La Batalla de Salta

La batalla de Salta tuvo lugar el 20 de febrero de 1813 en Campo Castañares El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano derrotó a las tropas realistas del brigadier Juan Pío Tristán, a las que ya había batido en septiembre del año anterior en la batalla de Tucumán. 

Luego de su victoria, que había detenido el retroceso del ejército hasta Córdoba, incumpliendo las órdenes del Triunvirato, en especial de su secretario Bernardino Rivadavia, el verdadero hombre fuerte, Belgrano se propuso reforzar el ejército a su mando. Mejoró la frágil disciplina, impartió    instrucción militar y reclutó soldados hasta duplicar su número. También fortaleció el parque y la artillería con los bastimentos y los cañones abandonados por los realistas en Tucumán. 

Decidido a tomar la ofensiva a  comienzos de enero don Manuel y sus fuerzas se pusieron en marcha hacia Salta..  En el camino, el 13 de febrero, a orillas del río Pasaje, Belgrano ordenó prestar juramento de lealtad a la Asamblea Constituyente que había comenzado a sesionar en Buenos Aires pocos días antes. También se honró a la bandera albiceleste que él mismo creara y en una emotiva ceremonia jefes y soldados juraron defenderla con sus vidas, lo que fue coronado con un estentóreo “¡Viva la Patria!” coreado por todos. Para inmortalizar ese momento  se cambió el nombre del río por el de Juramento. 

El jefe realista, Pío Tristán, que no era español sino altoperuano como la mayoría de los hombres al servicio del rey de España, se posicionó y elevó fortificaciones en el paso del Portezuelo, considerado el único acceso a la ciudad, convencido de que así bloquearía el paso de los patriotas. Pero los servicios del capitán Apolinario Saravia, salteño y baqueano de la zona, permitieron a Belgrano y a su ejército escabullirse por una senda de altura que desembocaba en la Quebrada de Chachapoyas desde donde alcanzó el campo de la Cruz, carente de fortificaciones del enemigo. 

Según lo describiera el general José María Paz en sus “Memorias”, la fuerza patriota estaba formada en seis columnas, de las que una estaba en reserva. La primera, a la derecha, estaba constituida por el Batallón de Cazadores a las órdenes del comandante Dorrego, las 2a y 3a formadas por el Regimiento N° 6, el más numeroso, a las órdenes del comandante Forest y del comandante Warnes, la 4a el Batallón de Castas o de Pardos y Morenos del comandante Superi, la 5a el Regimiento N° 2  enviado como refuerzo por Buenos Aires, al mando del comandante Benito Alvarez, la 6° y última correspondiente al Regimiento N° 1 del comandante Gregorio Perdriel. La artillería de doce piezas distribuida en los claros, menos dos que habían quedado en la reserva. 

El principio del combate no fue favorable a las tropas revolucionarias pues el jefe de la caballería, Eustoquio Díaz Vélez, fue herido de bala aunque ello no fue obstáculo para que volviera al campo. Además la caballería del flanco izquierdo no hacía pie en un terreno empinado y resbaloso por la lluvia y era blanco fácil de la infantería enemiga. 

Pero Belgrano atinó a tomar medidas que poco a poco fueron revirtiendo la situación. El mismo condujo una carga de caballería contra el cerco realista que rodeaba la ciudad. La tropas enemigas fueron retrocediendo hasta congregarse en la Plaza Mayor salteña, donde Tristán decidió finalmente rendirse, mandando tocar las campanas de la Iglesia de La Merced.

Belgrano, con el espíritu magnánimo que ya había demostrado en el Paraguay con su abrazo al jefe realista          , decidió  que al día siguiente los vencidos abandonarían la ciudad marchando, con honores de guerra, y depondrían las armas; garantizó su integridad y libertad a cambio del juramento de no empuñar nuevamente las armas contra los patriotas. 

Los españoles tuvieron 480 muertos, 114 heridos y 2.786 hombres prisioneros, y entregaron 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas, carabinas, 10 cañones, todo el parque de guerra y tres banderas reales. Entre los prisioneros figuraron diecisiete jefes y oficiales.

El triunfo en Salta fue recibido con entusiasmo y alivio en Buenos Aires, aún por aquellos que habían amenazado a don Manuel con sancionarlo y hasta pasarlo por las armas si no obedecía la orden de retroceder abandonando a su suerte a las provincias norteñas. La Asamblea votó un premio de 40.000 pesos para Belgrano que éste destinó a crear escuelas en Tucumán, Salta, Jujuy y Tarija, zonas pobres que impactaron en su sensibilidad social, la misma que lo llevó a ser, durante su gestión como Secretario del Consulado en el Río de la Plata, a promover la educación popular, gratuita, disponiendo de bancos en las aulas para indios y mulatos a las aulas. También fue un pionero en la incorporación de las niñas a la educación.  

En Buenos Aires cundieron las críticas por haber indultado y liberado a los vencidos. Se lo tildaba de “ingenuo”, de “poco hombre”, y otras injurias por el estilo.  José María Paz, quien fue oficial en las fuerzas revolucionarias, opinó que la  medida no fue solo humanitaria sino que se debió también a que hubiera sido imposible custodiar y alimentar a 2776 prisioneros. Otro argumento sostenido por Ovidio Giménez en su biografía belgraniana es que, sabiendo que los prisioneros eran en su inmensa mayoría americanos, don Manuel calculó que así se ganaría  así la simpatía de muchos de los que volverían a sus hogares y se harían propagandistas de las ideas de Mayo. No estaba errado porque no pocos, incluso algunos oficiales indultados, se unieron a las fuerzas patriotas. También es cierto que otros faltaron al juramento y volvieron a tomar las armas en contra de las fuerzas patriotas, los que, cuando volvieron a acera prisioneros, fueron fusilados de inmediatos por perjuros.

Ante las críticas don Manuel escribía a Juan José Passo: “Se me criticará por los que viven tranquilos en sus casas  y discurren con el buen café y botella por delante, mas he tenido en vista la unión de los americanos y aún de los europeos”.

A su amigo Chiclana: “Siempre se divierten los que están lejos de las balas  y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los ayes de los infelices heridos (..) yo hago lo que me dicta la razón , la justicia y la prudencia, que no busco glorias sino la unión de los americanos  y la prosperidad de la patria”. 

¿Cuál fue la importancia de la batalla de Salta?:

  1. Permitió recuperar un vasto territorio que parecía perdido para las Provincias Unidas.
  2. Fijar las fronteras al norte.
  3. Los ejércitos realistas fueron detenidos en su avance hacia el sur y estas tierras nunca pudieron ser recuperadas para el extinto Virreinato.
  4. Comprobar el coraje y patriotismo de los salteños.
  5. Fue la primera batalla donde flameó la bandera azul y blanca. 
  6. Puso a prueba el compromiso de la provincia de Salta con la revolución pues los padecimientos fueron muchos, entre otras razones porque se cortó el comercio con las ciudades altoperuanas, que era la base del comercio salteño.
  7. Comprobó una vez más que era posible vencer a los defensor del rey en los campos de batalla, contrariando el pesimismo de los doctores de Buenos Aires que preferían entronizar algún príncipe europea que hiciera más difícil la revancha española pero al precio de una nueva sumisión. Por ejemplo Francisco de Paula, el hermano del rey Fernando VII, preso de Napoleón.

 

Cruz del campo de Castañares.

Belgrano dispuso se enterraran los 480 caídos realistas y los 103 independentistas en una fosa común. Allí ubicó una cruz de madera con la leyenda: “Vencedores y vencidos en Salta, 20 de febrero de 1813”.

Muchas mujeres participaron de esta epopeya, desde la negra esclava hasta la matrona más encumbrada. Podemos citar entre otras: Juana Moro de López, Celedonia Pacheco de Melo, Magdalena Gúemes de Tejada, hermana de Juan Martín de Gúemes, Juana Torino, María Petrona Arias, Andrea Zenarruza de Uriondo.  También doña María Loreto Sánchez de Peón, quien cumplió tareas que hoy llamaríamos de “inteligencia”, necesarias para la causa patriota. Para ello, simulando ser una vendedora callejera de pan, masas y alfajores, se deslizaba en los patios de los cuarteles realistas y, ofreciendo sus productos, aguardaba el momento del pase de lista. Volvía a su casa ya entrada la noche y entonces  el número exacto de soldados enemigos a quienes debía combatir.

¿Dónde estaba Güemes mientras sucedía lo aquí contado? En Buernos Aires cumpliendo con un castigo que le impusiera Belgrano por un asunto de faldas.

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