MALVINAS, RESPUESTA A ROMERO

El artículo “Conmemorar Malvinas, sí; pero hacerlo el 14 de junio“ reitera un indiscutible mérito de Luis A. Romero: generar polémica. 

La fecha del 2 de abril es aceptable en cuanto lo que se conmemora no es la decisión insólita de la ominosa Dictadura de enfrentar militarmente a Gran Bretaña y a la OTAN, sino el comienzo de las acciones heroicas de nuestros jóvenes conscriptos y algunos oficiales que se midieron con fuerzas profesionales muy superiores en armamento y en entrenamiento. 

El jibarizante trato de “víctimas” que les da Romero mutila su 

hermanamiento  con quienes integraron los ejércitos patrios que vencieron en Chacabuco y Maipú y fueron derrotados en Sipe Sipe y en Tucumán. Triunfo o victoria, buena o mala conducción, no hacen diferencia en la honra que merecen por su heroico aporte a la Patria. Nunca diríamos que el Sargento Cabral o Falucho, por nombrar a dos personajes de origen humilde,  fueron “víctimas”. Fueron patriotas.

Es absolutamente equivocada la propuesta de Romero, quien integró el grupo de intelectuales que hizo suya la posición británica de llamar a la autodeterminación de los kelpers, de conmemorar Malvinas el 14 de junio pues sería celebrar el triunfo de Inglaterra sobre nosotros, sobre todos nosotros. 

También sobre Romero, le guste o no. Quien parece adherir al irritante concepto de que la Dictadura cayó solo por la derrota, lo que cuestiona el proceso de sideración que fue sufriendo el gobierno cívico-militar por la acción de sindicalistas, políticos, jóvenes militantes, también el acoso de gobiernos y de organismos internacionales de derechos humanos. La Dictadura hubiera caído de todas maneras, antes o después, estaba ya condenada. 

En caso de querer cambiar la fecha podría recordarse la rebelión del gaucho Antonio Rivero el 26 d agosto de 1833, en contra del trato que les dispensaban los británicos que habían usurpado las islas seis meses antes. Lo siguieron otros dos gauchos, Juan Brasido y José María Luna, más cinco indios charrúas acriollados: Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salazar, Manuel González y Pascual Latorre (quizás chileno).

En una posición típica del “progresismo liberal” al que Romero pertenece y responde, supone que la Plaza de Mayo convocada pocos días después de la exitosa huelga general de la CGT, fue a vitorear a Galtieri. Eso pasa por no participar de las puebladas pero opinar sobre ellas: la multitud unánimemente fue a honrar a los compatriotas combatientes con cánticos y banderas y a vituperar con insultos y silbatinas a la Junta Militar. Cualquiera que haya estado allí puede confirmarlo. Siempre es chocante la actitud de algunos intelectuales de poner en duda la inteligencia y discernimiento de nuestro pueblo.

En una curiosa y no ingenua voltereta semántica  Romero adjudica insólitamente a Galtieri y a los esposos Kirchner un mismo objetivo: el nacionalismo populista. En esa frase el autor utiliza espúreamente dos términos cargados de dignidad histórica: nacionalismo y populismo.

Es frecuente en escritos de Romero y sus semejantes una sistemática denigración del sentimiento nacional, tendencia  que viene de muchos años atrás, principalmente  desde que la Organización Nacional se impuso basándose en el dilema sarmientino de “civilización o barbarie”, siendo la primera Europa y los europeístas vernáculos, y la segunda el gauchaje,  el federalismo, el provincianismo, las tradiciones criollas e hispánicas; es decir lo nuestro. Para esta actualizada versión del liberalismo antipopular el nacionalismo parecería conducir inevitablemente al fascismo con vocación de violencia  Es bueno saber que cuando una sociedad renuncia al patriotismo, deja campo orégano para el nacionalismo de naciones o poderes imperiales. El endeudamiento externo o la venta a precio vil de empresas estratégicas son pruebas dolorosas del entreguismo de los “socios interiores” de intereses ajenos. 

En cuanto al “populismo” está claro que la denostación del autor de la nota que comentamos lo hace “execrable” sinónimo de peronismo, “el hecho maldito del país burgués”, como lo definiera Cooke. 

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