Artigas, la versión popular de la Revolución de Mayo.

Aunque la historiografía liberal insiste en recordar a José Gervasio de Artigas como el artífice de la independencia de la República Oriental del Uruguay, lo cierto es que, en realidad, el caudillo fue el representante más vigoroso de un proyecto de organización federal, popular y latinoamericanista para las Provincias Unidas del Río de la Plata, que en tiempos de Mayo incluían los actuales territorios de la Argentina, Uruguay, Bolivia y Paraguay. Su inflexible convicción lo enfrentó con el elitista y extranjerizante unitarismo porteño que abogaba por la hegemonía del puerto sobre las provincias. Férreo defensor del sufragio universal cuando ninguna sociedad del planeta practicaba el voto popular, llevó a cabo la primera reforma agraria de toda Latinoamérica. La historia ha denominado ‘revolución’ a las jornadas de mayo de 1810, aunque no fueron en verdad una revolución porque les faltó el protagonismo del pueblo. Este irrumpe en 1811, conmovido, turbulento, junto a José Gervasio de Artigas, el primer revolucionario del Plata. Obligado a combatir sin apoyo ni medios contra los colonialistas españoles y contra la invasión portuguesa desde el Brasil alentada por Gran Bretaña, debió defenderse, al mismo tiempo, de las tropas enviadas desde Buenos Aires y de las intrigas urdidas por triunviros y directores supremos, que no dudaron en poner precio a su cabeza. Exiliado en Paraguay, el ‘Protector de los Pueblos Libres’ murió pobre, acallado su ideario por el centralismo triunfante, pero respetado por San Martín y los caudillos provinciales y recordado siempre por su pueblo. En este libro, Pacho O´Donnell nos devuelve la real dimensión histórica de Artigas y recupera la plena vigencia de su pensamiento, en tiempos en que la unidad latinoamericana es más que una esperanza. El doloroso exilio del caudillo rioplatense parece, por fin, estar terminando. Fragmento: “La invasión portuguesa” En julio de 1816  las circunstancias internacionales no podían ser peores: Fernando VII vuelto al trono hispánico, una poderosa expedición preparándose en Cádiz para recuperar la colonia rioplatense sublevada, las revoluciones americanas fracasadas, Europa unánimemente unida en la restauración absolutista y enemiga de toda reivindicación republicana e independista en América. El jefe de la flota inglesa en el Río de la Plata, comodoro William Bowles, informaba entonces a su Almirantazgo sobre la inoportunidad política de la declaración de independencia: “Será quizá sorprendente para Su Excelencia el hecho de que el Gobierno existente haya elegido este momento preciso para declarar su independencia, no solamente de España, sino de toda otra potencia. Pero pienso que esto puede fácilmente explicarse por el hecho de que eso fue necesario para aplacar el entusiasmo revolucionario de aquellos que constituían un peligro, a quienes de ningún modo podía confiarse el verdadero secreto”. ¿Cuál era “el verdadero secreto?”. La Banda Oriental fue invadida otra vez desde el Brasil por un poderoso ejército portugués al mando del experimentado general Carlos Lecor, Vizconde de Latura. La expedición había sido planeada por William Carr Beresford, el mismo de la invasión inglesa de 1806, convocado a pesar de su fracaso de entonces por ser un experto en operaciones militares en el Río de la Plata, lo que demostraba la connivencia británica con la invasión. Esta, a pesar de comprometer un territorio que pertenecía a la Argentina, tuvo la ominosa complicidad del gobierno de Buenos Aires, decidido a todo con tal de desembarazarse del Caudillo oriental y también sumiso a las estrategias de Gran Bretaña, aliada de Portugal,  en el Río de la Plata, aunque fuera en perjuicio de una patria que la oligarquía comercial porteña no sentía, demasiado ocupada en sus negocios y en acallar todo aquello que se opusiera a los mismos. Pedro Ferré, interesante gobernador de Corrientes oscurecido en nuestra historia consagrada por haber integrado, aunque críticamente, la Confederación rosista, escribió: “Si alguna vez se llegan a publicar los documentos que aún están ocultos se verá que el origen de la guerra en la Banda Oriental, la ocupación de ella por el portugués, de lo que resultó que la República perdiera esa parte tan preciosa de su territorio, todo ello tiene su principio en Buenos Aires, y que Artigas no hizo otra cosa que reclamar primeramente la independencia de su patria y después sostenerla con las armas, instando en proclamar el sistema de federación y entonces tal vez resulte Artigas el primer patriota argentino”. No sólo no es reconocido en nuestra historia como el primer patriota argentino sino que ni siquiera es reconocido como argentino puesto que se nos inculca que se trata de un prócer uruguayo, que lo es por nacimiento, aunque de esa manera se niega la extraordinaria importancia que el Caudillo tuvo en los primeros años de nuestra patria en la región rioplatense, de uno y otro lado del ancho río. Pero nuestros historiadores pioneros tenían opinión formada y la transmitieron: “Artigas fue un malvado, un caudillo nómade y sanguinario, señor de horca y cuchillo, de vidas y haciendas, aborrecido por los orientales que un día llegaron hasta resignarse con la dominación portuguesa antes que vivir bajo la ley del aduar de aquel bárbaro” (V.F.López en su “Historia de la República Argentina”). Con seguridad ninguna extrañeza sentían las autoridades directoriales en Buenos Aires y no pocos de los delegados en Tucumán acerca de la invasión desde territorio brasilero pues estaban al tanto del plan presentado a la Corte portuguesa por el sacerdote rioplatense Nicolás Herrera, anteriormente secretario de Alvear, el que había firmado el tratado con Rademaker,  y ahora al servicio del emperador  Juan VI, a quien no le falta una calle con su nombre en la capital argentina. Su propuesta fue, según puede leerse en folios 338 y 339 del Archivo “Andrés Lamas” en Montevideo, que la flota “debía ir directamente al Río de la Plata, tomar por sorpresa o asalto la plaza de Montevideo muy mal guarnecida y obligar a Artigas a concentrar sus fuerzas”; cumplida esa primera etapa el general Lecor debía formar “con  la plaza de Montevideo y el territorio de este lado del Uruguay una capitanía con gobierno separado”. La invasión portuguesa sería supervisada por otro argentino, Manuel J. García, el mismo que años más tarde entregaría la Banda Oriental al Brasil siguiendo instrucciones de Rivadavia, también celebrado en el callejero, quien, instalado en la Corte, actuaría de intermediario entre portugueses y porteños. En ese carácter anunció con alborozo al Directorio, entonces ocupado por González Balcarce,  la llegada de tropas europeas que se agregarían a las fuerzas invasoras, el 30 de marzo de 1816: “El convoy portugués está entrando en este momento por el puerto adentro, creo que trae cuatro mil hombres de infantería”. A continuación: “Nuestras relaciones (con el Imperio portugués-brasilero) siguen bien”.  La invasión portuguesa motivó el envío a Buenos Aires de comisionados artiguistas con la ingenua finalidad de obtener ayuda. Se alternaron en dicha misión Victorio García de Zúñiga, luego Bartolomé Hidalgo, yendo por último los cabildantes Juan José Durán y Juan Francisco Giró, quienes firmaron con el director Juan Martín de Pueyrredón un tratado por el cual se obedecería al Congreso de Tucumán y al Directorio, jurando la independencia firmada el 9 de julio en Tucumán, congreso en el cual no estuvieron representadas las provincias de la Liga. Se izaría, además, el pabellón de las Provincias Unidas. Artigas rechazó dicho convenio por considerarlo indigno. Desde el frente de lucha, campo volante de Santa Ana, el 26 de diciembre de 1816, escribió: “El jefe de los orientales ha manifestado en todo tiempo que ama demasiado a su patria para sacrificar el rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”. Los congresales de Tucumán, ante el desencadenamiento de la invasión, temiendo que se violasen los vergonzantes acuerdos con el Directorio y que las acciones bélicas se extendiesen más acá del río Uruguay a las provincias mesopotámicas, sostuvieron varias  sesiones secretas para tratar el asunto. Finalmente el 4 de setiembre de 1816, ¡menos de dos meses después del 9 de julio!,  se aprobaban las cláusulas reservadas: que los comisionados tratasen, tanto en la Corte portuguesa  como ante el general Lecor, “sobre la base de la libertad e independencia de las Provincias representadas en el Congreso” (es decir: abandonando a merced de los invasores a las provincias bajo la influencia de Artigas que no habían enviado delegados a Tucumán); conseguir un manifiesto público de Lecor de no tener pretensiones sobre esta Banda (la Oriental) para no alertar a Artigas y a sus simpatizantes, engañando sobre “el objeto de la expedición militar contra la Banda Oriental” (hacerse cómplices de los portugueses para tomar por sorpresa a los patriotas orientales); “persuadir al gabinete del Brasil a que se declare Protector de la libertad e independencia de estas Provincias restableciendo la casa de los Incas y enlazándola con la de Braganza” (aceptar la “protección”, por ahora no se trataría de sumisión, a un nuevo amo, aunque disimulándolo con un americanismo simbólico, “inventando” una nobleza incaica) .  Pero también hubo “cláusulas reservadísimas” votadas por unanimidad que revelan que los temores de los congresales iban mucho mas allá: instruían a su comisionado que en el caso “de exigírsele que estas Provincias se incorporen a las del Brasil se opondrá abiertamente manifestando que sus instrucciones no se extienden a este caso, pero si después de apurados todos los recursos de la política y del convencimiento insistiesen en el empeño, indicará, como una cosa que sale de él, que formando un Estado distinto del Brasil reconocerán por su monarca al de aquél mientras mantenga su Corte en ese continente, pero bajo una constitución que le presentará el Congreso”.  Esa misma tarde los congresales en Tucumán votaron los comisionados: Terrada sería el público e Irigoyen el secreto. Lo cierto es que esos temores no eran vanos pues el plan de Juan VI era, además de apropiarse de la Banda Oriental,  la amputación de todo el territorio aledaño a los ríos Paraná y Uruguay, por lo que se planeó que mientras Lecor invadía lo que hoy es tierra uruguaya, otra fuerza, a través del Río Grande del Sur, penetraría por Misiones atacando Corrientes  para apoderarse después de Santa Fe, según la estrategia dada a conocer en Londres a mediados de 1816. El proyecto no prosperó porque, paradojalmente, la heroica resistencia de Artigas y los suyos impidieron que el emperador portugués desistiera de abrir otros frentes de conflicto. Ya demasiado tenía con la indómita bravura y las tácticas guerrilleras del gauchaje oriental al que deberíamos agradecer el no haber perdido las provincias mesopotámicas. También, igual que en la primera invasión portuguesa, la diplomacia británica intervino para acotar las ambiciones de su aliado.  Una vez más se pondría en juego el ascendiente del Caudillo sobre los suyos, liderazgo que  no necesitaba de cargos ni nombramientos, como es claro en su comunicación al Cabildo de Montevideo del 24 de febrero de 1816, por la que  rechaza su designación como “Capitán General de la Provincia y Patrono de la Libertad de los Pueblos”: “Los títulos son los fantasmas de los Estados y sobra a esa ilustre corporación con tener la gloria de sostener su libertad. Enseñemos a los paisanos a ser virtuosos. Por lo mismo, he conservado hasta el presente el título de un simple ciudadano, sin aceptar la honra con que el año pasado me distinguió el Cabildo que V.S. representa. Día vendrá en que los hombres se penetren de sus deberes y sancionen con escrupulosidad lo más interesante al bien de la provincia y honor de sus conciudadanos” (E. Acevedo).
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