Juana Azurduy, la teniente coronela.

Juana Azurduy, el celebrado libro de Pacho O’Donnell cumple con una doble reivindicación, por un lado, la de las mujeres que combatieron por nuestra libertad, desmintiendo el rol secundario al que las condenó nuestra machista historia oficial; y, por el otro, resaltar la valiente acción de los caudillos altoperuanos a quienes nuestra Argentina aún les debe el merecido reconocimiento por su aporte a nuestra emancipación. Esta es la apasionante historia de Juana y Manuel, aquellos patriotas enamorados que todo lo sacrificaron por sus ideales. Fragmento: (Cap. XX) El abandono de Chuquisaca por parte de los soldados godos hizo que Juana Azurduy viviera una de las pocas experiencias gratificantes de su lucha sin cuartel, ya que los Padilla aprovecharon la débil defensa de su ciudad natal para tomarla, ingresando luego por su calle principal al lento y elegante paso de sus cabalgaduras, enjaezadas con plata y cuero, mientras los chuquisaqueños, algunos sinceros y otros adulones, los vitoreaban y arrojaban flores a su paso. Detrás de Juana y de Manuel Ascencio venían en la más correcta formación que pudieron, los “leales” y los “húsares”, además de los restos de honderos que fueran conducidos y entrenados por Hualparrimachi. También las bizarras amazonas que impresionaban con su porte feroz que daba pábulo a las leyendas de inaudito coraje y  de barbaries superiores a las masculinas. Los Padilla, prepararon a la ciudad para el ingreso de don Juan Antonio Alvarez de Arenales, quien lo hizo algunos días después, con tal algazara que en su informe a Roodeau así se refiere Arenales a esa fecha del 27 de abril: “Me he posesionado hoy de esta plaza, sin oposición, y con imponderables demostraciones de júbilo en lo general del pueblo”. Pero no se queda allí Arenales mucho tiempo ya que él también, movido por su propia historia, se propone reconquistar su querida Cochabamba, de la que había sido gobernador, y así lo hace a mediados de mayo, rindiendo al gobernador realista don Antonio Uriburu y a su jefe militar coronel Francisco J. Velasco. Arenales deja a Manuel Ascencio Padilla a cargo de Chuquisaca, y éste, dando muestras de responsabilidad y modestia, convoca para ejercer el poder político a un ciudadano respetable, don Juan Antonio Fernández, dejando para sí sólo el control militar de la región. Las familias pudientes de la ciudad, que hasta entonces habían preferido apoyar a los realistas convencidas de su mayor poderío, habían ocultado sus riquezas, especialmente en los conventos y en los monasterios, descontando el saqueo de los Padilla y sus huestes. Pero Manuel Ascencio dio instrucciones a sus hombres, supuestamente incivilizados, de no tocar un solo doblón que no les perteneciese. Lo que fue religiosamente cumplido. Se produce entonces su primer encontronazo con el general Rondeau, ya que éste lo conmina a abandonar Chuquisaca, tratándolo poco menos que de usurpador, y advirtiéndole que ya está en camino para hacerse cargo de su gobierno el coronel Martín Rodríguez. A pesar de su indignación y de los consejos de los suyos, los esposos Padilla obedecen estas órdenes y se retiran a su refugio de La Laguna. En cuanto llega Rodríguez ordena la requisa de todos los tesoros que pudiesen encontrarse en Chuquisaca, sin obviar conventos y demás lugares sagrados con el pretexto burdo de evitar que los mismos cayeran en poder del enemigo y de brindarles la adecuada protección. `El coronel Daniel Ferreira llegó a la casa donde tenía sus sesiones el tribunal confiscatorio designado por el coronel Martín Rodríguez, en los momentos en que se hacía el lavatorio del dinero. Esto era presenciado por el coronel Quintana, presidente del tribunal, quien le dijo: Ferreira, ¿por qué no toma usted algunos pesos?’. Este, aceptando el ofrecimiento, estiró su gigantesco brazo, proporcionado a su estatura, y con tamaña mano tomó cuanto podía abarcar. Quintana repitió entonces: ¿Qué va a usted a hacer con tan poco?; tome usted más’. Entonces Ferreira, extendiendo su amplio pañuelo, puso en él cuanto podía cargar, algunos cientos. “Con más generosidades como ésta, con lo que sustraerían los peones conductores, los cavadores, los agentes subalternos y algunos más, ¿qué extraño es que el caudal, cuando hubo de entrar en arca, hubiese disminuido notablemente? Se dijo que faltaba mas de la mitad. ” (José Marta Paz, Memorias.) No se detuvo aquí la codicia de Martín Rodríguez, sino que, ebrio de poder, hízose designar supremo director de la Provincia del Plata, en un arresto independentista que erizó la piel de Rondeau, quien ordenó su inmediata destitución y su reemplazo por el amigo de Manuel Ascencio, don Juan Antonio Fernández. Lo cierto era que la conducta del general en jefe del Tercer Ejército del Norte no era mejor, y como prueba de ello el mismo José María Paz nos relata lo sucedido después de la única victoria obtenida por Rondeau, en Puesto del Marqués: “Nunca he visto, ni espero ver, un cuadro más chocante, ni una borrachera más completa. Los  licores abundaban, y el frío y la fatiga de la noche antes, las excitaciones de todo género convidaban al abuso, que se hizo del modo más cumplido. Debo hacer justicia a los oficiales, pues, con pocas excepciones, no se vieron excesos en ellos. “En las inmediaciones de La Quiaca, a tres o cuatro leguas del Puesto del Marqués, había otro cuerpo enemigo cuyo número no sabíamos y que no hizo sino presentarse en las alturas, para servir de apoyo y reunión a los fugitivos. Es probable que si doscientos hombres nos hubiesen atacado en aquellas circunstancias, nos derrotan completamente. Parecíamos más una toldería de salvajes que un campo militar. “Dispénseme la acritud con que me expreso, porque ese día ha sido uno de los más crueles de mi vida. Veía en perspectiva todos los desastres que luego sufrió nuestro ejército, y las desgracias que iban de nuevo a afligir a nuestra patria.” A pesar de sus diferencias con Rondeau, los esposos Padilla esperaron en La Laguna seguros de que serían convocados para engrosar las filas del ejército que se aprestaba a la batalla contra los godos. Como dicho llamado no se produjese, Manuel Ascencio se desplaza hasta Pomata para entrevistarse con Martín Rodríguez, quien le informó que sólo necesitaban cabalgaduras y soldados ya que los puestos de mando estaban suficiente y adecuadamente cubiertos con los oficiales designados por el gobierno porteño. Los Padilla, tragando saliva, sobreponiéndose a este nuevo desaire, optan una vez más por colaborar con los jefes abajeños convencidos de que todo sacrificio era bueno si las fuerzas realistas eran finalmente derrotadas y ese amado suelo y sus habitantes liberados del yugo hispánico. Cumplen entonces con lo solicitado y envían contingentes de animales y soldados que merecen el displicente elogio del coronel Rodríguez: “las fuerzas que me participó mandar no son despreciables, a ellas y las que pueda reunir en el curso do su marcha las destinaré a Pocoata”. También le hace saber, nuevamente y como para que no queden confusiones, que los esposos deberán permanecer en La Laguna, en espera de instrucciones y custodiando las vías de acceso de aprovisionamiento realista. No sólo fueron los Padilla los caudillos dejados de lado por Rondeau sino también todos los demás, con lo que el ejército patriota se vio privado del coraje, del patriotismo y del conocimiento del terreno de otros caudillo como Lanza, Zárate y Camargo. Los historiadores que defienden la decisión de Rondeau indican que éste no quería indisciplinar sus fuerzas incorporando a ellas jefes irregulares que si bien habían dado enorme pruebas de su bravura, no eran adecuados para desempeñarse dentro de las rigurosas estructuras de un ejército formal.
Compartir: