MARIQUITA SÁNCHEZ

Mariquita Sánchez, primero  de Thompson (así pasó a nuestra Historia) y luego de Mendeville ha sido congelada por nuestros libros escolares y nuestras efemérides patrias como “la señora que prestó su piano para que por primera vez se ejecutara nuestro Himno Nacional”. “Y sin embargo detrás de ese clásico cuadro de Pedro Subercasseaux que termina por sellar la contundente división de espacios correlativa al género (Mariquita, mujer al fin, puertas adentro; los próceres del panteón nacional, en el campo de batalla, en oficinas o rodeados de atributos del poder público), había bastante más. Había, por ejemplo, una fina cronista con buena memoria y conciencia de la proyección histórica que podían tener sus escritos (más o menos privados) y capaz, de todas maneras, de ser deliciosa y políticamente incorrecta; también una mujer política hecha y derecha que operaba entre bambalinas con tácticas retóricas agudas y ambiciones propias; una intelectual afrancesada que nunca conoció París y bien merece trascender, además, como escritora; una viuda casada en segundas nupcias, madre de cinco hijos y activista en favor de la educación de las mujeres, aun cuando sostener esa necesidad la llevara a enfrentarse con Sarmiento” (Soledad Vallejos).

Quizás Mariquita merezca más ser recordada por la ardorosa batalla legal que libró, desde sus catorce hasta los diecisiete años,  en aquellos tiempos en que los matrimonios de las mujeres eran decididos por otros y por razones que nada tenían que ver con el amor. En 1804 reclamó ante el virrey Sobremonte su intervención para que se reconociera la validez de su amor por su primo segundo Martín Thompson y se evitara que sus padres la casaran contra su voluntad con un hombre rico y mayor, don Diego del Arco, pariente del primer marido de su madre. La situación de las mujeres de entonces la graficó Mariquita en una estrofa festiva dedicada a una amiga: 

“Nosotras sólo sabíamos
ir a oír misa y rezar
componer nuestros vestidos
y zurcir y remendar”

La carta al virrey decía: “Me es preciso defender mis derechos: o Vuestra Excelencia mándeme llamar a su presencia, pero sin ser acompañada de la de mi madre, para dar mi última resolución, o siendo ésta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen, me mandará Vuestra Excelencia depositar por un sujeto de carácter para que quede en más libertad y mi primo pueda dar todos los pasos competentes para el efecto. Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor”. Los padres de la enamorada se oponen y logran alejar  al enamorado,  enrolado en la Marina, quien es destinado a Montevideo y luego a  Barcelona.

Mariquita se ha negado a utilizar los subterfugios habituales en enamorados en condición semejante, que era la de provocar o fingir un embarazo, como fue el caso de su conocida Encarnación Ezcurra para casarse con Juan Manuel de Rosas. Finalmente Sobremonte dará su autorización y los jóvenes contraerán matrimonio. Sin duda tal batalla dejó sus huellas en Mariquita quien a lo largo de su vida luchará a favor de la elevación del rol de la mujer en una sociedad saturada de convencionalismos y pacatería. “ “ ¡Amor! Palabra escandalosa  en una joven, el amor se perseguía, el amor era mirado como una depravación”, escribirá años más tarde. Llegó a decirse que la famosa pieza del dramaturgo español Moratín, ‘El sí de las niñas”, estuvo inspirada en el hecho sucedido del otro lado del océano.
Martín Thompson fue nombrado Capitán del Puerto y fue quien convenció a Sobremonte que debía abandonar su palco en el teatro porque las naves que se avistaban no eran de contrabandistas sino inglesas de guerra. Durante la primera invasión Mariquita no ocultó su atracción por los ingleses, movida por el europeísmo que ya entonces caracterizaba a la elite de estas regiones. Describirá a la tropas  invasoras como “las más lindas que se podían ver, el uniforme más poético, botines de cintas punzó cruzadas, una parte de la pierna desnuda, una pollerita corta (…) Este lindo uniforme sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve, la limpieza de estas tropas admirables”. Siguiendo ese mismo criterio estético se lamentará del contraste con las milicias criollas: “Es preciso confesar que nuestra gente del campo no es linda, es fuerte y robusta, pero negra. Las cabezas como un redondel,  sucios; unos con chaqueta, otros sin ellas; unos sombreritos chiquitos encima de un pañuelo atado en la cabeza. Cada uno de un color, unos amarillos, otros punzó; todos rotos, en caballos sucios, mal cuidados; todo lo más miserable y más feo. Las armas sucias, imposible dar ahora una idea de estas tropas. Al ver aquel día tremendo dije a una persona de mi intimidad: “Si no se asustan los ingleses de ver esto, no hay esperanza”.

Sin embargo hubo esperanza y la plebe tomó sus precarias armas y expulsó a los representantes de la rubia Albión. Mariquita entonces se inflamará de patriotismo y expresará su admiración por la resistencia épica del pueblo y su significación como antecedente de Mayo: “ ¡Esta fue una gran  lección para este pueblo, fue la luz! ¡Cuántas cosas había visto y aprendido en tan corto tiempo! Vino la segunda y el pueblo se dio cuenta de lo que podía  hacer por sí mismo”.

Martín Thompson tendría activa participación en los sucesos  previos al 25 de Mayo, integrando el grupo de complotados que se proponía la defenestración del virrey Cisneros. No existe documentación acerca de alguna intervención de Mariquita aunque sin duda lo haría a través de su esposo y cediendo su casa para reuniones patrióticas. Su participación se haría mucho más ostensible a partir de mayo de 1810, como lo evidencia el hecho de que fue allí, como es bien sabido,  donde se cantó nuestro Himno por primera vez.
Blas Parera, el catalán autor de su música, quien carecía de piano, lo ensayó en lo de los Thompson y cuando llegó el día, un 11 de mayo de 1813, Mariquita lo acompanó con su arpa. Nunca pudo establecerse quien entonó las estrofas de Vicente López y Planes; algunos dicen que fue un coro de niños, otros un coro improvisado entre los asistentes y la mayoría lo adjudican a la dueña de casa. Según Pastor Obligado estaban presentes los nombrados, Monteagudo, de Luca, el coronel José de San Martín y su pretendida Remedios de Escalada, los padres de ésta, Carlos de Alvear y su esposa, Carmen Quintanilla, Balcarce, fray Cayetano Roidríguez y unos pocos más. Quien años más tarde se ocupó de hacerle los arreglos con que hoy conocemos a la canción patria fue otro amigo de los Thompson, el profesor de música Juan Pedro Esnaola, quien solía utilizar el piano que decoraba el salón de Mariquita.

Martín Thompson fue destinado en una misión diplomática en los Estados Unidos. Allí sufrió una enfermedad psiquiátrica, posiblemente esquizofrenia, y en 1819 moriría en circunstancias extrañas a bordo de la nave que lo traía de regreso al Río de la Plata. Marquita se uniría luego, quizás movida por su amor a Francia, con Washington Mendeville, un aventurero que fue nombrado cónsul francés en Buenos Aires. Fue una relación de poca intensidad con largas interrupciones debidas a los destinos diplomáticos del esposo.             
Mariquita fue una obsesiva escritora de cartas, donde ejercitó un estilo literario elogiable, a su parentela de hijos y nietos desparramados por el mundo pero también, y ellas son las más reveladoras, a las luminarias intelectuales de su época que hallaron en su casa, tanto en Buenos Aires o en Montevideo o en Río de Janeiro durante sus exilios, un espacio de encuentro y consuelo, además de tertulias del más levado nivel cultural para su época. Alberdi la llamaría “la madame Sevigné del Río de la Plata”. Fueron sus invitados Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi,  Florencio y Juan Cruz Varela, Félix Frías, Bartolomé Mitre.

“A excepción de la hija, los verdaderos interlocutores de Mariquita son varones. Pero sus principales desvelos son mujeres” (Gabriela Mizraje). Soledad Vallejos opinó: “Soñaba con la fundación de una suerte de neo-matriarcado semejante a la isla de Lesbos… pero en plena Buenos Aires. “Si yo no escuchara sino mi corazón y mi gusto –escribe a su hija Florencia en ¡1847!–, mira lo que haría: nos uniríamos en la casa grande tú y las Larrea, viviríamos como pudiéramos y nos consolaríamos todas juntas. Los árboles de tu casa, comisionaría a M. Picolet de componerme con ellos la huerta. Haríamos un buen gallinero y todo lo arreglaríamos muy bien (…) ¡Si esto pudiera hacerse! Catalina sería la que correría con todo, le daríamos a ella la plata, ¡qué consuelo para todas!”.

Todo se trastocaría con la llegada de Rosas al poder, a pesar de la amistad que los unía por pertenecer a la reducida aristocracia rioplatense. Pero a Mariquita le disgustaba el antieuropeísmo del Restaurador además del progresivo tinte autoritario que adquiría su gobierno poco afecto, además, a las manifestaciones culturales. En cierta oportunidad ella lo instó a aceptar la designación del nuevo cónsul de Francia, el marqués de Payssac, que Rosas demora como manifestación de su antipatía por la nación que años más tarde enviaría su armada para bloquear a Buenos Aires en dos oportunidades. Don Juan Manuel, a quien el pedido ha irritado, responde con agresiva ioronía: “Conocí antes una María Sánchez buena y virtuosa federal. La desconozco ahora, en el billete con tu firma que he recibido de una francesita parlanchina y coqueta”. Mariquita, ofendida, no se cohibe y se atreve a aludir a un tema tan sensible como la relación del matrimonio Rosas:    “Tú, que pones en el ‘cepo’ a Encarnación si no se adorna con tu divisa, debes de aprobarme, tanto más cuanto que no sólo sigo tu doctrina sino las reglas del honor y del deber. ¿Qué harías si Encarnación se te hiciera unitaria? Yo sé lo que harías. Así, mi amigo, en tu mano está que yo sea americana o francesa. Te quiero como a un hermano y sentiría que me declararas la guerra”.

Mariquita se las ingeniará para ayudar a huir a sus tres protegidos, Alberdi, Gutiérrez y Echeverría, entremezclados en un grupo de marinos franceses que habían desembarcado para un sarao. Echverría se echará atrás a último momento por carecer de dinero y se refugiará en la estancia “Los Talas” en Luján, donde hoy es posible alojarse en la habitación que ocupó y dormir sobre la cama seguramente soñó algunos de sus poemas.
Las relaciones entre Mariquita y Juan Manuel continuaron enturbiándose y por fin ella decide exiliarse en Montevideo, como tantas y tantos de su círculo social. Enterado por sus espías, probablemente los sirvientes de la dama, le escribe: “¿Por qué te vas, Marica?” Y ella responde, sincera e irreverente: “Porque te tengo miedo, Juan  Manuel”.

Durante su permanencia del otro lado del río su casa volverá a ser un centro de reunión de los expatriados, sobre todo de los románticos. Es de destacar en ese mismo sentido el diario que lleva entre 1839 y 1840 para Esteban Echeverría.
Por fin, cierto día llega a Montevideo la por muchos esperada noticia de la caída de Rosas. Mariquita escribe a su hijo:  “Juan, que sorpresa te voy a dar.  ¡Rosas ha caido’ ¿lo creerás? Yo tengo el pulso que me late como el corazón… Se han batido, Rosas a la cabeza, han peleado, gran mortandad. En la ciudad se promovía un arreglo porque se hacían barricadas y zanjas. Se ignora la suerte de Rosas. Lo cierto es que ha sido una batalla formal sostenida por nuestros desgraciados argentinos hasta sacrificarse más de 4000 hombres que ha perdido Rosas. Pacheco prisionero. La batalla ha sido entre San Isidro y los Santos Lugares”.  Le contaría también sobre los festejos en Montevideo,  “repiques y cuetes que se viene abajo todo… Si un día veo esta tierra de mil lágrimas constituida de un modo que su libertad quede asegurada ¡qué contento será el mio!”

Al dia siguiente de Caseros Mariquita  escribió a Florencia, una de sus hijas, asustada por las noticias de saqueos y de
incendios desatados luego de la batalla: “Considera mi agitación al no saber de ti, al oir que hay 4000 muertos, 300 fusilados y saqueos… ¡Considera cómo estaré! Jamás hemos carecido tanto de noticias como ahora que hay tantos motivos para desearlas. Una noticia prolija y cierta no hay. Dime como está la familia. iCómo se habrán asustado!”

A pesar de los infortunios vividos durante el rosismo Mariquita tiene una reflexión magnánima hacia Manuelita Rosas: “¿Creerás que la quiero? ¡Pobre joven, que ha pasado por tantas penas!”. También se preocupará por Mercedes Rosas, porque “ ¡ con la viudez  las desgracias vienen juntas!”

La situación no se pacificará pues surgirá la guerra civil entre Buenos Aires y la Confederación provincial, comandadas por Mitre y Urquiza  respectivamente. En carta al hijo se lamenta de que dicha inseguridad dificulte la llegada de extranjeros pues “el mundo entero está conmovido y que por esta causa podriamos tener una emigración rica, industriosa y de lo mejor que se podría esperar”. Se lamenta del gasto bélico: “Setenta u ochenta millones en barricadas, ¿no habría sido mejor un lindo Liceo, un paseo público, un buen colegio? Las venganzas de unos hombres se hacen causas patrióticas y así vamos siempre para atrás”. Su lamento es dolorido: “¡Qué fatalidad persigue a nuestra raza! ¡Otra vez la guerra! jY otra vez sacrificios sin resultado! Estoy tristísima, sin fe, sin entusiasmo, aburrida de la desmoralización y falta de patriotismo; sin brazos para explotar las riquezas que a manos llenas nos dio el cielo y juntando estos pocos brazos para que se maten, promoviendo emigración extranjera y armando la del país unos contra otros, nuevas cruzada de odios y venganzas, y esta es la vida de estos pueblos, despotizados por la tiranía. No se creerá que en el siglo presente desconozca un pueblo culto sus intereses así. Todo lo que no es paz, me indigna (…) Me abato solo de pensar en las maldades que veo y oigo. Dios te ilumine, hijo mío, porque ya sabemos por experiencia lo que hacen las palabras en estos casos y cómo visten la patria, según conviene, a los mezquinos intereses de pasiones y bolsillo. Dios toque el corazón y la cabeza de los hombres de bien para que no demos más escándalo al mundo y no nos desacreditemos mas”.
Mariquita comenzaría una intensa actividad en pro de los derechos de las mujeres: “Es preciso empezar por las mujeres si se quiere civilizar un país, y más entre nosotros, que los hombres no son bastantes y que tienen las armas en la mano para destruirse constantemente”. Nombrada presidenta de la Sociedad de Beneficencia se aboca más de lleno en la tarea y ello la lleva a chocar con Sarmiento, por entonces Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires quien había expresado en un informe de 1858: “Resultaría un fenómeno en la enseñanza pública de Buenos Aires sin ejemplo en la tierra, a saber, la mayor capacidad de las niñas para recibir instrucción. (…) el hecho se explicaría fácilmente por la falsedad de los datos que las maestras de escuelas suministraron a la Sociedad de Beneficencia, exagerando cada una de las cifras que mostrasen adelanto en sus respectivas escuelas (…) No se dirá sin exponerse al ridículo que la educación femenil requiere más elementos que la de los varones, pues una maestra que pretendiera auxiliar para enseñar las labores de manos no merecería contarse entre los individuos de su sexo”. Mariquita le respondió: “Vaya, mi amigo, que ha delirado en ese informe (…) Oígame con calma. No se empiece a pelear conmigo. Empiece por saber que lo que tengo al mes son mil pesos, para profesores, útiles y gas. En un tiempo dijo el gobierno a la Sociedad que se pedían a Norte América útiles y libros para las escuelas de ambos sexos. Teniendo esto presente, le pregunto si en ese depósito hay un globo, que necesito para mi escuela normal, que quiero organizarla de modo que usted no me murmure (…) Usted es un injusto, no se contenta con la política y los muchachos y quiere pelearse con las mujeres ¡y no sabe usted qué malos enemigos son!”.

LA CANCIÓN PATRIA

El 24 de mayo de 1812 se presentó en la Casa de Comedia una pieza, “El 25 de Mayo”, del indio  Luis Ambrosio Morante, que terminaba con un himno coreado por los actores. Un espectador, Vicente López y Planes, se sintió inspirado y compuso esa noche la primera estrofa de un himno para reemplazar el texto de Morante pero conservando la música del catalán Blas Parera, profesor de piano de las damas de la sociedad porteña. A propósito de Parera señalemos que cuando años más tarde, no sin lógica, se le propuso que adoptara la ciudadanía de las Provincias Unidas prefirió salir furtivamente hacia su país natal.

La letra era inflamadamente independentista como correspondía al espíritu de la época. Tiempo más tarde la Asamblea del año XIII pide un “arreglo” acorde con los nuevos vientos que soplan: Inglaterra se opone vigorosamente a todo arresto de autonomía en las colonias de España. El embajador británico lord Strangford había hecho saber al gobierno de Buenos Aires “lo loco y peligroso de toda declaración de independencia prematura”. Desaparecen entonces estrofas que anunciaban que “se levanta a la faz de la Tierra una nueva y gloriosa Nación”. Se infiltran, en cambio, conceptos monárquicos tan en boga entonces, cuando algunos de nuestros prohombres parecían competir en candidaturas de príncipes europeos para gobernarnos: el Infante español Francisco de Paula, el duque francés  Luis Felipe de Orleáns, el duque italiano de Lucca…

No extrañaría  entonces el “ved en trono a la noble igualdad” o “sobre alas de gloria alza el pueblo, trono digno a su Gran Majestad”, estrofa desaparecida en la versión definitiva. O “ya su trono dignísimo abrieron, las Provincias Unidas del Sur”, renglón que merece un comentario pues es, indudablemente, una frase sin sentido pues los tronos no se “abren”. Todo indica que cuando la Asamblea del Año XIII sancionó nuestra canción patria lo  hizo sobre una copia defectuosa del texto de López y Planes. Su autor, cuando era consultado indicaba como correcto lo de “alzaron”. Pero finalmente terminó por inclinarse ante la fuerza del uso, y en 1847 declaró en testimonio que se encuentra en el archivo Mitre, autenticado por su hijo Vicente Fidel López, que el término adecuado era el incomprensible “abrieron”.

El Himno sufrió en 1860 otra lamentable modificación encomendada a Juan Pablo Esnaola: la marcha vibrante y guerrera se transformó en una pieza pretenciosamente majestuosa, tan estirada que va en camino de convencer al mundo de que nuestra canción patria es su introducción, que es lo que habitualmente se ejecuta en las competencias deportivas internacionales.

Para colmo de males, por razones diplomáticas, el texto fue mutilado devastadoramente durante la segunda presidencia de Roca suprimiendo las estrofas denigrantes a España.  Se evaporaron así marciales referencias a “los bravos que unidos juraron su feliz libertad sostener, a esos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer”. Tampoco cantaremos: “son letreros eternos que dicen: aquí el brazo argentino triunfó, aquí el fiero opresor de la Patria su cerviz orgullosa dobló”.
De allí en más los escasos retazos sobrevivientes nos harán repetir  hasta tres veces “y los libres del mundo responden…”.

LAS ESCUELAS DE LA COLONIA

Santiago de Estrada le había pedido una descripción de los años de la colonia:
“Para las mujeres había varias escuelas que ni el nombre de tales les daría. La más formal donde iba todo lo más notable era una vieja casa, donde es ahora lo de don Francisco del Sar. La dirigía doña Francisca López, concurrían varones y mujeres (…) Debo admitir que no todos los padres querían que supieran escribir las niñas  porque no escribieran a los hombres; esas sillas ordinarias que ni para muestra hay ahora , no era fácil tenerlas tampoco porque había pocas, todos los oficios eran miserables , así muchas niñas se sentaban en el suelo sobre una estera de esas de esparto (…) Había algunos pardos que enseñaban la música y el piano, éste era el solo adorno para las niñas , era para lo solo que había maestros , muy mediocres(…) No puedes imaginarte la vigilancia de los padres para impedir el trato de las niñas con los caballeros, y en suma en todas las clases de la sociedad había vanidad en las madres de familia en esto”.

EL AMOR OCULTO

Era seductora y hasta los amigos de su hijo Juan caían en sus redes. Tal fue lo sucedido con Echeverría. También con Juan María Gutiérrez quien  le dedicó un poema en el que campeaba el encanto del amor oculto. En una de sus estrofas diría:

“No, que nada sabrás. Mudo, discreto
A tí me acercaré, oiré tu acento,
Tu melodioso hablar, y el suave aliento
Respiraré que de tu seno emana
Sin que sepas mi gozo ni mi secreto”.

El gran amigo de Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, adjudicará a su relación con la dama algunas de sus mejores virtudes: “En el espíritu y en el buen gusto, en la cultura en el trato, en sus maneras europeas de buen tono, en su gusto por lo simple, elegante y distinguido, en su amor al progreso de nuestra cultura argentina”. 

LA ERECCIÓN DE SARMIENTO

A fines de 1845 el exiliado en Chile, Domingo Faustino Sarmiento, pasó por Montevideo de paso hacia Europa. Desea conocer a la dama de la que tanto le han hablado. Su amigo Juan María Gutiérrez concierta el encuentro con Mariquita.  Luego Sarmiento escribió a sus amigos en Chile, desprejuiciado,  sobre los encantos sensuales de la dama ya anciana para los cánones de la época: “(…) Una mañana, solos, sentados en un sofá, hablando ella, mintiendo, ponderando con la gracia que sabe hacerlo sentí… Vamos, que a cualquiera le puede suceder, me sorprendí víctima triste de una erección, tan porfiada que estaba a punto de interrumpirla y no obstante sus sesenta años violarla. Felizmente entró alguien y me salvó de
tamaño atentado”.

Compartir: