JOSÉ MARIA ROSA Y EL REVISIONISMO DE AYER Y DE HOY
José Maria Rosa fue y sigue siendo la columna vertebral del revisionismo histórico argentino. Su obra mayor es la ciclópea “Historia Argentina” de más de trece tomos (que fuera continuada en otros cuatro por el recientemente fallecido Fermín Chávez) donde desarrolla con pluma alegre, que algunos quisieron confundir con falta de rigor historiográfico, su nacionalismo de auténtico cuño popular emparentado con Jauretche y Scalabrini y alejado del enarbolado por la derecha católica. Cabe recordar que el Che Guevara leía y guardaba sus textos.
“Pepe”, como lo llamábamos, renegó de la historia oficial por considerarla expresión de los intereses de las minorías oligárquicas, portuarias y extranjerizantes, impregnada de la ideología liberal, conservadora y autoritaria de los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX que encararon, más por las malas que por las buenas, la organización nacional. Es ésa la versión que desde hace décadas se transmite en escuelas y colegios, en los medios de difusión masiva, la que portavocean divulgadores nunca fatigados de publicar fascículos.
Ella ha sido siempre impuesta como la única posible, la científica, la que custodia el acceso a sillones académicos, cátedras universitarias, becas y subsidios para investigaciones.
En esa versión en que nuestra historia parece determinada por los “grandes hombres” ignorándose el protagonismo de la “chusma” en la vicisitudes nacionales es inevitable que los jefes populares como Rosas, los caudillos provinciales y altoperuanos, Dorrego, Artigas, Guemes, también el Alberdi final, el Pellegrini industrialista o el Sáenz Peña americanista, asimismo el antiimperialismo populista de Irigoyen y de Perón, queden postergados o jibarizados a expensas de la exaltación de aquellos funcionales al proyecto desnacionalizador, porteñista y autoritario como Rivadavia, Mitre, Sarmiento, el Alberdi inicial, el Urquiza de Caseros, la Generación del Ochenta, Roca .
J.J. Hernández Arregui, en su “Imperialismo y cultura”, daría una nómina de revisionistas aunque, señala con ironía, “a algunos no les guste verse en la misma lista”: Scalabrini Ortiz, Jauretche y otros integrantes de FORJA, Doll, Cooke, los hermanos Irazusta, Ibarguren , Palacio, Castellani, por supuesto José María Rosa, incluyendo también a revisionistas socialistas como Puiggros, Astesano, Ugarte, Spilimbergo, Ramos.
Según Norberto Galasso, aprovechando la ola antipopular provocada por el golpe militar de 1955, la historia oficial se recicló rebautizándose como “historia social” que incorporaría criterios y tecnologías actualizadas en un cambio cosmético sincerado por uno de sus principal ideólogos, Halperín Donghi (los otros son José Luis y Luis Alberto Romero) quien afirmó en su “Ensayos de historiografía” que dicha corriente se proponía “ilustrar y enriquecer, pero cuidando de no poner en crisis a la línea tradicional”, es decir que se trata de una historia oficial modernizada. Galasso, quien también acusaría a dicha corriente de ser “visceralmente antiperonista”, la definió como “ una versión más elaborada, más “científica”, menos ingenua que la vieja historia fabricada después de Pavón, bajo la cual se resguardan los viejos íconos”.
Será también Halperín Donghi, desde hace décadas instalado en Berkeley, quien se obstinará en declarar “decadentista” al revisionismo y cuestionará su énfasis en el tema de la dependencia, punto de confluencia, según Jorge Sulé, de las distintas corrientes del revisionismo: “Quejarse de la dependencia es como quejarse del régimen de lluvias. No es necesario explicar entonces por qué no hablamos más de ella” (H.D. en “Punto de vista”, 1993).
Algunos descalifican a los cuestionadores de la historia consagrada de “hacer política”, aproximándose peligrosamente al lenguaje macartista del Proceso, lo que es negar, por ingenuidad o malevolencia, la fuerte pregnancia ideologizante de la historia oficial, porque, por ejemplo, si honramos al Rivadavia del préstamo Baring, la Famatina Mining y el Banco de Descuentos con la avenida más larga del mundo, ¿ qué castigo pueden temer los economistas que nos endeudaron a lo largo de gobiernos militares y constitucionales?. Asimismo estremece el chiste macabro de haber emplazado la estatua de Lavalle en el solar del gran Dorrego.
Otra falacia, alimentado por algunos, es plantear la falsa opción entre el revisionismo de hoy y los historiadores profesionales, es decir aquellos que han logrado hacer de su vocación histórica su medio de vida. La diferencia entre las distintas versiones no pasa por allí sino por la diferente interpretación de hechos y personajes, lo que agrupa a historiadores profesionales y no profesionales mezclados en uno u otro lado, sosteniendo “relatos” diferenciados y basados en los mismos datos incontrastables surgidos de investigaciones historiográficas.
Últimamente, a partir de la crisis del 2001 que arrasó con tantas convenciones vacías y a que “ganó la calle” el interés de muchos de comprender su presente a partir de una historia que no deforme ni retacee, se han abierto algunos espacios antes inexistentes para los revisionismos nacional o socialista de hoy: Galasso y sus multitudinarias charlas de los martes en el “Ateneo”, Pigna y su cátedra en la Universidad de San Martín, Chumbita en la Universidad de la Matanza, quien escribe estas líneas en la Universidad UCES, a lo que hay que agregar el exitoso sitio “Pensamiento Nacional” (Eduardo Rosa, Pestanha, . También importantes medios de prensa y masivos programas de radio y televisión se han interesado en esta versión de nuestra historia que va definiéndose como la que mejor aborda y comprende las vicisitudes de nuestra patria, sobre todo los conflictos no casualmente irresueltos de sus sectores más necesitados.
UN NUEVO LIBRO DE ROSA
En el recientemente publicado “Porteños ricos y trinitarios pobres”, texto encontrado entre sus papeles póstumos, José María Rosa cuenta los fascinantes y premonitorios avatares de la ciudad fundada por el asunceño Juan de Garay como puerto de salida para el contrabando de la plata potosina. Ello provocó la llegada al río de la Plata de bandadas de traficantes quienes prontamente incorporarán otro rubro de elevada rentabilidad: el tráfico de esclavos.
Por las páginas del libro de Rosa desfilan personajes atrapantes como “El gran pecador”, jefe de los mercaderes, quien deambulaba por las calles porteñas acusándose de sus pecados en voz alta; Juan de Vergara, quien arribara al río de la Plata con la misión de moralizar tanto desquicio pero que al poco tiempo se erigió en cabeza del comercio ilegal; “Hernandarias”, quien sería el heraldo de la lucha contra la corrupción pero que finalmente terminaría preso y sus bienes rematados a precio vil.
En este libro interesantísimo ya despunta precozmente la disyuntiva entre los “porteños ricos”, inescrupulosos con la vista puesta en el exterior, de espaldas a las provincias y a lo popular, y los “trinitarios pobres”, conservadores y enraizados en lo criollo, resignados a vivir de las labores agrícolas y respetuosos de las tradiciones hispánicas y cristianas, que anticipaban en dos siglos a unitarios y federales.