LA JUNTA PROVISORIA DEL 24 DE MAYO

Suele decirse que el pueblo común, la plebe, no tomó parte de los hechos de Mayo basándose en el argumento de que no había una multitud en la Plaza de la Victoria mientras se sucedían los debates y las negociaciones en el Cabildo. Sin embargo de no haber sido por la intervención popular el 24 de mayo la insurrección independista no hubiera sido posible. O al menos se hubiese demorado.

Dicha participación plebeya se dio por dos vías: una de ellas fue el activismo de la ‘Legión  Infernal’ liderada por Domingo French y Antonio Beruti, también conocidos como los ‘chisperos’ pues portaban y usaban armas de fuego que en aquellos tiempos detonaban a chispa.  Constituían un temible grupo de choque integrado en su gran mayoría por orilleros de extramuros aunque en sus filas también había algunos decididos jóvenes de la clase dominante como  Guido, Arzac, Donado, Planes y otros.      

El otro vector de la participación popular fueron la milicias que se formaron cuando las fuerzas regulares españolas fracasaron  indignamente ante la primera invasión inglesa. En la seguridad de que habría una segunda intentona se constituyeron fuerzas de civiles armados, las milicias, entre las que predominaron las integradas por criollos, siendo la más importante en Buenos Aires la de ‘Patricios’ cuyo jefe era Cornelio Saavedra. Es decir que las armas pasaron de los españoles a los criollos, circunstancia que sería decisiva en la semana de Mayo.

Los ‘infernales’ tuvieron una participación decisiva en los disturbios callejeros que presionaron al gobierno virreinal para convocar el Cabildo Abierto: despegaban los bandos oficiales, amenazaban a los partidarios del virrey, recorrían las calles gritando consignas levantiscas. Los líderes de la insurrección eran los criollos pertenecientes a la clase alta que se juntaban en la jabonería de Vieytes y en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, Belgrano, Castelli, los hermanos Rodríguez Peña, Paso, Donado, los  ‘alumbrados’ influidos por el iluminismo francés.

Lo que finalmente convenció a Cisneros de allanarse a la convocatoria del Cabildo Abierto del 22 fue la negativa de las milicias criollas a apoyarlo reprimiendo las algaradas. Fue Saavedra el encargado de expresarlo: “El que a V.E. dio autoridad para mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”.

El Cabildo del 22 de mayo es recordado en nuestra historia como el momento crucial en que los asistentes votaron la defenestración del Virrey, luego de un debate protagonizado por Lué, Castelli, Villota y Paso. Pero para comprender lo allí sucedido cabe señalar que las invitaciones elegidas y enviadas por los virreinales fueron 450, lo que les garantizaba el triunfo. Pero de ellos sólo concurrieron la mitad.  ¿Cuál fue el motivo de tamaño ausentismo?  Es que si los partidarios de Cisneros tuvieron a su cargo las invitaciones, los ‘infernales’, con la colaboración algo disimulada de los Patricios, controlaron la concurrencia. Apostados en los ingresos a la Plaza  dejaron pasar a los partidarios de la caída del gobierno virreinal y con prepotencia se lo impidieron a sus adversarios. Y para distinguir a unos y otros proveyeron de cintitas, probablemente blancas, que se prendían en la solapa o en los sombreros. Ese es la verdad de las supuestas escarapelas patrias. Lo que es claro es que sin esa acción de “colador” a cargo de la chusma armada otro podría haber sido el resultado de la votación.

Dos días después se produciría la decisiva y polémica jornada del 24. El Cabildo había quedado con la misión de nombrar una Junta que sustituyera al gobierno virreinal. Recordemos que Saavedra, Belgrano, Castelli, Paso y los demás ‘alumbrados’ pertenecían a la misma clase social que los partidarios del Virrey, ellos también eran “decentes” comos se autodenominaban. Y eso quedó claro cuando el 24, con  acuerdo de ambos sectores, quedó conformada una Junta presidida por Cisneros, que así conservaba el poder, secundado por dos españoles, Solá e Inchaurregui y dos criollos, Saavedra y Castelli. Las dos figuras más importantes de la insurrección criolla.

Siempre se nos enseñó que fue una trampa de los virreinales, sin embargo Saavedra y Castelli  firmaron su aceptación  y según contaría Tomás Guido en sus ‘Memorias’ los otros ‘alumbrados’ dieron su conformidad y el día transcurría con serenidad, como si la revuelta de los criollos y españoles “decentes” hubiera llegado a su fin.

Pero entonces intervino la indignación popular, esa que no hacía mucho había rechazado en dos oportunidades al ejército de la potencia más fuerte de aquellos tiempos, y se puso de pie para continuar la revolución que sus jefes habían abandonado inconclusa.

Fue entonces que Beruti y algunos de sus ‘chisperos’ subieron en tropel las escaleras del Cabildo, forzaron la puerta y exigieron a los asustados cabildantes la renuncia definitiva de Cisneros: “Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí . ¡Sí o no! Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada”.

Por su parte Martín Rodríguez, en representación de los ‘Patricios’, también tomó su parte en la amenazante coacción: “Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros.”

La importancia de tan decisiva participación de los sectores populares hizo también inevitable su protagonismo en la definitiva constitución de la Junta de Mayo ya que según Tomás Guido fue Beruti quien, dando fin a deliberaciones que se prolongaban, tomó un papel y escribió los nombres, seguramente luego de consultar con los jefes de las milicias. También es seguro que Belgrano y Castelli opinaron.

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