MUJERES DE MAYO

El rol social de las mujeres cuando sucedió lo de Mayo estaba muy postergado, tanto que entre los participantes del Cabildo Abierto del 22 no figuró ningún representante femenino. Esa oscuridad se acentuó porque los registros históricos de entonces eran escritos por hombres y para hombres. Sin embargo pueden hoy recuperarse nombres de heroínas que, de una u otra manera, colaboraron con nuestra Independencia.  

 

MANUELA PEDRAZA: Cuando en 1806 Gran Bretaña invadió Buenos Aires por primera vez decidió acompañar a su marido soldado en el fragor de la batalla sin acobardarse por metrallas y bombas. Cuando él cayó atravesado por una bala Manuela tomó su fusil y mató al inglés que le había disparado. Pasada la lucha, Liniers la recompensó con el grado de alférez y goce de sueldo. En su parte dirigido a la Corona española decía: “No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa (era nacida en Tucumán), que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató un inglés del que me presentó el fusil”.

MARTINA CÉSPEDES: Cuando a fines de junio de 1807 las fuerzas británicas insisten en invadir el Río de la Plata, Martina Céspedes, viuda, era  dueña de una pulpería en el actual barrio de San Telmo que atendía con la ayuda de sus tres hijas.  El 2 de julio ya era de noche cuando  un grupo de doce soldados ingleses llegaron hasta la pulpería que estaba cerrada y golpearon sedientos de aguardiente.  Fue ella misma quien abrió la puerta y les dijo que era muy tarde, pero que igualmente los dejaría pasar con la condición de que entraran de a uno para que no fuera evidente que violaba la orden del virrey de no dar atención a los invasores. Los hombres aceptaron y a medida que ingresaban recibían un golpe en la cabeza, eran maniatados y conducidos al patio en calidad de prisioneros. Finalmente, cuando el general Whitelocke firmó la rendición y ordenó a sus tropas que entregaran las armas a los vencedores, se presentó Martina con sus prisioneros ante Liniers. Relató cómo habían apresado a los doce hombres  pero aclaró que le entregaba once, porque el que faltaba había simpatizado con su hija Josefa y le solicitaba permiso para quedárselo.  Liniers se lo concedió y le otorgó, además, el grado de Sargento Mayor en reconocimiento a su valor y a su astucia.

JUANA AZURDUY: Con su esposo Manuel Ascencio Padilla tomaron partido por la causa de la libertad americana en 1809, cuando la sublevación en el Alto Perú,  llevando consigo a sus cuatro pequeños, que perdieron la vida en la dureza de la causa guerrillera. Juana recorría las comarcas vecinas reclutando mujeres y hombres para la guerra y organizó un batallón que bautizó con el nombre de “Leales”, que integraban también amazonas guerrilleras, que comandó en varias acciones contra la dominación española. Escribiría Bartolomé Mitre: “Como esfuerzo persistente que señala una causa profunda la lucha de los caudillos altoperuanos (Juana lo era) duró quince años, sin que durante un solo día se dejase de pelear, de morir o de matar en algún rincón de aquella elevada región mediterránea”. Su heroísmo, a instancias de Manuel Belgrano, fue premiado por el Director Supremo Pueyrredón con el grado de Teniente Coronela, único caso en nuestro ejército. Su amado Manuel Ascensio dio su vida en un entrevero con las fuerzas realistas para salvar la de Juana. Hace poco la Presidenta Fernández de Kirchner la ascendió a Teniente Generala. Murió muy anciana, pobrísima y olvidada, un 25 de Mayo, en Chuquisaca.

MARIQUITA SÁNCHEZ DE THOMPSON: Ella y otras damas de la clase acomodada eran las anfitrionas de tertulias que reunían a mujeres y a hombres y en las que se ganaban adeptos a la emancipación y circulaban las ideas y los planes que hicieron posibles los sucesos de Mayo. Reuniones en las que luego se divulgaban noticias de las guerras independistas y donde se recaudaban fondos para sostener a las fuerzas patriotas.

MARÍA CATALINA ECHEVARRÍA DE VIDAL: Humilde costurera de  Capilla del Rosario del Pago de los Arroyos,  hoy Rosario, que cosió nuestra primera bandera. Representante de las muchas mujeres de pueblo que generosamente ofrecieron a la causa patriota lo que estaba a su alcance.

MARÍA REMEDIOS DEL VALLE: Fue una de “las niñas de Ayohuma” y junto con su madre, Tía María,  y su hermana, todas negras y esclavas, tuvo una heroica actuación en la derrota patriota de Ayohuma donde combatió fusil en mano, fue herida y cayó prisionera. Antes, cuando el ejército de Belgrano esperaba al enemigo en Tucumán pidió estar en primera línea para atender a los heridos y para pelear si fuese necesario, lo que le fue negado. Ello  no fue obstáculo para que cumpliese con su propósito. Desde entonces los soldados la llamaron “La Madre de la Patria” y Belgrano, perdonando su heroica desobediencia,  la nombró Capitana. Con el correr de los años, hundida en la miseria, mendigaba en la puerta de las iglesias porteñas. Una tarde el general Juan José Viamonte, quien fuera oficial en el Ejército del Norte, la reconoció. “ ¡Es la Madre de la Patria!”, exclamó  y pidió que se la premiara por sus servicios, pero a partir de entonces las huellas de María Remedios del Valle se pierden en el anonimato. 

MACACHA GUEMES: Hermana del gran caudillo salteño Martín Miguel de Güemes, fue su eficaz colaboradora. Después de la  Revolución de Mayo convirtió su casa en taller para confeccionar la indispensable ropa de las fuerzas montoneras. Organizó también una red de mujeres mensajeras y espías de gran utilidad logística. Dotada de habilidad política, en 1815, gracias a sus gestiones se llegó a la paz de “Los Cerrillos” entre su hermano y las fuerzas de Buenos Aires. Guemes desoyó sus consejos de prudencia cuando una partida realista, con apoyo de un sector de la aristocracia salteña,  lo hirió de muerte  el 7 de junio de 1821.

JUANA MORO: Lideró en Salta, junto con LORETO SÁNCHEZ DE PEÓN, una red de espionaje femenina de reconocido coraje y eficacia que mereció un comentario del jefe realista, de la Pezuela, al virrey del Perú: «Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército». Denunciada y apresada fue condenada a morir tapiada en su propio hogar, pero para su fortuna una vecina patriota horadó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. De allí en más su apodo fue «La Emparedada».

OTRAS HEROÍNAS: El rol de la mujer fue también el de sostén moral de las tropas independistas. Fueron muchas las que se unieron a los ejércitos para acompañar a sus esposos o enamorados. También económico. En cuanto “La Gazeta de Buenos Aires” hace el llamado a la contribución para la guerra muchas responden con sus joyas, bienes, etc.  En Cuyo es sabido que ante la falta de recursos enviados desde Buenos Aires son las damas mendocinas y sanjuaninas las que se desprenden de sus joyas para financiar el Ejército de los Andes. Las mujeres humildes, también las esclavas,  no se quedaron atrás y colaboraron con su mayor capital: su trabajo.

Entre ellas nombraremos a TIBURCIA HAEDO DE PAZ, en Córdoba, quien pone a disposición de la Junta sus bienes y los sueldos de sus dos hijos, José María y Julián, que integraban el ejército de Belgrano. También la santafesina GREGORIA PÉREZ LARRAMENDI DE DENIS, rica y viuda, dona al Ejército del Norte la totalidad de sus tierras y sus bienes. Belgrano le respondió, no ahorrando crítica al egoísmo de otros “decentes: "La excelentísima Junta leerá las expresio­nes sinceras de Ud. y estoy cierto que la colocará en el catálogo de los beneméritos de la Patria, para ejemplo de los poderosos que la miran con frialdad". MARTINA SILVA, salteña, congregó y equipó a su costo una fuerza de hombres que luego puso a las órdenes de Belgrano, quien la nombró Capitana del ejército. PASCUALA MENESES, mendocina, no se resigna a que su condición de mujer le impida combatir por su Patria, se viste de varón y se anota como voluntario en el Ejército de los Andes. El engaño es descubierto cuando la columna de Las Heras marcha por el camino de Uspallata y es obligada a regresar al campamento del Plumerillo.

Mitre, quien rescató a varias de las nombradas en su "His­toria de Belgrano", comentaría admirativamente: "Así eran las mujeres en aquellos tiempos"

 

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