LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y SU INFLUENCIA EN ARGENTINA
Hace pocos días se cumplieron los setenta años del inicio de la cruenta Guerra Civil española que se extendió desde 1936 hasta 1939. El triunfo de los nacionalistas de Franco sobre los republicanos provocó una inmensa diáspora de los derrotados. Fueron medio millón los que travesaron a pie la frontera con Francia y otros tanto los que lo hicieron por otras vías antes del final de la sangrienta contienda.
Argentina se benefició con el arribo de importantes artistas e intelectuales, algunos de los cuales ya exponían y publicaban aquí sus artículos y libros. Por ello, a pesar de que los gobiernos argentinos de entonces simpatizaban con el Eje y no deseaban el ingreso de los “rojos”, a diferencia del México de Cárdenas o el Chile de Aguirre Cerda, desembarcaron en Buenos Aires juristas como Luis Jiménez de Asúa, historiadores como Claudio Sánchez Albornoz, pedagogos como Lorenzo Luzuriaga, sociólogos como Francisco de Ayala, escritores como Rafael Alberti, Teresa de León, Ramón Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Arturo Serrano-Plaja, Rosa Chacel o Ricardo Baeza; músicos como Manuel de Falla; dramaturgos como Jacinto Grau y Alejandro Casona; artistas plásticos como Luis Seoane, Manuel Colmeiro y Alfonso Castelao, y numerosos actores y periodistas.
También Ortega y Gasset trasladó su vida al Río de la Plata, donde había sido tan bien recibido en sus anteriores visitas. Pero esta vez sufrió el enardecimiento de las posiciones encontradas ante las guerras española y mundial. Su arribo a Buenos Aires en agosto de 1939, invitado por varias entidades, entre ellas “Amigos del Arte”, no despertó la simpatía de otras veces a pesar de que ya había publicado su obra más importante, “La rebelión de las masas”. Es que los argentinos y los españoles enemigos de Franco no le perdonaban su neutralidad, que pretendiera ponerse por encima de las pugnas ideológicas y opinar que el imperativo de aquella hora era superar el pasado y apostar a un porvenir de unidad nacional. En aquellos tiempos de intolerancia eso era calificado de profascismo. Para agravar las cosas había trascendido que sus dos hijos, en España, adherían al gobierno de Franco.
El filósofo venía convaleciente de una grave enfermedad y psicológicamente devastado por los horrores de la guerra civil, y a pesar de no hallar en la Argentina un clima propicio prolongó su estadía a lo largo de casi cuatro para él interminables años, durante los que padeció estrecheces económicas porque no se le ofreció ninguna cátedra y fueron pocas las conferencias pagas. Además, paradojalmente, sus derechos de autor fueron bloqueados en España por el franquismo.
Dicho clima de generalizado rechazo fue mellando su ánimo hasta el punto de exigir el retiro de su nombre de la revista “Sur” a pesar de que Victoria Ocampo se mantuvo siempre a su lado y lo defendió de los ataques. En su carta del 9 de octubre de 1941 Ortega, después de lamentar el distanciamiento entre ambos, le manifiesta la imposibilidad de la reparación debido a su estado de espíritu: “Puedo decirle que desde febrero mi existencia no se parece absolutamente nada a lo que ha sido hasta entonces, y que, sin posible comparación, atravieso la etapa más dura de mi vida. Muchas veces en estos meses he temido morirme, morirme en el sentido más literal y físico, pero en una muerte de angustia”. Con una amiga en España también se lamentaría epistolarmente: “Mi vida aquí no tiene historia posible porque es la suspensión total de una vida”.
Otro exiliados fueron Rafael Alberti y su esposa María Teresa León. Esta, en su libro “Memorias de la Melancolía” pasaría revista a los 23 años que pasaron en Argentina desde 1940. Su propósito es luchar contra el olvido, para que todos recuerden lo sucedido, para nadie pueda hacerse el desentendido de tanto horror. Alberti, quien proclamaría a su arribo, “Soy España. He venido. Aquí me tenéis” concluiría en 1959 su maravilloso “La arboleda perdida”, recuerdos de su infancia y juventud en España, de su compromiso político, de su milagroso escape de las garras del fascismo, de sus amigos de aquí y de allá, muchos de ellos artistas e intelectuales de fuste asesinados, presos o dispersos por el mundo, de alegrías y desdichas de su exilio en Argentina. Escribió en su departamento de la calle Las Heras, luego junto al Paraná, después en la costa uruguaya, que era lo más alejado que le permitía su falta de pasaporte, finalmente en su casa de madera en Castelar.
El exilio español dejaría también varias editoriales señeras, como Sudamericana, Losada, Emecé , el Barco de Papel,y otras.
La mayoría de los intelectuales y artistas argentinos apoyaron y recibieron con calidez a los partidarios de la República, entre ellos
Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Francisco Romero, Alvaro Yunque, Leónidas Barletta, César Tiempo, Orestes Caviglia, Francisco Petrone, Florencio Parravicini, Eva Franco, Jorge Luis Borges, Ricardo Rojas, Juan L.Ortiz, Hugo del Carril, Bernardo Verbitzky, Florencio Escardó y muchos más.
Hubo otros, minoritarios, casi todos nacionalistas y católicos, cuyas simpatías estaban con el bando vencedor, entre ellos Manuel Gálvez, Leopoldo Marechal, Alfonso de Laferrére, Carlos Ibarguren, Vicente Sierra, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Ignacio Anzoátegui y otros. El muy joven Julio Cortázar activó en una sección falangista.
Hubo participación militar de argentinos del lado republicano. Ernesto Goldar registra una Brigada Internacional de voluntarios bautizada “General San Martín”. Algunos de los brigadistas fueron Fanny y Bernardo Edelman, José y Luis Manzanelli, Angel Ortelli, Raquel Levenson y otros de difícil identificación pues los que sobrevivieron regresaron calladamente para protegerse de los períodos represivos en su país pues eran casi todos comunistas. El secretario general del PC en Argentina, Vittorio Codovilla, escribiría una página siniestra en España pues, leal a Stalin, a su cargo estaría la organización de la KGB, policía secreta que tuvo a su cargo sangrientas purgas dentro del bando republicano, eliminando a trotskistas y anarquistas.
Es justicia nombrar al poeta y combatiente Luis Alberto Quesada, quien pasó diecisiete años en las prisiones de Franco y que hoy vive en Buenos Aires. El destacado médico psiquiatra Gregorio Berman, por su parte, organizó en Madrid una unidad para tratar los traumas psicológicos de guerra. También se incorporaron, según Goldar, el dramaturgo Rodolfo González Pacheco, el crítico de arte Cayetano Córdova Iturburu, el poeta Raúl González Tunón, a quien Miguel Hernández dedicaría un poema, el ensayista Dardo Cúneo, el periodista Damonte Taborda quien fue como corresponsal del diario “Crítica” de Natalio Botana que nunca ocultó su apoyo a la causa republicana. El ex-capitán de nuestro ejército José María Frontera tendría un desempeño altivo en las batallas y alcanzaría el grado de comandante del ejército de la República.
La influencia de aquella guerra tan despareja y de final anunciado influyó también en niños y jóvenes argentinos. Entre ellos un pibito que tenía ocho años al comenzar la contienda y que en su casa en Alta Gracia siguió apasionadamente las alternativas de la guerra pinchando banderitas en un mapa de España pegado en la pared, haciendo fuerza por la derrota del fascismo. Su nombre: Ernestito Guevara de la Serna.