LA TERCERA FOTO DEL MITO

Hace algunos días recibí un paquete que, al abrirlo, reveló contener algo que buscaba ansiosamente desde hacía tiempo: las míticas fotos de Arana Serrudo. El envío no tenía remitente aunque sospecho que quien lo mandó fue uno de los colaboradores bolivianos del Che a quien entrevisté a raíz de la publicación de mi biografía sobre el revolucionario argentino.

Entre ellas una foto inédita cuya publicación por “Noticias”, cuando todo parecía saberse sobre el Che Guevara, es una primicia mundial que seguramente se reflejará en los medios internacionales.

También el paquete incluía recortes de otras que hace poco fueron dadas a conocer por un importante medio argentino. 

¿Cuál es la historia de esta foto extraordinaria? Cuando el 8 de octubre de 1967 Ernesto Che Guevara es herido y apresado por rangers bolivianos entrenados por los “boinas verdes” norteamericanos, su jefe , el capitán Gary Prado, lo conduce hasta el pequeño poblado de “La Higuera”, donde es encerrado en su escuelita, una pequeña construcción de adobe que conocí cuando seguía los pasos en vida de  nuestro compatriota.

Pronto llegará la orden de matarlo. Gary Prado, a quien entrevisté en Méjico D.F. cuando era embajador de su país, responsabilizaría al entonces presidente Barrientos, poco tiempo después muerto en un atentado contra su helicóptero, y los jefes de las fuerzas armadas general Ovando, luego presidente que sobrevivió a varios atentados, y el general Torres, asesinado por la Triple A en Buenos Aires, aunque fue confirmada hubo una comunicación con la Central de la CIA, empeñada en la caza del guerrillero argentino.

Sería el coronel Zenteno el encargado de transmitir la decisión.  El helicóptero en el que se dirigió desde Vallegrande hacia La Higuera sólo tenía lugar para dos personas. El coronel, Comandante de la 8ª. División, decidió dejar en tierra al Jefe de Inteligencia de su división, el coronel Arnaldo Saucedo Parada, y en su lugar embarcó al agente de la CIA, Félix Rodríguez, escudado en la falsa identidad de capitán del ejército boliviano “Félix Ramos” quien tendría una activa participación en la ejecución del revolucionario argentino. Saucedo Parada encargó entonces al piloto del helicóptero, mayor Niño de Guzmán, que tomase fotos del Che vivo y para eso le entregó su cámara. En su libro “Shadow Warrior “ (Guerrero de la sombra) Rodríguez contará que en un descuido del piloto abrió al máximo el objetivo de dicha cámara para velar sus fotos y para  que fueran sólo las suyas, es decir las de la CIA, las que dieran cuenta de lo que allí sucedía. Pero Niño de Guzmán llevaba consigo una cámara personal con la que tomó algunas fotografías, entre las que se contaba la que hoy reproducimos por primera vez. Advertido, Félix Rodríguez exige al coronel Zenteno que decomise dicho material. Siguiendo la línea jerárquica el rollo sin revelar va a parar al general Ovando, por entonces Comandante en Jefe del Ejército boliviano, quien luego lo depositará en las oficinas de Arana Serrudo en La Paz. Este, según tengo entendido,  las dará a conocer recientemente, cuarenta años después de tomadas acompañando un texto denostatorio hacia el Che. El tiempo transcurrido y el poco cuidado en su conservación han deteriorado la calidad de las mismas, aunque, como jugarreta del destino, la mejor conservada es la que seguramente significará un aporte a la perduración del mito de Guevara. 

 

(Recuadro)
LA TERCERA FOTO

La foto del primer plano del Che pocas horas o pocos minutos antes de ser asesinado conmueve por la expresión de intensa serenidad. No desconocía que su suerte estaba echada y esa era su forma de esperar la muerte. Su mirada hacia arriba le da una cierta expresión de misticismo. La razón es que Guevara está sentado sobre un “toquito” que es como en la zona vallegrandina llaman a los banquitos de muy baja altura. Hay alguien de pie a su frente, un oficial boliviano o el agente de la CIA, y Guevara lo observa con dignidad, sin temor ni desafío.

El día anterior había escrito la última página de su diario que tuve el privilegio de conocer, ha sido mostrado sólo tres veces hasta hoy, celosamente guardado en las bóvedas del Banco Nacional de Bolivia dentro de una envoltura en la que puede leerse “Asunto de Estado”. La anotación es extraordinaria para quien en esos momentos estaba rodeado por centenares de enemigos bien armados y había dicho a los diecisiete maltrechos sobrevivientes que todavía lo acompañaban en su calvario, según me lo manifestó su colaborador cubano “Benigno”, a quien entrevisté en París: “Prepárense a morir con dignidad, y que el último pensamiento sea por la revolución”. A pesar de tan dramática situación Guevara escribió ese 7 de octubre de 1967: “Se cumplieron once meses de nuestra inauguración guerrillera (la llegada a Bolivia) sin complicaciones, bucólicamente”. Esa es la expresión de la foto, sin complicaciones, bucólica, la de alguien que ha cumplido con su destino en la vida, que puede morir con la convicción de haber sido leal a sus ideas.

Esta foto conmovedora, auténtica primicia mundial de “Noticias”, puede integrar un terceto con las famosísimas obtenidas por el fotógrafo oficial del gobierno cubano, “Korda”, y la del boliviano Freddy Alborta. La primera es la que campea en pancartas y banderolas, la que sobrevuela las manifestaciones de los pescadores peruanos, los mineros polacos o los agricultores japoneses, la que nunca falta en las movilizaciones contra la globalización o contra la guerra de Irak, la que los hinchas de fútbol cuelgan en las canchas argentinas y la que los piqueteros pasean por las calles de nuestras ciudades. La segunda es la que en un rapto de coraje e inspiración tomó Alborta trepándose al piletón sobre el que yacía el cadáver del Che en la lavandería del hospital de Vallegrande, a pesar de los golpes y los insultos de los soldados,  e inmortalizó ese rostro de ojos abiertos e insólitamente vivos que desde entonces parece la conciencia colectiva de una Humanidad desviada. Esta tercera, la que hoy descubrimos al mundo, es la foto de quien no teme a la muerte, la de quien  desde muy pibito, asfixiado por el asma, supo lo que todos deberíamos saber, que a la vida hay que apostarla a alguna causa digna, cualquiera sea el precio. Cuando el piloto disparó su cámara en ese lugar humildísimo, el Che, rodeado de enemigos, en el más absoluto desamparo, herido de bala, habiendo escuchado cómo se asesinaba al heroico Willie Cuba en la habitación de al lado, nos mostraba que si es verdad, como escribió Sartre, que “la vida no es más que un chispazo entre dos tinieblas”, el único sentido de la misma es lograr que ese chispazo se vuelva una llamarada que ilumine y que perdure en las retinas de los hombres de buena voluntad, cualquiera sea su ideología.

 

(Recuadro)
LAS OTRAS FOTOS

El valor de las mismas es que son las únicas que se conocen de los momentos inmediatamente previos y posteriores a su muerte. En una de ellas puede verse al Che vivo, casi de perfil, sentado con las manos atadas, aguardando su suerte y disimulando el dolor producido por el balazo en su pierna.  Otras tres fotos borrosas lo muestran desangrándose sobre el piso, pocos segundos después de su muerte, junto a uniformados con fusiles en sus manos, una de ellas parecería reflejar el momento del tiro de gracia, quizás a cargo del sargento  Terán, su verdugo. Otra, en un dramático primer plano, refleja la expresión de Guevara luego de ser ametrallado a menos de un metro de distancia y nos interroga acerca de su milagrosa conversión en el maravilloso rostro de la foto de Alborta en la lavandería de Vallegrande. Otra, la que lo muestra sobre una camilla en La Higuera con los ojos  cerrados, parece confirmar la hipótesis que expresé en mi libro que fue el viento del trayecto en helicóptero hasta Vallegrande quien le abrió los ojos para que nos mirara desde la eternidad. Por fin otra fotografía documenta el cadáver de Guevara atado al patín del pequeño helicóptero.

 

(Recuadro)
LOS ULTIMOS MOMENTOS DEL CHE

Tuve el doloroso privilegio, con el corazón galopándome, de conocer al verdugo, el entonces sargento Mario Terán, quien fuera elegido al azar por el coronel Zenteno entre los siete suboficiales presentes en La Higuera. Aceptó el encuentro con la condición de que fuera muy breve, no mucho más que un saludo, y exigió que no se hablase del asunto y mucho menos que yo lo entrevistase.

En aquel atardecer de Santa Cruz de la Sierra tuve a mi frente a un hombre sin relieve ni maldad, caprichoso juguete del destino, que desde aquel día vive en la  casi clandestinidad, cambiando constantemente de residencia y  de aspecto físico, con lo que logró esquivar a la “maldición del Che” que se cobró la felicidad y la vida de casi todos los que intervinieron de una u otra manera en su muerte.

La única versión la dio Terán al entonces ministro del Interior boliviano, Antonio Arguedas, a quien  visitaría en marzo de 1968 reclamando la recompensa prometida pues sólo le habían entregado un reloj ordinario “de esos que apenas valen ochenta pesos” y en cambio otro suboficial  de su mismo apellido había sido enviado por error a la sede de los “boinas verdes” estadounidenses en Panamá a disfrutar de la beca que a él correspondía.

Su relato textual fue el siguiente, tal como lo registró Arguedas, y nos ayudará a contextualizar las fotos de este artículo: 

“Cuando llegué al aula el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: ‘Usted ha venido  matarme’.

Me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder .

Entonces me preguntó: ‘¿Qué han dicho lo otros (al morir)?’. Se refería a Willy y al Chino. Le respondí que no habían dicho nada y él comentó: ‘¡Eran unos valientes!’.

Yo no me atrevía a disparar. En esos momentos veía al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente y temí que se me echara encima y que con un movimiento rápido me quitase el arma.

‘-¡Serénese y apunte bien!- me dijo como si me ordenase -¡Va usted a matar a un hombre!’.

Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che con las piernas destrozadas cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón.

Ya estaba muerto”.

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