LOS OBSTÁCULOS DEL PSICOANÁLISIS

Sigmund Freud, cuyo verdadero nombre era Segismund Schlomo Freud, nació en Freiberg, un pequeño pueblo de Moravia, en 1856. Su familia se estableció en Viena a sus cuatro años de edad y allí vivió a lo largo de casi toda su vida. 

Lo que quiero historiar aquí son  las dificultades de Sigmund Freud que son también las de su creación, el psicoanálisis, y las de sus continuadores, los psicoanalistas.

Por empezar Freud sufrió las incertidumbres de todo pionero, ya que si bien abrevó en sus maestros von Brucke, Breuer, Charcot o Bernheim,   sus desarrollos fueron absolutamente originales,  lo que en un principio lo condenó a la soledad y luego, cuando sus ideas tomaron difusión, a la incomprensión y a la injuria como reacción ante descubrimientos que ponían en duda certezas hasta entonces incuestionables de la ciencia médica, pero también convenciones esenciales de la egolatría humana que aparecían amenazadas por ese médico judío de clase humilde que se atrevía a afirmar que el ser humano no era absolutamente dueño de sus actos sino que habían  en sus entrañas psicológicas condicionantes inconscientes aún más poderosos que las concientes.

Otra de las dificultades a superar fue la de contar con quienes tomaran con seriedad sus convicciones y se atrevieran a acompañarlo en la aventura de desafiar lo establecido. En un principio sólo contó con un amigo, un médico algo excéntrico apellidado Fliess, que le prestó atención más movido por el deseo de ser él mismo escuchado que por una sincera aceptación de los reportes epistolares de Freud. Fueron necesarios varios años hasta que un grupo de adeptos y discípulos incorporaron en mayor menor medida asertos tan revolucionarios, entre ellos Bleuler, Jones, Jung, Adler, Ferenczi, y otros.

La otra epopeya fue insistir en que la esencia del psiquismo humano estaba anclada en las vicisitudes de los instintos sexuales en una sociedad tan pacata como la vienesa de fin del siglo XIX, que curiosamente albergó también a genios como los músicos Gustav Mahler y  Arnold Schonberg, o pintores como Oscar Kokoshka y Gustav Klimt. Freud nunca cedió a las presiones de suavizar su teoría de la importancia de la sexualidad en la génesis de los trastornos psicológicos a pesar de que ello le hubiera facilitado una mayor aceptación de su prédica y el consiguiente incremento de la clientela para quien padecía crónicas restricciones económicas. 

Dicha rigurosidad la puso también en práctica cuando debió enfrentar los desvíos de no pocos de sus discípulos a quienes no vaciló en descalificar en resguardo de la indispensable ortodoxia doctrinaria en épocas inaugurales. Algunos de dichos conflictos significaron fuertes choques afectivos, como lo fue la defenestración de las investigaciones de quien era quizás su discípulo preferido, Sandor Ferenczi, quien un tiempo más tarde se suicidó. En otros casos se trató de cimbronazos que sacudieron la precaria solidez de la institución psicoanalítica,  como sucedió con las escisiones de Carl Jung y Alfred Adler.

Otro mérito de Freud, otra dificultad superada, fue haber podido desarrollar sus investigaciones en un medio desfavorable como lo era una sociedad antisemita como la de aquella Austria, lo que llegaría a su climax con su anexión a la Alemania nazi lo que motivó la dificultosa huída de un Freud consumido por el cáncer hacia Londres, sólo posible por las gestiones de la princesa Marie Bonaparte. 

La marcha del psicoanálisis no estuvo ni está exenta de otros contratiempos, algunos de ellos generados o aumentados desde el interior mismo del movimiento. Entre ellas un reduccionismo aún vigente hoy que pretende circunscribir el psicoanálisis al ámbito de lo retórico y de lo abstracto, ofreciendo el flanco de quienes lo acusan de ser una creencia y no una ciencia. Ello está en contradicción con un Freud que se apasionó en las limitadas neurociencias de su época como lo atestigua una carta a su novia Marta Bernays: “Preciosa amada… en este momento estoy tentado por el deseo de descifrar el acertijo de la estructura cerebral. Creo que l anatomía es el único verdadero rival que tienes o tendrás en la vida”. Dicho entusiasmo en la investigación empírica de las funciones cerebrales hará que sus estudios médicos se prolonguen a lo largo de ocho años. De esa época data su extraordinariamente anticipatorio “Proyecto para una psicología científica”. Y cuando abre su consulta en Viena, con el propósito de instalarse y contraer matrimonio, lo hace como “neurólogo”.

Hasta allí podía llegar en aquella época en que no había resonancia magnética, potenciales evocados , ADN, mapeos cerebrales, escaneos de insólita precisión,  ninguno de los impresionantes avances de nuestra época. Sin embargo hoy son muchos los neurocientíficos que confirman las aseveraciones freudianas, contradiciendo el pronóstico que el desarrollo de dichas ciencias iba a ser el tiro de gracia para el psicoanálisis al que tantas veces se consideró moribundo. Por ejemplo el premio Nóbel Eric Kandel avalaría la significativa precisión las deducciones freudianas acerca de cuáles serían las zonas cerebrales donde radican la conciencia, la memoria y la percepción. Asimismo que el contacto entre las neuronas puede ser modificado por el aprendizaje y por la psicoterapia. También otros científicos demostraron empíricamente que el inconciente existe , también la represión, por medio de pruebas que sería largo y complejo exponer aquí.

Dicho paso por la ciencia empírica dejó en Freud la huella de que las investigaciones avanzan no sólo por los aciertos sino también, y fundamentalmente, por los errores. Es ejemplar y conmovedora la fortaleza espiritual de quien se empeñaba en desentrañar los motivos de sus fracasos. Fue así, por ejemplo, cómo expuso la fundamental teoría de la transferencia a partir del inesperado abandono del tratamiento por parte de una de sus primeras pacientes.

Otro dificultad que Freud enfrentó en vida y también sus sucesores es  la crítica a la supuesta excesiva duración del tratamiento, lo que no es sino una  de las formas de resistencia que intenta obviar que el proceso de instalación de una psicosis o de una neurosis lleva muchos más años, por lo que, comparativamente, el tratamiento es extraordinariamente breve. Esa brecha está fomentada por este mundo en que todo parece cobrar una velocidad sin sentido como la de aquel hachero que se esforzaba por abatir árboles condenado a la ineficiencia por su hacha mellada. Cuando le aconsejaban que se detuviera y la afilara respondía que no podía porque no tenía tiempo. En esa impaciencia, cíclicamente, surgen psicoterapias alternativas, antipsicoanalíticas, que ofrecen curaciones rápidas y económicas. Inventos que tienen el vuelo de la perdiz, que cuando parte lo hace con un aleteo tan vigoroso que parece que llegará muy lejos, pero luego aterriza a muy corta distancia. Así, los que tenemos una cierta edad hemos visto surgir y caer al psicodrama moreniano, a la bionergética de Lowen, a la gestalt de Perls, hoy asistimos al debilitamiento de las terapias sistémicas.

Otra dificultad que debió enfrentar Freud fue la crítica de que su creación era un interesante sistema filosófico pero que no tenía eficacia curativa. Lo cierto es que se preocupó por la mejoría o curación de quienes acudían al psicoanálisis y por eso deseó y anticipó que se llegaría al control neuroquímico de los estados afectivos, lo que hoy es una realidad por el extraordinario avance de los psicofármacos. Contradiciendo así la obstinación de quienes, desde afuera o desde adentro del psicoanálisis, aún pugnan por una absurda incompatibilidad y oposición entre la palabra y la medicación, negando el ostensible potencial curativo de una correcta interacción de ambos recursos.

Quisiera alertar sobre una dificultad que aún no han podido resolver los psicoanalistas de hoy y es que el desarrollo de ciertas escuelas derivadas de los textos freudianos han desarrollado, en busca de cientificidad, un lenguaje de intrincada complejidad  que fracasa cuando pretende ser accesible para la gente común, lo que ha llevado a un distanciamiento de ésta con el psicoanálisis, lo que hace extrañar épocas en que éramos consultados por los medios de difusión y ello significaba una constante acción de psicoprofilaxis. Soy un convencido de que ello es uno de los culpables de la innegable mediocrización que hoy sufre nuestra sociedad. Será este otro obstáculo a superar.   

Por todo ello, nada menos que a 150 años del nacimiento de su creador, es decir por su capacidad de sobreponerse a las dificultades, que es justamente lo que propone en los seres humanos que en él confían, el psicoanálisis, a pesar de sus imperfecciones e inmadureces,  goza de vigor y de futuro para bien de la Humanidad. 

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