VICTORIA OCAMPO

Victoria Ocampo nació en Buenos Aires el 7 de abril de 1890. Sus padres fueron Manuel Ocampo Regueira, ingeniero, y Ramona Aguirre, a quien llamaban “la Morena”. Siguieron a Victoria cinco hermanas: Angélica, Pancha, Rosa, Clara y la renombrada escritora Silvina Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares. Vivían en el centro de la ciudad, en Viamonte y San Martín, durante la temporada escolar y luego, durante el verano, se trasladaban a la señorial “Villa Ocampo”, en San Isidro. Las niñas fueron educadas por institutrices, entre las que Victoria guardaba una especial memoria para Alexandrine Bonnemason, de Francia, y Kate Ellis, de Inglaterra.

Fue una lectora apasionada desde la más tierna infancia, de lo que son testigos los libros conservados en “Villa Ocampo”, muchos de ellos con dedicatorias de escritores famosos. También se inclinó por el teatro y sin duda podría haber sido una interesante actriz pero sus padres se opusieron. Llegó a tomar lecciones de dicción en francés con Marguerite Moreno y fue una virtuosa recitadora de poemas, sobre todo dramáticos. Viajó a Europa, en especial a París, siguiendo los gustos aristocráticos de la época, y allí asistió a  cursos filosóficos  de Henri Bergson. 

Escribió desde muy niña, “desde los nueve años escribir me pareció, cuando escribía por mi cuenta, una diversión y un desahogo”. Fue una dedicada escritora de cartas, muchas de las cuales se conservan, en especial a su íntima amiga Delfina Bunge, quien se casaría con el escritor Manuel Gálvez.

 Su primera obra publicada fue “Babel”, un comentario del Canto XV del Purgatorio de Dante, publicado en “La Nación” en mayo de 1920. Luego siguieron “De Francesca a Beatrice” (1924), “La laguna de los nenúfares” (1926), “Domingos en Hyde Park” (1936), “Emily Brontë (Terra incognita)” (1938), “San Isidro” (1941), “338171 T.E.” (Lawrence de Arabia) (1942), “El viajero y una de sus sombras: Keyserling en mis memorias” (1951), “Lawrence de Arabia y otros ensayos” (1951), “Virginia Woolf en su diario” (1954), “Habla el algarrobo” (1959), “Tagore en las barrancas de San Isidro” (1961), “Juan Sebastián Bach, el hombre” (1964), “Diálogo con Borges” (1969), “Diálogo con Mallea” (1969). Sus obras más importantes fueron la serie de “Testimonios”, diez volúmenes en total, publicados entre 1935 y 1977, y su “Autobiografía”, en seis volúmenes, que fueron editados luego de su fallecimiento, entre 1979 y 1984. A esta lista deben agregarse numerosos artículos, comentarios y conferencias. 

A Victoria Ocampo se la recuerda como fundadora y directora de una de las más importantes revistas literarias en idioma castellano, “Sur”, cuyo primer número apareció en enero de 1931. La revista dio a conocer en idioma castellano a numerosos escritores y hombres de la cultura del viejo mundo, y viceversa, no pocos de los cuales se hospedaron en su casa. “He aquí mi proyecto: publicar una revista que se ocupe principalmente de problemas americanos, bajo varios aspectos, y donde colaboren los americanos que tengan algo que decir y los europeos que se interesen en América. El leitmotiv de la revista será ése pero, naturalmente, tratará también otros temas” —escribe a Ortega y Gasset. 

Alguna vez Victoria contó ante un grupo de invitados a su casa de San Isidro los avatares iniciales de su relación con Ortega.

– Fue al final de su primera estadía en Buenos Aires, creo que era en 1916. Yo no había asistido a sus conferencias, no me interesaron, estaba en otra cosa. En ese entonces, debo confesarlo,  no sentía particular afición por la literatura española. Lo francés y lo inglés me acaparaban, no se olviden que soy argentina 

Durante esa primera visita el joven pensador que aún no había conocido la fama divulgó la filosofía alemana contemporánea, en especial Husserl, Scheler y Rickert, criticando al positivismo todavía imperante en Argentina. El encuentro entre la aristócrata argentina y el filósofo español se  produjo en una reunión social y allí, súbitamente, nació una entrañable amistad fundada en la admiración recíproca. “Mi encuentro con Ortega – escribirá doña Victoria-  tuvo las dimensiones de una revelación. En él descubrí a España. Una España deslumbradora”. 

A poco de su regreso a Europa él incluye algunos párrafos de una carta de ella en su ensayo “Azorín: primores de lo vulgar”. Luego, en 1924, publica en la “Revista de Occidente”, que él dirigía, un comentario sobre “La Divina Comedia” de la joven escritora argentina.

En ese mismo año fue fundada en Buenos Aires la “Asociación Amigos del Arte”, bajo el impulso de otra aristócrata atraída por lo intelectual,  Elena Sansinena de Elizalde, quien, subyugada tras escuchar a Ortega en 1916, promueve su regreso en 1928 para dictar su ciclo “Introducción al presente”. Dicha visita fue un éxito clamoroso y sus conferencias atrajeron un público que desbordaba los salones para escuchar a ese filósofo que se había puesto de moda.  Durante ese segundo viaje se consolidó entre el pensador español y Victoria Ocampo una amistad que duraría hasta la muerte del primero.  Ya muy ligado afectivamente a la Argentina  se sintió con derecho a formular audaces y críticos diagnósticos en su “El hombre a la defensiva” que provocaron solidaridad en algunos e  indignación en otros. Ortega y Gasset ha cargado las tintas en sus colegas de la intelectualidad argentina  y no ignora la polvareda que levantará pues le cuenta a la Ocampo que ha escrito de un solo impulso y en pocas horas su artículo “La pampa…, promesas” para el diario porteño “La Nación” con el cual esperaba “excitar las mejores iras”.

– Fue en esta época cuando le conté mi proyecto de fundar una revista literaria – continúa Victoria Ocampo ante la atenta escucha de su hermana Silvina, su cuñado Bioy Casares, Borges, Pepe Bianco y otros – Sorprendentemente en un principio  Ortega se manifiesta preocupado por esta decisión. Me dice que antes es preciso aclarar la situación de Europa y de América porque no es cierto que la primera esté en decadencia y la segunda en auge. A su juicio ambas proposiciones son erróneas y todo lo que derive de ellas, equivocado. En una carta de marzo de 1929 me escribe: “Digo más: América atraviesa hoy una enfermedad grave, que consiste precisamente en creer que Europa está en decadencia”.

Cuando en enero de 1931 apareció “Sur”, su directora, en la “Carta a Waldo Frank” con que abre el primer número, incluyó un relato de cómo fue elegido el nombre: “Fue escogido por teléfono, a través del océano. Por lo visto, todo el Atlántico se necesitaba para este bautismo. Teníamos varios nombres en la cabeza, pero no lográbamos ponernos de acuerdo. Entonces llamé por teléfono a Ortega, en España. Esas gentes tienen la costumbre de bautizarnos… Así, Ortega no vaciló y, entre los nombres enumerados, sintió una preferencia: “¡Sur!”, me gritaba desde Madrid,  “¡Sur”!” .

La inmensa calidad cultural de la publicación está respaldada por la colaboración del citado Ortega, Alfonso Reyes, Adolfo Bioy Casares, Pedro Henríquez Ureña, Octavio Paz, Jules Supervielle, Silvina Ocampo, Ramón Gómez de la Serna o Eduardo Mallea. En el año 1946 Julio Cortázar publica su primer cuento en la revista, un artículo sobre el fallecimiento de Antonin Artaud y una biografía de Baudelaire. Un consejo de asesores extranjeros conforman la redacción de Sur: Ernest Ansermet, Pierre Drieu La Rochelle, Leo Ferrero, Waldo Frank, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset  y Jules Supervielle. En Buenos Aires lo integran Jorge Luis Borges, Eduardo Bullrich, Alejo González Garaño, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver y Guillermo de Torre. Paralelamente funcionó, desde 1933, la Editorial Sur.

Fue una viajera empedernida y en Europa y  Estados Unidos conoció a importantes personalidades del mundo intelectual, artístico y científico, con algunos de los cuales estableció vigorosas relaciones que en algunos casos sobrepasó la  amistad. Entre aquellos a quienes distinguió y quienes la distinguieron se contaron, Rabindranath Tagore, José Ortega y Gasset, Ernest Ansermet, Hermann Keyserling, Paul Valéry, Pierre Drieu La Rochelle, , Jules Supervielle, Jean Cocteau, Ramón Gómez de la Serna, Le Corbusier, Igor Stravinsky , Walter Gropius, André Malraux, Albert Camus, Maurice Ravel, Louis Jouvet, Julian Huxley, Federico García Lorca, Bernard Shaw, Waldo Frank, , Graham Greene, Alfonso Reyes, Julián Marías, Virginia Wolf, Gabriela Mistral.

 

Esta último le dedicó un poema: 

“(…)  Te quiero porque eres vasca
y eres terca y apuntas lejos,
a lo que viene y aún no llega;
y porque te pareces a bultos naturales:
a maíz que rebosa la América
rebosa mano, rebosa boca-,
y a la Pampa que es de su viento
y al alma que es del Dios tremendo…

Te digo adiós y aquí te dejo,
como te hallé, sentada en dunas.

Te encargo tierras de la América,
¡a ti tan ceiba y tan flamenco,
y tan andina y tan fluvial
y tan cascada cegadora
y tan relámpago de la Pampa!

Guarda libre a tu Argentina
el viento, el cielo y las trojes;
libre la Castilla, libre el rezo,
libre el canto, libre el llanto,
el pericón y la milonga,
libre el lazo y el galope

¡y el dolor y la dicha libres!

Por la Ley vieja de la Tierra;
por lo que es, y por lo que ha sido,
por tu sangre y por la mía,
¡por Martín Fierro y el Gran Cuyano
y por Nuestro Señor Jesucristo!

                                               (Gabriela Mistral) 

 

Entre los nuestros intimó con  Ricardo Güiraldes, Eduardo Mallea, Juan José Castro, Pepe Bianco, Jorge Luis Borges, Alberto Girri, Ernesto Sábato, su cuñado Adolfo Bioy Casares. 

Se alineó vigorosamente en el bando de quienes defendían los derechos postergados de la mujer y dedicó numerosos artículos y conferencias a ese tema.  “Creo que las mujeres por naturaleza, por ser ellas quienes soportan todo el peso y dolor de dar vida, no aceptan en general de buen grado  la destrucción. Y creo que los hombres (perdón hombres, repito que los quiero) son un poco como los niños a quienes les hace falta vigilancia. Hasta ahora me refiero a nuestros tiempos, no los hemos vigilado todo lo necesario, ni ellos lo han permitido. Basta echar una mirada a lo que pasa en el mundo de los hombres para ver los defectos de estas falta  de vigilancia eficaz en el “children´s corner”. Todo está patas para arriba. Nuestra época es de  transición, lo sabemos, y así se explica el fenómeno. Pero no le achaquemos a la “Transición” toda culpa de lo que ocurre. Hay algo más” ( “Testimonios, IX”). También: “Ellas han tenido, tienen todavía, en su contra, frente a los hombres, el mismo “handicap” que los niños  del proletariado frente a los niños de las clases privilegiadas. y lo tienen hace siglos.

Nada justifica hoy este estado de cosas, admitiendo que alguna vez haya tenido razones de existir.

Ni en un caso ni en el otro.

Los que los hombres, fuera de una minoría que bendigo, no parecen comprender es que no nos interesa en absoluto ocupar su puesto, sino ocupar por entero el nuestro, cosa que hasta ahora no ha ocurrido (…). Creo que el gran papel de la mujer en la historia –desempeñado hasta ahora de modo más bien subterráneo-comienza hoy a aflorar a  la superficie”. (V.O.,“La mujer, sus derechos y sus responsabilidades”)

Fue con Ortega también con quien polemizó sobre el tema, como lo señala G. Queirolo: “ Ambos coincidieron en que las relaciones genéricas eran parte constitutiva de las relaciones sociales, y por lo tanto merecían ser analizadas. Pero Ortega derivó de las diferencias genéricas relaciones desiguales y jerárquicas: el lugar de las mujeres era ser inspiración para el actuar público de los hombres. Seguramente de esta manera vio a Ocampo al llamarla Gioconda Austral, y preguntarse “¿Por qué, señora, es su prosa un muelle y lleva cada frase un resorte suave que nos despide elásticamente de la tierra y nos proporciona una ascensión?” . Por su parte Ocampo reivindicó las diferencias genéricas en pos de relaciones igualitarias. Mujeres y hombres constituían sujetos diferentes, pero ambos no sólo podían, sino que debían dialogar para enriquecerse mutuamente. Posiblemente con estas certezas, Ocampo vio a Ortega cuando afirmaba: “Los hombres han hablado enormemente [de la mujer], pero desde luego y fatalmente a través de sí mismos. A través de la gratitud o de la decepción (…). Se los puede elogiar por muchas cosas, pero nunca por una profunda imparcialidad acerca de este tema” .

Fue visceralmente antiperonista, como lo fue su clase social,  y conoció la cárcel durante algunos días por su oposición al gobierno. 

Francia  la condecoró en varias oportunidades con las Palmas académicas, Caballero de la Legión de Honor, Oficial de la Legión de Honor, Comendador de la Orden de Artes y Letras, y Medalla de Oro de la Academia Francesa. Fue Comendadora de la Orden del Imperio Británico, distinción que le fue acordada por la reina Isabel de Inglaterra en 1965. Recibió el premio María Moors-Cabot, de la Universidad de Columbia, y la Academia Romana Vel Sodalitas Quirinalis le otorgó el Grado Académico en 1966. Fue Doctora Honoris Causa de la Universidad de Harvard en 1967 y en ese mismo año recibió la Condecoración al Mérito de la República de Italia en el grado de Gran Oficial. En nuestro país se le otorgó el Gran Premio de Honor de la SADE en 1951 y fue la primera mujer elegida miembro de la Academia Argentina de Letras en 1976. 

Fue Presidenta del Directorio del Teatro Colón en 1933, fundadora de la Unión Argentina de Mujeres y su presidenta de 1936 a 1938, Vicepresidenta Honoraria Internacional del Pen Club, Miembro del Directorio del Fondo Nacional de las Artes de 1958 a 1973; 

Falleció en “Villa Ocampo” el 27 de enero de 1979.

Muchos criticaron la donación a la UNESCO de sus propiedades (“Villa Ocampo” y “Villa Victoria”) porque opinaban que debería de haberlas destinado al gobierno argentino o a alguna congregación religiosa. Pero ella no confiaba ni en los burócratas ni en los curas. Las donó en 1973, después de una profunda reflexión y de consultar a dos de sus amigos: Julian Huxley, que fue el primer director general de la UNESCO entre 1946 y 1948 y André Malraux, Ministro de Cultura de Francia. Respecto a “Villa Ocampo” expresó su deseo de que fuera utilizada, con un sentido vivo y creador, en la producción, investigación, experimentación y desarrollo de las actividades culturales, literarias, artísticas y de comunicación social tendientes a mejorar la calidad de la vida humana, la cooperación internacional y la paz entre los pueblos. Conforme a la voluntad de la donante y según lo estipula el acta de donación de “Villa Victoria”, su objeto era que, esencialmente, con su capital o renta, a juicio de la Organización, proveyera al sostenimiento de la donación de “Villa Ocampo” en San Isidro. 

 


EL COMPRÉNDELO TODO

“Pensé que quería ser buena por los cuatro costados aunque no era fácil; pensé que quería ser siempre amiga de dios, porque dios era el único que podía comprenderme y darme lo que los otros no me daban. Dios era Todopoderoso, el Compréndelo-todo. El que entendía lo que los otros no entendían. Sabía que el amor nuestro de cada día (el de L.G.F. y mío, a la sazón) era más importante que el pan nuestro, y me protegía de la oscuridad  que tanto me asustaba y me libraría de todas las cosas amenazantes que en ella se ocultaban. Sabía, por experiencia, que cuando se quería mucho a alguien (a mis padres, a mis hermanas, a Vitola, a madrina, a L.G.F.) uno soñaba con darle cosas. Ignoraba que esto se aplicaba infinitamente más a dios. Que a dios no se le podía pedir nada. Que a El se le daba. Y que ese dar era un don más incomprensiblemente grande que de El recibíamos . Que eso, en definitiva, era amor. Y que menos que eso resultaba siempre insuficiente y falaz. y que, finalmente, para tanto amor  era necesario un dios o algo que sobre la tierra lo representara. Y que para los que tenemos espíritu religioso sin dios preciso, fuera el misterio tremendo de cada cosa, de cada ser, esta necesidad de adoración es un síntoma evidente,  un drama también, ¿cómo manejar ese caudal sin malgastarlo?” (V.O., “Autobiografía II”)

 


“ESCUCHEN A ESTOS MUCHACHOS” 

“(…) P.-Usted tenía unos 16 años cuando la vio por primera vez,  ¿qué recuerdos tiene de ese día, cuál fue la impresión que le produjo esa mujer? 

R.- ¡Ah! eso fue deslumbrante, estaba en la secundaria y, por esos azares de la vida, ya que nunca supe cómo llegué ahí, fui a una conferencia que dio en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) ,  y me quedé anonadada, esa mujer que hablaba era alta, con un porte majestuoso, no era flaquita, era fuerte, y hablaba con una voz enérgica, de pie, y todo lo decía con una gran autoridad. Ahora bien, de qué habló, nunca lo pude traer del olvido. Pero recuerdo la escena como la secuencia de una película. Y me emocionó muchísimo. Años después, cuando ya estuve en la universidad, tendría unos 20 años,  Borges me llevó a Sur. Ahí la conocí a ella y a Angélica, que era la hermana que la seguía en edad. También conocí en ese momento a los Bioy (el escritor Adolfo Bioy Casares y su esposa Silvina Ocampo, también escritora y hermana de Victoria). Lo que siempre me impresionó fue el sentido del asombro de Victoria,  que suele perder la gente con los años, y que ella no perdió nunca. Recuerdo que en el año 1964, trajo el primer disco que habían grabado los Beatles. Nos reunió en su casa de Mar del Plata a una serie de personas, y después de la comida puso el vinilo y dijo: “Escuchen porque, o mucho me equivoco, o estos muchachos van a marcar una época”.  Lo mismo le pasó con Visconti, cuando vio su primera película. Y eso le había pasado cuando era joven y descubría gente y la llevaba a Sur. Por ejemplo, el primer libro que publicó Vladimir Nabokov, a los seis o siete meses lo tradujeron en Sur. ¡Y qué traductores tenía la revista! Borges y Pezzoni, por ejemplo, para el inglés, y Victoria en persona traducía del francés” (María E. Vázquez, biógrafa de V.O., entrevista en “vdlBooks”).

 


 

LAS POLÉMICAS DE LA GUERRA CIVIL

La filántropa argentina publicó un texto laudatorio para Gregorio Marañón, quien no se había pronunciado en contra de Franco, y José Bergamín, exiliado en México,  le escribió indignado, acusándola de complicidad con ese “enemigo del pueblo español”. Su diatriba fue dignamente incluída en el número 32 de “Sur”: “No se puede coquetear con la mentira, ni aún por trasnochado snobismo”, también le reprocharía “extrañas complacencias que la asemejan a otras mujeres”. Nada podía ofender más a la señora que le dijeran  “snob” y que la comparasen con “otras mujeres”. La Ocampo se defenderá argumentando que como americana no siente “la necesidad de escupir al rostro de ningún español destrozado”. Menos felizmente se equiparará al sufrimiento del pueblo español y del proletariado mundial por ser víctima de la discriminación a que toda mujer es sometida. Eso aumentó la furia de quien amaba la  polémica: “Demasiada literatura. Como la que lleva  usted a esa desdichada comparación entre sus delicados sentimientos de mujer secreta y los del proletariado trabajador. ¡Que Dios le perdone, Victoria, esa delicada coquetería!” (P.O’D, Fragmento de una novela en preparación).  

 


CUANDO HE AMADO A UN HOMBRE

Carta al Conde Keysserling, famoso escritor enamorado de V.O.:  

“Lo que pasó en Versailles es para mí horriblemente inolvidable. Toda la dedicación, la admiración, todo el fervor puro que tenía para usted fueron emponzoñados por su actitud. Mi gran culpa ha sido no decirle brutalmente, inmediatamente, que el alejamiento físico que me inspiraba era tan intenso como el entusiasmo espiritual que me había atraído hacia usted. En lugar de tomar ese camino (corto y cruel) me sentí forzada a disimular esas reacciones por puro amor a su talento, a su obra. Me hice a un costado. En cierto modo me sacrifiqué (…) Para ese rechazo de no encontrarnos sino en lo espiritual, le he dado razones que no eran las únicas que yo podía invocar. Porque una de las razones, profunda y suficiente por sí misma, era que yo no lo amaba (hablo del amor que puede nacer entre un hombre y una mujer) Cuando he amado  a un hombre me he entregado a él”.

 


LA FLECHA SUREÑA 

“La revista era tan sobria en su diseño como la casa de Palermo. Su lujo consistía en las generosas dimensiones (19 por 24 centímetros) y los buenos materiales: el papel, la impresión y la firmas. Sobre la tapa blanca, de papel  glacé, se veían únicamente tres letras negras, el número uno, y una flecha verde. La flecha del Sur, que había clavado sobre el mapa argentino las vidas de los inmigrantes. Tenía colaboraciones de Borges, del fallecido Ricardo Güiraldes y de Victoria, entre los argentinos. De Ansermet, de Waldo Frank, de Drieu, de Alfonso Reyes, de Jules Supervielle y de Walter Gropius, entre los extranjeros. Y no había sólo textos sino también fotos de las pampas y otra de los Andes; una de las cataratas del Iguazú y otra de Tierrra del Fuego. Había dos troncos de palo borracho, y cerros y palmeras de Brasil. Había, como paisajes sobreañadidos, reproducciones de Norah Borges, de Spilimbergo, de Basaldúa, que convivían con las mujeres  de Picasso, dos porteñas de Holland en una calle colonial, y una mujer en lila, cúbica y cubista, de Pettoruti. Algunas fotos confirmaban las inscripciones de los carros orilleros sobre las que Borges había escrito, otra reproducía un retrato del coronel Santa Coloma, enemigo y fuente de inspiración para Hilario Ascasubi. Pasado y futuro, cultura y naturaleza, arte popular y arte de las vanguardias se trenzaban en el camino singular de la flecha sureña” (María  Rosa Lojo, “Las libres del sur”).

 


UN TE CON IMPERIALES

“Yo era periodista de Canal 7 y tenía una columna sobre temas culturales, todas las tardes, en un programa que conducía Antonio Carrizo y que se llamaba “Revista en acción”. Eran tiempos de Onganía. Una tarde, cerca de las fiestas de fin de año, no había ningún tema cultural significativo. Sucedió que vinieron a verme varios jóvenes poetas a quejarse porque el Fondo Nacional de las Artes había declarado desierto el premio correspondiente a Poesía. Insistieron mucho en que se sentían defraudados porque entendían que el premio tenía un propósito de estímulo. Yo lo repetí en cámara y entonces Victoria, que era presidenta del Fondo, se enfureció y llamó a Tedín Uriburu, el interventor del canal, exigiéndole que me echara. Este me llamó y me comunicó mi despido porque, según me dijo, “entre Victoria Ocampo y usted, debo elegirla a ella”. Entonces salí del canal y me dirigí  a “Sur”. Victoria estaba con Fryda Schultz de Mantovani. Me hizo pasar y armándome de coraje le dije: “Usted reiteradamente se ha manifestado en contra del autoritarismo, sin embargo usted acaba de hacer que me despidan de mi trabajo por no estar de cuerdo con algo que yo dije”. Victoria, algo incómoda, le comenta a la Mantovani: “Vos sabés que soy un poco chinche”. Después me invitó a sentarme y conversar. Al cabo de un rato me dijo: “Bueno, Salas, no se preocupe, ahora lo llamo a Tedín para que lo vuelvan a tomar”. Entonces con la arrogancia de mi juventud le respondí: “Eso sería tan arbitrario como su llamado para que me despidan”. La Ocampo me miró desorientada y después salió del paso con elegancia: “Entonces lo invito a que nos tomemos un té con “imperiales” (Horacio Salas, comunicación personal).  

 


TRES DIAS DE FELICIDAD PERFECTA

“(…) Durante todo 1924 las cartas entre Victoria y (Jules) Ansermet se sucedieron casi a un  ritmo diario. Ella quería expresarle todo lo que la música le sugería y también consultar sobre distintos temas a ese hombre que sabía escucharla y al que ella había aprendido a respetar. Sin embargo una sombra se interpuso entre ambos: un visitante por el que ella sentía una vieja admiración : Rabindranath Tagore. El poeta bengalí, que ella había leído hacía unos años, de paso por Buenos Aires en viaje a Lima se vio obligado por una enfermedad a permanecer en esta ciudad. Victoria le propuso que fuera su huésped y Tagore aceptó. El entusiasmo por Ansermet quedó relegado. Tagore se convirtió en el guía espiritual que ella anhelaba. Entre la argentina y el poeta de la India se tejió un estrecho vínculo. En una carta del 28 de octubre de 1924 ella le dice al amigo suizo: ”Pasé tres días enteros leyendo y pensando en Tagore y pasé  tres días de felicidad perfecta , hasta tal punto me siento acompañada (subrayado)… ¿Entiende usted, hombre de Occidente? (…)”  (Hugo Beccacece, “La Nación”).

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