LA CORRUPCIÓN Y NUESTROS GOBERNANTES
“He podido ver que en este mundo hay corrupción y maldad donde debía haber justicia y rectitud” (Eclesiastés 3:16)
El de Azai- le- Rideau es un bello y ostentoso castillo renacentista que se eleva en medio del río Indre, en la zona del Loire, Francia. Su propietario, el tesorero real Gilles Berthelot, en 1528 tuvo la imprudente idea de invitar a Francisco I a una suntuosa recepción en su honor. Al observar tanto lujo el monarca no tuvo dudas de la deshonestidad del anfitrión, lo cesó en su cargo y lo envió a prisión.
Tampoco a nuestro presidente le faltan obvias demostraciones del sospechable enriquecimiento de no pocos de sus parientes, funcionarios, empresarios próximos, etc. que con desparpajo exhiben lujosas residencias, casas de veraneo, automóviles, etc. En ello corre el riesgo de no diferenciarse mucho de aquellos antecesores de quienes siempre quiso diferenciarse.
A esta escena le falta quien siempre es, a la postre, el protagonista principal: el ciudadano común que asiste, acumulando rabia e impotencia, a la manifiesta corrupción de quienes deberían velar por el buen destino de sus impuestos y del gasto estatal, provincial o municipal. Aquellos a quienes desde mucho antes de este gobierno no sólo les roban el dinero sino también la confianza en sus gobernantes y la esperanza de una vida que recompense sus esfuerzos con justicia.
Surge aquí una pregunta crucial: ¿qué es lo que hace que nuestros gobernantes y sus colaboradores más próximos no puedan frenar esa bulimia acumuladora de bienes que, a la larga, suele ser el motivo de derrumbe político y repulsa social? Nunca es justificación suficiente el argumento de la “financiación de la política”, mucho menos cuando se ha llegado a la cima. ¿Qué ex presidente argentino puede caminar desprevenidamente y sin custodia por la calle? Nuestros primeros mandatarios llegan al cargo en buena posición económica, casi todos ellos habiendo sido gobernadores, lo que ha redundado, dado el control casi absoluto que despliegan sobre jueces y organismos de control, también periodismo y cámaras legislativas, en un evidente y “natural” fortalecimiento de sus fortunas personales. Lo mismo sucede con no pocas de sus personas de confianza que lo acompañan en su camino hacia la Plaza de Mayo.
Pero ello no parece ser suficiente. Ya en la Casa Rosada la codicia no termina sino que parece incentivarse. Lo cierto es que no les faltan antecedentes de corrupción en nuestra historia, aún en los ensalzados por la memoria colectiva como fue el caso de integrantes de la Generación del 80 que consideraron irreprochable adueñarse de inmensos territorios fértiles arrebatados a los indios. Aún más atrás encontramos al pionero Larrea, integrante de la Junta de Mayo, quien sobrefacturó la compra de barcos para nuestra incipiente armada nacional. La cita bíblica que encabeza este artículo señala que la corrupción es esencial al ser humano, antigua como la Creación, lo que no es justificativo para no combatirla y mantenerla a raya por el bien de todos.
En estos días con consternación hemos visto reaparecer aquello que no hubiéramos deseado leer o escuchar nunca más: sobreprecios, coimas, licitaciones amañadas, empresas truchas…Aquello que Kirchner se había comprometido a erradicar para diferenciarse de la por él satanizada década del 90 y que pone en riesgo la elevada imagen positiva que mantiene en la ciudadanía.
Si no logra afirmarse en una sincera y vigorosa acción contra la corruptela habrá perdido una gran oportunidad. Y con él la Argentina. También todos nosotros, que hemos aprendido dolorosamente que una parte importante de las lacras de la desnutrición infantil, de la decadencia educativa, del mal funcionamiento de los servicios públicos, de los bajos salarios y jubilaciones, es consecuencia de la corrupción de nuestros gobernantes y de su complicidad con empresarios privados.
Es responsabilidad suya también la decadencia moral. Porque ¿ cómo convencemos a nuestros hijos y nietos que para triunfar en la vida es necesario estudiar, esforzarse, trabajar, si ante sus ojos se despliega, insolente, el éxito de la inescrupulosidad? . Porque la corrupción es un cáncer que metastatiza a la sociedad desde arriba hacia abajo. Ya lo escribía Montesquieu: “La corrupción raramente comienza en el pueblo”.
Ante tantos ejemplos deplorables parece difundido en nuestra sociedad el mandato de que cuando se está en una posición de poder, por insignificante que ésta sea, debe aprovechársela en beneficio propio. El presidente y el tesorero del club al que asisto con mi familia fueron denunciados y renunciados hace pocos días por haber cometido un desfalco. No hace mucho los integrantes de un consorcio sufrimos la deshonestidad de su administrador.
El presidente Kirchner debería tomar el ejemplo de Arturo Illia, un hombre que siendo presidente vivió de su sueldo y que cuando terminó su mandato regresó a su humilde casa de Cruz del Eje con el respeto, creciente con el paso del tiempo, de todas sus conciudadanas y conciudadanos. Todavía está a tiempo de parecérsele tomando medidas ejemplarizadoras en los meses o años que le quedan de mandato, alejando de su lado y poniendo a disposición de la justicia a funcionarios sospechados, fortaleciendo a los organismos de control, haciendo cristalinos a subsidios y fondos fiduciarios, llamando a licitaciones incuestionables, no favoreciendo la imagen de que todo hombre y toda mujer “tienen su precio”, tolerando sin paranoia la función controladora de los medios periodísticos no oficialistas.
Esa, por su bien y el de todos, debería ser la columna vertebral de su gestión futura.