Escribir y psicoanalizar
Es infrecuente el testimonio de la relación de un escritor con el psicoanálisis. Y más aún cuando el escritor, como es mi caso, es también psicoanalista. O, parafraseando a Winnicott, trata de ser ambas cosas algunos minutos por día.
En los primeros escritos de Freud son frecuentes las referencias a textos literarios, pero más tarde, cuando sus críticos negaron al psicoanálisis su condición de ciencia y lo catalogaron, despectivamente, de “literatura”, don Sigmund evitó las referencias librescas. En mi caso hubo un movimiento en la dirección contraria: cuando a principios de los setenta comencé a publicar y a estrenar la noticia era “el psicoanalista que escribe”, lo que me fastidiaba mucho porque yo esperaba ser significado como “escritor”que, como todos los demás, desarrollaba alguna otra vocación o profesión para subsistir. Recuerdo haber bromeado con el inolvidable Haroldo Conti que en su caso deberían titular “el profesor de latín que escribe”. Eran tiempos en que el rol social del psicoanalista era muy pregnante, bastante más que en los tiempos actuales, pues sabidas son las fantasías ambivalentes que despierta. A causa de ello durante un tiempo me esforcé por despojar de psicologismo (o lo que podía confundirse con ello) de mis escritos, lo que tuvo por consecuencia que mi segunda novela padeciera de una escritura ascética, sin vibración. Lo cierto es que el psicoanálisis puede aportar riqueza al texto, de ello está convencido Piglia cuando afirma estar seguro de que Joyce había leído “Psicopatología de la vida cotidiana” y que por ello percibió que en una narración el sistema de relaciones no debe obedecer a una lógica lineal, lo que desembocó en el revolucionario monólogo interior del “Ulises”.
Otro tema que merece ser debatido con profundidad es la responsabilidad del analista ante su analizado-escritor. Durante mi tratamiento relaté en sesión el argumento de un cuento que me estusiasmaba. La Dra. Barpal de Katz, de la que guardo un agradecido recuerdo, hizo lo que debía: hacer hablar lo dicho para que surgieran cadenas significantes novedosas. Pero ese cuento nunca fue escrito, devastado por lo simbólico. De allí en más informé a mi analista que no volvería a llevar ninguna creación que en mi criterio tuviese valor literario o dramatúrgico. No fue un pacto, fue una decisión, pues ¿a qué pacto yoico puede, debe, allanarse un analista?
Cuando Marguerite Duras, la gran escritora, que pasaba por una etapa crítica de su vida, se acostó en el diván, su analista comprendió que estaba ante una encrucijada. Leyó todos los libros de su paciente, los escrutó, los desmenuzó. Luego le dijo:
– No vuelva, señora. Siga escribiendo.
Estoy seguro de que no pensó que se iba a curar escribiendo sino que eligió preservar su síntoma de escribir con talento. Años después, ya al borde la muerte, en “Esto es todo”, su testamento literario, la Duras escribiría un poema de profundas resonancias psicoanalíticas.
“He escrito durante toda una vida.
Como una imbécil, he hecho eso.
Tampoco está mal ser así.
Nunca he sido pretenciosa.
Escribir durante toda la vida enseña a escribir.
No salva de nada”.
Porque escribir es un síntoma, un camino oblicuo, un desvío. “El arte es la expresión de un deseo que renuncia a buscar satisfacción en el universo de los objetos tangibles”(J. Starobinski).
¿Joyce o Beckett hubieran sido lo que fueron si se hubieran psicoanalizado? ¿Acaso la genialidad de Borges es ajena a la sublimación de su extraña ceguera que le permitía ver el amarillo y de sus graves represiones de índole sexual?.
Un prestigioso director teatral, mi primo Alberto Ure, me confió: “Cuando un autor me trae su obra mi principal preocupación es descifrar cuál es el drama personal que trata de disimular con su escritura”.
Esta claro que escribir no es un don. En un reciente congreso Cristina Melgar planteó que el trauma crea un vacío, y que ese vacío puede desfondarse como catástrofe o puede promover desarrollos creativos. ¿Puede ajenizarse “El Quijote” de la mutilación corporal en Lepanto o de las tenebrosas prisiones turcas?. ¿O el “Martín Fierro” del confuso horror de Pavón o del sufrido exilio en Sant’Ana do Livramento? Se escribe siempre desde la tragedia en un intento de reparación regido por el instinto de vida o desde la repetición al servicio de lo tanático.
Queda por discutir si existe el psicoanalista con personalidad, conocimientos y respeto indispensables para no perjudicar la capacidad creativa de un paciente con talento de escritor, poeta o dramaturgo. También cómo resolver la disyuntiva entre validar la sintomatología neurótica o psicótica como precio del talento y cuándo optar por el tratamiento que intentará protegerlo del sufrimiento extremo o de circunstancias que pongan en juego la vida propia o la de los demás.