos quieren atropellar, no contra otros gauchos
F: (burlona) ¿Cómo es? “Para”… ¿qué?
R: Paraguay. Y un presidente respetable, amado por su pueblo… (no recuerda el nombre) ¿López, era?… Quizás ese sea un pecado imperdonable, ser amado por su pueblo, yo de eso sé (se incorpora del sillón, busca un poncho y se lo pone) Ayer dejaste esta silla así y esta silla tiene que quedar así, no de cualquier manera. ¿Me escuchaste?
F: Ay, cómo fastidia con lo del orden
R: El orden es esencial. Sin orden no hay progreso, no hay religión, no hay patria.
F: ¿Todo eso por una silla? Además esa tontería de que nadie puede sentarse en ésa (señala una de las sillas)
R: Está reservada para Urquiza, algún día va a venir, se va a sentar allí y me va a pedir perdón.
F: A veces usted me aburre, don Rosa
R (corrige) Rosasss (tamboriles) ¿Escuchás? Son mis negros
F (fastidiada) No se escucha nada, lo único que se escucha es el silencio
R El perro del vecino no ladra, hace días que no ladra
F: Es cierto.
R: Buen perro, perro bravo … (ensimismado) Sarmiento, otro enemigo … ¡Ha pasado tanto tiempo que ya podrían haberse aplacado sus odios! (conmovido) ¿No es suficiente castigo tantos años de soledad y de olvido?
F: No se haga tanta mala sangre
R: Y esa muerte esquiva, burlona, que nunca termina de llegar…
F: Ayer no me fue bien con mister Horn
R: Por eso creo en Dios, porque sólo él puede ser tan cruel, tan dañino.
F: Yo le hablo de míster Horn y usted sigue hablando de sus cosas
R: ¿Horn? Otro espía inglés, seguro. Los ingleses están por todas partes. Hasta en la Patagonia, como el gringo aquel… Darwin, Darwin se llama, me acordé, después andan diciendo que me falla la memoria, finge investigar las plantas y los animales pero lo que hace es estudiar el terreno porque los ingleses planean un desembarco.
F: Me dijo que esas cartas podían interesarle solo a algún argentino, y no a todos los argentinos. Así que…
R: Cuando los ingleses aspiran rapé todo el mundo estornuda (se festeja a sí mismo) ¿Te gustó la frase? Cuando los ingleses…
F ¿Escuchó, viejo? Míster Horn dijo que esas cartas no valen nada
R: Por eso hubo que conquistar el desierto, no para matar indios como dicen algunos …¿Quién?
F: Mr. Horn, el usurero que compra lo que le llevo
R (se da cuenta, alarmado) ¿ Qué cartas?
F: Las que usted me regaló.
R: (se precipita a una cómoda y abre un cajón) Yo no te di nada, no seas mentirosa. ¿Las cartas… ?
F (enfunfurruñada) ¿Sabe usted hace cuántos meses que no me da mi paga? Encima tiene el coraje de enojarse porque me llevo unos papeles que no tienen ningún valor (revuelve en el fondo de su bolso y extrae un bollo de cartas arrugadas que entrega a R. Este, desasosegado, las extiende sobre su escritorio y trata de plancharlas con el dorso de su mano).
R: Las cartas de San Martín
F: El sable sería otra cosa, pero usted es un terco, mister Horn me dijo que las armas se venden bien y si es como yo se lo describo me da veinte libras, y con las veinte libras allá se pueden hacer muchas cosas.
R: ¿Por qué dijiste “allá”?
F: (incómoda) Yo no dije “allá”.
R: Me pareció que habías dicho “allá”.
F: Le habrá parecido, usted sabe que tiene la cabeza bastante floja.
R: (repara las cartas) Las arrugaste
F: Seré un poquito ignorante pero de tonta no tengo ni el pelo, y usted no me va a hacer creer que un santo le escribe cartas, los santos no escriben cartas, hacen milagros y no escriben cartas, a uno no lo hacen santo por escribir cartas sino por hacer milagros
R El más grande de los argentinos y lo trataban de loco, de borracho, de ladrón
F (despectiva) Un santo que le escribe cartas… las cosas que hay que escuchar. Y que se las escribe a usted… debería escuchar las cosas que se dicen de usted en el pueblo…
R (no le hace caso, la sienta, recita una de las cartas con énfasis): Escuchá: “Como argentino me llena de un verdadero orgullo (un acceso de tos lo interrumpe) el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor “, ¿escuchaste?, prosperidad, paz interior, orden, honor (disimula que los ojos se le han llenado de lágrimas) , él peleó contra los godos, yo contra los gringos (sigue la lectura) “el honor establecido en nuestra querida Patria”, Patria con mayúscula, hay algunos que tienen vergüenza de escribir o decir “patria”…(se apresta a continuar pero F. lo interrumpe)
F (le quita la carta de la mano) Basta, viejo, ya me aburrí
R (recupera la carta, recita el encabezamiento) Boulogne-sur-mer, 6 de mayo de 1850, pocas semanas antes de morir. Dios se acordó de él… En cambio el mío es un Dios de espaldas, que se ha olvidado de mí como un niño abandona un juguete roto en un rincón de su habitación … (tose, se siente mal, camina hasta la puerta que da hacia el exterior y llama) ¡Manuela! ¡Niña!
F (reaparece desde la cocina) No creo que ni ella ni su yerno vengan más, usted los trató muy mal, siempre los trata mal.
R: Me abandonó, cuando más la necesitaba se fue, me abandonó
F: Se casó, no lo abandonó, se enamoró de un hombre y se casó. Yo voy a hacer lo mismo.
R: Encarnación nunca me hubiera abandonado, ella siempre estuvo conmigo en los momentos difíciles (aparece Encarnación, R. corre hacia ella y se ovilla infantilmente en su regazo) Te estaba esperando
E (maternal) Qué pasa , Juan Manuel
R No tengo fuerzas para seguir, ayudame
E Siempre te ayudé
R (solloza) Hasta que… te extraño, después no hubo otra mujer en mi vida
E Tuviste cinco hijos
R Fue un capricho de la naturaleza, los concebí pensando en vos, te lo juro
E Estás afligido
R No le cuentes a nadie que a veces dudo, vacilo
E No es bueno para la Causa… ¿Qué sucede?
R Maza
E Tu mejor amigo
R Me traicionó
E Fuiste vos el que lo hizo presidente de la Corte Suprema
R Vos me lo habías advertido
E No me hiciste caso ¿Qué te hizo?
R Hay una conspiración en mi contra y él va a ser gobernador en mi lugar
E (fría) ¿Estás seguro? (R. asiente) Yo me voy a encargar
R ¿Lo vas a…? (hace el además del deguello)
F (zamarrea) Despiértese, que me da miedo que no se despierte más.
E (admonitoria) Esas cosas no se preguntan. Si te digo que yo me voy a encargar no tenés que preguntar nada más (E. se esfuma)
F Soñaba con Encarnación, la nombró varias veces
R: Ella y San Martín son los únicos que saben que todos se equivocan, que no fui un tirano, hice lo que me pidieron que hiciera, me lo pidieron los ricos y los pobres, todos, que pusiera orden, que terminara con la anarquía (angustiado) ¿Es que se olvidaron de eso? (a la silla de Urquiza) Hasta él aprendió que no hay otra forma de poner orden en el caos que no sea con la violencia ¿Se puede hacer rendir una estancia dejando que los peones hagan lo que se les de la gana? (busca entre su libro “Instrucciones para los capataces de mis estancias”)
F (harta) Su libro
R (recita) “Todas las noches debe un peón recorrer la quinta y dar dos vueltas. Para eso debe llevar los perros. El perro que no lo siga se matará” (escucha) Tenés que averiguar por qué no ladra el perro del vecino
F: (entra con un cuchillo en la mano) ¿Vale?
R: Así goberné, no había otra forma.
F: Oiga, viejo, no se haga el sordo
R: ¿Qué?
F: (impaciente) El cuchillo
R: Dámelo (lo desenvaina) Creo que es el facón de Quiroga
F: ¿Vale o no vale?
R: Facundo siempre usa buenas cosas, le gusta hacerse el aristócrata
F: (irritada) ¿Vale o no?
R: Yo no te mandé matar, bien lo sabés… ( lo desenvaina y lo observa con admiración) Mirá qué trabajo extraordinario, después dicen que los orfebres ingleses son los mejores del mundo, ¡por favor!, ni punto de comparación con los nuestros, ningún gringo sería capaz de hacer esto .
Es de plata, claro, Facundo no tiene nada que no sea de plata, suyas eran las minas de Fami… Fam… (no se acuerda F. buscará la espalda de R. para guardar el facón en su bolso) ¿Sabés quién es el único que me mandó mil libras?
F: Ya me lo contó muchas veces
R Sí (cabecea hacia la silla de Urquiza) El, ¿sabés por qué?
F (habla de corrido, como si recitase de memoria algo que no entiende) Por que los de Buenos Aires le hicieron a él lo mismo que le hicieron a usted y Urquiza se arrepintió de lo que le había hecho a usted. Me lo aprendí de memoria de tanto escuchárselo. Usted siempre dice las mismas cosas.
R Lo usaron y después lo echaron (vuelve al escritorio y toma alguna carta) Por eso esta silla es para él, va a golpear la puerta, yo le voy a decir “pase, senor Gobernador, siéntese allí”, vos le vas a traer un mate y entonces va a bajar la mirada y…
F Pero si usted me contó que lo agujerearon a trabucazos, lo decía la última carta
R No se puede andar traicionando a todo el mundo, al final…
F (amaga sentarse en la silla) Entonces puedo…
R: (reacciona con violencia) No te sentés ahí, que no se te ocurra
F (fastidiada) Viejo, en vez de hablar tanto ¿por qué no me paga?
R De mí nadie puede decir que soy un traidor, un gaucho nunca traiciona, nunca.
F (impaciente) ¿Cuándo me va a pagar?
R: Cuando los Anchorena envíen lo que me deben
F: No se lo van a mandar nunca, se olvidaron de usted, usted ya no les sirve.
R: Ingratos… Y Alzaga, Pereda, de la Cárcova, Unzué, Sáenz Peña… se golpeaban el pecho y juraban que darían su vida por la Confederación, querían ponerle mi nombre a todas las calles y todas las plazas… ¡El doctor Vélez Sarsfield! Nunca faltaba a las tertulias de Manuelita en Palermo … después, cuando las papas quemaron ¿vos los viste? yo tampoco… todos ellos agrandaron su campos durante mi gobierno, tuvieron jugosos contratos…
F: Culpa de eso cuando vuelva a mi pueblo voy a ser vieja y nadie me va a querer de novia
R: ¿Cómo me pagaron? Con el silencio, con el olvido, con la maledicencia. Ellos allí, con sus estancias y sus familias, personas respetables, decentes, y yo aquí…
F (afligida) A usted no le importa que yo me quede para vestir santos
R: Encarnación no los quería, desconfiaba, si no hubiera muerto… No tenés novio porque no querés. Vení, acercate
F: Salga, viejo, que no se le pase por la cabeza tocarme con esas manos asesinas (infantil, divertida y excitada) Cuénteme otra vez como mató al indio aquel.
R: (complacido) Te lo conté muchas veces.
F: Pues cuéntemelo otra vez
R: Caímos de sorpresa en la toldería de un cacique que era aliado de Catriel, no Catriel era amigo, “hermano Rosas” me decía (hace un esfuerzo por recordar pero no lo logra), era en el desierto, cerca del Río Negro. ¿Sabés como es la pampa?
F Usted hachó todos los árboles de esta chacra para que se pareciera a su pampa
R (iluminado por la nostalgia) Un mar verde, interminable, en los días de enero se pone color del oro, y la luz es tan blanca como el brillo de un cuchillo, el viento hace oleajes con las espigas, al fondo el horizonte se arquea por la redondez de la tierra, ¿cómo se llamaba el que dijo que la tierra era redonda?…
F: Colón (en algún momento de la escena F. se sentará en las faldas de R.)
R: No seas burra, no fue Colón… bueno, si ese hombre hubiera sido un indio o un gaucho se hubiera dado cuenta de que la tierra era redonda mucho antes, basta con mirar el horizonte de la pampa.
F: Era Colón.
R: No fue Colón. Y el ombú, un árbol, inmenso que puede dar sombra a treinta animales, qué digo, cuarenta también,
F: ¿Tantos?
R: Los gringos no tienen un árbol como ése, qué van a a tener
F (impaciente) No se distraiga, que si no pierde efecto. Y después me tiene que pagar por esto.
R: ¿Pagar…?
F Por escuchar lo del indio.
R Cada día estás más impertinente
F Déle, cuente
R Estaban todos borrachos porque esa tarde les habíamos mandado de regalo varios barriles de ginebra. No te creas que fue de casualidad, eso se llama estrategia militar.
F ¿Estrategia militar?
R: El asunto es que eran muchos, como cien. O más. Habíamos ya sableado a treinta o cuarenta cuando el cacique, que no era tonto, porque yo conozco a los indios y de tontos no tienen un pelo.
F (escucha con interés infantilizado) Siga
R: El cacique se dio cuenta de que los íbamos a matar a todos. Entonces se subió a un árbol y se puso a gritar que Rosas era un cobarde, y repitió lo de cobarde varias veces, y me desafiaba a una pelea entre los dos (R. se va acercando a F.)
F (imita al indio) ¡Cobarde, cobarde!
R Sí, así gritaba
F (algo excitada eróticamente): Déle, ahórquelo al indio de una vez.
R: Mis hombres decían que yo estaba loco, que los matásemos así como estaban y que nos repartiéramos los animales y las cautivas, que eran más de diez, algunas muy lindas (F. se aprieta contra R., infantil y caliente). Fue una lucha terrible, el indio era muy fuerte, y cuando están borrachos parecen leones, en un momento creí que me podía, pero por fin lo agarré del cuello así (R. toma el cuello de F. entre sus manos, le toca lo senos)) y fui apretando y apretando (F. asfixiada se revuelve y emite quejidos desesperados mientras R. la manosea) hasta que su alma de hereje abandonó su cuerpo y cayó a mis pies (suelta a F. que se deja caer sobre una silla jadeando por ahogo y por excitación)
F: ¡Un asesino, eso es lo que es, es cierto lo que dice la gente! Un segundo más y me mataba como al indio.
R: (agitado y anhelante, tambalea) Sigamos, Manuela, sigamos
(Aparecen Terrero y Madre)
T (furioso)_ ¡Usted es un depravado!
F: No soy Manuela, soy Francisca (se observa en un espejo)
M: Te portaste mal
T (gritando) ¡Se merece que todos lo odien, que le hayan fabricado un infierno en la Tierra!
F: Mire, me dejó todo colorado (sale).
R (se apoya en el escritorio, sin resuello) Fue sin querer, Madre, sin querer
M Debo castigarte (tiene una fusta en su mano)
T (amenazante) ¡No lo voy a dejar en paz hasta que confiese lo que hizo con su hija, hasta que pida perdón!
R (asustado) No, Madre, por favor, no
M (imperativa) Siempre hay tormenta, siempre, y el rebaño puede dispersarse si no se está atento. Ahora, de rodillas
R (implorante) No, mamá, no lo voy a hacer más, te lo juro
M ¡De rodillas, no sea flojo! Y no llore, un Ortiz`de Rozas no llora nunca, ¿me escuchó? ¡nunca!
(R. se baja los pantalones y recibe los azotes en el trasero. Se escucha un quejido infantil de dolor)
M ¡Sea macho, aguante, carajo! (M. se esfuma)
F (entra, observa a R. convulsivo y con los pantalones en los tobillos) ¡Mire cómo está! (le toca la frente, lo ayuda a subirse los pantalones, siente piedad) Venga don Rosa, siéntese, todo va a andar bien, ya va a ver
R (esperanzado) ¿Sí?
F Seguro
R Si no me escriben sobre las estancias es porque quieren darme la sorpresa
F: Seguramente es así. Lo cierto es que no vendría nada mal porque ya no queda nada (se desplaza por la habitación)
R: Que me devuelvan “Los cerrillos” y se queden con las demás
F: Nada de nada
R (señala un cajón) Ahí tenés la rastra
F: No bromee, don Rosa…
R: …con monedas de plata
F : Esa se fue hace mucho y las monedas no valían casi nada porque eran de su tierra y míster Horn tiene razón, aquí en Southampton (pronuncia mal)¿quién las va a querer?
R (corrige) Southampton… Eran de plata potosina, de plata buena
T Nada de nada
R (afligido) No me dejes…
F: El sable, entonces
R: El sable no
F (pateando el suelo) ¿Ve como es? Usted es de los que piden mucho y no dan nada a cambio.
R Encarnación no pedía nada a cambio (sonríe) Las manzanas me las pela ella porque dice que las criadas no saben hacerlo como a mí me gusta y deja las cáscaras transparentes de tan delgadas pero no se le cortan, sabés niña, a ella no se le cortan las cáscaras y quedan unas espirales perfectas.
F Sí, muy buena, muy buena, pero… (hace el ademán del deguello)
R(reacciona) ¿Qué decís, chiquilina? Cuando los tiempos son crueles el amor puede parecerse a la crueldad, pero lo de Encarnación es amor, un amor feroz (con cierto desprecio) Todavía no tuviste tiempo de aprender que la ferocidad es uno de los condimentos más sublimes del amor (sin darse cuenta se palpa las nalgas donde ha recibido las palizas maternas).
F: (cruel) Se murió, don Rosa.
R: A nadie amo tanto como a Encarnación. Y nadie me ama tanto
F: Algunos en el pueblo dicen que seguramente la mató usted.
R: (rabioso) Deciles a los del pueblo que no conspiren en mi contra porque ella los va a marcar para que la mazorca se ocupe de ellos. Que piensen bien en lo que hacen (tose convulsivamente, se siente peor).
F Ahí está, consiguió enfermarse, por caprichoso (le toca la frente, comprueba que está muy caliente y se preocupa) Tiene fiebre, viejo, mucha fiebre. Le voy a hacer un té, si es que hay algo en la despensa (F. sale. R. queda en silencio, luego se pone de pie y camina con dificultad hasta la vitrina del sable. F.regresa) Nada, ya no hay té.
R: El dice que los mejores soldados de infantería son los negros, mis querido negros (se escuchan tamboriles y R. ensaya algunos pasos de candombe) , en Caseros pelearon hasta el final y si hubiéramos tenido tres o cuatro de los cañones que me robó el entrerriano contrabandista (enfervorizado) los hubiéramos destrozado y luego los hubiéramos cazado como a ratas, ni uno sólo hubiera quedado vivo, ¡ni uno!
F (ante el sable) ¿Cómo pude ser santo alguien que peleó contra los españoles? Esas manchitas deben ser sangre, sangre de españoles, a lo mejor mató a alguno de mi pueblo
R: Domingo Faustino, el loco, dice que el Libertador me lo legó porque estaba viejo y chocheaba. Una falta de respeto. Ahí lo tenés ahora de presidente… Y don José, en cambio, no pudo volver a su patria, y se consumió en un pueblito de Francia.
F Eso que brilla debe ser oro
R: A él también lo persiguen los vendepatrias de Buenos Aires, son capaces de cualquier cosa para favorecer sus negocios oscuros.
F: (sorprendida) ¿Vive?
R (vacila) ¿Quién?
F Qué difícil que es conversar con usted… El santo del sable
R No sé, nunca sé cuando alguien vive o está muerto (oscuro, ante el espejo) Yo ¿estoy vivo o estoy muerto?. A algunos Dios los castiga con la muerte, como a Dorrego, buena persona el coronel. A mí, en cambio, me castiga con la vida.
F Me voy porque va a terminar por deprimirme
R: Una vez un indio anciano, un sabio boroga, me dijo que el problema de los cristianos no debería ser si hay vida después de la muerte, sino cómo hacer para que haya vida antes de la muerte. No me di cuenta de que me estaba pronosticando el futuro.
(Entra Esteban Echeverría, alto y delgado, con barba unitaria en candado, vestido de negro con elegancia europeizada)
R: ¿Otra vez usted, Terrero?
E: No soy su yerno
R: ¿Quién es usted?
E: No puede conocerme porque nunca quiso recibirme, ni a mí ni a
mis amigos
R: ¿Quién es usted?
E: Echeverría
R: ¿Algún jefe de los nuestros o …?
E: Escritor
R: (irritado) Ah, sí, el poeta mentiroso
E: ¿Mentiroso?
R: Ese que escribe cuentitos sobre mataderos que sólo conoce de mentas
Todas patrañas pagadas por la aduana de Montevideo.
E: A mí no me pagó nadie, mi conciencia me obliga a hacerlo
R (irónico): Su conciencia… ¿fue su conciencia también la que no le dejó publicarlo mientras usted vivía?
E (cabizbajo) Fue cobardía de la que me arrepiento, pero estoy seguro de que usted me hubiera mandado degollar
R: ¿Por un librito? No vale la pena tomarse esa molestia (busca el libro en su biblioteca y lo encuentra) El protagonista de su…obra, el unitario (hace como que lee) “es de gallarda y bien apuesta persona”, en cambio los trabajadores del matadero son según usted (le muestra la página) “caranchos rapaces”, “hombres feroces”, “dogos de matadero”, ¿en eso consiste el romanticismo rioplatense, en descubrir que los pobres son feos y los ricos son bellos?
E: Son licencias literarias…
R: Además el muchachito, el bello unitario, usa montura inglesa, ¿qué pasa?, ¿le da asco usar recado?
E: Ya ve usted, vengo con intenciones de hacer las paces y fíjese como me trata. Usted nos quiso de enemigos a los de la Asociación de Mayo.
R (irónico) ¿Enemigo? … enemigo es el que tiene un arma, enemigo es un Urquiza que después de Caseros colgó a doscientos en los árboles de Palermo, enemigos eran los gringos y los franchutes que nos tiraban con cohetes Congreve. Llamar enemigos a unos afeminados y afrancesados a quienes nadie lee… ¡por favor, no me haga reír! Enemigo era Paz que después de… (no recuerda) una batalla, pasó por las armas a 5.000 familias federales… (recuerda) ¡Oncativo, después de Oncativo!
E: Se equivoca, Brigadier, somos nosotros los que vamos a decidir el juicio que el futuro va a hacer de usted y me temo que no va a ser favorable F (vuelve a entrar) Queda para uno o dos mates más, después va a tener que ponerle hierba al agua, agua fría porque tampoco hay leña para la cocina.
E Le despotisme n’a jamais sauvé rien, Lacordaire (se esfuma)
R ¿Averiguaste algo del perro en el pueblo? Sigue sin ladrar, a lo mejor ladra pero no lo oigo (con amor propio) aunque el oído me funciona bien
F: No ladra
R: ¿Averiguaste algo?
F: Me olvidé, usted también se olvida de pagarme y eso me parece más grave, mucho más grave
R: ¿Sabés cuántas son ciento treinta y seis leguas cuadradas? (toma un papel y dibuja el controrno de Gran Bretaña) ¿Qué es esto?
F (infantil) Un cerdito.
R: Ignorante, tonta, es Inglaterra… Mis propiedades eran la mitad de Inglaterra. Todo lo perdí.
F: En la despensa ni siquiera hay arroz
R: Quizás tengas razón, a lo mejor fui un estúpido, ahí lo tenés a éste (señala la silla de Urquiza) llenándose de oro
F: ¿Tendrá medallas, cartas, espadas y esas cosas para vender?
R: ¡El rey del contrabando! Pero estoy seguro que se va a arrepentir y va a venir a pedirme perdón (señala la silla) ¿Y sabés qué voy a hacer para humillarlo?.
F: Ojalá hubiera sido mi patrón, suerte perra la mía
R (entusiamado) ¿Sabés qué? ¡Lo voy a perdonar!
F: No va a venir porque está muerto
R (no la escucha) Sus proezas en la cama ¡patrañas! Yo estuve con una paraguaya… no, correntina, una correntina guapísima, tan guapa como vos, que me contó que no había podido, toda una tarde dale que dale y nada (ríe satisfecho) ¿Sabés cuánto le pagó para que no contara nada?
F: Y usted ¿cuánto me va a pagar para que no cuente?
R (inquieto) Contar ¿qué?
F: No se haga el tonto, don Rosa
R: Dejame tocarte
F ¿ Qué me da si me dejo tocar?
R: (hurga en un cajón) ¿Viste unos estribos que estaban guardados aquí?
F: El míster me dijo que solamente lo de adelante era de plata y no muy pura. Cinco libras, una miseria.
R: ¿Qué me hiciste a cambio?
F: ¿No se acuerda?
R: No.
F: Usted es un ingrato. Bien que la pasó.
R (meditabundo, hace eco) Ingrato…
F: Ya sé en lo que está pensando… pero resulta que ese Anchorena seguro que se murió hace mucho, y ahora resulta que Urquiza también se murió. Y el santo que escribe cartas también, todos se murieron. Y su país también, ningún periódico habla de la Argentina. Usted es el único que está vivo, y no entiendo para qué.
R: He sido el gobernante más poderoso de la tierra (aparece Madre y R. corre infantilmente a echarse a sus pies, continuará hablándole a ella quien entonará una canción de cuna) he dispuesto a mi antojo de las vidas y de las haciendas de mis gobernados, Madre, he dictado mi propia justicia sin conmiseraciones, he decidido sin consultar que miles y miles de argentinos dejaran su pellejo en guerras que consideré justas y útiles, fui fuerte como usted quería, tan despiadado como usted, no toleré que nadie me contradijera sobre todo cuando la razón la tenía el otro, pinté los edificios, las calles y también las personas del rojo punzó, sus fustazos, Madre, unieron en mí el amor con la violencia, goberné con poderes absolutos la provincia más rica de la España americana y se habló de mí en todo el mundo porque fui el mejor de sus hijos y mucho más fuerte que su esposo, mi padre
M (severa) No sea flojo, hijo, en esta casa hace falta alguien bravo. Además esté atento porque las tormentas dispersan los rebaños (M. se esfuma)
R: (frente al espejo) Todo aquello fue un sueño, masacres enormes, ejércitos enormes, victorias enormes, traiciones enormes, un sueño desmesurado que sólo existió en una imaginación sin límites, porque lo real era esto, este destierro que se parece a un castigo por confundir el deseo desbocado con lo posible, y lo posible es siempre tan avaro.
F: Diga, don, ¿no hay nadie que se acuerde de usted? ¿Nadie que le esté agradecido?
R (obnubilado) Los gauchos, seguro, los indios, los negros, conmigo se hicieron personas (tamboriles) Los negros que trabajan con los ricos son mis espías y me avisan cuando están tramando algo en mi contra, entonces van Cuitiño, Alem y los otros y… (los tamboriles se escuchen más fuerte) Yo voy a los candombes y bailo con las negras y después me acuesto con ellas y les hago hijos (F. se pliega al baile) te voy a invitar a que me acompañes y también vos vas a bailar con mis negros y vas a ver lo contentos que están porque el Restaurador no está con los ricos sino con ellos y bailo, bailo, y bailo…
F: (mordaz) Pero los ricos se hicieron más ricos y agrandaron sus estancias
R ( agitado) Y vos ¿cómo sabés eso?
F: Porque se lo escuché a usted cien veces, que digo, mil veces, cuando usted protesta porque no le mandan lo que espera.
R (oscuro) A veces pienso que ellos me hicieron sentir grande, poderoso, porque siempre necesitan alguien grande y poderoso para garantizar sus negocios, para cuidar sus espaldas. Y cuando los tiempos cambiaron…
F: Mi mamá es igual a usted, se la pasa protestando porque nadie le reconoce sus esfuerzos, “me deslomo fregando, cocinando, haciendo las compras y nadie me lo agradece”. Usted es igual, que la anarquía, que Inglaterra, que Francia, que el desierto, y nadie le reconoce nada y lo dejan irse muriendo aquí solo como un perro
R (camina hasta la puerta exterior y escucha) No, no ladra
F: Mister Hood me dijo que usted fue un tirano sangriento, un dictador cruel, que se lo contó alguien que vino de allá, del otro lado del mar
R: ¿Cómo se puede combatir la anarquía si no es con mano fuerte? (desolado) ¿Qué esperan para volver a llamarme para poner orden? (recorre la carta) Guerra, fiebre amarilla, Felipe… ¿qué esperan para volver a llamarme? (recuerda) Felipe Varela, eso
F: Lo que pasa es que usted es un peleón, usted maltrata a la gente.¿Es cierto que a William, el del establo, lo arruinó a rebencazos?
R: Me desobedeció
F: (asombrada) ¿Lo lastimó porque le desobedeció?
R: (orgulloso) Cuando era yo el que me equivocaba les ordenaba a mis peones que me dieran lonjazos hasta perder el conocimiento. A los hombres siempre nos hace bien el rigor
(Entra Madre con una fusta en la mano. Al verla R. se asusta)
R No, mamá, no me pegues, no lo voy a hacer más
F: Usted está tocado de acá.
M: ¡De rodillas!
R ( a M.) : Si perdí en Caseros fue porque me traicionaron, todos me traicionaron. Urquiza me robó el ejército y se alió con mis enemigos, los macacos
M (agitando la fusta) Te vencieron
R (angustiado, infantil) ¡Ni Napoleón hubiera podido! También para mí había llegado la hora de despertar de esa pesadilla disfrazada de poder
M (decepcionada) Yo te necesitaba invicto
R Por fin la tomenta dispersó el rebaño, las tormentas ganan y los rebaños siempre se dispersan, Madre, ¡usted bien lo sabe!
M Invicto (se esfuma)
F (afligida) ¿Qué pasa que está tan agitado, con qué soñaba?
R Encarnación murió y desde ese día todo fue peor que antes, yo fui peor que antes, y de eso se aprovecharon los vendepatrias que se echaron sobre mí como buitres carroñeros
(Entra Echeverría)
E: La patria es la libertad y la democracia, no un espacio geográfico, mi patria nunca puede ser la suya, Brigadier, una tiranía atroz y sangrienta
R (lo reconoce, hostil): ¿Qué hacían usted y sus amigos a bordo de los barcos franceses que bloqueaban nuestro puerto?
E Defendíamos la patria, es decir la posibilidad de expresar nuestras ideas, de leer lo que se nos antoje, de poder disentir sin ser considerados enemigos a eliminar
R Su patria debería ser la de los verdaderos argentinos, la pampa, la chusma, las cuadreras, el candombe, el coraje, el cristianismo (busca una carta de San Martín) Escuche: “Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido…”
E (intenta interrumpir la lectura) San Martín le devolvía a usted la gentileza de haberle regalado una estancia…
R: “…se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor…”
E: Además usted nombró a su yerno en la embajada en Francia para que su
hija Mercedes aliviase su vejez en Grand Bourg. Un gesto agradecible, sin duda.
R: (enojado) No sea irrespetuoso con el hombre más grande que ha dado nuestra patria.
E: Usted es la barbarie, la herencia hispánica, nosotros queremos la civilización y el progreso
R: Lo que ustedes quieren es ser europeos, no toleran haber nacido en la orilla de enfrente.
E: Francia es un faro de ideas civilizadoras, liberté, égalité, fraternité, un gobernante no puede desear el bien de un pueblo e ignorar a Saint Simon, a Fourier, a Considerant…
R (harto) A mí me basta con leer los Evangelios (inteneta recordar una cita bíblica) “Quien traiciona al Señor…”
E Usted nunca le dio importancia a la educación
R (vacila) ¿En qué que debe gastar sus recursos un país en guerra, acosado por los mayores imperios? ¿En cuadernos o en balas? Ya habrá tiempo para que nuestros niños aprendan a leer y escribir, por ahora que sean buenos federales, buenos argentinos
E: No hay persona que piense y que razone que pueda estar a favor de una tiranía. Usted cierra escuelas, expulsa a los jesuitas
R (le cuesta encontrar argumentos) ¡Váyase! ¡Francisca!
E: En cuanto a las guerras, Brigadier, seamos sinceros, es usted el que provoca las guerras, las necesita para oprimir al pueblo, perseguir, encarcelar y matar con el pretexto de la traición a la patria.
R ¡Francisca!
E :El suyo es un país triste, la gente camina con el miedo en la piel (E. desaparece)
F (entrando, fastidiada) ¿Qué quiere, ahora?
R: El miedo es el antídoto de la anarquía . Acompañe al señor hasta la salida
F ¿De qué habla? Aquí no hay nadie (lo ayuda a sentarse. Le pone la mano en el corazón) ¡Qué rápido le late! Parece un caballo desbocado…
R (frente al espejo) Por eso hay que desterrarlos o matarlos, los asquerosos unitarios son inteligentes, instruídos, demasiado inteligentes e instruídos para mí y para mi chusma, si se los deja hablar ganan … por eso hay que silenciarlos
F: ¿Sabe? Al principio me dio miedo trabajar para usted… ¿Don Rosa, es verdad lo que se dice de usted?
R: Rosasss…¿Qué se dice?
F: Que usted mató mucha gente, varios me lo comentaron en el pueblo
R: Todos matamos, matan los unitarios y matan los federales, mato yo, mata Lavalle, mata Paz, mata Urquiza… Algunos matan porque son asesinos, otros porque es lo único que saben hacer…
F: ¿Y usted?
R: Yo no lo maté.
F; ¿A quién?
R A Quiroga. Lo mandó matar Estanislao. Pero me lo adjudicarán a mí hasta el fin de lo siglos para desprestigiarme…¿Y, qué impresión te doy, tengo cara de asesino?
F: No, la verdad es que parece un hombre bueno, bastante agobiado por los años y…
R: ¿Y?
F: …muy solo, terriblemente solo. Cuando me acuerdo de usted a veces me dan ganas de llorar.
(Aparece Encarnación)
E: ¿Por qué estás tan solo?
R (se abalanza hacia ella y la abraza) Porque hemos sembrado en la arena, Encarnación . Todo ha sido en vano
E No se van a olvidar de vos, Juan Manuel, pasarán los siglos y ellos seguirán maldiciéndote. Eso debería hacerte sentir orgulloso
R (gradualmente se desarrollará una escena de elevado voltaje erótico) Alguien escribió que el hombre es un dios caído que no deja de añorar el paraíso
E Vos y yo conocimos el paraíso
R (encendido) Ahora me doy cuenta de que aquello era el paraíso
E Los ángeles buenos peleaban contra los malos
R ¡Y cómo peleaban!¿te acordás? ¡El tronar de los cañones, el retumbar de los cascos, los lamentos de los heridos! ¡Y sangre, mucha sangre,! ¡El entrechocar de los sables, los últimos suspiros! ¡ Y sangre, y más sangre! Y aquel paraíso donde batallaban el Bien y el Mal sin que se supiera quién vencía (poseído) ¡Ni siquiera se sabía quién era el Bien y quién el Mal! ¡Tampoco de qué lado luchábamos nosotros!
E: Pronto vamos a estar juntos
R (solloza mientras la besa y acaricia en todo su cuerpo) Nada deseo más que estar juntos (se despojan de algunas ropas, jadean, gimen) Siempre me quisiste, nunca me abandonaste (no llegan al coito. Ella se separa)
E (arreglando su vestimenta)Ya está, Juan Manuel, ya está
R (implorante) Sigamos un poco más
E No, ya está
R (se echa a reír) Te imaginás la cara que pondrían el Carancho o Cuitiño si nos vieran así (ríe con más fuerza, E. se va))
F ¿De qué se ríe, don Rosa?
R ¿Sabés por qué se llama así?
F: ¿Cómo se llama qué?
R: La mazorca
F (malhumorada) Ya me lo contó, una grosería.
R: Porque a los unitarios les metemos un choclo en el culo ( ríe).
F: Eso es pecado mortal (la risa de R. se transforma en un sollozo) Venga, tranquilícese (lo sienta, lo arropa, tierna) ¿Quién lo va a cuidar cuando yo…?
R (orgulloso) Lord Palmerston acostumbra venir.
F: ¿El Ministro? La última mentira que me faltaba escuchar
R: Al principio venía con frecuencia.
F: Al principio, al principio…¿sabe hace cuántos años que fue el principio? Hace chiquicientos años que llegó aquí.
R: Me ofreció una pensión mensual pero no acepté. Un argentino no debe aceptar dinero de un gringo.
F: (susurra) Tonto, más que tonto.
R: Los argentinos tenemos orgullo y no nos dejamos atropellar por los de afuera. Algunos sí, y lo peor es que son los que gobiernan
F: Lo voy a extrañar, tirano sangriento
R: (alarmado) ¿Dijiste que me vas a extrañar?
F: (disimula) Me va extrañar que alguna vez me dé la llave, se va a arruinar el sable por no limpiarlo porque usted es un viejo desconfiado, además un poco sordo porque entiende lo que se le dé la gana.
R Si no se arruinó en Chacabuco y en… (no recuerda, se angustia) ¿Qué hago yo aquí, tan lejos de mi patria? Entre gringos ¡yo que me enorgullecía de haberlos cagado a cañonazos!
F: No se agite que le va a hacer mal
R: Porque todo lo hice por mi patria, si me gané el infierno es porque pensé que era lo mejor para mi patria. Por ella fui el jefe de la Confederación Argentina, el Brigadier General que gobernaba sin dar explicaciones, sin escuchar consejos … ¿o mi destino era ser este estropajo condenado a esperar lo que siempre le va a ser negado? ¿Es que todo fue en vano, coraje, desvelos, deguellos, sangre, tanta sangre de amigos y enemigos?
F: Tranquilícese, don Rosa
R: ¿Sabés cómo les llaman a sus negocios? Libertad, dicen que luchan por la libertad.
F: La cuestión es que en la despensa ya ni lentejas hay.
R: Los que gobiernan ahora son los que vendían los pedazos de patria, entregaron la Banda Oriental, el Alto Perú, el Paraguay…
F: (se detiene frente a la biblioteca) ¿Son buenos esos libros? (toma uno)
R: (sobresaltado) ¡No toques los libros, chinita insolente!
F: (asustada, enojada) Eh, qué pasa, tranquilo viejo.
R: Está bien, ése podés agarrarlo, pero los demás no.
F: No vuelva a hacerse el malo conmigo que no me va a ver más el pelo.
R: (afligido) No te vayas, disculpame.
F: No me pida disculpas, que lo prefiero malo y no tonto
R: A Manuelita le gusta mucho leer
F: A mí no, pero le tengo que leer todo a usted
R: Cuando me quiere dejar un mensaje mete papelitos dentro del libro que yo estoy leyendo.
F (iluminada, en un susurro) ¿Las llaves también se esconden ahí?. Me parece que pronto voy a viajar en tren
R: ¿Tren, dijiste? No voy a dejar que los gringos pongan trenes. Es una forma de invadirnos. El progreso es su pretexto para invadirnos. Los asquerosos unitarios los van a ayudar porque a ellos lo único que les interesa es llenarse los bolsillos.
F: En Estepona se van a poner muy contentos cuando llegue con regalos para todos
R ¿De qué hablábamos?
F Del escondite de los libros
R: Ah sí. El otro día me dejó un papelito adentro de un libro pidiéndome por su amiga Camila, que le perdone la vida y la destierre, que está embarazada
F Y usted la perdonó
R Un gobernante debe cuidar la moral de sus gobernados y para ello lo mejor es el miedo. El miedo es un sentimiento religioso, un buen cristiano es alguien aterrado por el castigo eterno.
F (con alguna excitación) Entonces la ahorcó
R Fusilados, ella y su novio, el curita. Tuve que dar el ejemplo de que en mi reino no se jode con la moral y fui inflexible.
F Degollar ¿no es inmoral?
R No confundas justicia con pecado
F ¿Sabe quién es inflexible? Míster Horn. Dice un precio y no hay forma de moverlo de allí (pausa) Oiga, don Rosa…
R: (irritado) ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Rosasss
F (habla y se mueve con amaneramiento) Margaritassss, caléndulassss, rosassss…
R: Por faltas menores he condenado a muerte, por no poner el encabezamiento de “Mueran los salvajes unitarios, viva la Santa Federación”. ¿Vos no te olvidás de poner eso en tus cartas, no?
(Se escuchan golpes a la puerta. R. se sobresalta)
F: (sale por la puerta de la cocina) ¡Voy!
R: (ansioso) Si es Manuelita decile que no la voy a recibir…y devolvele las cartas y los paquetes, me traicionó, me traicionó como Pacheco que estaba en su estancia con lo mejor de mi caballería mientras peleábamos en Caseros. En vez de pólvora los brasileros usaron oro para comprarlo a Urquiza… (señala la silla) Ya va a venir y entonces lo voy a invitar a…
F: (reingresa, lo interrumpe) Era el chaval de la leña. ¡Qué guapo que es!
R: ( celoso) Ser joven no es ningún mérito
F: Quería cobrar, le dije que volviera la semana que viene por si el Anchorena ése resucita (en un susurro) Total yo no voy a estar…Le traigo un mate, el último.
R: (observa el mate de calabaza que tiene en su mano) ¿Y el otro, el que tenía un pie, el que me regaló…(no recuerda)?
F: Hace mucho que me lo dio
R: ¿Dónde está?
F: ¿Dónde va a estar?
R: No recuerdo quién me lo regaló
F: Algún gaucho malo como usted
R (entusiasta, aunque evidenciando una progresiva debilidad) Yo soy el más fuerte de todos los gauchos. El único que puede voltear un toro bravo con sus manos. Lo agarro de los cuernos, así (teatraliza) y le tuerzo el cuello más y más, se resiste con su fuerza tremenda, pero al final lo puedo y ¡al suelo!
F: (anhelante, infantilizada) Y después lo degüella
R: Madre siempre me manda a mí a cortarles el pescuezo a las reses que se van a carnear, al principio lloraba porque me daba impresión, pero después le tomé el gusto y me enojaba si lo hacía otro, soy el único de mis hermanos que tiene tripas para hacerlo. Acá en el campo se sabe que la carne de un animal desangrado es más tierna y más sabrosa
F: (alcanzándole la bombilla) Tome, viejo, acá tiene el cuchillo (se arrodilla entre sus piernas dándole la espalda)
R: (iniciando la “ceremonia”, teatralizará en F. lo que va contando). Hay que cruzarles el cogote hundiendo el facón bien adentro para alcanzar la yugular mientras se reza un padre nuestro (la acción irá creciendo a medida que F. se excita y R. se esfuerza por hacer creíble el sacrificio, ambos rezan entrecortadamente) bien adentro para que fluya mucha sangre . Y sale sangre, mucha sangre, muchísima sangre (apoteótico) , y la sangre llueve sobre nosotros y estamos empapados en sangre…!
F: (alterada, mezcla de miedo y erotismo) ¡Suélteme, bruto, asesino!
R: ¡Sangre, mucha sangre! (la toquetea)
F (en éxtasis) ¡Basta, gaucho asesino, basta!
R: ¡Nada ni nadie puede con el Restaurador!
F (empuja a R. y se incorpora, fuera de sí) ¿Me quiere matar?
R: (agotado, se deja caer pesadamente en un sillón, respira con dificultad). Estoy un poco mareado.
F: (hiriente) Lo único que me falta, que se muera ahora y me tenga que hacer cargo (súbitamente se enternece, toma unos papeles de encima del escritorio y lo abanica) Esto le va a hacer bien.
R: Gracias
F: ¿Se siente mejor?
R: (sensibilizado) Sí, gracias.
F: (se acuerda) Qué tonta soy, me olvidaba de decirle, el guapo de la leña me contó que los vecinos mataron al perro.
R (sobresaltado) :¿Lo mataron?
F: Porque era muy bravo, asustaba a las visitas.
R: (desasosegado) ¡Pero si fue por eso que lo trajeron, para que los defendiera de los asaltantes, para poner orden!.
F: Igual que usted, para poner orden.
R: Cumplió con lo que se esperaba de él, que chumbara y mordiese si era necesario y ahora resulta que lo matan por eso mismo … ¿Vos creés que el de arriba me va a perdonar?
F: Dicen que es bueno.
R: Hay veces en que me parece en que El también se hizo unitario. Seguro que Encarnación lo va a convencer, ella siempre me cuida.
F: Usted puede explicarle que siempre ayudó a los pobres y que por eso lo odian los ricos, que son los que tan mala fama le hacen. A lo mejor es más ingenuo que yo y cree sus mentiras.
R: No me perdonan que a los negros les diera la libertad si se incorporaban a mi ejército. ¡Qué buenos soldados! En el cuerpo a cuerpo son los mejores .
F: Ya me lo dijo.
R: A mis gauchos les reparto tierras, se hicieron chacareros, los que están con la Federación, claro, los buenos federales, a ellos les doy las tierras que les confiscamos a los salvajes unitarios, a los asquerosos vendepatrias (levanta presión) ¡ateos, anarquistas!
(Encarnación le trae, en una fuente, la cabeza de Marco Avellaneda. La deja sobre una mesa)
R (cruel) ¡Qué lástima, un hombre joven, tan apuesto, qué mala suerte que ha tenido! Para ustedes todo vale, aliarse con los invasores europeos, regalar la Patagonia… todo. El pretexto es la constitución, a los que huyeron con el rabo entre las patas a Montevideo les entró el bicho de la constitución (dialoga como si la cabeza le respondiera) Nuestros gauchos, los indios, los negros, no necesitan eso porque yo sé lo que es bueno para la Nación y para los ciudadanos respetuosos de la Confederación. Sí, yo lo sé. Mi estimado Avellaneda ¿quién en su sano juicio puede creer que un país con tanta vocación por la anarquía, que confunde libertad con desorden, republicanismo con guerra civil, puede ser gobernado por un manojo de papeles? ¿Para qué quieren constitución si sólo el miedo puede organizar a la Argentina, un país adicto a los vergazos en el culo como los que me daba mi madre? Ustedes están equivocados. Fíjese que pasó después que me echaron… ¿qué pasó, necesita que se lo diga?, el asesinato de Urquiza y del Chacho, Pavón, Cepeda, las intervenciones, la guerra con el Paraguay. ¿Eso no es anarquía? Estoy seguro que pronto me van a volver a llamar. ¿A quién, si no? No es constitución lo que le hace falta a mi patria, ¿sabe qué? el terror, eso es lo que hace falta. ¿O es que no aprendieron que los españoles tenían razón, que la única forma en que los americanos sean personas es inyectándoles el miedo en el alma?
En cuánto a usted, ¿sabe cuándo decidí su deguello? Mientras le miraba el culo a una de las señoras emperingotadas que venían a Palermo y pensaba si la llevaba a la cama o no. Entonces lo decidí. No vuelva a conspirar en mi contra, Marco, en todo caso, ponga más cuidado en lo que habla delante de sus sirvientes (tamboriles, R. ensaya algunos pasos de baile)
(La cabeza de Marco Avellaneda se esfuma.
Entran Manuelita Rosas y su esposo Terrero, a espaldas de Rosas, sigilosamente).
M: (susurrando, algo cohibida) Buenas tardes, tata.
R: (en un respingo, sobresaltado) ¿Quién …? (reconoce a los visitantes, grita) ¡Francisca! ¡Te dije que no los dejaras entrar!
M: (se adelanta, Terrero queda a sus espaldas, dando muestras de ansiedad) No se agite, tata (toma “la silla de Urquiza”y la arrima a R. para sentarse en ella).
R: (alterado) ¡No te sientes allí! (M. respinga asustada y permanece de pie) ¿A qué vienen?
M: Venimos a ver si le falta algo.
R: No necesito nada de ustedes
M: ¿Come bien?
R: Tengo la alacena llena de víveres (M. toma la silla de Urquiza y la arrima a R. para sentarse en ella) ¡No te sientes allí! (M. respinga asustada y permanece de pie).
M: ¿Duerme?
R: ¿Si duermo? Como un niño con su conciencia tranquila (duro) Ahora decime a qué viniste.
M: Ya se lo dije, a ver cómo está, soy su hija
R: Eso fue hace mucho (señala a T.) Ahora sos su esposa (el nerviosismo de T. ha ido creciendo y apenas se contiene. De tanto en tanto M. lo mira alarmada) Vos venís por algo más, te conozco.
M: Usted no cambia, tata, pasan los años y sigue siendo el mismo.
R: Por quién vas a interceder ahora, siempre andás pidiendo por alguien.
M: Lo ayudo a ser justo.
R: Siempre te gustó el papel de la buena al lado del monstruo.
M: (en voz baja) Lamadrid.
R: (atónico) ¿Lamad…? ¿Ese traidor, asesino de federales? Si lo tengo cerca lo mando pasar por las armas de inmediato, ni tiempo de rezar le doy.
M: Está arrepentido, quiere ponerse a sus órdenes, quiere pelear contra los invasores…dice que lo perdona.
R: (asombrado, indignado) ¿El, él me perdona a mí?
M: (en voz baja) Por lo del hermano, usted sabe, tatita.
R: Un conspirador, bien merecido se lo tuvo.
M: Tiraron la cabeza en el zaguán de su casa. Fue horroroso.
R: Cuando usted me pide algo así es porque algunas amigas dejaron de visitarla (irónico)¡ A la Princesa de Palermo!
M: (le da un beso y le acaricia la cara) Sea buenito (M. le da un último beso rápido y se incorpora iniciando la acción de retirarse).
T: (se adelanta, ofuscado) Brigadier…
M: (disgustada, alarmada) Me habías prometido
T: (no le hace caso) Me gustaría que me respondiera lo que tantas veces le pregunté.
R encarándolo, desafiante) A ver, pregunte.
T: Ya se lo pregunté, no se haga el….
R No lo recuerdo.
T: (la tensión sube hasta el grito) Ya lo sabe.
R: No lo sé, y si me va a hacer perder el tiempo mejor que se vaya.
T: (se anima) Si usted y Manuelita, si Manuelita y usted tuvieron relaciones carnales
R: (M: se ha desplomado en una silla y solloza en silencio) ¿Así que usted también creyó en las patrañas que echaron a rodar los asquerosos unitarios?
M: Vive obsesionado por eso, no se lo puede sacar de la cabeza
T: ¡El día de nuestras bodas las sábanas quedaron tan blancas como salieron de la hilandería de Glasgow! ¡Ni una miserable gotita de sangre! (la voz se le quiebra por la angustia).
R: Cuando su esposa era mi hija nos hemos querido mucho. Sobre todo después de que murió Encarnación. Después llegó usted…
T: (imperativo) ¿Sí o no?
R: Ella lo prefirió a usted (rabioso) Entonces me dí cuenta de cuánto me quería mi hija.
M: (solloza) Tata, deje de herirme, por favor.
T: Vámonos.
R: (deteniéndolos) Está bien, le daré una respuesta… y le prometo que seré sincero (M. Y T. escuchan anhelantes) No sé.
T: (sorprendido) ¿No sé?
R: No sé.
T: No sé ¿qué?
R: Manuela y yo nos hemos querido mucho y compartimos la cama hasta que se fue. Pero no sé si ella y yo hemos hecho algo que merezca tantos comentarios (sorpresivamente conmovido). Lo que sí sé es que fueron tiempos mejores
T: Brigadier ¡váyase al infierno! (R. inicia la acción de agredirlo
físicamente. M. Y T. se esfuman).
R (grita) ¡Si usted no cruza el río esta misma noche yo no seré responsable de lo que pueda sucederle mañana! (Entra Madre)
M Juan Manuel, ya es tiempo
R (ilusionado) Sí, Madre, que todo esto se vuelva una mala pesadilla, quiero volver a ser polvo
M: Me hubiera gustado que fueras más fuerte, más bravo
(Mientras se desarrolla esta escena, también la anterior y la siguiente F. tomará un libro del que caerá la llave, abrirá la vitrina, robará el sable y desaparecerá sigilosamente)
R ¡Yo he sido casi Dios, Madre! , ¿acaso El tiene otra ocupación que decidir sobre la vida y la muerte de los demás, como yo lo hice durante años?, ¡ también yo me he sentido poderoso soñando con ojos que se van apagando como una vela hasta hacerse de vidrio! (enardecido) Dios y yo hemos estornudado juntos cuando de un cogote fluía el líquido espeso y brillante que salpicaba las botas y se mezclaba con la tierra soltando un olor acre que hace arder las narices, ¡yo me he parecido tanto a Dios, Madre, que fue El, celoso, quien me arrojó del Paraíso a estas islas donde moran los peores diablos de la Tierra, a cumplir mi condena, la peor de todas: esperar! (le sangra la nariz) ¿Acaso he hecho otra cosa, Madre, que esperar? ¿Acaso los seres humanos hacen otra cosa? Esperar el reconocimiento de los demás, esperar que el rencor amaine, esperar que el tiempo ponga en orden las cosas, esperar una señal de que algo de lo que hice tenga un poco de sentido, un poquito nada más …
M Tu padre sabía esperar. Los indios le enseñaron a esperar
R: (desesperado) Un poco de sentido…(enojado, señala a M. la “silla de Urquiza”) Siéntese ahí, Madre, y pídame disculpas (M. obedece pero se mantiene en silencio) Usted me enseñó que ser fuerte, ser bravo, era aguantar sus fustazos sin quejarme, tumbar un toro por tierra, vencer al indio en lucha, domar potros, derrotar a Gran Bretaña, degollar o exiliar a los enemigos, aceptar las traiciones…(solloza) Quise encontrar la razón de todo en la furia, sí, en la furia, ¡yo fui la Furia, Madre!, como un huracán que arranca los árboles de la tierra y hurga en sus entrañas, yo también arranqué esperanzas, cabezas, fortunas, pero nada de eso sirvió para un carajo, ¡tarde aprendí que la verdadera fortaleza es saber esperar, esperar sin desánimo y con resignación! …(desolado) pídame disculpas, Madre, porque usted debería haberme enseñado que nada de lo que uno anhela llegará, nada…¡ni siquiera ser el argentino más odiado me ha servido para descifrar algo de mi destino!
(M. se desvanece.
Se escuchan voces en off, arremolinadas, solapadas unas sobre otras.
Su país es irrespirable, triste- Cuando yo digo que me voy a encargar no tenés que preguntar nada- Fuerte, bravo, mejor que tu padre- Usted quiso que yo fuera como mi madre, pero yo fui su hija – ¡Ni el polvo de sus huesos la patria tendrá!- ¡Mueran los salvajes unitarios, viva la Santa Federación! – Canción de cuna- Frase en inglés y francés- etcétera
(Se desencadena un candombe crecientemente frenético que R. baila hasta caer al suelo, susurra) Nadie atropella al Restaurador y a sus gauchos, nadie (muere)
FINAL A TRABAJAR