JOSÉ FÉLIX ALDAO
El fraile Aldao, caudillo federal cuyano, fue quizás el más notorio caso de sacerdotes comprometidos arma en mano en las luchas fratricidas del siglo XIX. Había nacido en Mendoza, provincia andina fundada el 2 de marzo de 1561 por Pedro Ruiz del Castillo cumpliendo órdenes de García Hurtado de Mendoza , gobernador de Chile. Luego Juan Jufré la cambiaría a su lugar actual. Su clima es seco y su suelo predominantemente árido, aunque el riego artificial que se practica desde épocas precolombinas lo hace apto para el cultivo. Ello está favorecido porque su territorio está atravesado por cinco ríos, el Mendoza, el Atuel, el Tunuyán, el Diamante y el Colorado. Alejada de las autoridades virreinales instaladas en el puerto se desarrolló con mucha autonomía y con un intenso intercambio económico, comercial y cultural con Chile. En 1660 sufrió el ataque de los indios sublevados bajo el cacique Tanaquepú contra el rigor de los colonizadores europeos. Sus industrias eran el vino y las carretas. Su primer gobernador patriota fue José Moldes, quien fue resistido por su porteñismo.
Ingresado José Félix Aldao a la orden de los dominicos su vocación religiosa nunca logró dominar sus apetencias sexuales, su afición por la bebida ni su carácter violento, lo que lo llevó por caminos poco ortodoxos para un sacerdote, como que solo dos años después de tomados los hábitos tuvo una hija con Concepción Pose del Castillo, de nombre Regina, la primera de una decena de vástagos de distintas madres que tendría a lo largo de su vida.
Incorporado como capellán en el Ejército de los Andes participó como combatiente en Maipú, Cancha Rayada y Chacabuco y además tomó parte de la Campaña del Perú a las órdenes de San Martín. De lo bien que lo hizo dio cuenta el general Las Heras quien asentó en un parte que “poco después de batirse con fusil cargó a sable sobre la fuga de los enemigos y logró hacer prisionero a un oficial de ellos”. Una de las más duraderas relaciones femeninas que hizo el fraile fue con Manuela Zárate, una niña de la alta sociedad limeña, a quien conoció durante la campaña libertadora. Cuando San Martín dejó su lugar a Bolívar, Aldao llevó una vida tranquila, de hogar, junto a a “la limeña”, primero en el Perú y luego en Mendoza, alejado de la guerra, dedicado al comercio que le fue propicio amasando una considerable fortuna.
Huérfano desde su adolescencia y siendo el mayor de sus hermanos Francisco y José, se transformó para ellos en un padre sustituto y también un líder al que siguieron con lealtad en sus acciones políticas y bélicas conformando algo parecido a un clan temido por sus opositores ya que eran propensos a la crueldad, haciendo del temor un instrumento político. Por otra parte, como sucedió con otros caudillos, la dimensión clasista de la guerra civil hizo que las víctimas unitarias de los hermanos Aldao fueran habitualmente personajes de la clase alta, por lo que sus muertes, destierros o prisiones tenían una repercusión mucho mayor, no sólo en su tiempo sino también en nuestra historia consagrada, que cuando el infortunio se abatía sobre anónimos gauchos federales abatidos por los unitarios.
En un principio Aldao vaciló en comprometerse con uno de los dos bandos en pugna pero convencido por su hermano Francisco intervino en la restitución del unitario rivadaviano Salvador María del Carril en el gobierno de la vecina San Juan. Pero todo cambió cuando apareció en escena el riojano Facundo Quiroga quien, conocedor de su fama e influencia en Mendoza, llamó al fraile a incorporarse a sus proyectos federalistas y antiporteños dándole un lugar de privilegio a su lado. Tanto es así que participó como segundo del “Tigre de los Llanos” en el desafortunado combate de La Tablada, batalla en la que resultó herido de gravedad.
En 1829 el vencedor, “El Manco” Paz, había derrotado a Bustos en el combate de “San Roque” y luego asumió como gobernador de Córdoba. Pero la chusma de la campaña y de la ciudad cordobesas no ocultaba su simpatía por los caudillos federales, en especial López y Quiroga. Mientras el primero había dispuesto su poderoso ejército en pie de guerra para enfrentarlo, el riojano preparaba fuerzas en Buenos Aires, con la colaboración de Rosas, para recuperar Córdoba.
Hay evidencias de que Paz intentó llegar a acuerdos con Buenos Aires que no prosperaron. “Al general Lavalle había sucedido el señor Viamont, y nuestras relaciones con el gobierno de Buenos Aires, tornaron un carácter dudoso. Tanto Viamont como sus ministros García y Guido, eran inclinados a la conciliación, pero ya descollaba una tercera entidad que amenazaba dominar y absorber todas las otras. Era el general Rosas, comandante general de campaña; dado este antecedente, se comprende muy bien, que ni las protestas de amistad, ni las seguridades que diese el gobierno de Buenos Aires, importaban mucho si no llevaban el sello de la aprobación de Rosas ” (J.M.Paz, “Memorias”)
El nuevo enfrentamiento en el campo de batalla entre los generales Quiroga y Paz, que se avecinaba a ojos vista, impulsó al gobierno porteño a enviar una misión para que mediara en el conflicto. La integraban Pedro Feliciano Cabia y el doctor Juan José Cernada. Presentados ante Paz le manifiestan que el gobierno de Buenos Aires los ha enviado para proponer la paz entre él y el jefe riojano. La actitud negociadora de ambos jefes fue insistente y vigorosa y llegaron incluso a realizar gestiones de paz en plena batalla. Facundo, al empezar su marcha desde la provincia cuyana, había enviado sus propios emisarios a Paz ofreciendo la posibilidad de un arreglo pacífico y haciendo una lista de los motivos que lo forzaban al enfrentamiento. El cordobés contestó que si se trataba de intercambiar recriminaciones entrarían en una “interminable polémica”. Que estaba dispuesto a sostener conversaciones y aún a firmar un armisticio y mandar comisionados pero imponiendo la condición de que Quiroga “no pisase la provincia de Córdoba hasta después que se hubiesen roto las negociaciones, si no tenía lugar la deseada transacción”.
Paz llegó a elegir a sus representantes, Eduardo Pérez Bulnes y el comandante Wenceslao Paunero, quienes encontraron a Quiroga en territorio cordobés, prácticamente en el centro mismo de la provincia, por lo que se retiraron sin iniciar las conversaciones.
En cuanto a los enviados porteños, según “El Manco”, transmitieron a Facundo la equivocada convicción de que el ejército del cordobés era “débil y fuera de estado de presentar una batalla”, lo que endureció la actitud del riojano quien habría retrocedido en sus intenciones de conferenciar. Cabia y Cernada habían sido recibidos con efusión por Quiroga quien organizó una parada militar en su homenaje. Fue en ese momento de insólita distracción cuando Paz atacó las 10.30 horas del 25 de febrero de 1830. El riojano estaba convencido de que la batalla se demoraría varios días que darían tiempo al general José Benito Villafañe, quien ya había entrado por el norte de la provincia de Córdoba con unos mil quinientos hombres, a incorporarse a sus fuerzas. Eso habría decidido a Paz a lanzar el ataque sin demora sorprendiendo y venciendo otra vez a Facundo.
Pero un hecho curioso había demorado por algunas horas el comienzo de la acción de Oncativo. El 24 por la tarde, cuando ya había iniciado la marcha, se le apersonaron unos lugareños quienes afirmaron que habían tenido que huir ante la llegada de las tropas de Quiroga a su lugar de residencia, distante unos veinte kilómetros. El general Paz anotó en sus “Memorias” que “de ser cierto este movimiento, mi dirección sobre Oncativo hubiera sido errada, y tuve de consiguiente que esperar noticias más seguras, las que no llegaron hasta la media noche. Entonces fue que marché, habiendo perdido cuatro o cinco horas, sin lo que, la batalla del día siguiente, hubiera comenzado al amanecer”.
Lamadrid, en sus “Memorias”, contó cómo y cuando el Fraile Aldao fue hecho prisionero: “Para un más exacto conocimiento, quiero referir cómo fue tomado el Fraile-General. Cuando yo me dirigí a los dos hombres de la escolta de Quiroga, que mandé lancear, mi fuerza pasó en la persecución de la caballería enemiga, y a las dos o tres cuadras de haberme yo separado, conoce mi ya referido soldado al general Aldao (había sido prisionero suyo poco tiempo antes) y embístelo con su lanza gritando: “¡Aquí está el fraile Aldao!” y le tira una lanceada”.
El golpe no da resultado y sigue relatando Lamadrid: “Al dicho del soldado de ser aquel el general Aldao, paran todos sus caballos y se dirigen sobre él a registrarlo para quitarle cuanto tenía. Cuando el teniente Navarro acudió al punto de la reunión, ya el Fraile-General estaba desplumado y cuando le preguntaron por Quiroga, les dijo: “Ese que iba a mi lado con el caballo cansado, ese era Quiroga”. ¡Era ya tarde! Había tomádole el caballo a un soldado o sargento de los suyos y dádole tres onzas de oro. Cuando siguieron en su alcance, tomaron y mataron al que había recibido las tres onzas, pero el general se había puesto en salvo. Mi deseo de que me los hicieran conocer a aquellos dos hombres de su escolta que por librar a su general me engañaron, fue lo que salvó a Quiroga de caer en mis manos y al fraile de ser allí mismo lanceado.
“Sería yo un infame si disfrazara la verdad. Si yo estoy presente, hago lancear al fraile general, pero después que me hubiese enseñado a Quiroga; a éste le habría conservado la vida porque ese era mi intento, pues había ofrecido en todos los cuerpos un premio al soldado que me lo entregara vivo, con la mira de obtener una gracia de mi general.
“La gracia que yo quería obtener respecto a Quiroga era la de cuidarlo en una jaula para hacerlo conocer en los pueblos que tanto había ultrajado, y hacer que cada uno de los individuos que él había azotado o abofeteado lo azotara y abofeteara también”.
Paz, por su parte, lo contaría así:
“En uno de estos enviones fue que cayó prisionero el segundo general del ejército enemigo, el fraile Aldao. Me sería imposible describir la sensación que experimenté a su vista y los impulsos de que se vio combatido mi corazón. Triunfaron corno siempre, las ideas generosas, y concluí por decirle algo de consolante y entregarlo a mi ayudante Carnpero, para que lo condujese, tratándolo con consideración. Estaríamos ya a cuatro leguas de¡ campo de batalla cuando esto sucedió”.
Aldao, prisionero, es llevado como trofeo a Córdoba para ser exhibido públicamente, atado y sobre una mula, para escarnio del público que insultó y apedreó al “monstruo”. En prisión se enteró de la muerte de su leal hermano José y del ex gobernador Juan Corvalán, bárbaramente asesinados por quienes se arrogaban la representación de la “civilización”.
“Oncativo” tuvo importantes consecuencias en la escena política nacional. Quienes creían en la posibilidad de llegar a acuerdos con los unitarios fueron desplazados por el furor de quienes consideraron confirmada su convicción de que ello era imposible y que sólo se imponía la guerra. Sobretodo por las noticias que llegaban de los deguellos masivos de oficiales y soldados federales que habían seguido al combate.
Uno de los dialoguistas era el general Tomás Guido, quien en carta a su amigo San Martín le comenta su renuncia al cargo de ministro del gobierno bonaerense: “La derrota de Quiroga (en Oncativo) rompió los diques que contenían al partido exaltado, y ya ni el señor Rosas, cuyo carácter es bien dispuesto, podía dejar de hacer concesiones, ni yo continuar en el despacho sin torcer el camino que había tomado”.
Un “duro”, Tomás de Anchorena, quien sustituyó a Guido, da a luz al decreto contra los “decembristas”, o sea contra todos los participantes del movimiento del 1º de diciembre de 1828 que había derivado en el lamentable fusilamiento de Dorrego: “Todo el que sea considerado públicamente como autor, fautor o cómplice del suceso del 1º de diciembre o de algunos de los grandes atentados cometidos contra las leyes por el gobierno intruso (de Lavalle) será reo de rebelión, con las penas consiguientes”. También sería considerado de la misma manera, el que “no hubiese dado ni diese, de hoy en adelante, pruebas positivas e inequívocas de que mira con abominación tales atentados”. Quien manifieste adhesión al movimiento decembrista “de palabra, por escrito, o de cualquier otra
Cuando Paz cayó prisionero sorpresivamente de López la Liga unitaria se esfumó y sus adeptos en Cuyo decidieron huir hacia Chile llevando al fraile como rehén. Cuando todo presagiaba su asesinato el triunfo federal en La Ciudadela le dio la libertad y Quiroga volvió a convocarlo para recuperar el dominio federal en Cuyo.
Con sus hermanos y la montonera que lo veneraba tuvo a su cargo la defensa de la frontera sur de Mendoza de los ataques de los indios, en especial de los pehuenches. Su conflicto entre lo sagrado y lo secular fue puesto en papel cuando en 1837 dirigió una nota a Rosas pidiéndole se lo eximiera de sus obligaciones religiosas ya que, para sostener un destino “tan azaroso” como el de jefe de frontera con los indios le sería útil “si alcanzase la dispensación para poderme casar y tener una compañera en el desierto, poder testar y legitimar mis hijos”. Es que al pasar por La Rioja su deseo de macho había sido capturado por una bella y bravía mujer, Dolores Gómez, quien, a diferencia de “La limeña” lo acompañaría en sus correrías cabalgando a su lado. De allí en más el caudillo conviviría con ambas, divirtiéndose en fomentar sus celos.
Cuando Rosas organizó su Conquista del Desierto el fraile tuvo a su cargo una de las tres columnas, la del oeste. Salió con 800 cuyanos de San Carlos el 3 de marzo. El avance al sur de Malargüe se hizo dificultoso por la carencia de aguadas, y no pudo cumplirse el objetivo. Debió desviarse buscando un contacto con Ruiz Huidobro, quien tenía a su cargo la columna del centro, lo que no consiguió porque éste había debido retirarse. Después de esperarlo hasta agosto pidió a Quiroga autorización para regresar porque no podía mantenerse en la zona del Chadi-Leofú. Lo hizo en setiembre, sin saber que Rosas le mandaba una columna de apoyo.
La división del centro de Ruiz Huidobro había empezado el avance a principios de marzo desde el río Quinto. Se componía de mil hombres de la División de los Andes reforzados con milicias de Córdoba y La Rioja. Su objetivo de sorprender a Yanquetruz en su tolderia de Leubucó no pudo cumplirse por que el gulmen fue avisado misteriosamente y, bien armado, trató de sorprender a Huidobro en Las Acollaradas el lº de marzo: fue un combate al arma blanca por que la lluvia inutilizó la pólvora. Aunque Huidobro consiguió vencer, no pudo perseguir al ranquel que sabía esconderse como nadie en los cañaverales de su zona. No obstante llegó a Leubucó, abandonada por los ranqueles, pero el hostigamiento del gulmen fue constante debido a los precisos informes que alguien le que el informante era Francisco Reinafé, jefe de las tropas cordobesas, que era socio junto con sus hermanos, uno de los cuales gobernaba Córdoba , de Yanquetruz en sus malones, pidió a Quiroga que ordenase el repliegue para juzgar la conducta del cordobés en consejo de guerra. Así lo dispuso Quiroga, y la división se volvió a mediados de abril.
Luego de la muerte de su jefe, Facundo Quiroga, a manos, justamente, de los Reinafé , el fraile fue delegado en Cuyo del Restaurador , a quien sirvió con devoción, teniendo a su cargo la defensa del federalismo en la región. Debió enfrentar al general Rudesindo Alvarado, héroe de la Independencia, quien se puso al frente de una rebelión unitaria al este de Mendoza, en los Barriales, y Aldao, quien ya dominaba política y económicamente la provincia, se aprestó a la represión en compañía de sus hermanos José y Francisco. Las fuerzas se enfrentaron en los campos de Pilar y pronto fue evidente la superioridad federal. Sin embargo Aldao, dando muestras de civilidad, quizás por respeto al prestigio de su adversario, aceptó la interrupción de las hostilidades y envió a su hermano Francisco a negociar la rendición de la ciudad con el menor derramamiento posible.
Fue entonces cuando se desencadenó la tragedia: Francisco Aldao fue asesinado. Sarmiento, siempre proclive a la deformación histórica que perjudicase a los federales- no otra fue la intención de su “Facundo”- escribió que el culpable fue el fraile por haber disparado un cañonazo estando ebrio. Todo indica en cambio que fue muerto por las fuerzas sitiadas cuando se resistió a ser apresado para ser utilizado como rehén para amedrentar o escarmentar a su hermano caudillo.
Lo que se consiguió en cambio fue provocar uno de los furores más descomunales y sangrientos de nuestra historia que dejó un tendal de muertes, saqueos, torturas, vejámenes a manos de los montoneros desenfrenados. Entre los asesinados cabe nombrar a Narciso Laprida, a quien no se le perdonó haber sido el presidente del Congreso que sancionó la constitución unitaria de1826 , y quien habría muerto, según algunos, emparedado en vida. Esta desgraciada acción tiñó la vida y la memoria del fraile Aldao que fue pintado por sus adversarios como un monstruo despiadado y con las manos tintas de sangre, además de sacrílego.
Conjuró otra conspiración en el interior de Mendoza que culminó con el fusilamiento del coronel Barcala y enfrentó la agresión desde el exterior de fuerzas unitarias al mando del coronel Mariano Acha, odiado por los montoneros por haber sido quien traicionó a Dorrego, a cuyas fuerzas pertenecía, pues se pasó de bando, lo apresó y lo entregó a su fusilador. Pero sorpresivamente Acha con el resto de sus maltrechas tropas sorprendió y derrotó al fraile en Angaco, lo que resultó una humillación no sólo porque lo derrotó con fuerzas claramente inferiores sino también porque el Restaurador envió prestamente a Cuyo a su hombre de confianza, Pacheco, uno de cuyos oficiales, Benavides, derrotaría a Acha para luego darle horrible muerte al ser torturado y luego decapitado.
En medio de tantas idas y vendidas, el obstinado Lamadrid había asumido la gobernación de una Mendoza desamparada por Aldao luego de Angaco y ejerció una sangrienta persecución de federales.
Las ciudades de la época, como hemos visto, estaban condenadas a ser ocupadas, saqueadas, diezmadas y obligadas a contribuciones forzosas por tropas de ambos bandos que se alternaban en triunfos y derrotas. Isidro Quiroga, quien no reconocía parentesco con Facundo, dejó escritos valiosos testimonios de la época, por ejemplo cuando se supo la noticia de que Lamadrid había ocupado Mendoza luego de Angaco, lo que despertó el regocijo de los enemigos de Aldao y el federalismo. Se llevó un retrato del Restaurador que éste había regalado a Benavídes para quemarlo en la plaza principal. Pero entonces un joven sugirió un cambio: fusilarlo, lo que fue aprobado con entusiasmo por la muchedumbre reunida. También el gobernador dio la venia y entonces se apoyó el cuadro contra el murallón contiguo al cabildo donde se realizaban las ejecuciones.
Alguien dio la orden y los disparos destruyeron la tela dejando vacío el marco que fue arrojado a la hoguera.
No pasaría mucho tiempo antes de que Lamadrid fuera derrotado por Pacheco en el decisivo combate del Rodeo del Medio el 24 de septiembre de 1841. Benavides volvió entonces a posesionarse de la ciudad, con la ayuda de Aldao. Los “fusiladores”, atemorizados, decidieron huir o esconderse. Algunos parientes de don Isidro fueron apresados en Calingasta cuando pretendían pasar a Chile, fueron encerrados en prisión y salvaron su vida de milagro, aunque antes fueron obligados a pagar fuertes sumas con el pretexto de comprar otro retrato de Rosas.
El fraile sumió como gobernador con la venia de Pacheco y dictó una resolución polémico quw establecía que “todos los unitarios son locos’y por lo tanto irresponsableeds. No debía lleváseles a la cárcel sino “a un hospital para ser tratadpos como locos”. Aldao se adelantaba así en casi un siglo al stalisnismo que también decertó que los opoistoree a una sociedada perfecta como supuestamente era el comunismo padecían de una evidente enfermedad mental por lo que fueron confinados en manicomios. El caudillo medocino decretó que ningún unjitrario pod’ra testar , ser etsigo, tener personería civil no política, ni poder dispo0ner de más de diez pesos”. Susu críticos opinarían que el fraile dejaba calro así su desvarío wpsonal y la barbafrie del federalismo. Sus exegetas argumantar’[ian que Aldao evtaba sí la alegre condeana a horaca o fusilamientio que se practicaba, también lo hacía, en aquellos tiempos tan violentos.
Esta extravagante disposición sobre la locura unitaria contrasta con la atroz violencia de otros en la lucha fratricida. Así, por ejemplo, en 1839 el vencedor de Cayastá envía a Santa Fe el informe de la batalla: “El infrascripto tiene la grata satisfacción de participar a Ud., agitado de las más dulces emociones, que el infame caudillo Mariano Vera , cuyo nombre pasará maldecido de generación en generación, quedó muerto en el campo de batalla”. Firmaba Calixto Vera, hermano de Mariano.
A pesar de ocupar el gobierno santafesino la estrella de Aldao había comenzado a decaer, siendo Pacheco, el delegado de Rosas, el verdadero hombre fuerte. Disgustado por la situación el fraile se dirigió a Buenos Aires donde don Juan Manuel lo recibió con la ciudad iluminada, fuegos artificiales y saraos. Pero demoró mucho tiempo en responder a su pedido de audiencia y algunos historiadores afirman que se negó a recibirlo. Lo cierto es que Aldao volvió a su provincia con una fuerza de poca envergadura mientras que el grueso del apoyo fue para Benavides, hombre de confianza de Pacheco, quien años más tarde tendría una discutible actuación en Caseros ya que mientras se libraba la despareja batalla él, con el grueso de la caballería rosista, bebía y daba cuenta de un asado en su estancia.
Cierto día el fraile despertó con un grano en la frente que se reveló como un tumor maligno que fue expandiéndose sin que los precarios tratamientos de la época pudieran frenarlo. En los tiempos dramáticos que sucedieron La Riojana y La limeña lo acompañaron y lo instaron a reconciliarse con Dios. Se dice que el caudillo mendocino lo hizo, arrepintiéndose de sus pecados y alejando de sí a las dos mujeres, llamó a frailes de sus congregación par atenderlo y se puso en manos del Dr. Rivera, cuñado de Rosas, quien lo envió a Santiago del Estero como una forma de expresar su respeto y afecto por el caudillo mendocino.