Prólogo para “Romances del Río Seco”
Leopoldo Lugones (1874-1938), cordobés, fue un gran poeta aunque también transitó otros géneros como el ensayo y la ficción. Sus obras iniciales reflejaron su anarquismo y socialismo juveniles pero luego viró hacia un nacionalismo elitista que lo llevó a pronunciar aquel discurso que ensombrece su memoria durante el centésimo aniversario de la batalla de Ayacucho. Fue entonces cuando invocó el golpe militar para derribar al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen: “¡Ha llegado la hora de la espada!”.
Fue indiscutible mérito de Lugones la reivindicación de lo nacional en un clima intelectual fascinado por lo europeo. Estos “Romances del Río Seco” se inscriben en esa línea, como así también su exaltación del “Martín Fierro” de José Hernández, obra mayor que aún hoy no supera la calificación denigratoria de “poema gauchesco”. En el prólogo del genial pero muy europeizado Jorge Luis Borges se percibe ese prejuicio al calificar a aquel gaucho emblemático de “asesino”, “delincuente” y “gaucho malo”.
Luego llegaría el suicidio de Lugones dejando inconclusa en el medio de una palabra su biografía sobre Julio A. Roca. El 18 de febrero de 1938 en un concurrido recreo del Delta escribió: “No hay sino lodo, lodo y más lodo”. A continuación bebió el cianuro.
Ubicaremos históricamente el asunto de este poema tan bellamente ilustrado por mi admirado Carlos Alonso:
Hartos de la prepotencia de los de Buenos Aires, los caudillos Estanislao López y Francisco “Pancho” Ramírez, de Santa Fe y Entre Ríos respectivamente, vencen el 1º. de febrero de 1820 a las fuerzas porteñas conducidas por José Rondeau en la batalla de Cepeda. En las subsiguientes tratativas que se desenvolvieron en las afueras de Buenos Aires, en la villa del Pilar, con Manuel de Sarratea, representante porteño, exigieron la desaparición del poder central de Buenos Aires, la disolución del congreso trasladado desde Tucumán en 1817 y la plena autonomía de las provincias.
Ramírez, que firmará el “Tratado” con el inexistente cargo de “gobernador de Entre Ríos” que astutamente le reconociera el representante porteño, hasta entonces conducía la guerra en el frente occidental como lugarteniente de José Gervasio Artigas, quien enfrentaba en la Banda Oriental la invasión de las fuerzas del emperador de Portugal que había instalado su corte en el Brasil. El caudillo oriental había sido tajante en sus instrucciones: “No admitirá otra paz que la que tenga como base la declaración de guerra al rey D. Juan (Emperador de Portugal) como V. E. quiere y manifiesta en su último oficio”, había escrito a Ramírez en diciembre de 1819.
Pero un mes antes de la firma del Tratado, el 22 de enero a la madrugada, los portugueses habían caído sobre el raleado ejército artiguista en Tacuarembó y acuchillado a mansalva a sus hombres sin darles tiempo ni a enfrenar los caballos. Sus aliados, López y Ramírez, enterados en el Pilar de la catástrofe sufrida, fueron seducidos por un Sarratea que, sabedor de la pobreza a que el autoritarismo porteño había sumido dichas provincias, sacaría provecho de ello ofreciéndoles el oro y el moro para que consolidasen su poder en sus territorios. Con promesas de respeto y no agresión recíprocas se firmó el “Tratado” el 23 de febrero de 1820 a tono con los deseos de Buenos Aires y dejando de lado la cláusula que más importaba a don Gervasio.
Ello despertó la indignación del caudillo oriental quien escribiría a Ramírez: “El objeto y los finales de la Convención del Pilar celebrada por V.S. sin mi autorización ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los “Pueblos Libres” (así llamaba a las provincias bajo su influencia: la Banda Oriental, Misiones, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe) para destruir su obra y atacar al Jefe Supremo que ellos han se han dado para que los protegiese. (…) Y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal, y entregase fuerzas suficientes y recursos bastantes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres (es decir él mismo) pudiese llevar a cabo esta guerra y arrojar del país al enemigo aborrecible que trata de conquistarlo. Esta es la peor y más horrorosa de las traiciones de V.S.”
No se les ocultaba a los firmantes que Artigas reaccionaría militarmente contra lo convenido en Pilar, un indudable logro de los porteños que con sus recursos cambiaron la derrota militar por el triunfo diplomático pues lograron introducir la discordia y la división en la imbatible alianza de caudillos populares. Nuevamente habían primado los ingresos de la aduana y del puerto que servirían para equipar a López y especialmente a Ramírez para enfrentar la reacción artiguista.
“El Supremo Entrerriano” y “El Protector de los Pueblos Libres” se enfrentan como jaguares y luego de alternativas cambiantes el primero a favor de la artillería y regimientos de infantería que recibe de Buenos Aires arrastrar al oriental hacia el norte para arrojarlo finalmente, con su caballo y un solo ordenanza, en territorio del Paraguay, de donde no habría de salir jamás, quizás por las presiones de los gobiernos porteños sobre el dictador paraguayo Gaspar Francia.
Luego sería el turno de la guerra entre Ramírez y un López atado a los intereses porteños por el “Pacto de Benegas”, al que se sumó Juan Bautista Bustos en representación de Córdoba. Una guerra tan desigual se resolvió cuando una partida santafesina sorprendió y atacó al entrerriano. Este había logrado poner distancia con sus perseguidores cuando se dio cuenta de que su amada, “la Delfina”, estaba a punto de caer en manos de sus enemigos. Entonces no vaciló. A pesar de que sólo le quedaban dos hombres de su escolta no vaciló. Volvió grupas y dando alaridos y revoleando su sable cargó contra los que rodeaban a la bella “gaúcha” riograndense que lo había subyugado. Uno de sus enemigos, el general Gregorio Aráoz de Lamadrid, quien sufriera dos derrotas a manos del “Supremo Entrerriano” pocos días antes de esa muerte romántica que inspiraría a Lugones, escribió en sus “Memorias”: “El gobernador López había dado alcance al caudillo Ramírez antes de llegar al fuerte del Tío, batiéndolo, en cuyo choque murió Ramírez por defender o salvar a una mujer que llevaba y que había caído en manos de los soldados de López que le perseguían; sin ese incidente se hubiera salvado”.
El jefe de la partida, Zabaleta, llevó la cabeza como obsequio a Estanislao López quien tantas batallas había librado junto a Ramírez pero que ahora, aliado con Buenos Aires, lo había perseguido hasta cazarlo como a una fiera. El original de la factura del pago del precario embalsamamiento de la cabeza, firmada por Manuel Rodríguez el 23 de julio de 1821, está en el Archivo de la provincia de Santa Fe.
“Por doze pesos de estrato de Vino ratificado | 12 |
Más de diez pesos de iodo alcanforado | 10 |
Por veinte pesos de mi trabajo personal por las operaciones que he executado con la expresada Caveza, como son la del Trépano i demás Cirúrgicas cuyo valor es sumamente ínfimo como lo descontará qualesquiera Facultativo en el dicho Ramo | 20 |
IMPORTA PESOS | 42 |
En los fogones y en las pulperías se murmuraba que cuando López deseaba amedrentar a algún cuadillejo soliviantado ponía la cabeza sobre su escritorio…