LA HISTORIA OFICIAL Y SUS “DUEÑOS”
Nunca me reivindiqué como historiador sino como un escritor apasionado por los argumentos que ofrece la historia. Sin embargo los críticos al Revisionismo Popular, en su insistencia por juntarme con Felipe Pigna y Norberto Galasso parecen empeñados en graduarme como tal.
Uno de los arietes en contra del Neorrevisonismo Popular (denominación sugerida por Hugo Chumbita) es el controvertido Luis Alberto Romero, de quien E. Saguier recordaba en un artículo su colaboración en ‘Convicción”, el diario de Massera. De él opina Norberto Galasso: “Si José Luis Romero aportó honestamente una nueva metodología y Halperin Donghi concurrió, no tan honestamente, con los contenidos, podría señalarse que Luis Alberto Romero se constituyó en el administra¬dor de la herencia. 0 sea, en “el gerente” de la Historia Social, mas preo¬cupado por convertirla en instrumento de una carrera productiva, capaz de catapultar al éxito, de establecer vínculos con asociaciones o fundacio¬nes que prodiguen becas o en ubicarse en asesorías de editoriales, es de¬cir, la carrera de historiador como profesi6n lucrativa colocando, en pla¬no secundario, la inquietud investigativa dirigida a bucear en lo mas pro¬fundo de lo ocurrido en el país. Quizá por esta ra¬zón su labor estrictamente historiográfica no al¬canza a parangonarse con la de su padre, movido, como hemos señalado, tanto por la vocación científica, como por el compromiso ciudadano”. También recuerda Galasso un reproche filial de Romero (hijo): “Hay cosas del oficio que (mi padre) no enseñó, quizá porque para él tampoco fueron importantes: como conseguir una beca, por ejemplo”.
Felipe Pigna, durante una entrevista, señaló que la necesidad de no contradecir a quienes aparecen como sus “patrones”, lleva a los historiadores
“profesionales” de Romero (hijo) a ocuparse de los microtemas para no comprometerse con los temas amplios y conflictivos. “Prefieren el árbol al bosque, tanto que en la Facultad de Historia de la UBA no se enseña San Martín. Es tan disparatado como que en La Sorbona no se enseñase Napoleón o NNNNN”. Por su parte H. Chumbita escribió “que el espacio ocupado por la novela histórica es proporcional a la distancia que este gremio (historiadores) estableció con el público, debido a su hermetismo y un profesionalismo endogámico (…) Pero ¿qué iconoclasia es la que perturba en esta nueva tendencia a revisar la historia? Sus ensayos más representativos resaltan el proyecto original de la emancipación y rescatan a los revolucionarios que lo encarnaron. A nadie escapa que esta tendencia conmueve las estatuas del Olimpo liberal, esas cuyos nombres siguen siendo las de las calles más importantes de nuestras ciudades, y en las que no se puede dejar de ver a los precursores de calamidades como el endeudamiento externo o el desprecio por el pueblo (…) Ese es un déficit de la historiografía académica, volcada a indagar con excesiva prudencia los intersticios que no contraríen la historia oficial o, en sus proyecciones mas ambiciosas, demasiado complaciente con los poderes del establishment del pasado y del presente (…) El dilema más relevante hoy no es investigación versus novela o divulgación histórica, sino entre una historiografía conformista o encubridora y una historiografía crítica (…) Una historiografía crítica o militante, capaz de cuestionar lo que fue y de analizar las alternativas, no debería ser antagónica a la investigación universitaria, aunque sus incipientes ensayos irritan a algunos historiadores (¿no serán estos los “perezosos”?) “.
Halperín Donghi, en una entrevista reciente identificó el Neorrevisonismo Popular con un proceso de demolición de los próceres, actitud que quizás pueda adjudicársele a J. Lanata, pero que es errónea por cuanto lo que esta perturbadora escuela hace es, por el contrario, reivindicar circunstancias y personalidades oscurecidas por la versión oficial. A Halperín Donghi le reprochará N. Galasso “desinteresarse de toda reivindicación antiimperialista, lo cual, en un país sometido a los dictados del FMI y aherrojado por una abultada deuda externa implica colocarse al servicio de la clase dominante asociada al interés extranjero. Ya hemos señalado que Halperín acepta la dependencia pero a condición de negar toda posibilidad de quebrarla pues se trata de un fenómeno tan natural como las lluvias”.