ROMERITO

Luis Alberto Romero es  hijo del admirable historiador José Luis Romero. Lo de la filiación viene a cuento porque es un argumento que esgrimió para defenderse del grave cuestionamiento que sus colegas en la UBA hicieran al funcionamiento de su cátedra. 

En la nota publicada en el último “Ñ” Romero (hijo) une mi nombre al de mis amigos y colegas Jorge Lanata y Felipe Pigna, lo que me honra, independientemente de  nuestras diferencias. Romero (hijo), quien fuera colaborador del diario de Massera, como lo ha recordado Eduardo Saguier en un artículo  ha descalificado nuestras “cualidades historiográficas”.  Es claro que el asunto lo inquieta. Es comprensible porque, haciendo una elemental regla de tres simple, lo que lo inquieta es que sus libros interesen tan poco y casi no se vendan. A pesar de sus esfuerzos en ese sentido ya que el último que dio a luz, “La Argentina en crisis. Una mirada al siglo XX”, es un libro muy pequeño y de edición rústica para ofrecerlo a bajo precio. A pesar de ello su venta fue mínima. El mismo destino sufrió “La Argentina en la Escuela” que respondió a una de las pasiones de Romero (hijo) que es la de recopilar artículos ajenos y escribirles un prólogo.  

Hace poco, porque lo obsesionamos, en otra entrevista nos adjudica la idea (sic) “de que siempre hubo unos poderosos que trataron de engañarnos y de dominarnos, y la historia sería un instrumento de dominación, nos enseñaron una historia falsa”. Efectivamente, eso creo. Mejor dicho, de eso estoy convencido. Romero (hijo) busca aliados al suponerse portavoz de quienes él llama los “historiadores profesionales”, categoría que no define aunque quizás se refiera a quienes hacen de la historia su “modus vivendi”. Lo cierto es que son pocos los que como él, aprovechando su privilegiada posición hereditaria, han recibido grants, becas y contratos. De acuerdo a tal criterio , el Dr. Miguel Angel De Marco, presidente de la Academia Nacional de la Historia y autor de importantes investigaciones sobre nuestros héroes navales y sobre la Guerra de la Triple Alianza , quien no vive de su vocación historiográfica sino de su profesión de abogado, ¿no merece su valoración? El fundador de nuestra historia, Bartolomé Mitre, quien nunca fue un profesional de la misma, según ese criterio, merecería ser denostado. 

Los historiadores de formación académica y universitaria merecen todo mi respeto, tanto es así que nunca me reivindico como historiador sino como escritor apasionado por nuestra historia. 

Entre ellos hay quienes mucho me interesan, como es el caso de Halperín Donghi, Cortés Conde, Félix Luna, Luis Emilio Burucúa, Carlos Floria. 

Luis Alberto Romero, o “Romerito”, como muchos lo llaman sin cariño, más allá de sus características de personalidad (consultar en la editorial donde dirigió una colección hasta que se exigió su renuncia), representa la versión actualizada de la historiografía liberal y reaccionaria que intoxicó nuestras mentes durante demasiados años, como sistema ideológico inoculado en edad escolar para definir la ciudadana o ciudadano funcional a la conservación y propagación de un modelo económico, cultural y social que nos ha llevado a la catástrofe actual.

Desconozco los derechos por los cuales  Romero (hijo) se ha autoadjudicado el rol de “metro patrón” de nuestra historiografía y supone ser quien decide qué es lo que un “verdadero historiador” debe escribir, pensar y defender, a riesgo de sufrir su rencor. Que se expresó por ejemplo fuera de todo criterio ético al firmar comentarios negativos, parecidos entre sí, a libros de Lanata , Pigna y mío. Pero la gente, en las librerías, parece haber decidido quiénes ayudan a pensar mejor, apoyándose en el pasado, la crisis de hoy. Aunque haya quienes esgriman el remanido argumento de las derechas ante sus fracasos electorales: “El pueblo no sabe votar”. En este caso, “no sabe comprar”.    

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