LOS ENCUENTROS DEL CHE CON PERÓN
“Cuando le pregunté al General sobre la foto dedicada que el Che le había entregado en nombre del “gordo”Cooke en la que se veía a éste vestido de guerrillero cubano, me comentó: “Este hombre ha dejado de ser peronista”- me contó Enrique Pavón Pereyra, su secretario y su biógrafo durante los primeros años del exilio de Perón en Madrid.
John William Cooke, ‘el gordo’, líder de la izquierda peronista, exiliado en Cuba, había convencido al Che de que ningún proyecto revolucionario era viable en Argentina sin el apoyo del general Perón, aquel cuya caída en 1955 como consecuencia de una asonada militar había arrancado a Ernesto Guevara un insolente párrafo en una carta a su madre, visceralmente antiperonista: “La caída de Perón me amargó profundamente, no por él sino por lo que significa para toda América (…) Estarás muy contenta, podrás hablar en todos lados con la impunidad que te da el pertenecer a la clase en el poder”.
A su regreso de una gira por países africanos Guevara, Ministro de Industria, hizo escala en Madrid. El testigo del encuentro fue Julio Gallego Soto, contador, hombre de confianza de Perón en asuntos comerciales, quien, cuando años más tarde su vida peligraba, eligió como depositario de su testamento político a su colega el contador Alberto T. López, quien declaró en la causa judicial abierta por secuestro y desaparición de Gallego Soto en 1977, a manos de la genocida dictadura. López, a su vez, lo relató a Rogelio García Lupo, quien lo reveló en un artículo periodístico.
A fines de abril de 1964 Gallego Soto estaba acostándose para dormir en su lujosa habitación del Hotel Plaza de Madrid, frente a la emblemática fuente de Cibeles, cuando escuchó golpes en su puerta. Al abrir encontró a un desconocido que con mucha precaución y en susurros le entregó un mensaje manuscrito de Perón. En él le pedía que acudiera de inmediato a su residencia de Puerta de Hierro. Gallego Soto descontó que se trataba de algo importante por lo avanzado de la hora.
Encontró a Perón rodeado por personas con uniformes verde olivo, casi todos ellos barbudos, con los que parecía pasarla muy bien pues hablaban en voz alta y reían a carcajadas. Gallego Soto los identificó como cubanos. Después Perón se puso serio y le dijo que lo había “convocado para una tarea que requiere una gran reserva y una buena administración”. El general pensaba que era el hombre para la función “por lo mucho y bien que lo conozco”.
Gallego Soto se enteró entonces de que se trataba de administrar varios millones de dólares del fondo de “Liberación”, el organismo que Guevara había creado para apoyar los movimientos revolucionarios en Latinoamérica. Fue entonces cuando Perón se dirigió a alguien que había permanecido en la oscuridad “y para mi sorpresa vi aparecer a un sacerdote capuchino que había estado presenciando la escena anterior y que, al alzar la pantalla de luz, resultó ser el mismísimo Che”.
Las consecuencias del encuentro fueron evidentes poco tiempo después. García Lupo constataría que el 26 de octubre de 1964 el encargado de negocios de la embajada cubana en Madrid, Ramón Aja Castro, otorgó una visa a Gallego Soto para llevar adelante una negociación en el ministerio de Comercio Exterior de Cuba para colocar un importante embarque de maíz argentino y el beneficio de esa operación seguramente tendría como destino financiar el acuerdo de ‘Puerta de Hierro’.
Philip Agee, el espía norteamericano que llevó un diario de su actividad en Uruguay, escribió el 21 de marzo de 1964: “La estación (de la CIA) en Montevideo ha organizado varias operaciones fructíferas contra objetivos peronistas en Uruguay a través de las cuales se ha podido descubrir el apoyo que prestan los cubanos a los peronistas. Una operación de escucha contra el departamento del periodista peronista Julio Gallego Soto nos permitió descubrir la clandestina relación existente entre éste y el antiguo jefe del servicio de inteligencia cubano en el Uruguay”.
El otro encuentro se produjo en 1966, antes de la experiencia boliviana. El Che Guevara hizo escala en Madrid con el propósito de visitar otra vez a Juan Domingo Perón en su residencia de ‘Puerta de Hierro’, en esta oportunidad para pedir su colaboración debido a que Fidel Castro, en el momento de partir Guevara y sus colaboradores de La Habana, le habría expresado sus dudas acerca del prometido apoyo por parte del Partido Comunista Boliviano, defección que luego se confirmaría y que sería una de las principales causas del fracaso y muerte del Che en tierras bolivianas.
“Sería en septiembre u octubre porque recuerdo que no hacía mucho que habíamos regresado de nuestras vacaciones de verano”, me contaría Pavón Pereyra tomando café en un bar de Buenos Aires, poco tiempo antes de su fallecimiento. “Una mañana muy temprano, serían las seis de la mañana, a través de la ventana veo venir a un hombre extraño y le aviso a Perón. “Es el Che Guevara”, me dice ante mi sorpresa, “hágalo pasar”.
En España gobernaba Franco y la situación de asilado de Perón no era muy cómoda, así que evitaba recibir abiertamente a políticos de izquierda porque después venían las protestas y las amenazas de expulsión. Así sucedió, por ejemplo, cuando recibió al chileno Allende, entonces senador por el socialismo.
“El Che estaba disfrazado, irreconocible, afeitado y casi calvo, con anteojos de marco oscuro y cristales algo ahumados. Iba de paso hacia Bolivia y pasaba por Europa porque debido al bloqueo de Cuba los viajes debían necesariamente conectar con países socialistas. Durante la entrevista le contó a Perón su plan de insurgencia en el Alto Perú. Perón se mostró sorprendido y al principió no le creyó, o se hizo el que no le creía.
“Esto va en serio” dijo el Che, y dio los detalles de la operación. Yo creo que Perón me hizo quedar al principio de la reunión para quitarle intimidad porque comprendió que el Che venía a pedirle ayuda para una acción con la que el General no estaba de acuerdo. Pero no esgrimió argumentos políticos sino que puso énfasis en el asma de Guevara y en la inconveniencia de la humedad y el calor de las selvas bolivianas para ese mal. ‘Yo conozco bien la zona porque allí cursé el segundo año de la instrucción militar que hicimos en Brasil, en Bolivia y en Chile’, le dirá y luego agregará con impostado dramatismo: “Disculpe, Comandante, que sea franco con usted, pero usted en Bolivia no va a sobrevivir. Es contra natura. Suspenda ese plan. Busque otras variantes.” Luego de algunos segundos de silencio agregó, grave: “No se suicide”.
Pavón continuó: ‘Entonces llegaría el momento de dejarlos solos. El General me ordenó que trajera yerba, agua caliente y un mate. A los dos les gustaba matear. Cerré la puerta a mis espaldas y siguieron conversando por veinte minutos. Estoy seguro de que entonces se habló de lo que más le interesaba al Che y también estoy convencido de que Perón le dijo que no estaba en condiciones de darle una ayuda formal del Movimiento Justicialista mientras las acciones se desarrollaran en territorio boliviano, pues las circunstancias no favorecían que comprometiese en una operación internacional a un partido debilitado como el suyo que debía enfrentar la proscripción a que lo habían condenado las dictaduras militares de la Argentina. Cuando la acción del Che se trasladase a territorio argentino entonces podría contar con el peronismo. Mientras, prometió, no se opondría a quienes por voluntad propia quisieran participar del foco boliviano’.
Después del encuentro lo único que me comentó, como si hablara para sí mismo, fue “pobre Guevara, lo van a dejar solo”. Y acertó porque él también lo dejó solo aunque por motivos justificados.