Cuarenta años de Kive Staiff

El señor Kive Staiff se retiró a fines del 2010. Un retiro a medias por cuanto es claro que sus sucesores fueron designados por él, o al menos con su aprobación, como se hizo evidente al verlo sentado en la mesa de autoridades cuando se anunció su relevo y la temporada 2011. Además quien fuera su mano derecha, Carlos Delía, continuará como cabeza de lo administrativo. 

Designado en 1971 por el dictador Lanusse  fueron cuarenta años, con algunas  interrupciones, al frente del Teatro San Martín, el más importante por presupuesto y equipamiento de la Argentina.  Su gestión tuvo el indudable mérito de la elección y presentación de clásicos. Además la gestión administrativa exhibió algún nivel de eficacia, sostenida por la rara conjunción en una sola persona de un hombre de la cultura que también es contador público.      

Pero no fueron éstas las razones más importantes de su tozuda permanencia en el cargo: el señor Staiff demostró a lo largo del paso de gobiernos golpistas y democráticos una notable astucia que podríamos llamar “política” para tejer intereses y conveniencias ajenas que apostaron a su continuidad y que, por ejemplo, obviaron una circunstancia que suele ser considerada una dificultad para el desempeño de cargos de responsabilidad: su elevada edad. Hace dieciocho años llegó a la edad de la jubilación.      

También logró que no se cumpliera en su caso con el castigo que la democracia argentina infringió a quienes fueron funcionarios de la sangrienta tiranía del Proceso. El señor Staiff lo fue de cabo a rabo desde el 76 hasta el 83 y  cumplió con lo que se le exigía. Lo sé bien porque  censuró y levantó un espectáculo mío programado y anunciado formalmente para la temporada de 1981, “Toroblas torobles”. Lo hizo  por exigencia de los servicios de la Marina, como con naturalidad me informó cuando regresé al país de mi exilio. También lo confesó en el documental “Prohibido” de Andrés di Tella sobre censuras y persecuciones durante la dictadura.

Por supuesto no fui el único sino que fueron muchos los que tuvieron cerradas las puertas del San Martín durante los años negros. “No estreno autores argentinos porque no los hay de calidad” declaró en aquellos tiempos para justificar que Cossa, Gorostiza, Monti, Dragún quedaban afuera de sus programaciones. Su habilidad para cabalgar los tiempos hizo que, amanecida la democracia argentina, convocó obstinadamente a autores, directores, actores y técnicos maltratados por el Proceso a gozar de las excepcionales posibilidades de excelencia teatral que brindaba la mejor sala teatral del país. En esa línea está también su insistencia en homenajear a Teatro Abierto cuando la realidad es que cuando las llamas consumieron al Teatro del Picadero el señor Staiff no vio en ello motivo de renuncia y se mantuvo leal a la dictadura piromaníaca hasta el fin.

Dicha adhesión continuó en el tiempo, lo que no deja de tener el discutible mérito de la franqueza, como lo reveló en un reportaje del sitio “Alternativa teatral” de agosto del 2009. A la pregunta sobre qué gobierno, de todos los que atravesó, favoreció más la actividad del teatro, respondió: “El gobierno militar que comenzó en 1976 y terminó en 1983.  Durante esos años pudimos avanzar en distintas direcciones. Por ejemplo la revista nuestra, que va a cumplir 100 números este año, la iniciamos entonces”. Es innecesario recordar en qué “otras direcciones” avanzó el Proceso durante esos años…      

No puede indultarse al señor Staiff del lamentable estado edilicio y organizativo en que está hoy el Teatro San Martín, magnífica obra del arquitecto Mario Roberto Alvarez, aunque es claro que comparte esa responsabilidad con  gestiones culturales en la capital argentina. Tampoco es ajeno a la notoria disminución de espectadores entre 1990 y el 2008 que, según el Observatorio de Industrias Creativas del gobierno porteño, fue del 57 %.  Uno de los  motivos es el desgaste que tantos años de programación a cargo de una única cabeza insufla inevitablemente, por jerarquizadas y talentosas que sean  las figuras convocadas.

Ello ha hecho que a lo largo de su extensísima gestión calificadas voces se levantaran cuestionando su capacidad de Director Artístico. Agustín Alezzo puntualizó en una entrevista del CELCIT: “Creo que Kive Staiff es un gran empresario, pero no es un gran director de teatro. El error es haber unido ambas funciones en una sola persona. En todos los teatros del mundo, incluyendo en el San Martín antes de Kive Staiff, esas dos funciones están divididas. Tiene que haber, por un lado, un director artístico del teatro y, por otro, un director administrativo. Así era en el Píccolo Teatro, de Milán, en el que estaban Grassi como director administrativo y Strehler como director artístico. Sin Grassi, ese teatro no hubiera sido lo que fue. Por su parte, Stanislavsky tenía a Danchenko en el Teatro de Arte. El director artístico tiene que ser un hombre de teatro”.   Norman Briski coincidió: “No entiendo cómo Kive Staiff puede estar en el San Martín, cómo puede durar tanto tiempo (como Director Artístico) un personaje como él, un contador público”. No es casual que ahora, aliviada la presencia del señor Staiff, la Dirección General que él ejerciera se ha desdoblado en Dirección Artística y  Dirección Administrativa.           

Estos déficits se magnifican cuando se mantienen durante cuatro décadas. Y más aún cuando desde hace algunos años, en una medida difícil de comprender, el señor Staiff  puso bajo su dirección omnímoda a todos los teatros del gobierno de la ciudad de Buenos Aires : el Presidente Alvear, el Regio, el Sarmiento, el de la Ribera, agrupados bajo el nombre de Complejo Teatral de Buenos Aires. 

Pablo Sirvén, en un excelente artículo, se preguntaba con respuesta tácita: “¿Es saludable y republicano que una misma persona, por más buena que sea, domine las mismas estructuras oficiales durante tantos años de las últimas cuatro décadas?”. A continuación proponía que los directores artísticos rotasen cada tres años mientras sea estable la autoridad administrativa para mantener las cuentas en orden.  Por su parte Juan Carlos Gené, quien dirigió el Teatro entre 1994 y 1996,  propuso: “Sigo pensando, como siempre, que cargos como ése deberían ser por concurso con contratos plurianuales y que no pueden quedar librados a la voluntad de una persona como el intendente o jefe del gobierno de la ciudad.”

Como conclusión un ruego fervoroso, en bien del teatro argentino: ¡que ningún Director del Teatro San Martín vuelva a eternizarse  en su cargo!.

 

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