El CHE ERA, ES Y SERÁ ARGENTINO
A lo largo de su corta vida Ernesto Che Guevara se mantuvo obstinadamente leal a su argentinidad: tomador de mate obsesivo, un paquete de yerba constituía el regalo más apreciado. Mientras leía o pensaba canturreaba tangos solo reconocibles por sus letras ya que Guevara era sumamente desafinado. Además su apodo reivindicaba permanentemente su origen. Muere en el sur boliviano empeñado en un quimérico plan de establecer una base de reclutamiento y entrenamiento guerrillero para desde allí expandir la lucha armada hacia su patria.
Nadie duda de que Fidel Castro es un político dotado de gran astucia y que una de sus mejores armas es la propaganda, que se ha adueñado de la imagen de Guevara, la figura más admirada mundialmente según una reciente encuesta de Gallup Internacional. Sabido es que he recorrido el planeta siguiendo los pasos del Che para escribir su biografía “Che, la vida por un mundo mejor”. No puedo ni debo ocultar el fastidio que me producía la convicción casi unánime, en Francia, en los Estados Unidos, aún en Méjico, que el Che era cubano.
Guevara no sólo nació argentino, en Rosario, sino que también murió argentino: en su carta de despedida a Fidel Castro, que éste leyera en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1966, escribió: “Hago formal renuncia de mis cargos en la Dirección del Partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de comandante, de mi condición de cubano”.
Guevara es hoy símbolo planetario de valores degradados por el modelo hegemónico: el coraje, el principismo, la honestidad, la convicción de que vale la pena morir por un ideal. Ha llegado ya el momento para argentinas y argentinos, cualquiera sea su ideología, de reclamar que los restos del Dr. Ernesto Guevara de la Serna, mundialmente conocido como el “Che”, reposen en nuestro suelo como ya lo hacen los de San Martín, los de Rosas y los de Evita, que también conocieron largos exilios post-mortem.