Palermo según Sarmiento

El contrate entre el europeísmo de Domingo Faustino Sarmiento y el nacionalismo de Juan Manuel de Rosas, representantes de dos corrientes siempre vigentes en nuestra Historia, es ostensible en el desprecio con que el sanjuanino describe la vivienda de quien, derrotado en Caseros, navega a bordo del “Conflict” hacia su exilio.

“(…) Palermo es un gran monumento de nuestra barbarie y de la tiranía del tirano, tirano consigo mismo, tirano con la naturaleza, tirano con sus semejantes. ¡Y ojalá que el tirano hubiera sido el hijo de una sociedad culta como Luis XIV, habría realizado grandes cosas! Rosas realizó cosas pequeñas, derrochando tiempo, energía, trabajo y rentas, en adquirir las nociones más sencillas de la vida, de que carecía.

 “(…) Sólo medraban sauces llorones, e hizo alamedas del árbol consagrado a los cementerios (Sarmiento denigra a un bello árbol autóctono. Durante su presidencia no sólo se importarán maestras sino también especies vegetales europeos que perturbarán el equilibrio ecológico, como sigue siendo el caso del eucaliptus) . Quiso cubrir de cascajo fino las avenidas y gustáronle las muestras de conchilla que le trajeron del río. La presión de los carros molió la conchilla, y sus moléculas, como todos saben, son de cal viva, de manera que inventó polvo de cal para cubrir los vestidos, el pelo y la barba de los que visitaban a Palermo, y una lluvia diaria de cal sobre los naranjos a tanta costa conservados, por lo que fué necesario tener mil quinientos hombres limpiando diariamente, una a una, las hojas de cada árbol (una evidente falacia). 

 “(…)La casa es del mismo género. Cuando se habla de la habitación del soberbio representante de la independencia americana, del jefe del Estado durante veinte años, se supone que algo de monumental o de confortable ha debido crearse para su morada. En punto de arquitectura el aprendiz omnipotente era aún más negado que en jardinería y ornamentación.

“La casa de Palermo tiene sobre la azotea muchas columnitas, simulando chimeneas (burlona descripción del interesante estilo colonial argentino). En lugar de tener exposición al frente por medio de un prado inglés con sotillos de árboles está entre dos callejuelas, como la esquina del pulpero de Buenos Aires; la cocina, que es un ramadón, está a la parte de la entrada principal, para que las reminiscencias de la estancia estuviesen más frescas. No sabiendo qué hacerse, sobre habitaciones estrechas, en torno de un patio añadió en las esquinas unos galpones de obra como el edificio, hechos sobre arcos que reposan en columnas sin base, ni friso, si no es aquel bigotito de ladrillo salido que ponen los albañiles en los arcos de los zaguanes (idem al anterior).

“Así, pues, toda la novedad, toda la ciencia política de Rosas estaba en Palermo visible en muchas chimeneítas ficticias, muchos arquitos, muchos naranjitos, muchos sauces llorones.

“(…)Manuelita no tenía una pieza donde durmiese una criada cerca de ella, los escribientes y los médicos pasaban los días y las noches sentados en aquellos zaguanes o galpones, y la desnudez de las murallas, la falta de colgaduras, cuadros, jarrones, bronces y cosa que lo valga, acusaban a cada hora la rusticidad de aquel huésped, por cuyas manos han pasado, suyo, ajeno o del Estado, cien millones de pesos en veinte años (¿reprochaba Sarmiento al Restaurador no haber sido corrupto, practicar la austeridad y la sencillez?). 

“Cuando Rosas haya llegado a Inglaterra y visto a cada arrendador de campaña, farmer, rodeado de jardines y bosquecillos, habitando cottages elegantes amueblados con lujo, aseo y confort, sentirá toda la vergüenza de no haberle dado para más su caletre que para construir Palermo (es decir: para preferir la arquitectura y la decoración criollas). 

“¡Oh! ¡Cómo va a sufrir Rosas en Europa de sentirse tan bruto y tan orgulloso!” (D. F. Sarmiento, “Campaña en el Ejército Grande”).

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