El sinsentido de la guerra de los relatos históricos
He leído el interesante artículo de Juan Manuel Palacio en el que aborda el tema de la difusión historiográfica por fuera del control y del deseo de los llamados “profesionales”, que yo prefiero llamar “titulados” o “graduados” pues actualmente no son pocos los que, sin título o con distinta validación universitaria o académica, también son “profesionales” pues viven de sus libros, de sus artículos o de sus conferencias de tema histórico. Y no pocos de ellos lo hacen con seriedad, talento y ética.
Sin duda la corriente más vigorosa por fuera de la historia oficializada es el Revisionismo Histórico, que no debe confundirse, salvo que se haga de mala fe, con la “curiosidad frívola por conocer (o inventar, agregaría yo) la intimidad de los personajes famosos”.
Acierta Palacio cuando argumenta que la historiografía titulada no tiene respuesta adecuada para satisfacer “la renovada curiosidad por el pasado” porque como “buenos hijos de nuestros tiempos modernos hemos renunciado hace mucho a la búsqueda de la verdad a secas”. Los revisionistas coincidimos en que no se trata de buscar o afirmar alguna ilusoria verdad por cuanto sabemos que ésta está mas allá del horizonte de lo inasible, de lo simbolizable, y coincidimos con Tzvetan Todorov en que lo que entonces se impone es la búsqueda de “lo bueno”. De allí el rescate de aquellos eslabones del discurso histórico nacional que han sido reprimidos y hasta forcluidos como estrategia de dominación, para de esa manera liberar encadenamientos constitutivos que nos “prendan” de un relato más reconocible como propio, que fortalezca nuestra referencia ante lo Otro.
Es honesto Palacio cuando lamenta que los historiadores profesionales o titulados, desde 1983, hayan hablado “en las aulas más de Mitre, Sarmiento, Roca que de Belgrano o Perón”. Yo agregaría a Artigas, Dorrego, Rosas, José Hernández, Yrigoyen, Roque Sáenz Peña, prototipos de la esencia nacional, popular y democrática de nuestro pueblo, que ante el colosal fracaso del liberalismo autóctono los rescata como proyecto de regeneración nacional. Es el comprensible interés en dichas figuras y circunstancias históricas lo que no ha hecho necesaria ninguna operación mediática ni marketinera, sabido es que lo reprimido no ceja en su voluntad de volver a la superficie, sólo se trata de que se den circunstancias favorables.
Sería hipocresía no reconocer que la mayoría de los desarrollos de los historiadores profanos o silvestres se basan en las investigaciones y desvelos de los graduados, lo que les es facilitado por las becas, los subsidios, las publicaciones, los empleos, los viajes, etc. que les acuerda contar con el poder historiográfico. Tampoco puede devaluarse la jerarquía intelectual y científica de José Luis Romero o de Halperín Donghi, tampoco de sus mejores discípulos de la Historia Social, se coincida o no con ellos.
No existe una “operación historiográfica del kirchnerismo” (Palacio) como explicación del resurgimiento del Revisionismo Histórico, sino que es coherente que el actual gobierno aliente a dicha corriente pues es un gobierno peronista y el peronismo y el revisionismo se hermanan en su perspectiva nacional y popular de la interpretación de la realidad social y política, y de su operación sobre ella. Todo relato que contornee estos espacios es inevitablemente social y político, también el histórico. También el oficial aunque lo disimule su “naturalización”. Y no debe olvidarse que los pilares revisionistas en su casi totalidad fueron peronistas: Pepe Rosa, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Cooke, Ortega Peña. O pertenecieron a la izquierda “peronizada”como Abelardo Ramos o Hernández Arregui.
Puedo pronosticar un futuro acercamiento y el fin de “la guerra de los relatos”, como tituló Palacio su artículo, a medida que se vayan deponiendo prejuicios y rivalidades de ambos lados. Progresivamente se va dando una confluencia aún no visible de los relatos, un proceso dialéctico que irá tomando lo mejor de cada uno de ellos, como lo evidencian los historiadores graduados o en proceso de formación universitaria que desde hace un tiempo me visitan y escuchan. Ojalá que pronto haya historiadores revisionistas entre los colegas tutulados de Palacio, sostenidos por una rigurosa formación universitaria y académica de la que otros no hemos podido gozar. En un proceso semejante al que permitió que, luego de prolongadas y severas resistencias, haya hoy psicoanalistas lacanianos en las excelentes asociaciones argentinas dependientes de la Internacional Psicoanalítica.
Nuestra historiografía también necesita de todas las corrientes interactuando y alimentándose recíprocamente, con tolerancia y rigor, transformando la “guerra” en un debate que no borre las diferencias pero que las haga generativas.