¿Y EUTIMIO?
“Che, el argentino” confirma que Soderberg es un talentoso director y que del Toro es un magnífico actor. Además se nota un meticuloso estudio de las circunstancias de la guerra de la Sierra Maestra, con un notable verismo en caracterizaciones y vestimentas.
También es indudable que Ernesto Guevara ha sido objeto de una profunda investigación acerca de su personalidad introvertida e irónica que contrastaba con la extroversión caribeña de sus camaradas, asimismo de su habla argentina con alguna tonalidades y modismos cubanos. Tampoco faltan sus tics como el de aspirar bruscamente por la nariz moviendo la boca hacia la izquierda. Asimismo, y lo digo como asmático crónico, su recurrente asfixia está reflejada en su dramatismo y conmueve que el Che haya sido capaz de hacer lo que hizo aquejado de un mal tan invalidante. Agravado además por lo tórrido y húmedo de la selva cubana ( también lo serían el Congo ecuatorial y la Bolivia tropical,) lo que no impidió que fumara enormes y humeantes cigarros, como desafiando a tan poderoso enemigo.
La historia es respetuosa a la verdad histórica aunque, aquí está el principal defecto del film, recortando aquellas vicisitudes que sirvieron al guionista para dibujar al Che como una figura sin mancha, excesivamente humanitario y consecuente. Por supuesto que mucho de esto hubo pero era humano y habitado por contradicciones y defectos. Y lo de Sierra Maestra fue una guerra y Guevara mató y ordenó matar como correspondía. Lo remarcable es que algunas escenas que parecerían corresponder a una exageración hollywoodense como aquella en la que el Che arrebata el bazooka a uno de sus hombres y en el primer disparo le acierta y destruye el fuerte del Uvero responden a la realidad.
Algo que se nos escatima es que por ser extranjero y médico, el Che se vio forzado en no pocas oportunidades a desarrollar acciones que convencieran a los demás, quizás también a sí mismo, de su compromiso con la revolución castrista. De allí su coraje que lo llevaba a ir siempre al frente de sus hombres con serio riesgo de su vida. También, como tiempo más tarde lo haría al presidir los juicios sumarísimos y fusilamientos en la fortaleza de La Cabaña, hacerse
cargo de tareas sucias que los demás rehuían.
En el film de Soderberg la condena a muerte de los supuestos traidores-desertores que decide el Che sin juicio se resuelve en un fusilamiento. La verdad histórica fue que el mismo Che, ante la vacilación de sus hombres de cumplir con la ejecución, desenfundó su pistola , la apoyó en la sien de Eutimio Guerra y disparó. El mismo lo cuenta en su diario: “La situación era incómoda para la gente y para él, de modo que acabé con el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola 32 con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto”. No sería esa la única vez.
La ausencia de esa escena no es banal, apunta a privar al espectador de la complejidad de la personalidad del Che, alguien cuyas convicciones en ocasiones lo acercaban al fanatismo y cuya pasión por la disciplina me fue relatada por algunos de sus colaboradores como emparentada con la crueldad.
¿Desmerecería esto la figura del Che? En absoluto, porque lo aleja de la heroicidad y lo aproxima a la condición de humano y ello hace aún más rutilantes las acciones extraordinarias que fue capaz de llevar a cabo.
Es remarcable la obsesión por ser leales a la verdad histórica, que por ejemplo hace que los personajes secundarios sean desempeñados por actores de extraordinario parecido con los reales, como es el caso de Aleida March, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro, Víctor Bordón, Juan Almeida, Ciro Redondo, Orlando Borrego, y demás, lo que puede ser apreciado sólo por especialistas del tema o por cubanos. La caracterización de Fidel, en cambio, no es tan feliz aunque la voz y los movimientos son fidelísimos. Puede suponerse que el guión y la película terminada hayan tenido que pasar la aprobación del muy celoso gobierno cubano lo que explicaría la versión excesivamente acrítica a la que nos hemos referido.
En cuanto al guión, algunas líneas argumentales están insuficientemente desarrolladas y el público no entendido no las comprenderá cabalmente. Por ejemplo “El vaquerito”, de quien sólo se muestra su muerte en acción, era el jefe del “Batallón Suicida” y fue célebre por sus acciones de insólita audacia, ninguna de ellas reproducida en el film (no fue suya la idea de avanzar destruyendo las paredes de las casas), por lo que el dolor del Che ante su muerte no es comprensible. Tampoco es clara su tajante antipatía por García Menoyo, ya que no se explica ni se muestra que era jefe de otra columna combatiente que no reconocía a Fidel y a quien el Che adjudicaba más petulancia y oportunismo que méritos de combatiente. En cuanto a la decisiva toma de Santa Clara, filmada con nervio y maestría, se da excesivamente por sobreentendida la importancia del tren blindado que traía refuerzos y armas para los gubernamentales y que de no haber descarrilado hubiera hecho imposible el triunfo de los rebeldes. Tampoco se explica porqué Guevara aparece con su brazo enyesado, lo que se debió a una caída desde el techo de una casa. Quizás estas nubes argumentales sean el precio de haber filmado dos películas en muy corto espacio de tiempo.
Lo que es de celebrar es su título, “Che, el argentino”, que refirma la verdadera identidad de Guevara, en contraposición a la campaña de “cubanización” con la que gran parte de nuestra izquierda y de nuestro progresismo ha sido cómplice. Guevara vivió 39 años de los que transcurrió en Cuba solo 8, es decir el 20% de sus días. No sólo nació argentino sino que también murió argentino pues al alejarse de Cuba renunció a la nacionalidad cubana. Por otra parte todos aquellos a quienes entrevisté para escribir su biografía destacaron su “argentinidad”: mantuvo su habla porteña salvo en sus discursos en los que se expresaba en “cubano”, canturreaba tangos, bebía mate incansablemente, se mantuvo siempre al tanto de las noticias de su tierra natal. Por otra parte no fue casualidad que muriera a pocos centenares de kilómetros de la frontera argentina, seguramente preparando una incursión armada en su patria.
El film tiene un gran final cuando el Che reprende a algunos de sus colaboradores por desplazarse en un fastuoso automóvil último modelo que había pertenecido a algunos de los jerarcas batistianos huidos a Miami. Y ello, lo que responde con veracidad a la mística revolucionaria del Che que jamás se permitió un privilegio, marca la diferencia con otros de los combatientes que brillaron en la etapa heroica de Sierra Maestra pero que luego, ostentando su mérito revolucionario, se convertirían en burócratas que, cincuenta años después, continúan ocupando muchos de los más elevados cargos del gobierno castrista al peor estilo de la inamovible gerontocracia soviética. Y eso valoriza la pasión ética del guerrillero argentino que renunció a honores y prebendas para perder la vida en pos de sus ideales.