SAN MARTIN EN CUYO
El 10 de agosto de 1814, el Director Supremo Posadas designa a José de San Martín –dice hacerlo “a su instancia y solicitud”- “gobernador intendente de la Provincia de Cuyo” (la gobernación intendencia de Cuyo fue creada el 29 de noviembre de 1813, con jurisdicción sobre las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis, separadas por esta decisión de la de Córdoba), con el doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos a la Patria y el de lograr la reparación de su quebrantada salud en aquel delicioso temperamento”.
Mientras San Martín se pone en marcha hacia su nuevo destino, el Cabildo de Mendoza le envía el 3 de septiembre sus plácemes y le avisa que, “siguiendo la costumbre y en cumplimiento de sus deberes, le ha preparado la casa en que debe alojarse la persona de V.S. y su comitiva”. Desde la posta del Retamo, el nuevo gobernador anuncia al Cabildo su inmediata llegada a la ciudad y, a la vez que lo agradece, declina el ofrecimiento de vivienda que se le ha hecho, alegando haber ya encargado de ello a un particular. Con igual fecha, la corporación municipal replica que le será sumamente sensible quedar desairada “en el primer paso de su gratitud”. San Martín se allana, y lo hace con esta respuesta digna de su invariable conducta: “Si V. S. cree (no obstante mi oficio de esta mañana) se hace un desaire a su representación, estoy pronto a pasar a la habitación que me tiene preparada por el tiempo preciso a dejar a V.S. en el lugar que le corresponde. V.S. me hace sacrificar lo más sagrado, pero todo lo doy por bien empleado por el beneficio de estos habitantes”.
El 13 de septiembre, San Martín comunica a Juan José Paso, diputado del gobierno rioplatense ante el de Chile, que ha tomado posesión del mando cuyano. Y el 16, a él le escribe Posadas, quien ya lo hace “descansando en su ínsula, en la que aún habrá alcanzado a comer algunas uvas frescas”, para darle consejos de cómo actuar en Cuyo -región que el Director Supremo conoce por haber vivido allí como desterrado- y de las buenas relaciones que debe mantener con los cabildantes. Tras informarle del estado de las situaciones militares existentes en el Norte y en la Banda Oriental, le participa que ocho días corridos partirá Remedios. El 24 le dirá que “en breve tendrá allá su costilla, con cuya amable compañía se acabará de poner bueno, y hará una vida tranquila y deliciosa”. Y el 1º de octubre, ¡por fin!, le da la noticia del viaje de la joven esposa: “Por fin ya partió su madama, la cual no ha tenido la culpa en la demora, sino sus padres (según que ellos mismos me lo han dicho), pues no han querido que pase a un país nuevo sin todos los atavíos correspondientes a su edad y nacimiento. Al fin son padres, y es forzoso que al menos en esta ocasión los disculpe Ud.”
El 24 de agosto de 1816, el hogar de los San Martín será regalado con el nacimiento de su hija unigénita, Mercedes Tomasa, bautizada el 31 siguiente por el presbítero Güiraldes. “Sepa usted – escribirá con humor el feliz padre a su amigo Tomás Guido- que desde antes de ayer soy padre de una infanta mendocina”.
Esposo y progenitor, San Martín se dará a pensar en la futura vida de familia, cuando la guerra concluya. Por ello, a poco del nacimiento de su hija pide al coronel Toribio Luzuriaga, quien por este tiempo lo ha sustituido como gobernador, 50 cuadras de tierra para dedicarlas a la labranza en “Los Barriales”, a cuyo progreso él contribuyó al instalar allí una villa. Inmediatamente se accede a su petición, se agregan 200 cuadras para su Mercedes. Este agradece al gobernador y al Cabildo las donaciones hechas, mas comunica que, a nombre de su hija, dona las 200 cuadras en favor de quienes más se distingan en la campaña militar por emprenderse.
Así, se dispone que los peones no concurrirán en los días hábiles a las pulperías y que éstas cerrarán a las 10 de la noche. Se reglamenta el regadío y se manda que nadie efectúe labranza sin previa licencia. El abasto de carne se asegura a la población para todo el año y se fijan precios para su expendio. Las casas deberán blanquearse como homenaje al 25 de Mayo, cumpleaños de “nuestra regeneración política”. El gobernador da amplio apoyo al presbítero José Lorenzo Güiraldes para fundar el Colegio de la Santísima Trinidad de Mendoza, donde se harán estudios preuniversitarios. La salud pública se beneficia con la extensión a la campaña de la vacuna, cuya inoculación correrá a cargo de los religiosos.
Para mejor alcanzar los objetivos que se ha fijado, durante su estancia cuyana San Martín organizará una filial de la Logia Lautaro, a la que se incorporarán todos aquellos que él considera aptos para tan singular forma de acción política. Con el correr de los meses, también se irán agregando emigrados chilenos de confianza. Con esto, San Martín muestra que sigue fiel a las bases fundacionales dadas en Cádiz y respetadas en Buenos Aires, o sea que todo miembro de la institución queda comprometido a establecer logias en cuanto lugar le toque actuar.
Apenas han corrido dos meses desde que San Martín se hizo cargo de la gobernación intendencia de Cuyo, cuando tiene que enfrentar la grave situación derivada del derrumbe de la revolución chilena y de la llegada a Mendoza de los vencidos, divididos entre sí hasta extremos increíbles.
Dura coyuntura se le presenta al gobernador intendente de Cuyo. Quienes llegan, vienen vencidos y tremendamente divididos. Todo esto provocará situaciones dramáticas y hondos distanciamientos. Dejemos el relato a San Martín:
“Hacía un mes de mi recepción del gobierno de la provincia de Cuyo cuando el coronel Las Heras, desde Santa Rosa, al otro lado de los Andes, me comunicó el acontecimiento fatal de la completa pérdida de Chile por resultado de la derrota del General O´Higgins que, con novecientos bravos dignos de mejor suerte, disputó en Rancagua la libertad de su patria.
“Concebí al momento -prosigue- el conflicto de las familias y desgraciados que emigrarían a salvar la vida, porque fieles a la naturaleza y a la justicia, se habían comprometido con la suerte de su país. Mi sensibilidad intensísima supo excitar la general de todos los generosos hijos del pueblo de Mendoza, de manera que con la mayor prontitud salieron al encuentro de estos hermanos más de mil cargas de víveres y muchísimas bestias de silla para sus socorros. Yo salí a Uspallata, distante treinta leguas de Mendoza, en dirección a Chile a recibirlos y proporcionarles personalmente cuantos consuelos estuviesen en mi posibilidad. Allí se presentó a mi vista el cuadro de desorden más enternecedor que puede figurarse. Una soldadesca dispersa, sin jefes ni oficiales, y por tanto sin el freno de la subordinación, salteando, insultando y cometiendo toda clase de excesos, hasta inutilizar víveres. Una porción de gentes azoradas que clamaban a gritos venganza contra los Carrera, a quienes llamaban los perturbadores y destructores de su patria.
Una multitud de viejos, mujeres y niños que lloraban de cansancio y fatigas, de sobresalto y de hambre. Un número crecido de ciudadanos que aseguraban con firmeza que los Carrera habían sacado de Chile más de un millón de pesos pertenecientes al Estado, que los traían repartidos entre las cargas de sus muchos faccionarios, pidiéndome no permitiera la defraudación de unos fondos tan necesarios para la empresa de reivindicar su patria. Todo era confusión y tristeza. Yo no debía creer estos informes, ni debía tampoco despreciarlos; fuera una fortuna encontrar fondos para organizar desde luego un ejército que vindicara a Chile, fuera un inconveniente el registro de las cargas denunciadas, si en ellas no se encontrase lo que se inquiría, porque afectara a la noble hospitalidad de miras sombrías induciendo un motivo de quejas a los afligidos que merecían la compasión más sincera. Este era un miramiento de mi delicadeza. El interés de la conveniencia pública demandaba mis providencias de precaución.”
Los Carrera saldrán de Mendoza y marcharán a Buenos Aires, camino que a poco también sigue buena parte de las tropas chilenas. Junto a San Martín quedan O’Higgins y cuantos compatriotas estén, como él, decididamente en favor de la unidad revolucionaria y de la independencia americana.
El 28 de diciembre parten rumbo a Europa, como enviados diplomáticos, Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano. Según se dice en las instrucciones públicas, deben ir a Madrid para felicitar a Fernando VII “por su feliz restitución al trono de sus mayores asegurándole, con toda la expresión posible, de los sentimientos de amor y fidelidad de estos pueblos a su real persona”. Las instrucciones reservadas hablan de la misión ante el Rey como de una máscara, mas esto lo ignoran el pueblo y San Martín. Si a aquél “las felicitaciones” lo confunden, a éste –que nunca sintió el menor respeto por Fernandito- lo colman de indignación.
El 9 de enero de 1815, la Asamblea recibe la renuncia del Director Supremo –decisión endeblemente fundada- y la acepta para que él pueda retirarse a su casa para “pensar en la nada del hombre y meditar consejos que dejar a mis hijos por herencia”, según dice Posadas desear en su nota de dimisión. Enseguida, para completar el período se elige a Carlos de Alvear, quien prestará al día siguiente el juramento de ley.
La situación se complicará en pocas semanas, al recibirse el 25 de enero la noticia de que en Cádiz se apresta para partir, con rumbo al Río de la Plata, una fuerte expedición reconquistadora. Y también se sabrá que Fernando VII acaba de dictar un terrible bando contra quienes se opongan en España a su autoridad: “Todos los cabecillas – se lee en el duro documento real- serán pasados por las armas sin darles más tiempo que el preciso para morir cristianamente”. ¿Por qué no extender esto también a América?
Pronto pierden la cabeza el joven Director Supremo y sus amigos. Se propondrá a Artigas la independencia absoluta de la Banda Oriental siempre que Entre Ríos y Corrientes queden sometidas a Buenos Aires. Con desesperación se busca trasladar a Buenos Aires el parque y la pólvora existentes en Montevideo. Y el 28 de enero viajará Manuel José García a Río de Janeiro para proponer a Lord Strangford que Gran Bretaña acoja “en sus brazos a estas provincias que obedecerán a su Gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer…”
Mas no se detienen con esto los desatinos del grupo gobernante.
En el día de su asunción directorial, Alvear ha ascendido a coroneles mayores a Matías Irigoyen, Francisco Ortiz de Ocampo, José de San Martín, Miguel Estanislao Soler y Florencio Terrada. El gobernador de Cuyo agradece el 27 de enero la decisión, pero expresa: “Debo protestar, como lo hago, que jamás recibiré otra graduación mayor, y que asegurado el Estado de la dominación española, haré dejación de mi empleo, para retirarme a pasar mis enfermos días en el retiro. Esta protesta hará un documento eterno de mis deseos”.
El 20 de enero, San Martín pide licencia por cuatro meses para trasladarse a la villa santafesina del Rosario con el objeto de reponerse de sus dolencias. “En atención a las continuas enfermedades que padece el coronel mayor don José de San Martín” -el considerando no deja de tener su carga de ironía-, el Director Supremo concede el 8 de febrero, por tiempo ilimitado, la licencia pedida y designa gobernador interino de Cuyo al coronel Gregorio Perdriel, quien también deberá reasumir el de las armas que tiene el coronel mayor Marcos Balcarce, por considerárselo “propio y privativo del jefe de la provincia”.
Mas ya está en la ciudad de Mendoza la noticia de lo decidido en Buenos Aires y la opinión pública se agita. Los frentes de las casas se cubren con carteles de protesta y pedido de cabildo abierto. Al día siguiente, 16 de febrero, el Ayuntamiento invita a San Martín a concurrir a la sala capitular, en tanto el pueblo se reúne frente a la sede municipal. El gobernador se hace presente, manifiesta que lo decidido es la consecuencia de la dimisión que ha presentado, que se debe recibir a su sucesor y que no tomará licencia mientras subsista el peligro de ataque. El Cabildo decide solicitar al Director Supremo que deje sin efecto el relevo, medida que se avisa a Perdriel. San Martín manifiesta por escrito a los regidores: “Ni el noble y virtuoso pueblo de Mendoza puede exigir de mí el que no sea recibido el nuevo gobernador interino, ni mi honor puede permitirlo. Las reclamaciones que tienen hechas al supremo director tendrán su resultado. En el ínterin debemos, como buenos americanos, sujetarnos a sus órdenes.”
Obsesionado por la expansión del federalismo artiguista, Alvear dispone que marche a Córdoba una división del ejército de Los Olivos. El 29 de marzo parte la vanguardia al mando del coronel Ignacio Alvarez Thomas. El 3 de abril está en la posta de Fontezuelas, a 16 leguas de la capital, desde donde toma contacto con Artigas y lugar en el que detiene al secretario de Guerra y jefe de la expedición, Francisco Javier de Viana, en tanto se reciben adhesiones de guarniciones cercanas. Desde allí se da a conocer un manifiesto a los bonaerenses, documento que enjuicia la gestión de Alvear, niega obediencia a éste y postula que el pueblo elija libremente a sus gobernantes. El 12, Alvear se allana a dejar el mando y se embarca en una fragata inglesa que lo llevará al Brasil -desde donde pedirá gracia a Fernando VII y su reincorporación al ejército real- y el 18 queda disuelta la Asamblea..”
El gobierno formado en Buenos Aires enseguida comienza a perder fuerza. El Estatuto Provisional no es aceptado prácticamente por ninguna provincia en Cuyo, una Junta de Guerra presidida por San Martín decide el 3 de junio no reconocerlo “en parte alguna” por no ser “oportuno para el actual régimen de las provincias” y pronto resurgen las disidencias del porteñismo con el federalismo artiguista. Pero como queda en pie la decisión de reunir el Congreso, Cuyo está entre las primeras jurisdicciones que eligen diputados. Mendoza da su representación a Juan Agustín Maza y Tomás Godoy Cruz; San Juan, al domínico Justo de Santa María de Oro y Francisco Narciso de Laprida, y San Luis, a Juan Martín de Pueyrredón, quien hasta pocos meses antes, y desde fines de 1812, ha vivido allí como desterrado.
Godoy Cruz, que a la postre será el más joven de todos los congresistas, es síndico procurador del Cabildo, ha facilitado su casa para instalar una fábrica de pólvora y se muestra generoso para contribuir con sus bienes a los gastos militares. En el Congreso será el exponente del pensamiento sanmartiniano.
La actividad de San Martín es incesante. Se vuelve a hablar de una posible invasión desde Chile para octubre. El gobernador organiza sus tropas y pide refuerzos, mas para mejor actuar delega el mando político en el Cabildo, según está dispuesto, y el militar en Manuel Corvalán. Buena parte de junio y de julio la dedica a inspeccionar los pasos cordilleranos y la campaña sureña hasta el fuerte San Carlos. Una vez más, quizá como consecuencia de tantos esfuerzos, su salud se muestra deteriorada y deben intervenir los médicos. “Estos,dice él a la superioridad, opinaron que mi existencia no podía prolongarse arriba de un año, si inmediatamente no mudaba de temperamento y seguía una vida tranquila hasta reponerme.” Agrega que en los últimos tres meses para poder dormir un rato debe hacerlo sentado en una silla y que los vómitos de sangre lo debilitan mucho. Por todo ello, solicita cuatro meses de licencia. “Yo bien sé, agrega, que tal vez los díscolos o descontentos de esa capital no dejarán de esparcir la voz de que mi solicitud es hija de algún resentimiento particular. Esta consideración y la del vivo reconocimiento que tengo a V.E. por la distinción con que me ha honrado es lo que ha motivado mi demora para exponer esto mismo con más antelación. Pero ya es demasiado exigente mi necesidad, y mi vida peligra.” Su pedido será rechazado el 9 de setiembre, con consideraciones harto graves:
“Si la patria exige alguna vez imperiosamente el sacrificio de la vida de un oficial, se le dice, éste precisamente es el caso fortuito en que nos hallamos atenta la crisis que por momentos se espera. Así, pues, me lisonjeo de que pesando V. S. estas razones en la recta balanza de su juicio, creerá que no está a los alcances de la autoridad del gobierno hacer por ahora lugar a su solicitud, a la que accederá gustoso en el primer momento favorable proporcionándole el intervalo de descanso a que aspira.” El Gobierno estima a principios de setiembre que la situación anuncia crisis porque a la renaciente división del frente interno, se agregan los renovados anuncios de la expedición que se apresta a enviar Fernando VII. En pocos meses más todo se complicará: el 29 de noviembre, en la pampa de Sipe-Sipe, junto al macizo de Viluma, Pezuela derrotará y casi aniquilará al ejército de José Rondeau, quien ha intentado la tercera entrada en el Alto Perú. El fracaso dará razón a San Martín.
En medio de situación tan difícil, un asunto de distinto orden preocupa a los mendocinos. A mediados de noviembre se esparce la voz de que San Martín tiene dispuesto enviar a su esposa y a su hijita a Buenos Aires, y que esta decisión se debe a que su haber mensual – reducido a la mitad por propia voluntad- no le permite afrontar los gastos hogareños. El Cabildo le pide el 21 de noviembre que se suspenda el viaje y se compromete a asegurarle la percepción íntegra de su sueldo. Al día siguiente, el gobernador responde a los regidores que, ante la posibilidad de que se crea que aleja a su familia ante el temor de una invasión desde Chile, ha resuelto que el traslado no se haga. Pero se deberá suspender “todo procedimiento en materia de aumento de mi sueldo, en la inteligencia de que no será admitido por cuanto existe en la tierra”.
José de San Martín continuará por un año más en el ejercicio activo de la gobernación intendencia. El 24 de setiembre de 1816, “siendo indispensable dedicar todos mis cuidados al arreglo y disciplina del ejército”, delega el mando en el coronel mayor Toribio Luzuriaga, quien en este día presta el juramento de estilo en la sala capitular . En octubre siguiente, San Martín será avisado de que el Director Supremo, queriendo premiar sus distinguidos y particulares méritos, le ha concedido el empleo de capitán general de provincia.