NEO-REVISIONISMO vs FUNDAMENTALISMO HISTÓRICO

El primer revisionista fue Adolfo Saldías, un abogado liberal perteneciente a la elite que manejaba el país desde el “Club del Progreso” y el “Círculo de Armas”, a quien le fue encomendada la tarea de demoler historiográficamente a Juan Manuel  de Rosas. Para ello contó con el archivo que Manuelita puso a su disposición. Saldías resultó ser un hombre de honor y un historiador riguroso por lo que en su “Historia de Rosas y su época”, tres volúmenes publicados entre 1881 y 1887,  trazó un retrato ecuánime del Restaurador, sin ahorrar sus aspectos positivos. Ello le valió la reconvención pública de Mitre y ser también el primer revisionista que conoció el oprobio y el silencio de sus pares.

Si bien la irrupción del revisionismo se sitúa en los años treinta, J.C.Chiaramonte rescata el antecedente de Emilio Ravignani y otros integrantes de la llamada “nueva escuela histórica” quienes ya en los años del Centenario cuestionaron el oscurecimiento de los aportes de Rosas y el federalismo a la organización nacional.  A. Cattaruzza, por su parte, nombra a Rómulo Carbia quien en 1918 criticaba a los próceres consagrados, “personajones lanzados a la circulación sin más escudo que una prole extendida e influyente”.    Hay quienes también sumarán a Ingenieros, Rojas y Lugones como precursores.

En 1930 Carlos Ibarguren publicaba su biografía de Rosas, con un sorpresivo nivel de ventas. Luego, en 1934, los hermanos Irazusta contribuirían con su influyente “Argentina y el imperialismo británico”. Dos años más tarde se creaba el Instituto Histórico ‘Juan Manuel de Rosas”, figurando entre sus miembros Manuel Gálvez, Ramón Doll, Ernesto Quesada, los Irazusta; más adelante John William Cooke será su presidente.

Hubo un revisionismo de derecha pero el más destacable fue el consustanciado con el despertar nacional y popular de los 40 y 50. Reconozco a José María Rosa como a mi maestro y son para mí inolvidables las charlas bien regadas de vino que sosteníamos en la Barra de Maldonado, a orillas del brioso Atlántico, en los restos  de la aduana colonial que le hacían de hogar. Es de destacar también un revisionismo de izquierda acaudillado por Jorge Abelardo Ramos, Blas Alberti y Ernesto Laclau.

Coincidían en la necesidad de revisar la historia oficial oligárquica, porteñista, conservadora-liberal, europeísta, que escribieron los vencedores de las guerras civiles y que fue funcional a su proyecto de país que hasta hoy sigue vigente y que es responsable de la crisis que no agobia. Para  sostener su andamiaje social, económico y cultural fue indispensable, por ejemplo,  ensalzar al protoliberal y probritánico  Bernardino Rivadavia, premiarlo con la que suponemos es la avenida más larga del mundo, e indultarlo de su boycott a San Martín, de la entrega de la Banda Oriental al Brasil, de los negociados inaugurales del empréstito Baring, de la Famatina Mining (su denuncia le costará la vida al gran  Dorrego)y del ominoso Banco de Descuentos. También idealizar a la generación del 80, la supuesta “argentina rica” donde la inmensa mayoría se debatía en la miseria, mientras los insólitamente ricos se sostenían sobre el fraude electoral, la represión policial y la ley de residencia.

No soy un historiador de formación académica y universitaria, nunca me reivindico como tal y respeto a quienes lo son. Soy un intelectual de los muchos que se han sentido con derecho a incursionar en ese campo privilegiado del debate político y social que es la historia, que nunca puede ser coto exclusivo de los que Romero (hijo) y algunos más llaman “historiadores profesionales”, nombre que deriva de su  acceso a empleos, becas y subsidios de organismo nacionales e internacionales. Mi óptica ha ido calificada de “neo-revisionismo” y lo acepto auque sea enemigo de las rotulaciones que sólo dan pasto a los enemigos.

No es fácil ser “políticamente incorrecto”, ir a contrapelo de la historiografía “comm’il faut”. Rosa supo mucho de indiferencias e injurias y, como él,  será cuestión de ir acostumbrándose, como antes lo hicieron Hernández Arregui, Jauretche y Scalabrini Ortiz,  y ahora lo hacen Galasso, Pigna, Chumbita, Balmaceda y otros. Es coherente entonces que  la mayoría de las críticas a nuestros libros sean  habitualmente negativas, que algunos no merezcan ni siquiera una línea, y seguramente no es ajena a ello la grosería con que nuestro  “Historia confidencial” fue eliminado por las autoridades del canal de TV  estatal.

Enterarse de la mistificaciones intencionadas de la historia consagrada, reticente a la valorización de jefes populares como Artigas, Guemes, Juana Azurduy  o Campana, enseña a desconfiar también de los protagonistas y los procesos de nuestra  realidad actual. El mejor elogio lo  recibí en la calle cuando un señor me dijo: “Gracias a sus libros puedo leer mejor el diario todas las mañanas”. Porque la historia nada tiene que ver con el pasado cristalizado de fechas y nombres de batallas con que nos intoxican desde la escuela sino que su desciframiento nos permite comprender que nuestro infortunio actual algo tiene que ver con aquel Alberdi joven que en “Las Bases” (¡en “Las Bases”!) escribía “La libertad es una máquina que, como el vapor, requiere de maquinistas ingleses”. O con el Sarmiento que afirmaba que los civilizados eran los de afuera y bárbaros los de adentro, por lo que el único proyecto posible era “ser otros”…

Uno de los arietes en contra del neo-revisonismo es el controvertido Luis Alberto Romero, de quien opina Norberto Galasso que se muestra “más preo­cupado por convertirla ( a la historia) en instrumento de una carrera productiva, capaz de catapultar al éxito, de establecer vínculos con asociaciones o fundacio­nes que prodiguen becas o en ubicarse en asesorías de editoriales, es de­cir, la carrera de historiador como profesi6n lucrativa colocando, en pla­no secundario, la inquietud investigativa dirigida a bucear en lo mas pro­fundo de lo ocurrido en el país”. También recuerda Galasso un reproche filial de Romero (hijo): “Hay cosas del oficio que (mi padre) no enseñó, quizá porque para él tampoco fueron importantes: como conseguir una beca, por ejemplo”.

Felipe Pigna, durante una entrevista, señaló que la necesidad de no contradecir a quienes aparecen como sus “patrones”, lleva a los llamados “historiadores profesionales” (categoría que no parece incluir a los de Marco, Suriano, Ravina, Cattaruzza,                         ,a ocuparse de los microtemas para no comprometerse con los temas amplios y conflictivos. “Prefieren el árbol al bosque, tanto que en la Facultad de Historia de la UBA no se enseña San Martín. Es tan disparatado como que en La Sorbona no se enseñase Napoleón”. Por su parte Hugo Chumbita escribió: “A nadie escapa que esta tendencia (el neo-revisonismo) conmueve las estatuas del Olimpo liberal, esas cuyos nombres siguen siendo las de las calles más importantes de nuestras ciudades, y en las que no se puede dejar de ver a los precursores de calamidades como el endeudamiento externo o el desprecio por el pueblo (…) Ese es un déficit de la historiografía académica, volcada a indagar con excesiva prudencia los intersticios que no contraríen la historia oficial o, en sus proyecciones mas ambiciosas, demasiado complaciente con los poderes del establishment del pasado y del presente”. A Romero (hijo) se le debe una acertada definición del neo- revisionismo en un artículo pretendidamente crítico, al adjudicarnos la idea “de que siempre hubo unos poderosos que trataron de engañarnos y de dominarnos, y la historia sería un instrumento de dominación, por eso nos enseñaron una historia falsa”. No hace falta agregarle ni una coma.

Halperín Donghi, en una entrevista reciente identificó el neo-revisionismo, pagando quizás el precio de tanto tiempo en los Estados Unidos y dejándose llevar por una entrevista sesgada, con un proceso de “demolición de los próceres”, lo que es erróneo por cuanto lo que hacemos es, por el contrario, reivindicar circunstancias y personalidades oscurecidas por la versión oficial. A Halperín Donghi le reprochará N. Galasso “desinteresarse de toda reivindicación antiimperialista, lo cual, en un país sometido a los dictados del FMI y aherrojado por una abultada deuda externa implica colocarse al servicio de la clase dominante asociada al interés extranjero (…) Halperín acepta la dependencia pero a condición de negar toda posibilidad de quebrarla pues, según él,   se trata de un fenómeno tan natural como las lluvias”.

En su preocupación por el interés que despiertan nuestros trabajos, los “fundamentalistas” de la historia oficial no ahorran injurias: divulgadores, bestselleristas, mentirosos… Hasta Félix Luna, quien siempre divulgó astutamente la versión vulgar de nuestra historia, declaró que “no le interesamos”. Sin embargo debería peguntarse, como otros de nuestros críticos, por qué sus últimos libros no han interesado a los lectores. 

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