RÉPLICA A PATRICIA PASQUALI
Debo confesar que Patricia Pasquali me ha decepcionado. No la imaginaba enrolada entre quienes ‘suponen-saber-qué-es-lo-que-los-demás-deben-hacer”. Sobre todo cuando se trata, nada menos, que de andar en busca de la identidad nacional. Así tituló su columna publicada en el último número de “Veintitrés” en la que descalifica los que considero síntomas de mayor o menor valía, pero síntomas al fin, de una creciente necesidad de argentinas y argentinos de incorporarse a una historia lo más verdadera posible. Ello es, claro, consecuencia de la gravísisima crisis que nos desvasta y que obliga a pensar cómo hemos llegado a tal situación. Es esta la razón principal de que haya lectores deseosos de leer libros que plantean una versión alternativa a la historia que nos han enseñado y que sabemos al servicio del proyecto centralista, elitista, porteñista y liberal de los vencedores de nuestras guerras civiles y sus continuadores. Es ésa la razón y no la presencia en programas de televisión o radio ya que la secuencia es a la inversa: éstos incorporan a quienes han demostrado interesar y convocar.
No debe descalificarse a la multitud que llenó la Plaza el 25 de mayo, tampoco a quienes dedican tiempo a coser la bandera más grande mundo ni a la que ha hecho del revoleo de su poncho una contraseña de fervoroso amor por nuestro folklore. Mucho menos a quien compone una versión del Himno Nacional más accesible a nuestra juventud que la tradicional de banda militar y tenor engolado. En cuanto a la versatilidad de escribir textos sobre el Che y Rosas (¿son tan disímiles?) o sobre San Martín y Bolívar, es cierto que la Pasquali sabe de ello pues ha dedicado sendos valiosos libros a San Martín, el militar, y a Nicasio Oroño, el educador.
Es posible que, como afirma la autora, se trate de una búsqueda errática de nuestra identidad, pero es búsqueda al fin. Que no parece preferir textos de investigación histórica, como los de la Sra. Pasquali, accesibles a iniciados y conocedores, lo que hace inevitable dejar un amplio espacio a la divulgación histórica, que suele ser transitada por quienes, como es mi caso, no son historiadores formales, a los que respeto, sino escritores con vocación historiográfica. Yourcenar, Madariaga, Galeano, nutren dichas filas internacionales. Entre nosotros, sin duda, Félix Luna ha sido el pionero y el maestro de la difusión, y es mérito de la pluralista Academia Nacional de la Historia haberlo incorporado como uno de sus miembros.
Finalmente quiero agradecer a Patricia Pasquali que me haya incluído en la “bolsa”de sus denostados en la nota de marras: Jorge Lanata, Felipe Pigna, Charlie García, José García Hamilton, Soledad, la Bersuiit Vergarabat, varios de ellos son mis queridos amigos y a todos ellos los admiro.