Introducción HISTORIOGRAFÍA NACIONAL , POPULAR Y FEDERALISTA vs LA APROPIACIÓN IMPERIAL DE LA SUBJETIVIDAD
1) Dado el desarrollo que ha tenido el revisionismo nacional, popular y federalista deberíamos dejar de utilizar el término “revisionismo” ya que éste indica lo que fue en el pasado: una reacción ante la arbitrariedad politizada de la historia oficial, liberal, porteñista, elitista, la exigencia patriótica de revisarla, de sustraerla de su durante mucho tiempo eficaz condición de aparato ideológico del estado al servicio del vasallaje imperial en complicidad con sus socios interiores. De no dejarse engañar por su modernizante maquillaje de “historia social”, que tiene al astuto Halperín Donghi como marcarón de proa.
El propósito de este libro es dejar constituido, sin pretensiones de éxito absoluto, la doctrina de la historiografía nacional, popular y federalista, ya no como respuesta “revisionista” sino como conjunto de principios, objetivos y particularidades que le dan un espacio propio no sólo ante la historia consagrada y la “social”(con comillas) sino también ante otros revisionismos como el nacionalista católico, el marxista, el “mercadista”, y otros.
2) El revisionismo (por ahora seguiremos usando este término) es la versión nacional, popular y federalista de nuestra historia y privilegia el tema de la dependencia como clave de la interpretación historiográfica. Según José María Rosa (1) lo que el revisionismo se propone es “quebrar el coloniaje”, denunciar la dominación impuesta por los poderosos de afuera, sean imperios nacionales o imperios económico-financieros, o una mezcla de ambos, con la complicidad de sus socios interiores, elevados a la categoría dirigencial con jugosas recompensas por su acción antipatriótica.
Si bien el revisionismo nacional, popular y federalista no abjura de la teoría de la lucha de clases y lo incorpora como uno de sus instrumentos de análisis y diagnóstico no hace de la misma su perspectiva esencial, lo que lo diferencia del revisionismo marxista, cuyo representante mayor entre nosotros es Norberto Galasso.
Denunciar los mecanismos del coloniaje fue la tarea de nuestros antecesores Saldías, los Irazusta, Ibarguren, Rosa, Ramos, Hernández Arregui, Ortega Peña, Cháves y otros. Y ése es el desafío nuestro en los tiempos que corren.
¿Qué es dominación?. Max Wewber la define como “un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (mandato) del dominador o de los dominadores, influye sobre los actos de otros (del dominado o de los dominados) de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos, y como máxima de su obrar, el contenido del mandato” (2). Tawney propone una definición muy parecida a la que agrega que dominar implica también “impedir que la propia conducta sea modificada en la forma que no se desea” (3).
El vasallaje ha vestido distintos ropajes a lo largo de las sucesivas transformaciones sociales y políticas: en tiempos de la esclavitud lo que se dominaba eran los cuerpos por medio del terror y el castigo físico; luego fue la salida al mar de los imperios para ocupar y dominar territorios de las naciones más débiles por medio de la superioridad militar, como fuese el intento inglés de invadir el Río de la Plata en 1806 y 1807; posteriormente la dominación se ejerció apropiándose de los mecanismos económicos y financieros de los países vasallos, como se propuso Gran Bretaña con el empréstito Baring en venal sociedad con Rivadavia y los suyos.
Pero los poderosos siempre han sabido que lo mejores mecanismos de control sobre sus súbditos de adentro y de afuera , se trate de emperadores, sultanes o imperios nacionales o económico- financieros, son los que operan desde el interior del dominado. En el siglo V a.C. ya enseñaba Crítias (4)en su Sísifo que los gobernantes habían inventado a los dioses con la intención de gobernar mejor a los ciudadanos, haciéndoles creer en un policía interior (Freud lo llamará “Über-Ich”, Superyo) ante el cual no podrían ocultar sus delitos ni pensamientos. Poco después, hacia el 400 a.C., Platón (5) escribirá La República (Politeía), donde nos contará lo que son las “mentiras necesarias”: el hombre de Estado tiene que inventar “mentiras nobles” para persuadir a los ciudadanos que sean “buenos”, es decir sumisos. Inmediatamente pasa a narrar el Mito de las Edades y termina su libro sobre cómo fundar y dirigir el Estado perfecto con el Mito de Er, en el que tal personaje muere, permaneciendo su cuerpo incorrupto, resucita y nos cuenta cómo es el más allá, la manera en que las almas inmortales de los buenos van hacia arriba a recibir dichas y las de los malos hacia abajo a recibir castigos. Una clara anticipación del cristianismo y su coerción moral que hizo decir a Nietzsche que “el cristianismo es platonismo para el pueblo”.
¿Cuáles son los mecanismos de dominación de hoy, tiempos de globalización y desarrollo tecnológico? Comencemos por decir que son potentes porque obran por fuera de la percepción de las víctimas. Desde la mitad del siglo XX, cada vez con mayor capacidad de pregnancia y de sometimiento, promueven la incorporación de países satélites como el nuestro a sistemas dominantes oligopólicos mediante la persuasiva inoculación de valores socioculturales que legitiman los intereses imperiales.
En el tener conciencia de ello estriba nuestra diferencia con la historia oficial, hoy maquillada como “historia social”, cuyo máximo representante, el eterno habitante de Berkeley, Tulio Halperín Donghi, escribió: “Quejarse de la dependencia es como quejarse del régimen de lluvias. No es necesario explicar entonces por qué no hablamos más de ella” (“Punto de vista”, 1993). Esta mudez colaboracionista con el coloniaje se esconde detrás de investigaciones seudocientíficas engorrosamente explicadas, sobre temas muy puntuales como el comercio de la yerba mate en el Paraguay del siglo XVI, desconectados de sus implicancias humanas y, sobre todo, sin referencias a las claves persistentes que aluden a nuestra realidad actual.
¿Cuál es el mecanismo íntimo, inconsciente, de este moderno vasallaje? El saqueo del deseo, el instinto primario que nos relaciona con el exterior. Sobrevivimos porque debemos alimentarnos y entonces deseamos el pezón materno. Luego el laberinto edípico nos enseñará a desear una mujer distinta a la madre y entonces nos socializamos y nos proyectamos hacia el afuera de la familia. Somos incompletos, incapaces por naturaleza de satisfacer nuestras necesidades y esos es lo que abre la dimensión del deseo. Deseamos, ergo vivimos.
El deseo busca y cree encontrar aquello que nos sirve para crecer, para desarrollarnos, para ser felices. Pero esa demanda nunca se satisface, el deseo nunca logra su objetivo, siempre le falta algo. Si yo pudiera decir lo que realmente deseo decir quedaría mudo para siempre. Integramos nuestra institución de revisionismo histórico porque buscamos algo que no encontramos cuando nos incorporamos a otros institutos, clubes o sociedades, tampoco lo vamos a encontrar completamente ahora. Pero es esa inalcanzable zanahoria ante los ojos del burro lo que nos hace transitar nuestras vidas con goces e infortunios. Por eso escribo esta introducción y seguramente no será lo último que escriba.
El deseo, como pulsión instintiva no tiene objeto originario, simplemente desea. El deseo pasa al servicio del dominador, del saqueador de inconscientes, del apropiador de subjetividades, porque éste le pone nombre y objeto,
entonces me engaño y deseo consumir porque me es impuesto, creo saber lo que quiero y actúo en consecuencia porque ignoro que ese deseo me fue impuesto en reemplazo de otros que hubieran satisfecho mis verdaderas necesidades o demandas. El significante éxito es remplazado por Audi, el significante amor es sustituido por Mayonesa Hellman’s.
El poder se adueña de nuestro deseo, lo codifica, le da una representación ajena al sí mismo para que se haga conciente y promueva sentimientos, ideas y acciones. De manera tal que el deseo, lo inconsciente, se haga manejable, previsible e ineficaz para darse cuenta y proponerse cambios. Esto provoca, por ejemplo, la deseante valoración de los símbolos del dominador, deseamos su cultura y despreciamos la propia, deseamos los paisajes ajenos y vulgarizamos los propios, deseamos vestirnos como se viste el colonizador y somos obedientes a sus modas, todo ello dramáticamente sin percibirlo, sinceramente convencidos de que eso es lo mejor, lo natural, lo que corresponde, lo que nos hace buenos ciudadanos.
Esta pérdida del sentido de sí mismo en relación con el mundo objetivo produce angustia y aislamiento. ¿Acaso la venta de psicofármacos no ha llegado a cifras estratosféricas? La persona está lejos de sí y de sus cosas, enajenada, es decir ajena a sus deseos, a su identidad, a su subjetividad, lo que impide la integración de la personalidad, es decir ser ella misma y pensar y actuar de acuerdo a sus propios deseos, también de los deseos ligados a su nacionalidad de argentinos o a su pertenencia a Iberoamérica. La imposibilidad de hacerlo, de ser alguien, origina impotencia, se hace difícil la autoafirmación, lo que conduce a la anomia, al ser igual que los demás, al conformismo por el que se transforma en autómata, en un fantoche producido en serie, desarraigado también de su tierra, de sus raíces, de sus tradiciones, de su pertenencia a una Patria que desea su lucidez y su actuar en consecuencia. Pero alguien que no piensa, que no tiene conciencia del porqué de las condiciones de su vida, de su única vida, para llenar ese vacío existencial apela a lo que el sistema pone ante sus ojos, el consumismo sostenido por la tecnología.
La interpretación teórica de Freud (6) acerca de la sociedad y la civilización es que la historia de la humanidad es la historia de sus represiones, es esa la matriz de la civilización, la posibilidad de convivir con otros humanos, la postergación o renuncia a la satisfacción de sus instintos primarios. De allí su teoría sobre el “malestar en la cultura”. El énfasis freudiano estaba puesto en la represión de la pulsión sexual, pero hoy la construcción y perduración del sistema de vasallaje requiere también la represión de la conciencia, a fin de que ésta, en las personas supuestamente libres, no alcance a comprender el mecanismo de la dominación y no se rebele contra ella. Por eso hoy no sólo debe hablarse de colonialismo cultural sino también de colonialismo psicológico.
La infiltración de los intereses del colonizador y la colonización de los deseos propios cuenta con la colaboración de la debilidad identitaria que eso mismo provoca. No hay capacidad de reacción contra algo que no se percibe como extraño y perjudicial. Está distorsionada la afirmación del sí mismo ante lo social, la diferenciación entre lo propio y lo ajeno, entre el yo y lo otro. Allí, en ese vínculo debilitado, es dónde se da una de las mayores incidencias de la alienación contemporáneas.
En su obra sobre la “modernidad líquida” Zygmunt Bauman (7) plantea que una de las características de la sociedad actual es el individualismo que marca nuestras relaciones y las torna precarias, transitorias y volátiles. Escribe: «Los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados».
La caracterización de la modernidad como un «tiempo líquido» da cuenta del tránsito de una modernidad «sólida» —estable, repetitiva— a una «líquida» —flexible, voluble— en la que los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas como el de «la duración del mundo», vivimos bajo el imperio de la caducidad y la seducción en el que el verdadero «Estado» es el dinero y su forma colectiva de la dominación de algunos sobre muchos. Donde se renuncia a la memoria como condición de un tiempo post histórico. O se la tergiversa concibiendo una historización falsa como sucedió en nuestra Patria.
La modernidad líquida exige a los individuos flexibilidad, fragmentación y compartimentación de intereses y afectos, se debe estar siempre bien dispuesto a cambiar de tácticas, a abandonar compromisos y lealtades. La identidad en esta sociedad de consumo se recicla. Es ondulante, espumosa, resbaladiza, acuosa. No hay un piso firme sobre el que apoyarse para disentir, para descubrir, hay miedo a establecer relaciones duraderas y a la fragilidad de los lazos solidarios que parecen depender solamente de los beneficios que generan. Bauman se empeña en mostrar cómo la esfera comercial lo impregna todo, tanto que las relaciones se miden en términos de costo y beneficio —de «liquidez» en el estricto sentido financiero.
Las convicciones y los marcos referenciales son entonces tan evanescentes como los objetos que son comprados para ser prontamente considerados desperdicio al igual que las convicciones pasajeras y a la moda, y ello atenta contra la capacidad de sostener ideales irrenunciables, no descartables, sostenidas con firmeza, por ejemplo las afirmaciones populares, nacionales y federalistas, diferentes y antitéticas de las esgrimidas por la globalidad disolvente de identidades y pregonadas por instituciones académicas, universitarias funcionales al sistema aunque exhiban la palabra “social” en su autodesignación, lo que confirma que uno de los mecanismos de vasallaje es el vaciamiento semántico de términos plenos de significación como “nacionalismo”, “libertad”, “populismo”etc.
Detengámonos en el concepto de alienación que es un punto clave del colonialismo de hoy. El Diccionario de la Real Academia Española da dos definiciones que abarcan nuestro enfoque: “Proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición”. Y también “Estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad”.
Los pensadores existencialistas, Heidegger, Sastre y otros consideraban a la alienación y la soledad como un destino eterno e inevitable, mientras otros le dan participación a condicionantes históricos, sociales y económicos cuyo objetivo es el control y el amaestramiento dirigido a la incorporación profunda de las significaciones y de los intereses del sistema dominante como propios, no sólo como domesticadora de su propia clase trabajadora sino también, y principalmente, de sus súbditos más allá de sus fronteras, sometidos en lo personal aunque supongan vivir en naciones libres.
Son varios los mecanismos de dominación en los tiempos que corren, pero dos son los principales, la educación y la televisión. Dejaremos de lado aquí otros que han perdido, en comparación, su fuerza coercitiva como la religión.
La educación sirve para perpetuar o reproducir el sistema capitalista. Cumple con su función de reflejar y confirmar los valores y tendencias que impregnan la sociedad en que vivimos. Es un potente y eficaz aparato ideológico del Estado, de acuerdo a Louis Althusser (8). La escuela es un instrumento del estado y crea la subordinación a él. La sociedad siempre ha tenido un interés fundamental en el adoctrinamiento de los niños y jóvenes reclamándole adaptabilidad para que se conviertan no en aquello a lo que están destinados por naturaleza sino en lo que son transformados por el sistema social, económico y cultural en su beneficio. ¿Acaso no fue ésta la intención educadora de Sarmiento?
Una de las dificultades para quienes cuestionan el sistema y desean cambiarlo es que el sistema está dentro nuestro, somos el sistema, por lo que nadie podría asegurar que esto que yo estoy hoy escribiendo está fuera de los límites que el sistema necesita como crítica, y posiblemente le sea beneficioso pues ofrece la impostura de una libertad permitida. No lo hiere sino que por el contrario lo favorece. Paulo Freire se refería a una “invasión cultural” que consiste en que “los invadidos vean su realidad con la óptica de los invasores. Un individuo cree que sus ideas son resultado de su propia actividad pensante, y la verdad es que ha transferido su cerebro a los ídolos de la opinión pública, a la prensa, al gobierno, a algún líder político”. O a sus maestros.
El forjista Jauretche, cuando dichos mecanismos de vasallaje no eran tan subrepticios y alienantes describió lo difícil de su compromiso con el pensamiento nacional: “Fue una labor humilde y difícil, porque tuvimos que destruir hasta en nosotros mismos, y en primer término, el pensamiento en que se nos había formado como al resto del país y desvincularnos de todo medio de publicidad, de información y de acción pues ellos estaban en manos de los instrumentos de dominación, empeñados en ocultar la verdad” (9) También Scalabrini Ortiz: “Todo escritor nacional ha experimentado alguna vez la sensación de un muro que lo asfixia y la interrogación concomitante acerca de si la lucha empeñada tiene un sentido que la justifique” (10). Porque el principal obstáculo no está afuera sino principalmente en el interior de nosotros mismos, modelados psicológica y culturalmente de acuerdo a los aparatos ideológicos del estado liberal-autoritario nacido después de Pavón y exacerbado por la evolución mundial hacia un fundamentalismo capitalista neoliberal.
Y la historia oficial es uno de los principales recursos de distorsión educativa, entre otras razones por ser uno de los más prematuros pues opera desde nuestra corta infancia. Recuerdo que mis jornadas escolares se iniciaban con la marcha a Sarmiento mientras la bandera patria subía al tope del mástil. Y un retrato de Rivadavia presidía el aula. Artigas, Dorrego, los caudillos federales, estaban reprimidos. También el San Martín americanista, enemigo de los unitarios porteños, desobediente a la Logia por amor a su Patria, remplazado por el falso San Martín funcional a la organización liberal, animoso trepador de montañas, militar rígido y amante del orden.
En cuanto a las comunicaciones masivas, el televisor es hoy la confirmación de la terrible profecía de George Orwell en “El Gran Hermano”, banalizado por el programa de televisión que le robó el título. Ese aparato sustentado por la nada eléctrica de los rayos catódicos es el superego colectivo, que no domina por medio del castigo sino de la seducción. A cambio de renunciar a ser nosotros mismo, a ser, nos compensa con la posibilidad de tener. Herbert Marcuse en 1968 escribía que “a cambio de las mercancías que enriquecen su vida, los individuos no venden únicamente el trabajo, sino también el tiempo libre, El vivir mejor queda contrarrestado por un control total sobre la vida” (11).
La penetración de la imagen televisiva en nuestra vida se amplía en un contexto de explosión espectacular de todo lo relacionado con la realidad y el mito del desarrollo científico-técnico. Y lo hace en otro contexto añadido como es el de la abducción por parte del capitalismo de la dimensión comunicativa de la vida y la producción informativa. Pierre Bourdieu afirma que, “como Dios, todo está en la televisión de la misma manera que la televisión está en todo” (12). Así, fuera de ella no hay nada. La televisión es hoy el marco perceptivo a partir del cual estructuramos nuestro juicio, desarrollamos y desplegamos las categorías analíticas con las que nos enfrentamos al mundo, e interiorizamos lo real. El sistema de valores que es funcional a los intereses imperiales. ¿Acaso cuando fuimos dominio económico, político y social de Gran Bretaña, cuando todavía se trataba de colonialismo cultural y no de colonialismo psicológico, no aprendimos que lo ajeno es siempre mejor que lo propio, que civilización es sinónimo de Europa, que bárbaras son las mayorías populares, los intereses provinciales, las tradiciones criollas? ¿Acaso no fuimos convencidos de que escribir o pintar bien es hacerlo como si fuéramos de allá y no de acá? ¿Acaso no somos virtuosos en deportes extranjeros como el polo, el rugby, el jockey, también el fútbol, y en cambio hemos renegado del fascinante pato? ¿Acaso no pagamos fortunas por asistir al show de un cantante norteamericano y en cambio obligamos a Atahualpa y a Piazzola a ganarse el sustento bajo otros soles? La pantalla define los límites sobre lo que puede ser pensado a partir de lo que puede ser visto y oído de forma que lo que no se ve, no existió ni existirá hasta que sea instituido como realidad por la pantalla. Por ello es lisa y llanamente revolucionario que el actual gobierno funde nuevos canales, distribuya gratuitamente televisión digital porque en los otros medios tradicionales, los que a lo largo de los años se han ocupado de perturbar nuestra psicología, nada había ni hay de nacional, popular ni federalista en ellos.
No sólo en la selección y manejo de las noticias hay intencionalidad dominante. También en los aparentemente banales programas de entretenimiento, en los que se transmiten los cánones que hacen al homo consumens adoctrinado en los valores que los incorporan al sistema. No hay ingenuidad allí. Eso lo desmotaron Ariel Dorfman y Armand Mattelart en los setenta en un magnífico libro, “Para leer el Pato Donald” (13 ) en el que desocultaron el consumismo, el sexismo, el mercantilismo y la presentación como villanos de los luchadores por las liberaciones nacionales de la época que se esconden en esas tiras aparentemente ingenuas. Walt Disney afirmaba que ofrecía diversión y nada más. Lo podría decir hoy Tinelli.
Este proceso de subliminal vasallaje requiere, como lo hemos señalado, de la complicidad de los socios interiores, por ejemplo de los ricos personeros argentinos que son dueños de monopolios mediáticos que establecen alianzas dependientes con poderosos holdings multinacionales que se ocupan de darles cobertura cuando enfrentan cuestionamientos. Lo que sucede entre nosotros es bien conocido. Tomemos ejemplo del Chile de Allende. La familia Edwards controlaba el influyente diario “El Mercurio”, el de mayor tiraje nacional., con derechos exclusivos de las agencias Associated Press, Reuter y France Press. La mayor parte de las revistas de Chile pertenecían al grupo. Asimismo Edwards era presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y también de la Corporación Económica Básica Internacional (IBEC), compañía accionaria que controlaba varias empresas nacionales por medio de inversores norteamericanos, en su mayor parte del gupo Rockefeller. Recordemos que Allende cayó con la complacencia de la mayoría de los chilenos, sus cerebros lavados por la acción psicológica de esos medios ultraliberales.
La incitación al consumismo como deseo incrustado en el inconsciente colectivo de la sociedad actual como represor de la comprensión del mí mismo y del yo en la sociedad debe necesariamente, para bien del imperio, aprovechar la natural insatisfacción del deseo para que el procedimiento se renueve y nunca se agote. Dicha imposibilidad está en la esencia misma del deseo, como lo señalaba ya Lucrecio: “Aquello que no poseemos se nos antoja siempre el bien supremo, mas cuando llegamos a gozar del objeto ansiado suspiramos por otra cosa con idéntico ardor, y nuestra sed es siempre igualmente insaciable”. O Séneca: “Los candados atraen al ladrón que pasa de largo ante las puertas abiertas” ( 14). Para Gilles Deleuze (15) autor de “El antiedipo” conjuntamente con Guattari, el deseo no actúa solo por la falta y la necesidad de colmarla sino que el deseo es capaz de producción per se, es voluntad de poder, “afecto activo” como diría Spinoza.
De allí la gran trascendencia de la lucha que hoy se libra en nuestra Argentina por el control de los medios. Se trata de disputarle a los monopolios promotores de dependencia y alienación el control del inconsciente desde una perspectiva nacional, popular y federalista. O por lo menos poner una pica en Flandes. Para no pensar y a actuar como los medios nos proponen, aceptando como natural un modo de existir que nos es ajeno y que nos “ocupa” en el sentido más dramático de la subjetividad hipotecada a precio vil.
A partir de estas reflexiones, que es necesario llevar a análisis más profundos y extensos que el presente, queda claro que no nos será posible producir cambios reales en nuestras sociedades si se obvian la penetración cultural y la percepción del mundo impuesta por los poderes imperiales, sean éstos nacionales como en el pasado, o económico-financieros, multinacionales y globalizados como los actuales. De nada valdrá cambiar modos de producción, estructuras políticas e instituciones sociales, si quienes lo hacen no pueden deshacerse de la colonización cultural y psicológica tan extendida que los abarca a ellos mismos . Corrupción, ineficiencia, individualismo, afán de lucro, seguirán presentes. Si intentamos un hacer diferente sin ser diferentes, seguiremos repitiendo los males que nos han impuesto a través de la dominación. Habrá entonces que colocar los mayores esfuerzos en generar modos y formas de desalienación.
El acceso a las raíces de lo popular, lo nacional y lo federal impone una barrera a las estrategias colonizadoras y allí reside la esperanza de una reacción que M. Gullo llama “insubordinación fundante”, un proceso de concientización que siempre ha precedido a los movimientos populares y nacionales a lo largo de nuestra historia. Los gauchos que engrosaron los ejércitos de nuestra independencia “sabían”cuál era el enemigo, eran los doctores de Buenos Aires los que se confundían inconsciente e inconscientemente y por eso sabotearon al ejército de los Andes y promovieron la venida de príncipes europeos para regir sobre nuestra patria. Así como los cabecitas negras del siglo XVI, nuestros antepasados querandíes, supieron que Solís y los suyos eran enemigos y actuaron en consecuencia. Fueron los “descamisados” de Perón y Eva los que apoyaron la toma de distancia del nuevo y ávido imperio norteamericano y también los que vertebraron la resistencia contra las dictaduras del siglo XX. También los que llevaron a los gobiernos de Néstor y Cristina de un magro 23 % de votos en el 2003 a los 54 % del 2011, premiando una gestión resistente a las presiones del capitalismo internacional y rica en medidas de justicia social que favorecen a los excluídos, profundizando en el despertar de la conciencia nacional como fue claro en la reivindicación de la epopeya de la Vuelta de Obligado, coronando una larga lucha de los revisionistas de siempre. El revisionismo popular, nacional y federalista acompañó, y a veces precedió y preparó como fue el caso del primer peronismo, a los procesos de resistencia contra el vasallaje liberal y se galvaniza y emerge en circunstancias en que el dominante sistema social, económico y político es fisurado por las crisis y pierde algo de su capacidad de represión, como sucedió en los 30 y al principio de este siglo.
- Rosa, José M. (1981): Historia argentina (vols 1-13), Ediciones Oriente, Buenos Aires.
- Weber, Max (2006): Política y ciencia, Editorial Leviatán, Buenos Aires.
- Tawney, Richard (1953): Rligion and the raise of capitalism, Mentor Editions, NY.
- Guthrie, William (2003): Los filósofos griegos, Editorial Fondo de Cultura Económica, Mejico DF.
- Idem.
- Freud, Sigmund (1986): Obras completas, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.a mjreee
- Bauman, Zygmunt (2008): Tiempos líquidos, Editorial Tusquets, Barcelona.
- Althusser, Louis (2003): Ideología y aparatos ideológicos del Estado, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires.
- Jauretche, Arturo (2011): Obras completas, Editorial Corregidor, Buenos Aires.
- Scalabrini Ortiz (2009): Bases para la reconstrucción nacional, Editorial Lancelot, Buenos Aires.
- Marcase, Herbert (2010): Eros y civilización, Editorial Ariel, Buenos Aires.
- Bourdieu, Pierre (2010): Sobre la televisión, Editorial Anagrama, Barcelona.
- Dorfmann Ariel y Mattelart, Armand (2009): Para leer el Pato Donald, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires.
- Idem 1)
- Deleuze, Gilles y