Ser leales a Scalabrini

Sería petulancia, también imprudencia, de mi parte pretender que puedo aportar más datos, anécdotas o impresiones sobre Scalabrini Ortiz que quienes escriben en las páginas que siguen. Ellos lo han conocido o han sido sus colaboradores, algunos lo han estudiado a fondo.

Lo que me propongo en estas breves líneas es señalar por donde debe circular, a mi parecer, la lealtad al pensamiento doctrinario de nuestro homenajeado. No sólo recordarlo sino también continuarlo.  

El eje vertebral de sus ideas e investigaciones, que es también el de los demás cultores del pensamiento nacional, es el concepto de dependencia. Es decir la sujeción de nuestra nación a intereses ajenos y contrapuestos a la felicidad y el progreso de sus habitantes. Scalabrini dedicó algunos años a descifrar el mecanismo por el cual Gran Bretaña, la gran potencia de aquellos tiempos, controlaba y saqueba las riquezas argentinas con la complicidad de la oligarquía gobernante. 

Luego del imperio británico, como consecuencia de un proceso que rematará la Segunda Guerra Mundial, sería el turno de los Estados Unidos de Norteamérica, cuya metodología sería el dominio de las economías nacionales en sociedad con sectores cipayos en cada país. Cuando las circunstancias se complicaban, por resistencia patriota, era el tiempo de las intervenciones militares como fue el caso de los desembarcos de marines en varios países centroamericanos.

Hoy, a favor de las tecnologías globalizadas y la preeminencia de la actividad financiera sobre la productiva, el diagnóstico se ha complicado. El poder dominador ya no está en países preeminentes sino en poderosos conglomerados económico-financieros que no tienen sede fija ni rostros identificables. Inmensos fondos de inversión de origen sospechable que administran empresas cada vez más concentradas con productos brutos superiores a los de muchos países y con una imponente ejecutividad y capacidad de decisión y con omnímodo control de los medios de comunicación. 

El cada vez mayor predominio de lo privado sobre lo público hace que  los gobiernos sean actualmente meros ejecutores de las necesidades de dichos pools económico financieros que dictan las políticas gubernamentales que los beneficien. Tal como sucede en la actualidad en la crisis mundial del capitalismo, cuando se destinan inmensas sumas de dinero, no a proteger a los ciudadanos sino a salvar bancos, aseguradoras, financieras y empresas afectadas, principales culpables de la hecatombe cuyas víctimas, como parecería inevitable, son los sectores populares, sobre todo de los países periféricos como el nuestro.  

En otras épocas la dominación del fuerte sobre el débil se ejercía sobre los cuerpos como en la esclavitud, luego lo hizo con la ocupación de territorios ajenos como en tiempos de las colonias, posteriormente el capitalismo se adueñó de las economías nacionales como fue el citado caso de Gran Bretaña y Argentina. Hoy lo que se coloniza y domina son nuestras mentes. 

Scalabrini llegó a intuir esto, también Jauretche, cuando se refería a la dominación cultural como premisa de la económica y política. 

Es nuestra psicología la que está ocupada, es allí donde desembarcó el moderno dominador,  es nuestro inconsciente el que se alinea con los intereses que nos perjudican. Porque quien está sometido, hipotecado, es el deseo. Es decir la pulsión que tiende a satisfacer nuestra necesidad. Pero el capitalismo extremo, el neoliberalismo que campea en el mundo, requiere de dóciles y ávidos consumidores, para ello es necesario que los seres humanos deseemos aquello que en circunstancias normales no desearíamos. 

Es para el colonizador contemporáneo  indispensable provocar el deseo más allá de lo necesario, el deseo de lo innecesario. El sistema productivo de nuestros días no produce  aquello que necesitamos sino que lo que produce son necesidades. Esa es la moderna dependencia, la que desvía nuestro deseo hacia metas que son ajenas a nuestra mismidad, que nos hace ajenos a nosotros mismos, que nos enajena. 

Es ésa la causa principal de la enfermedad de nuestra época, la depresión, que es la patología del deseo, la tenebrosa victoria del no desear nada, del sinsentido. De tanto desear lo que no nos representa, lo que no nos satisface, se termina por no desear nada. Ese distanciamiento de nuestra propia identidad, eso de ser otro porque deseamos lo que otros necesitan para perpetuar su poder, se acompaña del miedo a ser distinto, a no pertenecer al rebaño, a ser excluido,  ya que la pertenencia al sinsentido es la única identidad a la que puede aspirarse cuando se ha perdido el rumbo. Todo ello apunta a la entonces inevitable  pérdida de la capacidad crítica y a la consiguiente posibilidad de pensar, discernir y actuar de acuerdo a lo nuclear de cada uno y a las necesidades de la patria a la que pertenecemos.

Ello fomenta el individualismo porque la competitividad hace que se desconfíe del prójimo, la frivolidad porque el criterio de éxito es concedido por la figuración, el materialismo porque al abolirse la interioridad solo quedan las cosas, el relativismo porque al no haber convicciones sólidas nada es más ni menos que lo demás. 

Tiene razón Zigmunt Bauman cuando habla de la “sociedad líquida”, aquella en la nada es estable, firme, en la que predomina la fugacidad, la falta de compromiso, todo es desechable. También Luigi Vattimo cuando ahonda en el concepto del “pensamiento débil”. 

Para ahondar la colonización mental es imprescindible, claro está, que nuestra televisión se ocupe obsesivamente de culos y no de ideas, que los debates públicos se den entre vedettes, mientras la educación se deteriora y la cultura desfallece en presupuestos casi inexistentes. 

Es decir que la dependencia de hoy va más allá de lo cultural, es psicológica, está en lo más profundo y determinante de nosotros mismos y eso hace el combate extraordinariamente difícil, un desafío que nos propone descolonizarnos nosotros mismos, independizar nuestra interioridad para poder obrar mejor en lo exterior. “Todo escritor nacional ha experimentado alguna vez la sensación de un muro que lo asfixia y la interrogación concomitante acerca de si la lucha empeñada tiene un sentido que la justifique” (Scalabrini Ortiz)

Es imprescindible superar el estado robótico al que nos han sumergido, convenciéndonos de que eso es lo mejor para nosotros. Para ello es necesario empeñarse en las acciones de esclarecimiento y reivindicación del pensamiento nacional que deberán encontrar los resquicios en circunstancias férreamente alineadas con la alienación, vivir en estado de terquedad contra-corriente, para recién entonces poder llamarnos continuadores del gran Scalabrini. Ese será el mejor homenaje a su memoria. 

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