Mi tatarabuelo, el del Tercio de Gallegos
Napoleón Bonaparte había vencido en Austerlitz y el continente europeo quedó a su merced. Como contrapartida Gran Bretaña, gracias a la sapiencia y al heroísmo del almirante Nelson, derrotó a la flota franco-española en Trafalgar, con lo que quedó dueña de los mares. Dado que sus mercados continentales habían quedado anulados por el dominio napoleónico debió echarse al mar a conquistar mercados marítimos. Esta fue la razón por la que en junio de 1806 una expedición británica comandada por el general John Beresford atacó Buenos Aires.
El virrey Cisneros no estuvo a la altura de las circunstancias y emprendió la huida hacia Córdoba con el pretexto de poner a resguardo los caudales del virreynato, sabedor de que su apropiación era el principal motivo de la incursión pirateril.
Ocupada Buenos Aires no serían sus “decentes”, como se llamaban a sí mismos los más encumbrados social y económicamente, predispuestos a hacer buenas migas con los invasores y sacar provecho de la situación, sino la plebe de gauchos, orilleros y mulatos los que se alzarían y rechazarían a los intrusos. Fue un 12 de agosto de 1806 y su líder francés, el veterano Santiago de Liniers, hasta entonces un oscuro jefe de la estación naval sobre el Río de la Plata.
Londres reacciona con indignación pues el importante tesoro incautado y depositado en su Banco Nacional lo había convencido de incorporar a esa nueva colonia por lo que prepara una nueva y más poderosa expedición para su “recuperación”. Liniers, ante el fracaso de las fuerzas regulares durante la primera invasión, decide crear milicias populares de organización democrática que agruparían a sus integrantes de acuerdo a rasgos comunes. Surgen así los Patricios, los Arribeños, los Pardos y Morenos, los Migueletes,etc. Y los compuestos por originarios de la península: los Vizcaínos, los Montañeses, los Andaluces, los Catalanes o Miñones. También el Tercio de Gallegos que agrupó a 510 voluntarios de ese origen. Su primer jefe fue don Pedro Cerviño, quien se había destacado como Director de la Escuela de Náutica de Buenos Aires, fundada en 1799 a instancias del secretario del Consulado, don Manuel Belgrano. Dicha Escuela daba instrucción militar a sus discípulos ya que los buques mercantes llevaban armas para la defensa contra los piratas ingleses y holandeses. Entre los integrantes del Tercio se encontraba quien sería el primer presidente de los argentinos, Bernardino Rivadavia. También el Subdirector de la escuela, mi tatarabuelo Carlos O’Donnell.
Este había llegado al Río de la Plata en el año 1800, convocado por el Deán Funes para la Universidad. O’Donnell era marino y tenía conocimientos de la ciencia más avanzada de la época. Fue portador del primer teodolito llegado a nuestras tierras. Aunque su apellido era irlandés había nacido en La Coruña donde sus antepasados, patriotas y católicos, se habían radicado huyendo de la persecución que el imperio británico descargaba sobre los clanes irlandeses que se oponían a su dominio y a la religión protestante. El lugar natural de refugio era la generosa Galicia de compartida cultura celta y bajo la jurisdicción del rey católico de España.
A poco de llegado casó con Francisca Mansilla, hermana de Lucio N. Mansilla, años más tarde oficial del Ejército de los tres horas Andes y héroe de la epopeya de la Vuelta de Obligado, quien también se formó en la Escuela de Náutica y tomó parte del Tercio de Gallegos. Ello lo emparienta también con don Juan Manuel de Rosas como puede constatarse en las memorias del destacado literato y hombre público Lucio V. Mansilla, hijo de Lucio N., quien al describir las reuniones familiares se refiere a sus dos tíos, Rosas y “el gallego O’Donnell”.
Es para mí un orgullo saber que mi tatarabuelo participó como oficial de la magnífica actuación del Tercio durante la Segunda Invasión, protagonista de acciones decisivas en aquella derrota de la mayor potencia bélica de aquellos tiempos, como fue el combate del Retiro donde los gallegos al mando de Jacobo Varela se trenzaron en feroz lucha con bayoneta calada contra la brigada del general Auchmuty. También el haber tomado el último bastión inglés en la iglesia de Santo Domingo cuyo jefe Crauford se rindió entregando su espada a un capitán del heroico Tercio de Gallegos.