MANUEL DORREGO
Dorrego fue un héroe de nuestra independencia ques e destqacó en los combates por su coraje y patriotismo. Ello no impidió que, debido a su carácter rebelde, fuera sancionado por sus jefes. Así lo hizo Manuel Belgrano, al frente del Ejército del Norte. Dorrego era adepto a las bromas pesadas y llevando ya varias semanas de inmovilidad en Humahuaca, luego de la victoria de Salta, quizás aburrido, decidió provocar la discordia entre dos de sus mejores oficiales hasta el punto de que se desafiaron a un duelo del que ambos resultaron heridos.
En los tristes y angustiados comentarios a posteriori de la derrota en Vilcapugio, Belgrano opinó que si Dorrego hubiera estado al mando del Batallón de Cazadores seguramente la batalla no se hubiera perdido. Fueron justamente el desorden y la confusión por carencia de mando del ala derecha lo que desniveló la contienda.
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Don Manuel tenía un fuerte ascendiente en los sectores populares que veían en él a alguien que defendía sus intereses oponiéndose a la oligarquía porteña y sus manejos. La Constitución unitaria y elitista que Bernardino Rivadavia hizo votar a la Legislatura suspendió, por el voto mayoritario de los diputados, el derecho a votar de los “criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea”. Es decir los humildes.
Dorrego no se queda callado: “He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero (…) Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases, y se advertirá quiénes van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, que tal vez no exceda de la vigésima parte (…) ¿Es posible esto en un país republicano?”.
Siguió en ese tono: “¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?”. El argumento de quienes habían apoyado la exclusión era que los asalariados eran dependientes de su patrón. “Yo digo que el que es capitalista no tiene independencia, como tienen asuntos y negocios quedan más dependientes del Gobierno que nadie. A ésos es a quienes deberían ponerse trabas (…) Si se excluye a los jornaleros, domésticos, asalariados y empleados, ¿entonces quiénes quedarían? Un corto número de comerciantes y capitalistas”.
Y señalando a la bancada unitaria: “He aquí la aristocracia del dinero y si esto es así podría ponerse en giro la suerte del país y mercarse (…) Sería fácil influir en las elecciones; porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas. Y en ese caso, hablemos claro: ¡el que formaría la elección sería el Banco!”
Al subir al gobierno de Buenos Aires, derrocado Rivadavia, Dorrego nombró ministros a algunos hombres del unitarismo para buscar una coinciliación entre los bandos.
Pero para su desgracia un sector de jefes y oficiales del ejército en operaciones había sido catequizado por la oposición en torno a dos ideas principales: que por culpa de Dorrego se había perdido la guerra con el Brasil y consecuentemente firmado una paz humillante.
El general Iriarte, nombrado por Dorrego en marzo de 1828, comandante general de NNNNesa arma en Buenos Aires, escribió en sus “Memorias” que le habló al gobernador “de la imprudente medida de hacer venir al ejército a la capital” pues en esa misma conversación habíale expresado que los jefes de la fuerza mantenían “relaciones estrechas con el partido unitario y por ello me parecía infalible la revolución luego que pisasen las plazas de la capital. El gobernador Dorrego me dijo que yo soñaba revoluciones”.
¿Fue ingenuo Dorrego?
¿De haberle hecho caso a Iriarte y no regresar el ejército a Buenos Aires se podría haber evitado el golpe?
La conspiración era tan evidente que, en 1827, apenas caído Rivadavia y aún antes de asumir Dorrego, siendo gobernador provisorio Vicente Lóèz y Planes, Julián de Agüero, sacerdote del grupo rivadaviano, le dijo que la caída del partido unitario era “aparente, nada más que transitoria”, a lo que agregó que no le obstruyese el camino a Dorrego hacia la gobernación, pues como tendría que hacer la paz con el Brasil “el ejército volverá al país, y entonces veremos si hemos sido vencidos”.
Pero el principal enemigo de Dorrego fue el embajador británico en el Río de la Plata, Lord Ponsomby, quien había tenido en Rivadavia un sumiso aliado y no toleraba la independencia y patriotismo del nuevo gobernador. En un extenso oficio de abril de 1828 escribió al primer ministro Dudley que Dorrego y sus colaboradores estaban forzados a firmar la paz con Brasil porque “están forzados por la certeza de que si se niegan a una paz honorable y ventajosa, se verán desplazados del gobierno”. Concluía ratificando “que el general Dorrego será destituido de su cargo de gobernador tan pronto como se logre la paz”.
Dorrego no ignoraba las conspiraciones en su contra pero a pesar de sospechar de Lavalle no le quitó el mando de tropa. Ello fue aprovechado por los conspiradores y Lavalle aceptó con gusto la promesa de hacerlo gobernador consumada que fuese la revolución.
Con la conjura ya echada a rodar el general Iriarte le pide la orden de reprimir. Dorrego respondió – ‘No hay necesidad, nos sobra tiempo, porque si la revolución estalla no será hasta de aquí a dos o tres días: Lavalle en un loco’. Atinó a instruir a Estanislao López del alzamiento y designó a Juan Manuel de Rosas como general en jefe del ejército en campaña.
Qué hubiera sucedido si Dorrego reaccionaba a tiempo?
¿El partido federal se hubiera impuesto sobre el unitario?
¿Seríamos hoy un país con una organización federalista similar a la norteamericana, como pretendían Dorrego y algunos caudillos como Artigas e Ibarra?
Tomás Guido, quien luego sería el gran amigo de San Martín, tuvo entonces una conducta opinable. Convenció a Balcarce de no enfrentar a Lavalle porque confiaba en que la disputa podría zanjarse pacíficamente, y a Dorrego le decía que las noticias eran exageradas, que no había tal revolución, y que al día siguiente se avergonzaría cuando el pueblo supiese que se habían tomado disposiciones para contener un movimiento imaginario.
Nuestro Libertador, el general San Martín, no tuvo dudas de quienes fueron los instigadores del golpe. En carta a O’Higgins, en abril de 1829, escribirá: “Los autores del movimiento del primero de diciembre son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América con su infernal conducta. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres de bien y un malvado”.
Washington Mendeville, cónsul francés en el Río de la Plata y segundo esposo de Mariquita Sánchez, nombra a los responsables en el derrocamiento y posterior ejecución de Dorrego: “Los generales Lavalle, Brown, Martín Rodríguez, el ministro Díaz Vélez y el Sr. Larrea. Tres actuaron a cara descubierta pero sin menos rango: ellos son los señores Varaigne, representante del Sr. Rivadavia, Florencio Varela y Angel Gallardo. Y por fin siete que estaban en todas las reuniones secretas, pero que actuaban en la sombra con el fin de aprovechar las circunstancias si éstas los favorecían y de mantenerse a un lado si les eran adversas. Estos son los señores Rivadavia, Juan Segundo Agüero, Valentín Gómez, Salvador María del Carril, Ortiz de Ocampo y el general Cruz.
Luego sobrevendrá el combate del 9 de diciembre, el triunfo de las fuerzas insurrectas y el apresamiento de Dorrego a consecuencia de la traición de sus oficiales Acha y Escribano. Lavalle comisiona al general Rauch con escolta para que lo condujese hasta su campamento. Según Vicente Fidel López esto prueba la actitud que ya tenía hacia Dorrego “pues conocía bien a este oficial, como conocía también la enemistad mortal con que miraba a Dorrego”. Se justifica que entonces Dorrego le dijese a su hermano: ‘¡Luis, estoy perdido!’.
Las consecuencias del hecho se expandieron más allá de nuestras fronteras. Así Bolívar, en mayo de 1829, le escribiría al general Pedro Briceño Méndez, que “en Buenos Aires se ha visto la atrocidad más digna de unos bandidos. Dorrego era jefe de aquel gobierno constitucionalmente y a pesar de esto el coronel Lavalle se bate contra el presidente, le derrota, le persigue, y al tomarle le hace fusilar sin más proceso ni leyes que su voluntad; y en consecuencia, se apodera del mando y sigue mandando liberalmente a lo tártaro”.
Dorrego cultivaba una relación personal y epistolar con don Simón a quien admiraba y con cuyos objetivos coincidía.
¿Qué hubiera sucedido si Dorrego derrotaba a la conspiración unitaria?
¿Sus coincidencias con Bolívar hubieran alentado la idea de una América unida, la Patria Grande?
¿Hubiera concretado su plan de, juntas las Provincias Unidas del Río de la Plata y la Gran Colombia, avanzar sobre el Brasil imperial y esclavista?
Hablando Iriarte con San Martín, éste le dirá: “Sería yo un loco si me mezclase con esos calaveras: entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y el Perú. Los he conocido de tenientes y subtenientes, son unos muchachos sin juicio, hombres desalmados: entre buena gente me habría ido yo a meter si hubiera tenido la candidez de admitir la oferta de Lavalle. Buenos sujetos, por cierto, para ofrecer garantías de orden y subordinación”.